F. ULRICH
Separación,
santidad, consagración a Dios
La
separación del mal, tal como la Palabra de Dios nos la enseña, no nos conduce
al vacío, sino al bien y a la consagración a Dios.
Dios
en su Palabra insiste constantemente en la necesidad de que aquellos que le
pertenecen anden en un camino de santidad práctica. Ya era así con Israel.
¡Cuánto más con nosotros, creyentes del tiempo de la gracia, que hemos sido
llevados infinitamente más cerca de Dios que los israelitas!
Dios
mismo puso el fundamento de nuestra santificación, es decir que somos apartados
para El. “Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo
hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:10).
Acordémonos
de esto: “Somos santificados”. Es la posición en la cual Dios nos puso y
en la cual ve a cada creyente. Nos escogió y apartó para él. En esto no hay
ningún crecimiento, ninguna colaboración de nuestra parte. Todo es enteramente
de Él.
Es
el fundamento de nuestra seguridad. Dios mismo proveyó al sacrificio que nos
separa del mundo y nos libra del juicio que pronto caerá sobre él. “Porque con
una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (v. 14). Al
sellamos con el Espíritu Santo, Dios puso su marca sobre nosotros; somos su
posesión.
Posición
y realidad visible
Este
es el fundamento: nuestra posición delante de Dios. Le pertenecemos. Pero
¿acaso ha de manifestarse esto solo cuando ocupemos los lugares que nos están
preparados en el cielo? ¿Podría Dios contentarse con esto? Recordemos que el
Señor Jesús nos ha “enviado al mundo” como el Padre lo había enviado a
él al mundo (Juan 17:18). Nuestra posición delante de Dios debe reflejarse en
nuestra vida práctica, sobre la tierra. El hecho de que Dios nos santificó
tiene como consecuencia normal una vida de santidad práctica. Si Dios nos
apartó para Él, vivamos para Él.
Miremos
bien el orden de las cosas: primero está la obra de Dios; luego el hombre
durante su vida aquí puede cumplir la voluntad de Dios. El hombre natural,
aquel que no pasó por el nuevo nacimiento, no puede en absoluto satisfacer las
exigencias de Dios. La santidad práctica puede ser solo la consecuencia de
nuestra posición de redimidos. Pero esta santidad debe realizarse en la
práctica. “La voluntad de Dios es vuestra santificación” (1
Tesalonicenses 4:3).
¿Qué
es la santidad? Es un comportamiento gobernado solamente por la voluntad de
Dios, y marcado por las normas divinas, porque Dios mismo es santo (véase 1
Pedro 1:15-16). Es vivir para Dios.
Un
crecimiento
Y
en esto Dios quiere ver un crecimiento, progreso. ¿Cómo hacer progresos en la
santidad práctica? Está lo que debemos hacer nosotros y lo que hace Dios.
Tenemos
que andar en la separación del mal. Mantenemos lejos del mal nos acerca al
Señor. “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y
no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Corintios 6:17). “Limpiémonos de
toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el
temor de Dios” (7:1). Todo lazo con cosas o personas que deshonran a Dios,
estorba nuestro crecimiento e impide a Dios utilizamos libremente. ¿Tenemos
suficiente conciencia de esto? “Así que, si alguno se limpia de estas cosas,
será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda
buena obra” (2 Timoteo 2:21, véase v. 20).
Sin
embargo, no se nos dejó solos para lograr esto. Dios sostiene nuestro
crecimiento. Nuestro Señor, en su oración dirigida al Padre en Juan 17, pide:
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (v. 17). Jesús había enviado
a sus discípulos al mundo, y nos envía hoy, como el Padre lo había enviado a
él. Conoce las influencias a las cuales son sometidos aquellos que viven en el
mundo. Por eso, en su oración al Padre, el Señor le pide que guarde a
los que le había dado, de toda impureza y de las acechanzas de Satanás.
Necesitan ser ayudados para discernir el mal y separarse resueltamente de este,
a fin de vivir para Dios en el mundo y defender los intereses de Dios, como
Jesús mismo lo hizo.
El
medio que Dios utiliza para nuestra santificación es “la verdad”, palabra que
nos es familiar y que sin embargo merece que nos detengamos en ella.
Se
refiere al conjunto del libro que Dios nos dio: su Palabra, la Santa Escritura.
Encontramos allí la verdad, porque ese libro nos muestra en toda pureza y
claridad los pensamientos de Dios y su juicio sobre todas las cosas en cuanto
al pasado, presente y futuro.
Pero,
para nosotros, la verdad es también la manera con la que Dios se reveló en la
época en que vivimos, el tiempo de la gracia. Hoy los creyentes son hijos de
Dios porque en su Hijo se reveló como Padre. Cuando escuchamos o leemos la
Biblia, nuestro Dios y Padre nos habla como a sus hijos. Él nos dio “a conocer
el misterio de su voluntad” (Efesios 1:9), es decir, todos sus designios. El
Espíritu Santo utiliza la Palabra para guiarnos, y “todos los que son guiados
por el Espíritu de Dios” muestran que “son hijos de Dios” (Romanos 8:14).
Cuando
Jesús pide al Padre: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”, se
funda en esta relación, única en el curso de todas las épocas, en la cual
estamos hoy. El conocimiento del hecho de que el Dios santo es nuestro Padre,
debe llevarnos a una vida práctica que corresponde a esta posición maravillosa.
Fuimos llevados muy cerca de él; vivamos también para El.
Vosotros
también sed santos
En
este mismo orden de ideas, Pedro escribe: “Como aquel que os llamó es santo,
sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito
está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin
acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo
el tiempo de vuestra peregrinación” (1 Pedro 1:15-17).
El
“tiempo de vuestra peregrinación” aún no ha terminado. Pero nosotros ya estamos
ahora sobre un fundamento inquebrantable. Nuestra posición perfecta resulta de
la obra de Dios mismo por el sacrificio de su Hijo; somos “santificados”,
apartados para Él, y para siempre. Pero mientras recorremos nuestro camino a
través de un mundo lleno de influencias adversas, Dios nos sigue con sus ojos
porque quiere ver en nosotros un compor-tamiento acorde con nuestra posición y
con su propia santidad. Tenemos los maravillosos recursos de su Palabra y de su
Espíritu. Y Cristo intercede por nosotros ante el Padre. Él se santificó a sí
mismo por nosotros, para que seamos santificados en la verdad (Juan 17:19).
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