martes, 1 de octubre de 2013

Los Seis Milagros del calvario

LA MORTAJA DE JESUS ESTABA EN ORDEN
Simón Pedro... entró en el sepulcro, y vio los lienzos echados y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino envuelto en un lugar aparte. Entonces entró el otro dis­cípulo... y vio y creyó. —Juan 20:6-8
            EL QUINTO de los milagros del Calvario fue maravilloso orden en que se encontraban las cosas en el sepulcro del Jesús recién resuci­tado. El significado del versículo no es sola­mente para afirmar el hecho de la resurrección sino para presentarlo a la vista de todos. Y desde este punto de vista ocupa un lugar con los otros milagros del Calvario que atestiguan abiertamente el valor y la eficacia de su muer­te redentora.

¿POR QUE LOS OMITIO MATEO?
Es digno de atención que Mateo, cuyo relato de las señales del Calvario es completo, no se refiere a las circunstancias que ahora nos ocu­pan. Y la explicación de esta omisión es intere­sante. El rasgo que caracteriza el relato de Ma­teo es su orden consecutivo. Después de men­cionar las tinieblas—la señal de los sufrimien­tos de la cruz—habla de las señales de la vic­toria de la cruz, empleando como punto de partida el segundo de los clamores desde la cruz y limitando sus observaciones a los efec­tos causados por ese grito victorioso. Rasgó el velo del templo, y sacudió la tierra, y abrió los sepulcros. Al dar una explicación a la apertura de los sepulcros, Mateo declara que muchos cuerpos de los santos que dormían se levantaron, y salieron de los sepulcros, des­pués de la resurrección del Señor.
Evidentemente, en una declaración tan per­fectamente consecutiva, no queda lugar entre la apertura de los sepulcros y la resurrección de los santos para presentar una descripción del estado de cosas en la tumba abandonada.
Mateo menciona, es cierto, que la resurrec­ción del Señor es la precursora y la causa de la de los santos. Pero no armonizaba con sus arreglos el insertar una descripción del estado de la tumba, porque éste no se produjo debido a ese clamor de victoria que ya había sido pro­nunciado.
Después de mencionar los primeros cuatro milagros del Calvario, Mateo describe la resu­rrección de los santos, el sexto y último mila­gro, pero omite éste, el quinto.

UNA DESCRIPCION DE LA RESURRECCION
Mientras tanto, lo que Mateo omite lo pre­senta Juan. Mientras que Juan no se refiere a los otros milagros del Calvario, nos presenta lo que es casi una descripción de la resurrec­ción del Señor y nos permite considerarla en sus distintos aspectos.
El domingo por la mañana, muy temprano, María Magdalena les cuenta a Pedro y Juan que el cuerpo de Jesús, que había sido colocado en el sepulcro el viernes por la tarde, ya no está allí. También les da a entender que ella piensa que los enemigos se lo han llevado.
Inmediatamente los dos apóstoles se apre­suran al sepulcro. Juan corrió más presto que Pedro y llegó primero. "Y bajándose a mirar, vio los lienzos echados; mas no entró." Empero Pedro, "siguiéndole, entró en el sepulcro, y vio los lienzos echados, y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lien­zos, sino envuelto en un lugar aparte." En­tonces entró también Juan, "y vio y creyó."
Cuando Pedro y Juan entraron en el sepul­cro, no vieron el cuerpo de Jesús; pero vieron los lienzos. Y vieron que éstos estaban coloca­dos en orden—"los lienzos echados," y el su­dario para la cabeza "envuelto en un lugar aparte."

II
Que esto es una descripción de un estado de cosas maravilloso es evidente por el hecho de ser el centro y eje de toda una narración bíblica. El darnos a conocer el exacto arreglo de las prendas mencionadas lleva nueve versí­culos de este relato evangélico. Por este hecho su importancia es evidente.

