domingo, 1 de diciembre de 2013

SOBRE TODA COSA GUARDADA, GUARDA TU CORAZÓN

Si algún consejo necesitamos todos en estos días, es éste de Salomón (Prov. 4:23). Pero en un sentido digo mal, por­que este consejo, creo yo, no es propia­mente de Salomón, sino de Dios. Dios le dijo antes estas palabras a Salomón, y él las dejó registradas en sus Proverbios dada la sabiduría del consejo.
Creo todavía más, que este consejo no fue un consejo personal a Salomón, sino que es el consejo universal de Dios a todos los hombres, en todos los tiem­pos y lugares. Creo que primero le fue dado a Adam, después a Eva, a Abel y Caín, a Abraham, a Moisés, a Saúl, a David, a Jonás. Unos lo siguieron, otros lo despreciaron. El que lo despreció, acarreó su ruina, como Caín, como Jo­nás, como Achab y Jezabel.
Debemos notar claramente que es­te consejo no dice: "Por sobre toda co­sa guardada guarda tu dinero, o tus jo­yas, o tu salud, o tu familia, o tu nego­cio, o tu honra", sino bien específica­mente dice: "guarda tu corazón", o sea, tu alma, pues es al alma que se hace fi­guradamente referencia cuando se usa en la Biblia la palabra corazón.
¡Cuán sabio y necesario es este con­sejo! ¡Cuánta gente hay que a todo presta atención, todo lo cuida, menos su alma!
Pero, ¿qué es el alma? ¿Qué es esto que tanto debemos cuidar? Pasando por alto la "falsa ciencia" y la "vana filo­sofía", para no enredarnos en terminolo­gías abstrusas que a nada conducen, di­remos que el alma es una creación divina de orden espiritual puesta en el hombre como centro de su vida moral y afectiva. Pero, como todo lo creado por Dios, es un compuesto. Así, diremos que el alma es: 1) energía, movimiento, actividad; 2) es emociones, sentimientos, o sea que en ella se originan; 3) es, por lo mismo, la fuente de los pensamientos y las ac­ciones humanas.
Cuando se nos dice, entonces: "Por sobre toda cosa guardada guarda tu al­ma", se nos está, en verdad, diciendo: "Por sobre toda cosa que debes guar­dar, guarda tus energías (las fuerzas vitales que de tu ser); tus movimientos, tu ac­tividad (lo que haces, dónde vas); tus emociones y sentimientos (lo que sientes por las cosas o personas que te rodean, tus actitudes y manifestaciones hacia ellas); tus pensamientos; y, finalmente, tus acciones.
¿Y por qué debemos guardar tan celosamente nuestra alma? En primer lugar, porque el alma —lo mismo que el cuerpo— se puede debilitar. En se­gundo lugar, porque el alma —lo mismo que un cuerpo debilitado— se puede en­fermar. En tercer lugar, porque el alma se puede corromper, como lo podemos comprobar con los hombres de perver­sos sentimientos a los que degeneran en el vicio. En cuarto lugar, porque el al­ma será castigada si no es cuidada: "el alma que pecare ésa morirá". En quinto lugar, porque, por otro lado, como dice el proverbio, "de ella emana la vida"; porque en ella radican todas las posibi­lidades de bien y felicidad; porque de ella misma depende la salvación del hombre.
Entonces, amigo, cuida tu alma. Cuídala amorosa y vigilantemente; de día como de noche; cuando estés solo como en medio de las gentes. Cuídala mucho en estos tiempos tan peligrosos, tan llenos de tentaciones, seducciones y engaños.
Cuídala, sí, cuídala mucho, para que no te conviertas en un criminal como Caín; en un necio que pierde su bendi­ción como Esaú; para que no padezcas temor y humillación como los hermanos de José; para que no te tornes desobe­diente como Saúl; para no caer en adul­terio como David; para que no te domi­ne la soberbia como a Nabucodonosor; para que no te des al vicio y al placer como Belsasar; para que no seas men­tiroso y ladrón como Ananías y Safira; ni amador del mundo como Demás; ni perverso como Alejandro el calderero; ni buscador de vanidades y preeminen­cias como Diótrefes; ni blasfemador co­mo Himeneo.
Cuídala, te digo otra vez, para que no vayas a parar a un manicomio, o a la cárcel, o prematuramente al cemen­terio. Para que no te conviertas en la vergüenza de los tuyos, y en la comidi­lla de tus vecinos. Cuídala, para que más tarde no tengas que lamentar nada, lle­no de desprecio y reproches para ti mis­mo, y no tenga que llegar el momento en que maldigas el día en que naciste.
Pero, yo te digo aún más: Cuídala para que llegues a ser un santo como Abraham, un valiente como Gedeón, un profeta de Dios como Isaías, un fiel tes­tigo como Pablo, un joven puro y enten­dido como Tito y Timoteo, un visiona­rio de las glorias eternas como el após­tol Juan. Cuídala, en fin, para que vivas recta y bellamente en este mundo, y he­redes el Reino en la Eternidad.
Sendas de Luz, Febrero-Marzo 1976

No hay comentarios:

Publicar un comentario