Aplicación actual
Hemos visto en el cuadro del leproso acepto
en la presencia de Dios, el aspecto que nos habló de nuestra entrada en las
moradas celestiales, en las glorias de la casa del Padre, Pero creemos que esta
maravillosa figura puede ofrecer una aplicación para el tiempo actual, y
encierra a la vez una lección importante.
En efecto, Dios nos considera desde ya como
resucitados de entre los muertos y sentados en lugares celestiales en Cristo
Jesús; así lo leemos en el capítulo 2 de la epístola a los Efesios: "Dios,
que es rico en misericordia, por su mucho amor con que nos amó, aun estando
nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo... y
juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar juntos en los lugares
celestiales en Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las
abundantes riquezas de su gracia..." (Efesios 2.4-5). Notadlo, esto no es
lo que Dios hará en los días futuros, es lo que ha hecho ya; ninguna necesidad
tenemos pues de esperar nuestra entrada en los atrios celestiales para gozar de
los bienes que nos ofrece este "octavo día". Si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas
nuevas... somos aceptos en el muy amado; es ahora que somos santos en El, sin
mancha, irreprensibles delante de Dios; es ahora que estamos sentados en los
lugares celestiales en Cristo. Pero no lo olvidemos, la presentación del
leproso purificado ante Dios no se cumplirá en toda su plenitud sino cuando
habremos franqueado los umbrales celestiales.
¡Cuán dulce y placentera es la casa
paterna!
La noche ya pasó, brilla el día eternal;
Muy lejos de esta tierra,
En Cristo el alma entera
Gustará del amor el solaz celestial.
Mientras tanto, nos es necesario entrar en
el santuario de la presencia de Dios para poder luego andar como cristianos en
este mundo. ¡Quién nos diera mayor fuerza para caminar de una manera digna de
las insignias sagradas que llevamos! Como lo hemos visto en el capítulo
anterior, somos marcados por la sangre del sacrificio por la culpa, esa sangre
ha expiado nuestros pecados, comprados por ella no somos ya nuestros; velemos
pues cuidadosamente para que nada que deshonre a Aquel que derramó esa sangre
que marca nuestra oreja, penetre por ella. Esta señal sin embargo, no implica
tan sólo un aspecto negativo, ella nos lleva a un lado positivo; todo lo que
representa el oído pueda ser de Cristo y de El sólo para siempre. Satanás había
hallado por el oído de Eva la puerta de entrada en el alma humana, y bien
sabemos cuántos estragos ha cometido allí... mientras que la oveja oye la voz
del buen Pastor, le presta oído atento, le conoce y le sigue. "Mirad lo
que oís" dijo el Señor en el principio de su ministerio (Marcos 4,24);
desde la gloria magnífica la voz de Dios el Padre declaró: "éste es mi
Hijo amado, a él oíd" (Lucas 9,35).
Esta mano mía que otrora se hallaba bajo
el poder de Satanás, rescatada por la misma sangre preciosa de Cristo, lleva el
anillo de la casa del Padre (Lucas 15,22), y está al servicio del que la
rescató: "todo lo que hacéis sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el
nombre del Señor Jesús" (Colosenses 3,17).
Mi pie que pisaba sendas carnales y de propia
voluntad, "que camino de paz no conocía", lleva ahora la marca de la
redención, se operó un cambio: "¡cuán hermosos son los pies de los que
anuncian la paz... calzados los pies con el apresto del Evangelio de paz"
(Romanos 3,17; 10,15; Efesios 6,15)
Recuerdo la visita que hizo un siervo de
Dios a una familia cristiana en la cual una amable joven se había convertido
hacía poco; pero sin haber cortado de raíz con el mundo y sus placeres para
andar sincera y decididamente para Cristo. Aprovechando un instante en que se
hallaban solos, ella preguntó:
— Señor P., ¿está mal bailar?
— Esto depende de lo que le pasó al pulgar de su
pie derecho, fue la contestación.
— ¿Qué quiere decir usted?, repuso la joven sorprendida.