LA IMPRESION DE JUAN
En efecto, podemos ver la impresión que esto produjo en la mente de Juan. "Vio y creyó"
¿Qué es lo que creyó? ¿Creyó el relato de María Magdalena cuando les dijo que el cuer­po no estaba allí? ¡Cuando vio que el cuerpo no estaba allí, no es necesario agregar que creyó que no estaba allí! Además, ¿qué tenía que ver el arreglo de los lienzos con el hecho de que vio que el cuerpo no estaba allí? Sin embargo fue ese orden en los lienzos lo que le llevó a creer.
¿Significa tal vez que él creyó lo manifes­tado por María, que dado que el cuerpo no estaba allí, los enemigos de Jesús lo habían robado? No; el orden y arreglo de los lien­zos lo negaban. Es inconcebible que si el cuer­po hubiera sido robado, el enemigo perdería tiempo en quitarle los lienzos y acomodarlos. ¿Y por qué hay esta diferencia entre Juan y Pedro en relación con su creencia? No sola­mente no se dice nada acerca de la creencia de Pedro, sino que según lo relata Lucas, cuando "vio solos los lienzos echados, se fue maravillándose de lo que había sucedido"; mientras que Juan "creyó" inmediatamente.

COMPARACION ENTRE JUAN Y PEDRO
¿Significa esto que Pedro vaciló cuando oyó la historia del robo, mientras que Juan fue víctima de su credulidad? ¿Era posible que Pedro fuera engañado más fácilmente que Juan? No; sólo puede haber un significado. Juan vio todos los lienzos en orden y creyó que Jesús había resucitado. Esto indicaba de tal modo una intervención divina que al ins­tante creyó en la resurrección del Señor, aun­que hasta ese momento, como lo expresa el versículo siguiente, no sabía las Escrituras que decían que era necesario que Jesús resucitase.
Un orden tal en los lienzos debe haber sido como un cuadro de la resurrección, y de esta manera procedamos a interpretar el versículo.

III
Vio "los lienzos echados," es decir, no tan solamente sobre el piso del sepulcro, sino que permanecieron tal como cuando el cuerpo ha­bía estado envuelto en ellos. Y el sudario "es­taba en un lugar aparte"—no confundido con los lienzos que habían envuelto al cuerpo, sino en el lugar que había ocupado la cabeza.
Estaba "envuelto," es decir, al haber sido quitada la cabeza del interior, había cedido y se había encogido. No había sido desdoblado ni desatadas sus ataduras, indicando que no había sido quitado de la cabeza sino que la cabeza había sido sacada de él. Allí los vemos —los lienzos y el sudario—ninguna ligadura desatada, no han sido molestados, su posición no ha variado, solamente que se han encogido.

LUCAS LO CORROBORA CON SU TESTIMONIO
Esto es lo que nos describen las palabras, y es necesario en vista del efecto que tuvo sobre Juan. Es lo que Lucas manifiesta en una sola frase; pues aunque no hace referencia al su­dario dice que "vio solos los lienzos echados."
¿Qué significa esta palabra "solos"? Evi­dentemente no estaba el cuerpo, sin embargo estaban colocados como cuando éste los ocu­paba. La idea es que sin cambiar de posición podían haber contenido el cuerpo y que esta­ban solos.

EL CUERPO NATURAL DISUELTO
El cuerpo natural se había disuelto en su envoltura y se había absorbido en el cuerpo espiritual; una transmutación que no podía ser atada y con una amplitud de vida que no podía permanecer ni asociarse con la muerte. Desa­pareció de entre los lienzos y siguió su camino a través de la piedra que servía de puerta al sepulcro (la que no había sido quitada toda­vía).
Brotando de la semilla muerta que estaba debajo de la tierra, de entre los nudos y en­voltorios sin tocarlos, ¡subió a través de la piedra que lo cubría esa gloriosa flor de la resurrección!
Tal es la figura de la resurrección que nos han legado los lienzos del resucitado Jesús, aunque no es una descripción de la resurrec­ción en sí. Es notable que, aunque la resurrec­ción es proclamada en toda la Escritura, el hecho en sí no es descrito. Ni aun se nos dice, "Luego resucitó y dejó la tumba," sino sola­mente, "Ha resucitado."
Este es un ejemplo del sentido de la medida de los escritores, casi tan maravilloso como el hecho en sí—una prueba interna de la veraci­dad de la historia, que exige para su explica­ción la inspiración de las Escrituras.

