sábado, 30 de septiembre de 2023

VIVIR PARA DIOS

 F. ULRICH


Separación, santidad, consagración a Dios

La separación del mal, tal como la Palabra de Dios nos la enseña, no nos conduce al vacío, sino al bien y a la consagración a Dios.

Dios en su Palabra insiste constantemente en la necesidad de que aquellos que le pertenecen anden en un camino de santidad práctica. Ya era así con Israel. ¡Cuánto más con nosotros, creyentes del tiempo de la gracia, que hemos sido llevados infinitamente más cerca de Dios que los israelitas!

Dios mismo puso el fundamento de nuestra santi­ficación, es decir que somos apartados para El. “Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:10).

Acordémonos de esto: “Somos santificados”. Es la posición en la cual Dios nos puso y en la cual ve a cada creyente. Nos escogió y apartó para él. En esto no hay ningún crecimiento, ninguna colaboración de nuestra parte. Todo es enteramente de Él.

Es el fundamento de nuestra seguridad. Dios mismo proveyó al sacrificio que nos separa del mundo y nos libra del juicio que pronto caerá sobre él. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (v. 14). Al sellamos con el Espíritu Santo, Dios puso su marca sobre nosotros; somos su posesión.

Posición y realidad visible

Este es el fundamento: nuestra posición delante de Dios. Le pertenecemos. Pero ¿acaso ha de manifestarse esto solo cuando ocupemos los lugares que nos están preparados en el cielo? ¿Podría Dios contentarse con esto? Recordemos que el Señor Jesús nos ha “enviado al mundo” como el Padre lo había enviado a él al mundo (Juan 17:18). Nuestra posición delante de Dios debe reflejarse en nuestra vida práctica, sobre la tierra. El hecho de que Dios nos santificó tiene como conse­cuencia normal una vida de santidad práctica. Si Dios nos apartó para Él, vivamos para Él.

Miremos bien el orden de las cosas: primero está la obra de Dios; luego el hombre durante su vida aquí puede cumplir la voluntad de Dios. El hombre natural, aquel que no pasó por el nuevo nacimiento, no puede en absoluto satisfacer las exigencias de Dios. La santi­dad práctica puede ser solo la consecuencia de nuestra posición de redimidos. Pero esta santidad debe realizarse en la práctica. “La voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3).

¿Qué es la santidad? Es un comportamiento gobernado solamente por la voluntad de Dios, y marcado por las normas divinas, porque Dios mismo es santo (véase 1 Pedro 1:15-16). Es vivir para Dios.

Un crecimiento

Y en esto Dios quiere ver un crecimiento, pro­greso. ¿Cómo hacer progresos en la santidad práctica? Está lo que debemos hacer nosotros y lo que hace Dios.

Tenemos que andar en la separación del mal. Man­tenemos lejos del mal nos acerca al Señor. “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Corintios 6:17). “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (7:1). Todo lazo con cosas o personas que des­honran a Dios, estorba nuestro crecimiento e impide a Dios utilizamos libremente. ¿Tenemos suficiente con­ciencia de esto? “Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21, véase v. 20).

Sin embargo, no se nos dejó solos para lograr esto. Dios sostiene nuestro crecimiento. Nuestro Señor, en su oración dirigida al Padre en Juan 17, pide: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (v. 17). Jesús había enviado a sus discípulos al mundo, y nos envía hoy, como el Padre lo había enviado a él. Conoce las influencias a las cuales son sometidos aquellos que viven en el mundo. Por eso, en su oración al Padre, el Señor le pide que guarde a los que le había dado, de toda impureza y de las acechanzas de Satanás. Necesitan ser ayudados para discernir el mal y separarse resueltamente de este, a fin de vivir para Dios en el mundo y defender los intereses de Dios, como Jesús mismo lo hizo.

La verdad

El medio que Dios utiliza para nuestra santifica­ción es “la verdad”, palabra que nos es familiar y que sin embargo merece que nos detengamos en ella.

Se refiere al conjunto del libro que Dios nos dio: su Palabra, la Santa Escritura. Encontramos allí la verdad, porque ese libro nos muestra en toda pureza y claridad los pensamientos de Dios y su juicio sobre todas las cosas en cuanto al pasado, presente y futuro.

Pero, para nosotros, la verdad es también la manera con la que Dios se reveló en la época en que vivimos, el tiempo de la gracia. Hoy los creyentes son hijos de Dios porque en su Hijo se reveló como Padre. Cuando escuchamos o leemos la Biblia, nuestro Dios y Padre nos habla como a sus hijos. Él nos dio “a cono­cer el misterio de su voluntad” (Efesios 1:9), es decir, todos sus designios. El Espíritu Santo utiliza la Palabra para guiarnos, y “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios” muestran que “son hijos de Dios” (Romanos 8:14).

Cuando Jesús pide al Padre: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”, se funda en esta rela­ción, única en el curso de todas las épocas, en la cual estamos hoy. El conocimiento del hecho de que el Dios santo es nuestro Padre, debe llevarnos a una vida práctica que corresponde a esta posición maravillosa. Fuimos llevados muy cerca de él; vivamos también para El.

Vosotros también sed santos

En este mismo orden de ideas, Pedro escribe: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; por­que escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de perso­nas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (1 Pedro 1:15-17).

El “tiempo de vuestra peregrinación” aún no ha terminado. Pero nosotros ya estamos ahora sobre un fundamento inquebrantable. Nuestra posición perfecta resulta de la obra de Dios mismo por el sacrificio de su Hijo; somos “santificados”, apartados para Él, y para siempre. Pero mientras recorremos nuestro camino a través de un mundo lleno de influencias adversas, Dios nos sigue con sus ojos porque quiere ver en nosotros un compor-tamiento acorde con nuestra posición y con su propia santidad. Tenemos los maravillosos recursos de su Palabra y de su Espíritu. Y Cristo intercede por nosotros ante el Padre. Él se santificó a sí mismo por nosotros, para que seamos santificados en la verdad (Juan 17:19).

Creced 2015

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