lunes, 7 de agosto de 2017

En Búsqueda de una fe seria (Parte I)

Por Dave Hunt (1926-2013)
“Más al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5).


Son sorprendentes cuántos millones de personas aparentemente inteligentes, están dispuestas a arriesgar su desti­no eterno, basándose en menos evidencias de las que requerirían para comprar un refrigerador o un televisor. Thomas Hobbes, por ejemplo, un filósofo y matemático del siglo diecisiete, pasó años ana­lizando la maldad del hombre e intentando encontrar un sistema social que trajera la paz universal falló en investigar y prepararse en forma adecuada para la próxima vida. Consecuentemente, a medida que se aproximó a su muerte, expresó esta triste confesión, “Ahora estoy a punto de emprender mi último viaje, un gran salto a la oscuridad.” Parecería irracional dar un salto a la oscuridad en cualquier dirección, mucho más cuando se trata de la eternidad.
Ornar Khayyam veía la muerte como la puerta de oscuridad hacia “el camino que para descubrir, también debemos transitar.” Pero resulta que es muy tarde una vez que pasamos a través de esa “puerta” hacia ese camino desconocido. Es por eso que más que hacer una pausa para reflexionar, necesitamos certezas, y las necesitamos ahora, no sustentadas por simples deseos, sino por evidencias sólidas.
Cualesquiera que sean las expectativas que la gente tenga sobre la vida más allá de la muerte, dichas creencias son generalmente parte de su religión. Otra palabra para religión es “fe,” y teniendo en cuenta esta definición, existen muchos tipos de “fe” en el mundo. La “gente de fe” (un término usado para aquellos que se aferran a alguna creencia religiosa) se está uniendo a la acción política y social, supuestamente para lograr un mundo mejor. Esta cooperación para mejorar la sociedad para beneficios mutuos ha traído una nueva tolerancia para todas las religiones, independientemente de lo contradictorias que puedan ser sus perspectivas. Y es aquí donde enfrentamos otra anomalía: según las más recientes encuestas, un elevado y sorpren­dente porcentaje (la mayoría tanto entre católicos como protestantes) de aquellos que se identifican a sí mismos con una religión en particular, creen, no obstante, que muchas otras religiones, si es que no todas, también llevarán a sus seguidores a lo que ellos llaman “cielo.” La religión es llamada fe debido a que es algo que uno en general cree más allá de las pruebas. Pregúntele a la mayoría de las personas religiosas por qué creen lo que creen, y verá que se sienten desconcertados para explicar. Muy probablemente, su respuesta consistirá en decir lealmente (o empedernidamente para algunos) algo así, “Nací bautista y moriré bautista” o, “Nací católico y moriré católico”, o metodista, hindú, budista, musulmán, o ateo. Con todo, muy pocos pueden dar una razón sólida por la que creen lo que creen (o por la que no creen), y muchos se sienten ofendidos cuando uno les pregunta.
Es aquí mismo que encontramos algo muy extraño. Como ya notamos, la mayoría de la gente es menos precavida en lo que se refiere a la eternidad que en comprar un auto, o en chequear las etiquetas que muestran los ingredientes exactos de un producto, o en casi todo lo demás en esta vida. Eso se toma evidente por las débiles razones que son ofrecidas en general por aquellos que intentan justificar su fe religiosa: “Me gusta el pastor”; “El coro es fantástico”, “La gente es tan amable”, “Es la iglesia más cercana”; “Tienen un maravilloso programa para jóvenes”, “Nuestra familia siempre ha pertenecido a esta denominación”, o “Algunos misioneros han venido a la puerta y nos han invitado a asistir, y nosotros no íbamos a ningún lado, así que...”. Es incomprensible que tan pocas personas sean realmente serias sobre su fe.
Con todo, no hay nada más importante para la fe personal que tener un fundamento sólido, basado en hechos y en la razón. Para los muchos que piensan en la fe como una creencia que se sostiene con vehemencia y que no tiene evi­dencias como para respaldarla (y que a menudo incluso las evidencias apoyan la posición contraria), esta puede parecer una declaración muy atrevida. Lógicamente, sin embargo, si el creer algo con vehemencia no es suficiente para que sea cierto, como la experiencia humana demuestra a diario, en­tonces es la tontería más grande continuar con una “fe” que, debido a que no está basada en hechos sino en fantasías, demuestra inevitablemente ser vacía. El costo podría ser eterno e irrecuperable.
Siendo ese el caso, cuánto mejor es “perder” la fe ahora, mientras aún hay tiempo para descubrir la verdad, que darse cuenta demasiado tarde que se ha estado siguiendo o viviendo una mentira. Tal desilusión acontece a menudo cuando un joven madura, dejando su hogar para ir a trabajar o asistir a la universidad, o ingresar a las fuerzas armadas, y ya no está bajo la influencia de los padres o de la iglesia. Ese podría ser el caso si uno fuera un budista, hindú, musulmán, o un adherente a cualquier otra religión. Pero lo mismo sucede para alguien que haya afirmado ser cristiano pero que no conozca realmente al Señor.
Muchos jóvenes han sido educados en un hogar cristiano, habiendo profesado la fe en Cristo, asistido e incluso sido activos por mucho tiempo en una buena iglesia evangélica, pero luego han rechazado a Cristo debido a la presión de sus semejantes o a la “educación superior” o a la necesidad de justificar su estilo de vida ajeno a Dios. Este alejamiento de la fe que uno profesaba es a menudo justificado con la aseveración que no existe una ver­dad, sino que todos (no importa de qué religión seamos) hemos sido condicionados para creer lo que creemos. Desde los días de Freud, la psicología ha propagado la teoría que cualquier fe religiosa es mera­mente una respuesta condicional aprendida especialmente en la juventud. Eso puede ser verdad en muchos casos, pero no puede servir como justificativo para abandonar lo que a uno se le enseñó desde la niñez. El tema es si lo que uno ha sido educado para creer es la verdad o no. Trágicamente, la verdad a menudo ha sido abandonada por una mentira más atractiva.
De hecho, esta idea del condicionamiento es un mito que debe ser dejado a un lado en nuestra búsqueda de la fe verdadera. El hecho mismo que la persona sea rebelde contra la forma en la que fue educado, alegando condicionamiento, es una prueba en sí misma que esta teoría es falsa. La multitud de quienes fueran religiosos otrora, que ofrece lo que ellos consideran razones lógicas para rechazar lo que se les había enseñado y que una vez creyeron, prueba que el así llamado condicionamiento sobre el cual descansa esta teoría no funciona, por lo menos no funcionó en el caso de ellos. La propia rebelión que la teoría ha adoptado para excusarse, contradice la teoría del condi­cionamiento.
Llamada de Medianoche

Continuará

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