La Pereza
Al leer recientemente en Tito, me impresionó la descripción que usa Pablo de los cretenses, dada por uno de sus propios profetas. No solo los describió como mentirosos y malas bestias, sino como “glotones perezosos”, Tito 1.12 RV 2015, una descripción no tan halagüeña. Nadie apreciaría ser llamado ocioso; sin embargo, como ocurre con la mayoría de este tipo de pecado, a menudo existe la necesidad de una introspección seria para ver si hay evidencias de que este pecado se esté arraigando y llevando fruto.
El ciclo de trabajo y descanso está tejido en el diseño
divino de la vida humana. En Génesis 1 -2 leemos de la obra de Dios; “y acabó
Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la
obra que hizo”, Génesis 2.2. Luego “tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo
puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (2.15). El
trabajo era parte del diseño que Dios tenía para el hombre; es virtuoso y no es
parte de la caída. Lo que la caída sí trajo fue la adversidad en el trabajo:
“Espinos y cardos te producirá... con el sudor de tu rostro comerás el pan”
(3.18-19). Uno de los pecados que la caída produjo fue pecado es lo que ahora
llamamos la pereza.
La Biblia dice mucho sobre la
pereza. Proverbios, en particular, está lleno de instrucción en esta área: el
perezoso aborrece el trabajo (21.25), ama el sueño (26.14), ofrece pretextos
(26.13), desaprovecha el tiempo y las oportunidades (18.9), y tiene un futuro
sombrío (12.24, 20.4). El Nuevo Testamento nos enseña no solo que el hombre fue
creado para trabajar, sino que el hombre redimido ha sido regenerado para el
mismo propósito—para trabajar. Efesios 2.10 dice que “somos hechura suya,
creados en Cristo Jesús para buenas obras”, y luego, al exhortar a vestirnos
“de la nueva criatura, creada a imagen de Dios”, instruye a cada uno a “que se
esfuerce trabajando honradamente con sus propias manos” (4.24, 28 BLPH).
El propósito de este artículo, sin embargo, no es el de
intimidarlo a usted para que se someta, ni de acusarle de la pereza, dejándole
quebrantado y desanimado. Así no es la enseñanza de la Biblia en general sobre
este tema. Como con todos los pecados, el Espíritu de Dios nos da el poder para
vencer la pereza, y sugiero que enfoquemos nuestros esfuerzos en tres áreas
específicas, y que le pidamos al Señor que nos ayude a ser diligentes para El.
La
diligencia en nuestras mentes y corazones
La lucha contra la pereza se lleva a cabo principalmente
en nuestras mentes y corazones. Pedro enfatiza la necesidad de la disciplina
mental cuando exhorta a sus lectores a que tengan “la mente preparada para
actuar”, 1 Pedro 1.13 RV 2015. Daniel es un excelente ejemplo de esta
característica: “Propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la
comida del rey”, Daniel 1.8. Fue una decisión enfocada y disciplinada que
empezó en su corazón y mente, y subsecuentemente gobernó sus acciones. Bernabé
captó la misma enseñanza en Hechos 11.23 cuando exhortó a los creyentes en
Antioquía “a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor”. La
pereza mental y la falta de disciplina son de alto peligro, especialmente en
nuestra “era informática”. Estar ocupado y ser perezoso no son mutuamente
excluyentes. De hecho, es posible tener una mente tan abarrotada y una vida tan
dispersa que mis días se llenan de actividad y mis horas están atiborradas con
información, pero mi vida es improductiva. Se entrega las tareas quedan sin
terminarse, y el avance se desaprovecha. Hay un enorme peligro en estar
ocupado, pero desconcentrado y perezoso. Una de las mayordomías más valiosas es
la del tiempo, y la guerra contra la pereza empieza con una mente disciplinada,
viendo las alternativas, desechando opciones improductivas y canalizando
nuestro esfuerzo en cosas que realmente valen la pena. Efesios 5.15-16 nos ayuda:
“Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios,
aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos”.
Luchando
contra la pereza en esfuerzos espirituales
En segundo lugar, en la lucha implacable contra la pereza,
debemos enfocarnos en la búsqueda de cosas espirituales. Lamentablemente es
posible invertir nuestra energía, esfuerzo y disciplina en la búsqueda de
educación, metas laborales, logros atléticos, o aun metas personales en cuanto
a nuestro estilo de vida, pero tener una profunda carencia de estas mismas
características cuando se trata de metas espirituales. Pablo es un tremendo
modelo a imitar para combatir esta trampa concreta de la pereza espiritual. En
Filipenses 3 él nombra las marcas distintivas de una vida exitosa en su
cultura, y luego las desecha enfáticamente como si no fueran “nada” y expone su
filosofía para la vida cristiana al describirse a sí mismo: “extendiéndome a lo
que está delante” y prosiguiendo a “la meta” (3.13-14). En su última carta a su
hijo espiritual Timoteo, lo exhorta a hacer básicamente lo mismo cuando le
instruye: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que
no tiene de qué avergonzarse”, 2 Timoteo 2.15. ¿Y usted? ¿Su vida espiritual
está marcada por la diligencia, y se está extendiendo para proseguir hacia la
meta? ¿O sería más honesto confesar que, en el ámbito espiritual, lo más exacto
sería describirnos como desganados, reluctantes, o (aunque duela admitirlo)
perezosos?
La
responsabilidad secular
Finalmente, como creyentes siempre debemos esforzarnos al
máximo en ser diligentes en la esfera secular. Cualquiera que sea nuestro papel
—estudiante, empleado, dueño de un negocio, o ama de casa— nunca debemos ser
marcados por la pereza. Pablo exhorta a los creyentes en Colosas: “Y todo lo
que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”,
Colosenses 3.23. La diligencia y una demostración valiosa y una fuerte ética de
trabajo en nuestras responsabilidades seculares son una demostración valiosa de
nuestra devoción al Señor.
Conclusión
Confrontar y combatir la pereza en
nuestro propio corazón y estilo de vida no es fácil. Es mucho más fácil desviar
la enseñanza a otros, o de inmediato advertirles más bien de los peligros de
ser avaro, o de la codicia, o de llegar a ser “adictos al trabajo”. Estas
tentaciones también son peligrosas y pecaminosas, pero no son el enfoque de
este artículo.
Que todos estemos dispuestos a examinar nuestro propio
corazón y nuestra vida, evaluar honestamente la evidencia en el temor de Dios,
y luego, con la ayuda de su Espíritu, estar resueltos a combatir este pecado de
la pereza, cuando y como sea que se manifieste en nosotros. Hay una recompensa
prometida para tal diligencia. En Colosenses, Pablo dice: “Y todo lo que
hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo
que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor
servís” (3.23-24).
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