IV
Por lo tanto, no debe sorprendernos que al ver lo maravilloso de los hechos, la mente tan despierta de Juan los haya aceptado y creí­do. Era una maravilla demostrativa, una de­mostración milagrosa.
Si los amigos de Jesús le hubieran llevado, no le habrían desnudado; si los enemigos lo hubieran hecho, no habrían acomodado los lienzos. Verdaderamente ninguna mano hu­mana podría haber sacado el cuerpo de las ropas sin dejar rastro de desarreglo en los lienzos y sudario.

LA PRESENCIA DE DIOS
Dios había estado allí. Esos recuerdos silen­ciosos, esas ropas arrugadas tan bien arregla­das como si por el poder de sus pliegues tan ordenados todavía se aferraran al cuerpo que había desaparecido—tal condición era un testimonio de la presencia y poder de Dios, como lo son las playas secas de una laguna cuyas aguas se han evaporado e ido a formar parte de las nubes del cielo. Solamente que en este caso el poder de Dios se hallaba milagrosa­mente presente.

UNA DEMOSTRACION PERFECTA
¡Y cuán perfecta era en todos sus aspectos la demostración!
Primeramente Juan conocía personalmente que Jesús había muerto en verdad y había sido sepultado. Y ahora recuerda el hecho al ver los lienzos que habían cubierto su cuerpo.
En segundo lugar, tenía la confirmación por sus propios ojos que el cuerpo no estaba en la tumba al tercer día, pues vio los lien­zos solos.
En tercer término, podía notar que el cuer­po no había sido sacado por medios humanos, debido al perfecto orden en que se hallaban las vestimentas.
Toda esta demostración progresiva y con­secutiva fue captada por los ojos de Juan en el breve instante en que miró dentro de la tumba.

EL ARGUMENTO HISTORICO
Ahora notemos un hecho sobresaliente. El argumento histórico de la resurrección del Señor concuerda perfectamente con el argu­mento que se presentó a la vista de Juan en ese instante.
¿Cuál es el argumento histórico? Primero, que Jesús había muerto y fue sepultado; en esto estaban de acuerdo los judíos, los romanos y los discípulos. En segundo lugar, que a la tercera mañana su cuerpo ya no estaba en el sepulcro: en esto también todos estaban con­cordes. En tercer término, era evidente que no fue llevado por los discípulos, ante la imposi­bilidad de que ellos pudieran vencer y sobre ­ponerse a la guardia romana. Estos son los tres puntos.
Existen otros argumentos confirmatorios, tales como la aparición personal de Jesús y el poder moral de la verdad de su resurrección desplegado en los corazones y vidas de los cristianos. En la época de su resurrección, sin embargo, estos argumentos eran futuros, y no podrían haber tenido entonces ningún efecto sobre los incrédulos. Pero los tres puntos mencionados anteriormente eran manifiestos aun entonces a todo pensador, y siempre han sido los argumentos históricos fundamentales. Contienen una demostración en sí mismos co­mo escasamente se puede hallar en otro hecho histórico.

EL MODELO DIVINO DE UN ARGUMENTO
Ahora estos tres puntos son idénticos a aque­llos que satisficieron la contemplación de Juan. Estos le fueron presentados a él dentro del sepulcro, mientras que a nosotros nos son pre­sentados fuera de él.
Y así esa escena del sepulcro fue el modelo de Dios para el argumento de la resurrección del Salvador. Y cuando vemos que los puntos del argumento afuera del sepulcro concuerdan con el modelo divino dentro del mismo, somos impresionados con esta prueba espe­cífica de la omnipotencia divina, y en esta doble demostración triunfamos en nuestro Cristo vivo.

