domingo, 4 de diciembre de 2022

La espada de Saúl

 Las distintas circunstancias en que vemos a Saúl con una espada nos proporcionan un resumen de su vida desde cuando fue ungido como rey hasta su triste fin en el monte Gilboa. Muy importantes son las lecciones que podemos aprender de esta historia trágica e inspirada por el Espíritu Santo.

1. La espada del valiente

Tomando un par de bueyes, los cortó en trozos y los envió por todo el territorio de Israel, 1 Samuel 11.5 al 15

Este pasaje relata el principio de la carrera de Saúl. Sabemos por los capítulos 9 y 10 que era hombre pobre y humilde, y que escondió su bagaje al principio. Era industrioso, compasivo, fortalecido por el Espíritu, puntual, valiente y cumplido. Son cualidades que han podido señalar un gran hombre, y efectivamente Saúl conquistó la admiración de todo el pueblo.

Su simpatía se despierta al recibir noticias de la gente de Jabes, quienes estaban rodeados por un enemigo fuerte y cruel. Sin vacilar él ciñe su espada y, fortalecido por el Espíritu, sale al frente de un ejército de liberación. Ataca el enemigo y gana una victoria gloriosa.

Con este gran principio, ¿por qué fracasó al fin? Samuel nos da la razón: “Aunque eras pequeño en tus propios ojos”, 15.17. La humildad de Saúl se cambió en soberbia, desobediencia y presunción. El perdió su espiritualidad y es tipo del creyente carnal una vez dominado por la envidia y la malicia.

¿Cuál es el antídoto para el creyente expuesto al mismo peligro? Nuestro Señor lo tiene; dijo El: “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”, Mateo 11.29.

La historia se repite. ¿Cuántos jóvenes principian su vida cristiana con fervor, pero terminan en naufragio? Como Saúl, todo verdadero creyente ha tenido un buen principio. Hay un gran enemigo cerca, pero “mayor es él que está en vosotros que el que está en el mundo”. El espíritu de Satanás está en el mundo y el Espíritu de Dios en el creyente.

2. La espada del perezoso

No se halló espada ni lanza en mano de ninguno del pueblo que estaba con Saúl, 1 Samuel 13.22 al 14.2

¡Qué cambio notamos ahora! El enemigo está avanzando. Jonatán hace proezas, pero Saúl está debajo de un granado, inactivo. He aquí la estrategia del enemigo; el pueblo de Dios desarmado, y sólo Saúl y Jonatán tienen espadas. Ellos no permitieron al enemigo despojarles de sus armas.

Satanás, el gran enemigo del creyente, está procurando quitarle su arma principal, que es la Palabra de Dios, la espada del Espíritu. Por esto el apóstol Pedro exhorta, “Velad y orad”. Más tarde, cuando Saúl dormía, David pudo quitarle su espada.

En días pasados en Caracas unos ladrones entraron en la casa de una señora que dormía. Le rociaron la cara con una sustancia que la guardaba dormida, y ella se despertó tiempo después para saber que los ladrones habían llevado una cantidad de dinero y joyas. Temo que muchas “espadas” de los soldados de Jesucristo están oxidadas por falta de uso. Es una cosa tener la Biblia en casa, pero es otra cosa tener la Palabra guardada en el corazón.

Los filisteos estaban invadiendo el país, pero Saúl estaba sentado bajo un granado en Micmas con seiscientos hombres. Su hijo Jonatán tenía el ejercicio, valor y fe para atacar al enemigo. Dios le honró y él logró una victoria maravillosa.

En la parábola de la cizaña, nuestro Señor dijo que fue mientras dormían los hombres que el enemigo sembró la cizaña entre el trigo. ¿Cómo podemos derrotar al enemigo? Dice el Salmo 60: “Has dado a los que te temen bandera que alcen por causa de la verdad”. Y: “En Dios haremos proezas, y él hollará nuestros enemigos”. Por lo cual, levantemos las manos caídas y las rodillas paralizadas. Hagamos sendas derechas para nuestros pies.

3. La espada del desobediente

Tomó vivo a Agag rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató a filo de espada, 1 Samuel 15.8

Encontramos a Saúl ahora con 210.000 hombres, y ha llegado el día en que Dios quiere arreglar las cuentas con los amalecitas. El exige una destrucción total. “Destruiréis en él todo lo que tuviere: y no te apiades de él”, 15.3. Saúl impuso su propia voluntad, que resultó en pecado de rebelión.

El perdonó al rey de los amalecitas, Agag, quien mereció muerte más que todos porque era hombre de sangre. Amalec es tipo de la carne en el creyente. Hablando espiritualmente, el fracaso de Saúl se debía a su propósito de perdonar a Agag. Le trajo consigo, y ¡ay del creyente que quiere andar con un Agag — la carne — perdonado!

