“Cuando Efraín hablaba, hubo
temor; fue exaltado en Israel; mas pecó en Baal, y murió” (Oseas 13:1).
Hay una tremenda
energía y autoridad en las palabras del justo. Cuando habla, tiene impacto en
las vidas de los demás. Sus palabras tienen peso. Los hombres le ven como uno
que merece respeto y obediencia.
Más si este mismo
hombre cae en pecado, pierde toda esa influencia positiva sobre los demás. El
tono autoritario con el que hablaba se disipa. La gente ya no va a él en busca
de consejo. Si intenta darlo, le miran con desilusión y le dicen: “Médico,
sánate a ti mismo” o “Saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás
claro para sacar la paja del mío”. Sus labios están sellados.
Esto enfatiza la
importancia de mantener un testimonio consistente hasta el fin. Es importante
empezar bien, pero no basta con esto. Si bajamos la guardia en el tramo final,
la gloria del principio se oscurecerá en las sombras del deshonor.
“Cuando Efraín hablaba hubo temor”. Williams
comenta: “Cuando Efraín caminaba con Dios, como en los días de Josué, hablaba
con autoridad y el pueblo temía. Fue así como aseguró su posición de dignidad y
poder. Pero se volvió a la idolatría y murió espiritualmente... El cristiano
tiene poder moral y dignidad siempre y cuando su corazón sea gobernado por
completo por Cristo y esté libre de idolatría”.
Gedeón es otro caso
en cuestión. El Señor estaba con este hombre valiente y poderoso. Con un
ejército de 300 hombres derrotó a 135.000 fuertes madianitas. Cuando los hombres
de Israel quisieron hacerle rey, sabiamente se negó porque sabía que Jehová era
el Rey legítimo.
Más habiendo ganado
importantes victorias y resistido grandes tentaciones, cayó en lo que podríamos
considerar como un asunto de poca importancia. Pidió a sus soldados que le
dieran los pendientes de oro que habían tomado como botín de los ismaelitas.
Con éstos hizo un efod, el cual se convirtió en un ídolo para el pueblo de
Israel y un lazo para él y su familia.
Ciertamente sabemos que cuando fallamos podemos ir a Dios confesando el
pecado y encontrar perdón. Sabemos que puede restaurar los años que la langosta
comió, es decir, puede capacitarnos para compensar el tiempo perdido. Pero
nadie puede negar que es mejor evitar una caída que recobrarnos de ella; es
mejor no hacer pedazos nuestro testimonio, que intentar pegar de nuevo las
piezas rotas. El padre de Andrés Bonar acostumbraba decirle: “¡Andrés, ora para
que ambos podamos resistir hasta el fin!” ¡Así que oremos para que podamos
terminar nuestra carrera con gozo!
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