No es
suficiente que hayamos establecido que el cristiano no tiene obligación de
guardar el séptimo día de la semana; y tampoco es suficiente que sepamos que el
domingo es él día característico del cristianismo. Al evitar el error del
sistema legalista de los adventistas, debemos cuidar de caer en el error
contrario del antinomianismo, indiferentes a la voluntad del Señor. De las
Escrituras hemos aprendido ya que aunque no estamos bajo la ley, tampoco
estamos sin ley, y no debemos abusar de nuestra libertad. “Porque vosotros,
hermanos, a libertad habéis sido llamados; solamente que no uséis la libertad
como ocasión a la carne” (Gálatas 5:13). “(Como libres, y no como teniendo la
libertad por cobertura de malicia, sino como siervos de Dios.” (1 Pedro 2:16).
El nombre
domingo, o día del Señor, es una indicación suficiente del carácter sagrado
del primer día de la semana, y debemos observarlo como tal. El Nuevo Testamento
no impone restricciones como las de la ley sabática, pero el cristianismo
sincero se impondrá voluntariamente muchas restricciones, para honrar ese día
que él Señor llama suyo. Observará las normas y principios providenciales de
la ley y les dará una aplicación más espiritual, conforme al ejemplo del Señor
en Mateo 5, y de los apóstoles en sus epístolas (1 Corintios 9:9, 10, etc.). En
nada debe mostrarse el cristiano inferior al judío, sino más espiritual y más
devoto.
La ley
decía: “Seis días trabajarás” y la obligación de trabajar no es menos costosa
a un cristiano. Pero esta obligación se limitaba a seis días, y el principio providencial
de un día de descanso en cada semana existe tanto para el cristiano como para
el judío. No hay diferencia en su constitución física, y si trabaja con
diligencia durante seis días, necesitará el descanso dominical. Su alma
también necesita tiempo para recogimiento y refrigerio espiritual, y la
observancia del domingo como “día del Señor” implica necesariamente la
cesación de los trabajos seculares en ese día. Debemos estar muy agradecidos a
la Divina Providencia por las leyes civiles que favorecen la observancia del
día de descanso, pero es de temer que muchos cristianos no aprecian debidamente
este privilegio. Hasta se ha sabido de algunos que, a despecho de las leyes,
han abierto sus negocios en el día domingo, dando así un testimonio pésimo, que
los inconversos no han dejado de comentar Recomendamos a los tales que lean
con cuidado los primeros cinco versículos de Romanos 13.
En la ley
del sábado también vemos cómo Dios hacía al israelita responsable de ver que
tuviesen su descanso semanal no sólo sus hijos y la servidumbre de su casa,
sino hasta los mismos animales (Ex. 20:10). ¿Y será el cristiano menos
considerado? Antes bien, debe mostrarse más benigno e interesarse no sólo en
el bienestar temporal sino espiritual de aquellos que dependen de él. Si es
patrón, debe eximir a sus empleados o sirvientes de la obligación de trabajar
en el día del Señor, hasta donde sea posible, y si éstos son creyentes, debe
darles facilidades para asistir a los cultos, sabiendo que los derechos de
Dios son superiores a los de cualquier amo terrenal, y que en la iglesia se
borran las distinciones entre siervos y libres. El culto de unos y de otros
tiene el mismo valor, y ambas clases necesitan la ayuda espiritual del ministerio
de la Palabra y de la comunión con los santos.
El obrero
cristiano, si es concienzudo, no trabajará voluntariamente en el día domingo,
aun cuando se le pague doble sueldo. Tampoco hará trabajos adicionales en casa
“para ganar un poco más”, puesto que tendría que robar tiempo del día del
Señor para hacerlo. Conviene recordar que “hay quienes se hacen ricos, y no
tienen nada; y hay quienes se hacen pobres, y tienen muchas riquezas” (Proverbios
13:7). Debemos buscar la prosperidad que de Dios viene, pues él ha dicho: “Yo
honraré a los que me honran” (1 Samuel 2: 30).
Por más
que sea conveniente o cómodo visitar el mercado en la mañana del domingo, la
dueña de casa preferirá hacer sus compras el día anterior, y procurará dejar
el trabajo doméstico adelantado lo más posible, imitando así el ejemplo de los
israelitas cuando Dios les daba el maná para dos días para que no tuviesen
necesidad de recoger o prepararlo en el sábado (Ex. 16:5, 22).
El
cristiano leal ocupará el día del Señor para las cosas del Señor. Diré con el
salmista: “Este es el día que hizo Jehová: nos gozaremos y alegraremos en
“él” (Salmo 113:24). Dedicará sus horas al culto y servicio del Señor exclusivamente.
No dejará de reunirse con la iglesia, cuantas veces haya cultos (Hebreos
10:25), y su deleite especial será la oportunidad de celebrar con sus hermanos
la Cena del Señor, conforme al ejemplo apostólico (Hechos 20:7). Para hacer
esto dignamente, se examinará de antemano, y procurará estar “en el Espíritu
en el día dominical” (Apocalipsis, 1:10). Meditará en la Palabra de Dios, en
lugar de leer el diario o escuchar la radio, y si tiene hijos, se interesará
en su educación espiritual. No hará viajes inútiles, ni saldrá simplemente “a
pasear”, pero irá tal vez una buena distancia, como Jesús, para consolar
corazones tristes (Lucas 24:13- 15), o para anunciar las buenas nuevas (Mateo
28:10).
En fin,
los privilegios del cristiano son tantos y tan variados, que el día ha de parecer
demasiado corto al que quiera hacer la voluntad del Señor, y no la suya propia.
Del sábado fue escrito: “Si retrajeres del sábado tu pie, de hacer tu voluntad
en mi día santo, y al sábado llamarse delicias, santo, glorioso de Jehová; y lo
venerares, no haciendo tus caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus
palabras: entonces te deleitarás en Jehová” (Isa. 58:13); y el cristiano no
debe hacer menos en el día del Señor Observándolo debidamente, encontrará
incalculable beneficio para espíritu, alma y cuerpo. Dará también un
testimonio a los inconversos que confirmará eficaz mente el testimonio de sus labios.
Se necesita este testimonio, más que nunca, en estos días, cuando los hombres
son “amadores de los placeres más que de Dios”.
Es un
hecho innegable que en los países donde se ha observado seriamente el día del
Señor, esta práctica ha sido un factor importante para el robustecimiento de
la vida espiritual de los pueblos, como también para la prosperidad material.
¿Y quien dirá que el Señor Jesús no merece que un día en siete sea dedicado
exclusivamente a su servicio?
Senda de Luz, Febrero-Marzo 1979
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