El hermano leyó entonces los versículos
que nos ocupan en este momento, mostrando a su interlocutora, los derechos de
Cristo sobre aquellos que hacen profesión de estar al beneficio de su muerte.
Conmovida hasta el alma abandonó el baile, el mundo y gozosa se empeñó en la
senda estrecha en pos de su Señor. Jamás olvidó la lección aprendida con provecho.
Las señales que llevo en mi oído, en mi
mano y en mi pie testifican que yo no soy más mío: has sido comprado a precio,
me es dicho, glorifica pues a Dios en tu cuerpo (1. Corintios 6,19-20);
"no reine pues el pecado en vuestro cuerpo, ni tampoco presentéis
vuestros miembros por instrumentos de iniquidad, sino presentaos a Dios como
vivos de los muertos, y vuestros miembros como instrumentos de justicia"
(Romanos 6, 12,13). Al oír tales exhortaciones, preguntamos: ¿quién las puede
realizar? Cuanto mejor conoceremos nuestra incapacidad, tanto más ferviente
será nuestra contestación: "no que seamos competentes de nosotros mismos.
. . sino que nuestra competencia proviene de Dios" (2. Corintios 2,16;
3,5).
Lo que venimos diciendo recuerda la escena
cuando el sacerdote, después de haber esparcido el aceite siete veces delante
de Jehová, lo aplica sobre el leproso encima de la sangre del sacrificio por la
culpa; jamás nos aventuraremos en este mundo de perdición pensando permanecer
indemnes, teniendo solamente sobre nuestros miembros la sangre del "sacrificio
por la culpa"; gracias a Dios esta sangre está cubierta de aceite, es
decir del poder necesario del Espíritu Santo que nos guarda deshonrar la
preciosa sangre que lleva nuestro pie, y que nos conduce a lo largo del camino
aquí abajo para andar en santidad y amor, en pos de Cristo, como es digno de
Dios (Efesios 5,1). ¿Seremos suficientemente agradecidos a Dios por el aceite
aplicado sobre la sangre del sacrificio?
Hemos sido llevados ya a nuestro real sacerdocio,
es verdad que participamos del rechazo que sufrió nuestro Rey ausente, pero es
a nosotros que el Espíritu Santo se dirige: "sois un real sacerdocio. .
." (1. Pedro 2,9). No esperemos pues estar en la gloria para realizar nuestro
oficio sacerdotal, somos ya sacerdotes: "la hora viene, y ahora es cuando
los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad"
(Juan 4,23), los buscó y los halló. ¿Y quién hubiera creído que los encontraría
entre miserables "leprosos" ahora limpiados y acercados a El, hechos
sus hijos? Tal es la sorprendente verdad, sí, querido amigo cristiano, desde
ahora tú y yo tenemos el privilegio, el infinito privilegio de aportar nuestro
holocausto del cual no debemos separar la ofrenda de flor de harina; los
traemos con un corazón que desborda, ofreciéndolos a Aquel que lo ha hecho todo
por nosotros. "Así que teniendo libertad para entrar en el santuario por
la sangre de Jesucristo... lleguémonos con corazón verdadero" (Hebreos
10,19); y al penetrar allí, somos conducidos por el Espíritu "para
contemplar la hermosura de Jehová y para inquirir en su templo" (Salmo
27,4). Mas la perfección está delante cuando al llegar a las moradas eternas
exclamaremos enajenados con aquella reina de la antigüedad: "verdad es lo
que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; mas yo no creía hasta que
he venido y mis ojos han visto, que ni aun la mitad fue lo que se me
dijo..." (1. Reyes 10,6-7).
¡Mi
flaqueza, mi flaqueza!
(Isaías 24,16)
Cada vez que volvemos a leer esta
exquisita porción de la sagrada Palabra veremos brotar nuevos rayos de la
gloria divina, de tal modo que nunca podremos decir haber llegado al final de
su estudio.
