domingo, 13 de junio de 2021

La Trampa de las Transgresiones Toleradas (6)

 La Pereza


Al leer recientemente en Tito, me impresionó la descripción que usa Pablo de los cretenses, dada por uno de sus propios profetas. No solo los describió como mentirosos y malas bestias, sino como “glotones perezosos”, Tito 1.12 RV 2015, una descripción no tan halagüeña. Nadie apreciaría ser llamado ocioso; sin embargo, como ocurre con la mayoría de este tipo de pecado, a menudo existe la necesidad de una introspección seria para ver si hay evidencias de que este pecado se esté arraigando y llevando fruto.

            El ciclo de trabajo y descanso está tejido en el diseño divino de la vida humana. En Génesis 1 -2 leemos de la obra de Dios; “y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo”, Génesis 2.2. Luego “tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (2.15). El trabajo era parte del diseño que Dios tenía para el hombre; es virtuoso y no es parte de la caída. Lo que la caída sí trajo fue la adversidad en el trabajo: “Espinos y cardos te producirá... con el sudor de tu rostro comerás el pan” (3.18-19). Uno de los pecados que la caída produjo fue pecado es lo que ahora llamamos la pereza.

            La Biblia dice mucho sobre la pereza. Proverbios, en particular, está lleno de instrucción en esta área: el perezoso aborrece el trabajo (21.25), ama el sueño (26.14), ofrece pretextos (26.13), desaprovecha el tiempo y las oportunidades (18.9), y tiene un futuro sombrío (12.24, 20.4). El Nuevo Testamento nos enseña no solo que el hombre fue creado para trabajar, sino que el hombre redimido ha sido regenerado para el mismo propósito—para trabajar. Efesios 2.10 dice que “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras”, y luego, al exhortar a vestirnos “de la nueva criatura, creada a imagen de Dios”, instruye a cada uno a “que se esfuerce trabajando honradamente con sus propias manos” (4.24, 28 BLPH).

            El propósito de este artículo, sin embargo, no es el de intimidarlo a usted para que se someta, ni de acusarle de la pereza, dejándole quebrantado y desanimado. Así no es la enseñanza de la Biblia en general sobre este tema. Como con todos los pecados, el Espíritu de Dios nos da el poder para vencer la pereza, y sugiero que enfoquemos nuestros esfuerzos en tres áreas específicas, y que le pidamos al Señor que nos ayude a ser diligentes para El.

La diligencia en nuestras mentes y corazones

            La lucha contra la pereza se lleva a cabo principalmente en nuestras mentes y corazones. Pedro enfatiza la necesidad de la disciplina mental cuando exhorta a sus lectores a que tengan “la mente preparada para actuar”, 1 Pedro 1.13 RV 2015. Daniel es un excelente ejemplo de esta característica: “Propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey”, Daniel 1.8. Fue una decisión enfocada y disciplinada que empezó en su corazón y mente, y subsecuentemente gobernó sus acciones. Bernabé captó la misma enseñanza en Hechos 11.23 cuando exhortó a los creyentes en Antioquía “a que con propó­sito de corazón permaneciesen fieles al Señor”. La pereza mental y la falta de disciplina son de alto peligro, especialmente en nuestra “era informática”. Estar ocupado y ser perezoso no son mutuamente excluyentes. De hecho, es posible tener una mente tan abarrotada y una vida tan dispersa que mis días se llenan de actividad y mis horas están atiborradas con información, pero mi vida es improductiva. Se entrega las tareas quedan sin terminarse, y el avance se desaprovecha. Hay un enorme peligro en estar ocupado, pero desconcentrado y perezoso. Una de las mayordomías más valiosas es la del tiempo, y la guerra contra la pereza empieza con una mente disciplinada, viendo las alternativas, desechando opciones improductivas y canalizando nuestro esfuerzo en cosas que realmente valen la pena. Efesios 5.15-16 nos ayuda: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos”.

Luchando contra la pereza en esfuerzos espirituales

            En segundo lugar, en la lucha implacable contra la pereza, debemos enfocarnos en la búsqueda de cosas espirituales. Lamentablemente es posible invertir nuestra energía, esfuerzo y disciplina en la búsqueda de educación, metas laborales, logros atléticos, o aun metas personales en cuanto a nuestro estilo de vida, pero tener una profunda carencia de estas mismas características cuando se trata de metas espirituales. Pablo es un tremendo modelo a imitar para combatir esta trampa concreta de la pereza espiritual. En Filipenses 3 él nombra las marcas distintivas de una vida exitosa en su cultura, y luego las desecha enfáticamente como si no fueran “nada” y expone su filosofía para la vida cristiana al describirse a sí mismo: “extendiéndome a lo que está delante” y prosiguiendo a “la meta” (3.13-14). En su última carta a su hijo espiritual Timoteo, lo exhorta a hacer básicamente lo mismo cuando le instruye: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse”, 2 Timoteo 2.15. ¿Y usted? ¿Su vida espiritual está marcada por la diligencia, y se está extendiendo para proseguir hacia la meta? ¿O sería más honesto confesar que, en el ámbito espiritual, lo más exacto sería describirnos como desganados, reluctantes, o (aunque duela admitirlo) perezosos?

La responsabilidad secular

            Finalmente, como creyentes siempre debemos esforzarnos al máximo en ser diligentes en la esfera secular. Cualquiera que sea nuestro papel —estudiante, empleado, dueño de un negocio, o ama de casa— nunca debemos ser marcados por la pereza. Pablo exhorta a los creyentes en Colosas: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”, Colosenses 3.23. La diligencia y una demostración valiosa y una fuerte ética de trabajo en nuestras responsabilidades seculares son una demostración valiosa de nuestra devoción al Señor.

Conclusión

            Confrontar y combatir la pereza en nuestro propio corazón y estilo de vida no es fácil. Es mucho más fácil desviar la enseñanza a otros, o de inmediato advertirles más bien de los peligros de ser avaro, o de la codicia, o de llegar a ser “adictos al trabajo”. Estas tentaciones también son peligrosas y pecaminosas, pero no son el enfoque de este artículo.

            Que todos estemos dispuestos a examinar nuestro propio corazón y nuestra vida, evaluar honestamente la evidencia en el temor de Dios, y luego, con la ayuda de su Espíritu, estar resueltos a combatir este pecado de la pereza, cuando y como sea que se manifieste en nosotros. Hay una recompensa prometida para tal diligencia. En Colosenses, Pablo dice: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (3.23-24).


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