V
Pero ahora echemos una mirada a otras en­señanzas que podemos sacar de esta escena maravillosa.
            En primer lugar, en seguida nos damos cuenta que fue una señal del Calvario. ¿Qué otra muerte en todo el curso de la historia tu­vo un acompañamiento semejante? ¿No dijo El que había venido "a dar su vida en rescate por los pecadores"? Por la señal de esas mor­tajas expresando su resurrección de entre los muertos, el sacrificio de su vida llego a ser un rescate efectivo.
¿No dijo El que "derramaría su sangre para la remisión de pecados"? Por la prueba de estas mortajas, el derramamiento de su sangre aseguró la remisión de pecados. ¿Vino a ser hecho maldición por nosotros? Por la señal de estas mortajas, la maldición del abandono que se proyectó en las tinieblas del cielo al mediodía quitó la maldición de todos los suyos.
¿Vino a librarnos de toda impotencia e introducirnos a la perfecta bendición de la resurrección? Por la señal de estas mortajas El fue el primer caso de una liberación absolu­ta del pecado y la muerte, y la muestra y pre­cursor del hombre resucitado.
Y así, para todos los suyos, esa muerte del Calvario fue la destrucción de la muerte; porque debido a que su muerte fue de veras efi­caz, El resucitó.

EL CUERPO NATURAL Y EL CUERPO ESPIRITUAL
            En segundo lugar, el cuerpo duejado en el sepulcro fue el fundamento de su cuerpo de resurrección. La desaparición de ese cuerpo se presenta acá como identificada con su resu­rrección. Su cuerpo no estaba allí, e inmedia­tamente Juan creyó que había resucitado. Mientras que el cuerpo desapareció, las ropas quedaron allí, identificando así su cuerpo se­pultado como aquel que proporcionó el cuer­po resucitado.
Por lo tanto no es cierto, como algunos manifiestan, que los cuerpos de resurrección de los santos son eliminados de sus cuerpos mortales en el momento de su muerte. La re­surrección de Cristo es, como lo manifiestan las Escrituras, el modelo de la nuestra. El cuerpo espiritual e incorruptible saldrá del cuerpo natural y corruptible, pero para todos los santos vivos o muertos esto se llevara a cabo en una fecha futura.
Y dado que nuestros cuerpos serán idénticos al cuerpo resucitado de Cristo, luego a pesar de que las partículas de nuestro cuerpo sean dis­persadas, por la señal de esas mortajas la mis­teriosa" identidad de nuestros cuerpos es de­clarada como imperecedera, única e indivisible.

LA NATURALEZA DEL CUERPO RESUCITADO
Sin embargo, esto no implica que las mis­mas partículas, consideradas numéricamente, reaparecerán en el cuerpo resucitado, como tampoco la semilla sembrada, según la ilustra­ción del apóstol Pablo, se reproduce en las mis­mas partículas numéricas en la planta que ha brotado de ellas. Sin embargo, la semilla sem­brada es la base y fuente de la planta; su misma identidad pasa a la planta, y de su propia feal­dad y corrupción brotan el maravilloso tallo, las hojas, flores y frutos.
En tercer lugar, el cuerpo de resurrección, aunque es un cuerpo verdadero, no es un cuerpo según la carne sino según el espíritu. Es un verdadero cuerpo material pero según el espíritu. Esto significa, que en sí no es con­vertido en espíritu, sino que es hecho, afina­do, capacitado, y perfectamente adaptado, en todo sentido, para ser un compañero del espí­ritu humano.