Cuando Samuel le reclamó a Saúl el no haber cumplido con su comisión, éste no quiso reconocer su falta. “Antes bien he obedecido la voz de Jehová”, dijo, y quiso echar la culpa sobre los demás. Pero era imposible engañar a Dios, y por fin el rey confesó, “Yo he pecado”.

El profeta le mostró qué ha debido hacer con Agag; le cortó en pedazos. Así el creyente tiene que usar la espada del Espíritu, juzgando los deseos y las pasiones carnales, “sabiendo que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo ... a fin de que no sirvamos más al pecado”, Romanos 6.6. Dijo Pablo: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”, 1 Corintios 9.27.

En 2 Samuel 1 notamos un gran contraste entre David y Saúl. David había derrotado a los amalecitas, pero tres días más tarde se presentó delante de él un joven de ese pueblo, trayendo la corona de Saúl y confesando que había ultimado a aquel rey. El joven tenía por objeto congraciarse con David, pero el resultado fue lo contrario; recibió la justa sentencia de muerte.

Saúl, pues, perdonó al rey amalecita y murió a manos de uno de ese pueblo. David no perdonó a ese pueblo y sentenció a muerte a uno de ellos que mató a su propio rey. La lección solemne es que el creyente que hace tregua con la carne corre el peligro de ser vencido por esa misma naturaleza pecaminosa, perdiendo su corona ante el Señor.

En Santiago 1.14,15 aprendemos cómo se desarrolla el pecado: uno es atraído y seducido, y el pecado es concebido y consumado. El creyente debe huir de aun la apariencia del pecado — 1 Tesalonicenses 5.22 — como José evitó la fornicación con aquella mujer en Egipto. Uno halla lo que busca, y la lepra fea de la fornicación es un ejemplo. Si uno busca las inmundicias de la carne, las encontrará; pero si pone su mira en las cosas de arriba, va a encontrar la espiritualidad y la comunión con el Señor.

4. La espada del miedoso

Oyendo Saúl y todo Israel estas palabras del filisteo, se turbaron y tuvieron gran miedo, 1 Samuel 17.11

Saúl era el hombre más alto y grande entre todos y a él le tocó salir a pelear contra el gigante Goliat. Pero estaba amedrentado.

El pecado quita el valor moral del creyente. Saúl estaba dispuesto a dar su espada a David — 17.38,39 — pero no le agradó cuando la gente le atribuyó a David la honra de la victoria. Hay algunos todavía que quieren que otros hagan el trabajo pero que ellos disfruten de los beneficios; es como el refrán que el cachicamo hace cueva para la lapa.

Pero la espada del miedoso Saúl no sirvió para el valiente David. La humilde honda y una piedrecita, dirigidas por la mano de Dios, efectuaron lo que no se podía hacer con la espada de Saúl. Dios puede hacer mucho más con un instrumento humilde y limpio que con uno pretencioso y carnal.

Este noble episodio en la vida de David anima al creyente a confiar en su Señor y no en el brazo del hombre. Saúl era fuerte, pero con corazón débil, y no tenía el ojo puesto en Dios. Nuestro Señor exhortó a los suyos a “tener fe en Dios”, y en Hebreos 11 hay un resumen de las hazañas de hombres y mujeres que salieron victoriosos, creyendo en él y en su Palabra. Mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo, y el apóstol afirmó que “en todas estas cosas somos más que vencedores”. El perfecto amor echa fuera el temor. Romanos 8.37; 1 Juan 4.18

5. La espada del cruel

Es por causa de Saúl, y por aquella casa de sangre, 2 Samuel 21.1,2

La crueldad de este hombre está a la vista en el caso de los gabaonitas y en el caso de los sacerdotes. Llevado por un celo falso, Saúl violó el pacto solemne que garantizaba seguridad a los gabaonitas. (Josué 9.15,21, etc). El derramó sangre injustamente (no sabemos cuándo o cómo), trayendo maldición sobre su país y tragedia sobre su posteridad. La historia está en 2 Samuel 21. Abiatar dio aviso a David de cómo Saúl había dado muerte a los sacerdotes de Jehová, 1 Samuel 22.21.

Nos hace recordar la advertencia de Romanos 14.7: “Ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí”. Una generación venidera cosechará lo que nosotros sembremos. ahora.

Hemos llegado al capítulo más espeluznante en la historia de Saúl. Su ira contra David ha llegado a su cenit y se desborda en furor desenfrenado. En su huida de Saúl, David se presenta en la casa del sacerdote Ahimelec, y por medio de una mentira capta la confianza de éste. De buena fe Ahimelec le da la espada de Goliat y pan para David y sus mozos.

