Consideramos como
una buena señal ver jóvenes reservados, sin demasiada confianza en sí mismos.
Es siempre una buena cosa para todos, y más especialmente para los jóvenes, ser
“prontos para oír, tardos para hablar” (Santiago 1:19). Es natural que un joven
se sienta libre de dirigirse a algunas personas en un pequeño grupo, pero que
sienta dificultad para tomar la palabra en una iglesia delante de cristianos
llenos de experiencia y conocimiento. Nos gozamos cada vez que se manifiesta un
don espiritual, ya sea de evangelista, de maestro o de pastor. Pero siempre
hemos visto que una persona realmente espiritual no se precipita jamás para
hacerse ver. Consideremos a Moisés. Le fueron necesarios ochenta años para prepararse
para el ministerio, y a pesar de ello, ¡cuán lento fue para comenzar! Veamos a
Jeremías, a todos los siervos verdaderamente eficaces de Cristo y al mismo
Maestro que, aunque no necesitaba ninguna preparación, se guardó treinta años
aparte, para darnos el ejemplo, antes de mostrarse en público para cumplir su
obra. Estemos bien seguros de que esta preparación secreta, bajo la mano de
Dios mismo, es necesaria para ser aptos para el ministerio público. Si
continuamos sin pasar por esa preparación, corremos el peligro de fracasar e
incluso de naufragar.
Creced 2004 - N° 2
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