Por Dave Hunt (1926-2013)
“Más al que no obra, sino
cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”
(Romanos 4:5).
Son sorprendentes
cuántos millones de personas aparentemente inteligentes, están dispuestas a
arriesgar su destino eterno, basándose en menos evidencias de las que requerirían
para comprar un refrigerador o un televisor. Thomas Hobbes, por ejemplo, un
filósofo y matemático del siglo diecisiete, pasó años analizando la maldad del
hombre e intentando encontrar un sistema social que trajera la paz universal
falló en investigar y prepararse en forma adecuada para la próxima vida. Consecuentemente,
a medida que se aproximó a su muerte, expresó esta triste confesión, “Ahora
estoy a punto de emprender mi último viaje, un gran salto a la oscuridad.”
Parecería irracional dar un salto a la oscuridad en cualquier dirección, mucho
más cuando se trata de la eternidad.
Ornar Khayyam
veía la muerte como la puerta de oscuridad hacia “el camino que para descubrir,
también debemos transitar.” Pero resulta que es muy tarde una vez que pasamos a
través de esa “puerta” hacia ese camino desconocido. Es por eso que más que
hacer una pausa para reflexionar, necesitamos certezas, y las necesitamos
ahora, no sustentadas por simples deseos, sino por evidencias sólidas.
Cualesquiera que
sean las expectativas que la gente tenga sobre la vida más allá de la muerte,
dichas creencias son generalmente parte de su religión. Otra palabra para religión
es “fe,” y teniendo en cuenta esta definición, existen muchos tipos de “fe” en
el mundo. La “gente de fe” (un término usado para aquellos que se aferran a
alguna creencia religiosa) se está uniendo a la acción política y social,
supuestamente para lograr un mundo mejor. Esta cooperación para mejorar la
sociedad para beneficios mutuos ha traído una nueva tolerancia para todas las
religiones, independientemente de lo contradictorias que puedan ser sus
perspectivas. Y es aquí donde enfrentamos otra anomalía: según las más
recientes encuestas, un elevado y sorprendente porcentaje (la mayoría tanto
entre católicos como protestantes) de aquellos que se identifican a sí mismos
con una religión en particular, creen, no obstante, que muchas otras religiones,
si es que no todas, también llevarán a sus seguidores a lo que ellos llaman
“cielo.” La religión es llamada fe debido a que es algo que uno en general cree
más allá de las pruebas. Pregúntele a la mayoría de las personas religiosas por
qué creen lo que creen, y verá que se sienten desconcertados para explicar. Muy
probablemente, su respuesta consistirá en decir lealmente (o empedernidamente
para algunos) algo así, “Nací bautista y moriré bautista” o, “Nací católico y
moriré católico”, o metodista, hindú, budista, musulmán, o ateo. Con todo, muy
pocos pueden dar una razón sólida por la que creen lo que creen (o por la que
no creen), y muchos se sienten ofendidos cuando uno les pregunta.
Es aquí mismo que encontramos algo muy extraño. Como ya notamos, la mayoría
de la gente es menos precavida en lo que se refiere a la eternidad que en
comprar un auto, o en chequear las etiquetas que muestran los ingredientes
exactos de un producto, o en casi todo lo demás en esta vida. Eso se toma
evidente por las débiles razones que son ofrecidas en general por aquellos que
intentan justificar su fe religiosa: “Me gusta el pastor”; “El coro es
fantástico”, “La gente es tan amable”, “Es la iglesia más cercana”; “Tienen un
maravilloso programa para jóvenes”, “Nuestra familia siempre ha pertenecido a
esta denominación”, o “Algunos misioneros han venido a la puerta y nos han
invitado a asistir, y nosotros no íbamos a ningún lado, así que...”. Es incomprensible
que tan pocas personas sean realmente serias sobre su fe.
Con todo, no hay
nada más importante para la fe personal que tener un fundamento sólido, basado
en hechos y en la razón. Para los muchos que piensan en la fe como una creencia
que se sostiene con vehemencia y que no tiene evidencias como para respaldarla
(y que a menudo incluso las evidencias apoyan la posición contraria), esta
puede parecer una declaración muy atrevida. Lógicamente, sin embargo, si el
creer algo con vehemencia no es suficiente para que sea cierto, como la
experiencia humana demuestra a diario, entonces es la tontería más grande
continuar con una “fe” que, debido a que no está basada en hechos sino en
fantasías, demuestra inevitablemente ser vacía. El costo podría ser eterno e
irrecuperable.
Siendo ese el
caso, cuánto mejor es “perder” la fe ahora, mientras aún hay tiempo para
descubrir la verdad, que darse cuenta demasiado tarde que se ha estado
siguiendo o viviendo una mentira. Tal desilusión acontece a menudo cuando un
joven madura, dejando su hogar para ir a trabajar o asistir a la universidad, o
ingresar a las fuerzas armadas, y ya no está bajo la influencia de los padres o
de la iglesia. Ese podría ser el caso si uno fuera un budista, hindú, musulmán,
o un adherente a cualquier otra religión. Pero lo mismo sucede para alguien que
haya afirmado ser cristiano pero que no conozca realmente al Señor.
Muchos jóvenes
han sido educados en un hogar cristiano, habiendo profesado la fe en Cristo,
asistido e incluso sido activos por mucho tiempo en una buena iglesia
evangélica, pero luego han rechazado a Cristo debido a la presión de sus
semejantes o a la “educación superior” o a la necesidad de justificar su estilo
de vida ajeno a Dios. Este alejamiento de la fe que uno profesaba es a menudo
justificado con la aseveración que no existe una verdad, sino que todos (no
importa de qué religión seamos) hemos sido condicionados para creer lo que
creemos. Desde los días de Freud, la psicología ha propagado la teoría que
cualquier fe religiosa es meramente una respuesta condicional aprendida
especialmente en la juventud. Eso puede ser verdad en muchos casos, pero no
puede servir como justificativo para abandonar lo que a uno se le enseñó desde
la niñez. El tema es si lo que uno ha sido educado para creer es la verdad o
no. Trágicamente, la verdad a menudo ha sido abandonada por una mentira más
atractiva.
De hecho, esta
idea del condicionamiento es un mito que debe ser dejado a un lado en nuestra
búsqueda de la fe verdadera. El hecho mismo que la persona sea rebelde contra
la forma en la que fue educado, alegando condicionamiento, es una prueba en sí
misma que esta teoría es falsa. La multitud de quienes fueran religiosos
otrora, que ofrece lo que ellos consideran razones lógicas para rechazar lo que
se les había enseñado y que una vez creyeron, prueba que el así llamado
condicionamiento sobre el cual descansa esta teoría no funciona, por lo menos
no funcionó en el caso de ellos. La propia rebelión que la teoría ha adoptado
para excusarse, contradice la teoría del condicionamiento.
Llamada de Medianoche
Continuará
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