domingo, 1 de junio de 2014

¿COMO DEBEMOS OBSERVAR EL DOMINGO?

No es suficiente que hayamos es­tablecido que el cristiano no tiene obli­gación de guardar el séptimo día de la semana; y tampoco es suficiente que sepamos que el domingo es él día ca­racterístico del cristianismo. Al evitar el error del sistema legalista de los ad­ventistas, debemos cuidar de caer en el error contrario del antinomianismo, indiferentes a la voluntad del Señor. De las Escrituras hemos aprendido ya que aunque no estamos bajo la ley, tampoco estamos sin ley, y no debemos abusar de nuestra libertad. “Porque vosotros, hermanos, a libertad ha­béis sido llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión a la carne” (Gálatas 5:13). “(Como libres, y no como teniendo la libertad por co­bertura de malicia, sino como siervos de Dios.” (1 Pedro 2:16).
El nombre domingo, o día del Se­ñor, es una indicación suficiente del carácter sagrado del primer día de la semana, y debemos observarlo como tal. El Nuevo Testamento no impone restricciones como las de la ley sabáti­ca, pero el cristianismo sincero se im­pondrá voluntariamente muchas res­tricciones, para honrar ese día que él Señor llama suyo. Observará las nor­mas y principios providenciales de la ley y les dará una aplicación más es­piritual, conforme al ejemplo del Se­ñor en Mateo 5, y de los apóstoles en sus epístolas (1 Corintios 9:9, 10, etc.). En nada debe mostrarse el cristiano infe­rior al judío, sino más espiritual y más devoto.
La ley decía: “Seis días trabaja­rás” y la obligación de trabajar no es menos costosa a un cristiano. Pero esta obligación se limitaba a seis días, y el principio providencial de un día de descanso en cada semana existe tanto para el cristiano como para el judío. No hay diferencia en su constitución física, y si trabaja con diligencia du­rante seis días, necesitará el descanso dominical. Su alma también necesita tiempo para recogimiento y refrigerio espiritual, y la observancia del domingo como “día del Señor” implica necesa­riamente la cesación de los trabajos se­culares en ese día. Debemos estar muy agradecidos a la Divina Providencia por las leyes civiles que favorecen la observancia del día de descanso, pero es de temer que muchos cristianos no aprecian debidamente este privilegio. Hasta se ha sabido de algunos que, a despecho de las leyes, han abierto sus negocios en el día domingo, dando así un testimonio pésimo, que los inconversos no han dejado de comentar Re­comendamos a los tales que lean con cuidado los primeros cinco versículos de Romanos 13.
En la ley del sábado también ve­mos cómo Dios hacía al israelita res­ponsable de ver que tuviesen su des­canso semanal no sólo sus hijos y la servidumbre de su casa, sino hasta los mismos animales (Ex. 20:10). ¿Y se­rá el cristiano menos considerado? An­tes bien, debe mostrarse más benigno e interesarse no sólo en el bienestar temporal sino espiritual de aquellos que dependen de él. Si es patrón, de­be eximir a sus empleados o sirvientes de la obligación de trabajar en el día del Señor, hasta donde sea posible, y si éstos son creyentes, debe darles fa­cilidades para asistir a los cultos, sa­biendo que los derechos de Dios son superiores a los de cualquier amo te­rrenal, y que en la iglesia se borran las distinciones entre siervos y libres. El culto de unos y de otros tiene el mismo valor, y ambas clases necesitan la ayuda espiritual del ministerio de la Palabra y de la comunión con los santos.
El obrero cristiano, si es concien­zudo, no trabajará voluntariamente en el día domingo, aun cuando se le pague doble sueldo. Tampoco hará trabajos adicionales en casa “para ganar un po­co más”, puesto que tendría que robar tiempo del día del Señor para hacerlo. Conviene recordar que “hay quienes se hacen ricos, y no tienen nada; y hay quienes se hacen pobres, y tienen mu­chas riquezas” (Proverbios 13:7). Debemos buscar la prosperidad que de Dios vie­ne, pues él ha dicho: “Yo honraré a los que me honran” (1 Samuel 2: 30).
Por más que sea conveniente o có­modo visitar el mercado en la mañana del domingo, la dueña de casa preferi­rá hacer sus compras el día anterior, y procurará dejar el trabajo domésti­co adelantado lo más posible, imitando así el ejemplo de los israelitas cuan­do Dios les daba el maná para dos días para que no tuviesen necesidad de re­coger o prepararlo en el sábado (Ex. 16:5, 22).
El cristiano leal ocupará el día del Señor para las cosas del Señor. Diré con el salmista: “Este es el día que hi­zo Jehová: nos gozaremos y alegrare­mos en “él” (Salmo 113:24). Dedicará sus horas al culto y servicio del Señor ex­clusivamente. No dejará de reunirse con la iglesia, cuantas veces haya cul­tos (Hebreos 10:25), y su deleite especial será la oportunidad de celebrar con sus hermanos la Cena del Señor, confor­me al ejemplo apostólico (Hechos 20:7). Para hacer esto dignamente, se exami­nará de antemano, y procurará estar “en el Espíritu en el día dominical” (Apocalipsis, 1:10). Meditará en la Palabra de Dios, en lugar de leer el diario o es­cuchar la radio, y si tiene hijos, se in­teresará en su educación espiritual. No hará viajes inútiles, ni saldrá simple­mente “a pasear”, pero irá tal vez una buena distancia, como Jesús, para consolar corazones tristes (Lucas 24:13- 15), o para anunciar las buenas nuevas (Mateo 28:10).
En fin, los privilegios del cristia­no son tantos y tan variados, que el día ha de parecer demasiado corto al que quiera hacer la voluntad del Señor, y no la suya propia. Del sábado fue es­crito: “Si retrajeres del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y al sábado llamarse delicias, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no haciendo tus caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus palabras: en­tonces te deleitarás en Jehová” (Isa. 58:13); y el cristiano no debe hacer me­nos en el día del Señor Observándo­lo debidamente, encontrará incalcula­ble beneficio para espíritu, alma y cuerpo. Dará también un testimonio a los inconversos que confirmará eficaz mente el testimonio de sus labios. Se necesita este testimonio, más que nunca, en estos días, cuando los hombres son “amadores de los placeres más que de Dios”.
Es un hecho innegable que en los países donde se ha observado seriamen­te el día del Señor, esta práctica ha si­do un factor importante para el robus­tecimiento de la vida espiritual de los pueblos, como también para la prospe­ridad material. ¿Y quien dirá que el Se­ñor Jesús no merece que un día en sie­te sea dedicado exclusivamente a su servicio?
Senda de Luz, Febrero-Marzo 1979

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