LA RESURRECCION DE JESUS COMPARADA CON LA DE LAZARO
Esta verdad es ilustrada por la desaparición del cuerpo de Jesús de esos envoltorios del se­pulcro. Jesús dejó sus envoltorios en el sepulcro, pero Lázaro salió "atadas las manos y los pies con vendas; y su rostro envuelto en un suda­rio." Notemos ahora la diferencia. Lázaro vol­vió a la vida anterior; no así Jesús. El prime­ro volvió a un cuerpo según la carne, con las mismas enfermedades y limitaciones de antes; con el segundo no fue así. El primero murió otra vez, y aun ahora espera "una mejor resu­rrección"; el segundo no muere más. ¡Qué re­liquias históricas, entonces, son aquellas mor­tajas en el sepulcro del Señor!
Bien sabemos que el Señor tenía las mismas flaquezas de la carne (aunque sin pecado) antes de morir y resucitar, pero después de esto no las tuvo ya más. Anteriormente fue un caminante agotado por el cansancio. Después que hubo resucitado y mientras hablaba con los dos discípulos en Emmaús, cuando sus ojos fueron abiertos para que le reconocieran, desa­pareció de los ojos de ellos, precisamente de la misma manera en que se había escapado, sin soltarlas, de las ataduras de la tumba.
Por lo tanto, una verdadera resurrección es muy distinta de un mero revivir. Lázaro, aunque en un sentido había resucitado de entre los muertos, sin embargo era un mortal entre los mortales.
El verdadero cuerpo de resurrección, aun­que es verdaderamente un cuerpo, es un cuer­po no según la carne, sino según el espíritu. Cuando Jesucristo dejó tras sí sus mortajas, simbolizaba que se había deshecho de su carne como tal, es decir, de la debilidad y densidad obstructiva que caracterizan la carne tal como nace en este mundo. Y cuando dejó tras sí las mortajas al vaciarlas y abandonarlas, de­mostró que había llegado a la condición de cuerpo espiritual. Esta es una condición inde­pendiente de las leyes de la materia, y tiene poder de movilidad, tal como el viento, que cuando sopla no se sabe de dónde viene ni a dónde va. Esta es la condición del cuerpo in­corruptible, veloz como la luz, incansable, grandioso, glorioso.

LA GLORIA DE CRISTO, LA GLORIA DEL CREYENTE
Y así la resurrección de Jesucristo era la perfección, la consumación de su encarnación. El entonces se hizo hombre, y permanece co­mo tal para siempre—no en la "semejanza de carne de pecado" en la cual anduvo en su con­dición humana, sino en una humanidad re­novada y en "la virtud de vida indisoluble." De consiguiente, los que son de Cristo tendrán la misma condición corporal y la misma gloria invariable, pues El es la cabeza y ellos los miem­bros. Aun ahora su vida está escondida con Cristo en Dios y su vivienda está en los cielos, de donde también, como dice el apóstol, espe­ran al Salvador, quien transformará el cuerpo de su bajeza, para ser semejante al cuerpo de su gloria.
¡Oh grata esperanza, en la cual se deleita el creyente en Cristo!

EL ORGULLO FALSO DE LOS HOMBRES
Y ahora, comparados con esta bendita es­peranza, ¡cuán falsos son el orgullo y la su­ficiencia de los hombres! Hablan de progreso y mejoras, de adelantos individuales y sociales. Desde el punto de vista terreno, esto no debe ser despreciado, aunque es solamente un cam­bio de lugar sobre un mismo nivel. Nunca se llega a sobreponerse a los males y debilidades de esta vida mortal y por lo tanto nunca hay un progreso radical y satisfactorio. Nuestro perfeccionamiento sólo se halla en Cristo. Y no será hasta la manifestación de esa gran ciu­dad de Dios, con cuya visión grandiosa ter­mina el libro de Dios, que los anhelos de per­fección del hombre serán realizados.

¡Qué ciudad! ¡Qué gloria!
Supera la más bella historia
De las antiguas edades;
¡Ah, es el cielo al fin!

Cristo mismo, el esplendor viviente,
Cristo la luz, suave y tierna;
Loas al Cordero rendimos;

¡Ah, es el cielo al fin!

No hay comentarios:

Publicar un comentario