Nuestras Escenas Bíblicas no serían completas sin
incluir algo acerca de este adivino tan notorio. Al llegar los israelitas, en
sus jornadas por el desierto, al llano de Moab, el rey Balac fue espantado por
ser ellos tan numerosos. A causa de esto mandó mensajeros a llamar a un tal
Balaam, para que empleara cierta hechicería y así hacer venir alguna maldición
sobre ellos.
Partieron los oficiales de Moab a llamar a este falso
profeta, llevando consigo las dádivas de adivinación en su mano. Vinieron a
Balaam, quien pretendió buscar la voluntad de Dios. Durante la noche se la
apareció el Señor y le prohibió ir a maldecir a Israel, porque, decía el Señor:
“Es bendito”. Así no fue Balaam con ellos.
Regresando los
mensajeros, contaron todo a Balac, y él volvió a enviar personajes más nobles
que los primeros, ofreciéndole a Balaam honores sin límite, con tal que
pronunciara una maldición contra aquel pueblo. De nuevo rehusó, empero quiso
tentar al Señor con pedirle otra vez acerca del asunto. Y esta vez el Señor le
dijo que fuese, más le conjuró no decir sino lo permitido por él.
Es inútil pensar
en maldecir a los que el Señor ha bendecido. Muchas veces
hombres lo han intentado, pero las maldiciones sólo han
tornado sobre ellos mismos. Vemos cómo algunos entre el cura romano todavía se
llenan de furia cuando algún feligrés empieza a leer las Sagradas Escrituras, o
cuando va a escuchar hablar de la salvación por gracia, o cuando afirma su
derecho a examinar las cosas por sí. Recuerde, señor cura, que Dios ha dicho en
Apocalipsis 1.3: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de
esta profecía”. Usted no puede maldecir a los que Dios ha bendecido. No temas,
amigo lector, las amenazas de los que fulminan maldiciones contra los que
buscan la salvación de sus almas tan sólo en Cristo. Las tales maldiciones
serán nulas para ti. Sólo llevarán daño al alma de aquel que las pronuncie.
Pedro el apóstol
nos informa que Balaam amó el premio de la maldad, 2 Pedro 5.17, y Judas (no
Iscariote) escribe en su Epístola que algunos “se lanzaron en el error de
Balaam por recompensa”. Aunque Balaam protestó, diciendo que no haría el mal ni
por una casa llena de plata, sin embargo, la verdad es que se abstuvo de
maldecir a Israel solamente porque Dios no le dejó hacerlo. Él quiso ganarse el
premio ofrecido, y cuando no pudo pronunciar la maldición, buscó otra manera de
hacer la maldad.
Esta fue por tentar a los israelitas a mezclarse con los paganos. De esta
manera trajo sobre el pueblo de Dios el castigo divino, pero poco le importé a
Balaam con tal que pudiera cobrar su premio.
Según enseña el Espíritu Santo por el apóstol Pablo, el obispo, o anciano
cristiano, debe ser marido de una sola mujer, no amador del vino, no heridor,
no codicioso de torpes ganancias, ajeno de avaricia. Los falsos profetas son
conocidos generalmente por su avaricia. Venderían cualquier objeto, por sagrado
que fuese, por dinero, hasta aun rifan la imagen de la Madre de Jesús.
Balaam vendió su alma por dinero. Judas Iscariote hizo otro tanto. Ten
cuidado, amigo, que no hagas lo mismo. Si tienes más amor al dinero y otras
cosas materiales, que, a la salvación eterna de tu alma, tú también corres
peligro de perderte. Dijo el Señor Jesús: “¿Qué aprovechará al hombre si
granjeare todo el mundo y pierde su alma?” Marcos 8.36. Busca tu salvación en
Cristo, y no vende tu alma por las vanidades del mundo.
Dios te ama, y en prueba de ello envió a su Hijo. Cuando los hombres lo habían
crucificado en el Calvario, Dios cargó nuestros pecados sobre él y le abandonó
a sufrir la furia de su ira en paga de nuestras culpas, de tus culpas, si le
aceptas.
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