A veces parece cosa fácil salir de un apuro diciendo una mentira, que para algunos no representa mayor cosa, pero aquí tenemos un ejemplo de cuán funestos pueden ser los resultados. El desenlace de aquella mentira de David fue la matanza de 85 personas inocentes, sacerdotes de Dios, sus familias en el pueblo de Nob, y aun niños de pecho. David tendría que lamentar después, “Yo he ocasionado la muerte a todas las personas de la casa de tu padre”.

Que sintamos un santo temor de mentir.

El rey Saúl mandó a sus siervos matar a los sacerdotes, pero ellos no quisieron extender la mano para hacerlo. Entonces el rey mandó a Doeg el edomita llevar a cabo la matanza y él lo hizo sin escrúpulo. (También era edomita el rey Herodes, quien mandó matar a todos los niños de dos años o menores en Belén y sus alrededores). Doeg era el instrumento; Saúl fue el autor intelectual del crimen. Cuando leemos más adelante del triste fin de Saúl, no se despierta en nuestros corazones lástima en vista de lo que hizo aquí.

Según el retrato divino de la raza humana, “sus pies se apresuran para derramar sangre”. Hay la misma naturaleza cruel en todos los hijos de Adán, y solamente la gracia de Dios puede transformarnos. Saulo de Tarso era “lobo rapaz”, de una naturaleza fiera, pero después de su conversión fue “el amado del Señor”, amando a la vez al pueblo de Dios. El escribió a los santos en Éfeso, exhortándoles a quitar de sí toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.

En 2 Samuel 21.1 leemos: “Hubo hambre en los días de David ... por causa de Saúl, y por aquella casa de sangre, por cuanto mató a los gabaonitas”. Su motivo fue un celo carnal, que fue condenado por Dios. El violó un pacto hecho a favor de esa gente, y Dios tuvo que cobrar la cuenta años después, con la muerte de algunos de sus descendientes.

Saulo de Tarso, a quien hemos hecho referencia, tuvo celo cuando perseguía a los creyentes, pero después reconoció que era de la carne. Es posible aparentar un celo por las cosas de Dios que depende de la carne, hiriendo a nuestros hermanos. A veces es una exhortación en la energía de la carne que contrista al Espíritu y hace más mal que bien. Diótrefes mostraba mucho celo en el asunto de la recepción a la asamblea, 3 Juan 9, pero era celo carnal que llegó al extremo de no querer recibir al apóstol Juan.

Debemos tratar a nuestros hermanos en la fe como a aquellos por los cuales Cristo murió. Son comprados a precio de su sangre, y los estimamos como dignos de ser servidos.

6. La espada del abandonado

Tomó Saúl la espada, y echóse sobre ella, 1 Samuel 31.4

El último capítulo de 1 Samuel nos presenta uno de los cuadros más lúgubres de la Biblia: el fin triste de Saúl. Él había tenido un comienzo favorable; de joven gozaba de vigor y salud, fue aplicado en trabajo honroso y se le brindaban grandes posibilidades para el porvenir. Pero, como hemos visto, su desobediencia, envidia y carnalidad le llevaron al extremo de ser abandonado por Dios.

En su desespero él buscó una bruja, pero en lugar de conseguir aliento para la batalla, se quedó aplastado por completo en espíritu. En su última batalla con los filisteos él vio a sus tres hijos muertos, y allí en la soledad tomó su propia espada, se echó sobre ella y se mató a sí mismo. Los filisteos le cortaron la cabeza y le despojaron de sus armas.

Al principio Saúl fue guiado por la palabra de Dios; Samuel le dijo, “Espera tú un poco para que te declare la palabra de Dios”, 1 Samuel 9.27. Al final consultó con una hechicera. Le vemos al principio rodeado por sus hijos, oficiales y soldados. Al fin su ejército huyó, sus hijos fueron muertos y él quedó abandonado por Dios y hombre.

¿Por qué aparecen en la sagrada página historias tan lamentables? Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. 1 Corintios 10.11, Romanos 15.4

    Saúl es tipo del “hombre viejo” en el creyente. Si le dejamos reinar en nuestras vidas, inevitablemente terminaremos mal. 2 Samuel empieza con el rey nuevo, David, figura del “hombre nuevo”, hombre según el corazón de Dios y tipo de nuestro Señor Jesucristo. David nunca perdió una batalla porque buscaba consejo de Dios y procuraba hacer su voluntad. Sólo si reina en nuestras vidas “el nuevo hombre” podemos contar con el apoyo y la bendición del Señor.

Santiago Saword

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