Surge una pregunta: ¿hasta qué punto los
que se acercaron a Dios según las ordenanzas dadas a su antiguo pueblo
pudieron entrever en estas figuras los misterios escondidos en ella? Pero, ¿no
sería más acertado preguntarnos a nosotros, creyentes de la dispensación
actual, hasta qué punto las comprendemos, ya que el "velo" del
misterio que las cubría ha sido quitado para nosotros? (2. Corintios 3,12-13).
Esta pregunta nos lleva a la porción que concluye estas líneas: "mas si
fuere pobre, y no tuviere para tanto, entonces tomará un cordero para ser
ofrecido como ofrenda mecida por la culpa, para reconciliarse... y dos
tórtolas o dos palominos según pueda..." (vs. 21-23).
¡Cuántas veces hemos experimentado nuestra
pobreza espiritual! ¡Cuán deficiente es a menudo nuestra estimación del
sacrificio de Cristo! Pero, no es ésta la que más importa, sino la que Dios
hace de El. Ante todo, notemos que el "caso de pobreza" del que se
purifica, no permite reemplazar el sacrificio por la culpa por una víctima de
menos valor; mientras que el cordero para el holocausto podía serlo por dos
tórtolas. Estas dos aves significan que si mi apreciación de Cristo se eleva
sólo a la altura de lo que simbolizan, mi aceptación, sin embargo, y mi
propiciación ante Dios, no se hallan perjudicadas en lo más mínimo. Nadie que
se acercó a Dios por el precioso nombre de Jesús ha sido rechazado porque no
comprendía suficientemente el valor de ese nombre; nuestra fe puede ser débil,
nuestra apreciación de Jesús muy pobre, pero si nos acercamos en ese nombre,
Dios, que conoce su pleno valor y la eficacia de su sangre para limpiar
nuestros pecados, nos recibe en su plena perfección. Por real que sea el
sentimiento de nuestra insuficiencia, ésta no es un motivo para mantenernos
alejados de Dios; acerquémonos tal como somos en ese precioso nombre:
Al Señor Jesús loemos,
Lo que somos le debemos,
Cuanto por gracia tenemos
Sólo es nuestro en El.
Leyendo el párrafo comprendido entre los
versículos 21 a 32 que se refiere a la ofrenda "del que no tuviere para
tanto", descubrimos que el Espíritu de Dios se deleita en repetir con la
misma abundancia de detalles la maravillosa escena que acabamos de considerar:
¡ah! esa escena es muy digna de repetición. Dios no se cansa nunca de repetir
lo que en su gracia nos dijo de su muy-amado Hijo Jesús ni de contemplar la
perfección de su obra; pues no nos cansemos nosotros tampoco de meditarla. ¿Es
acaso fortuito que dos largos capítulos de la Biblia hayan sido consagrados por
el Espíritu Santo para tratar el asunto de la lepra y su purificación?
★★★
Desde los versículos 33 a 53 de nuestro capítulo,
el texto se ocupa de la lepra que se declara en una casa y el modo de
purificarla; esto no podía suceder sino al estar Israel en el país de Canaán,
ya que el desierto no les ofrecía sino tiendas. Por esta razón este pasaje ilustra
lo que podría suceder en la asamblea del pueblo de Dios en la actualidad, tal
como la iglesia de los Corintios nos ofrece el caso. Es uno de los más
solemnes temas que el Espíritu de Dios nos presenta, al cual todo verdadero
cristiano debe prestar la atención merecida.
Pero este tema y el pasaje que lo trata no
están en el marco de nuestras líneas; queremos sin embargo encomendar
encarecidamente su lectura a todo creyente que toma a pecho los intereses y el
bien del pueblo de Dios aquí en esta tierra.
★★★
Danos, Señor, mayor poder de tu Espíritu
para alcanzar la profundidad y la plenitud de tu Palabra, para descubrir en
ella nuevas bellezas... "Señor, abre mis ojos, y miraré las maravillas de
tu ley" (Salmo 119,18).
No hay comentarios:
Publicar un comentario