El
amor “no se porta indecorosamente”. El amor no es desordenado, excéntrico o
indecoroso. Nunca le faltan los buenos modales y la cortesía. Aprendamos que
hay tal cosa como la etiqueta de la vida cristiana, y tan sólo el amor la
conoce y la práctica. El amor busca siempre lo propio y conveniente de las
cosas. Siempre trata de hacer lo mejor, de la mejor manera posible. El amor es
el bien perfecto en armonía perfecta con la vida.
Para
cada uno de nosotros, cada hora, hay tan sólo una manera propia de hacer las
cosas, la manera del amor. La cortesía no es sino el amor en las pequeñas cosas.
¿Por qué tan a menudo hacemos el bien de mal modo? ¿Por qué hemos de practicar
una virtud a expensas de otra? ¿Por qué nuestra honradez ha de despreciar
nuestra caridad? ¿Por qué nuestra candidez ha de sobrepasar nuestra simpatía?
¿Por qué nuestro celo ha de amenazar nuestra paciencia? De todos estos
acontecimientos proviene lo indecoroso en nuestra vida. Pero el amor “no se
porta indecorosamente”. Hay tanta piedad torpe, tanta bondad desatinada, tanta
santidad poco atractiva, tanta religión desagradable, pero ¿por qué? Por falta
de amor.
¿Recordáis
el hombre bienaventurado que el primer Salmo describe como “el árbol plantado
junto a arroyos de agua, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo
lo que hace prosperará”? El follaje seguramente ha de ser la etiqueta de la
vida cristiana, su cortesía, su bondad, su atención a los detalles. Hay muchos
que tienen bastante fruto, pero que están completamente desnudos de hojas.
El
amor no es egoísta, sino altruista, “no busca lo suyo”. El que ama no se
esfuerza por obtener sus propios derechos, ni ve la utilidad de todas las
cosas tan sólo en su propio placer y ventaja, haciendo caso omiso del bien y el
placer de otros. El amor no busca lo suyo, pero halla su gozo y riqueza en
altruismo en obsequio del servicio. El bien de los demás es siempre el motivo
del amor, cualquiera sea su ocupación. Su instrucción es para iluminar a
otros; su labor es para el bien de otros; su oración y fe y sacrificio son para
la purificación y consuelo de otros. El amor se realiza en altruismo; “no busca
lo suyo”.
El
amor no es irritable, pero de buen genio. Ahora bien, el mal genio no es una
mera debilidad de la naturaleza, no es meramente cuestión de temperamento, aunque
muchos piensan que lo es. Drummond ha dicho del mal genio: “Ninguna forma de
vicio, ni la mundanalidad, ni la codicia de oro, ni aun la misma embriaguez
contribuyen tanto a matar el cristianismo en la sociedad como el mal genio”.
En amargar la vida, en deshacer comunidades, en destruir los lazos más
sagrados, en desolar hogares, en hacer marchitarse a hombres y mujeres, en quitar
la frescura de la niñez, en fin, en poder cabal de producir miseria sin razón,
esta influencia es única. Es generalmente la gente concentrada en sí misma que
es quisquillosa y fácilmente exasperada y quienes, haciendo alarde de
humildad, son realmente orgullosos.
Tenía
un amigo que visitaba a una señora que siempre se estaba despreciando,
diciendo qué terrible pecadora era. Mi amigo se cansó un poco de esto y
decidió cambiar de táctica con ella. Así que la próxima vez que se quejó de su
estado y dijo qué mala mujer era, contestó: “Sí, es cierto”. Entonces ella
dijo: “Soy tan buena como usted, de cualquier modo”.
El
amor puede, y en ciertas ocasiones debe, enojarse; pero hay una diferencia
entre ira justa e irritabilidad. Cristo en ocasiones se enojó, pero nunca se
irritó. Este vicio es a menudo la única mancha en un carácter, por lo demás,
noble. Con demasiada frecuencia es el vicio de los virtuosos. Pero el amor no
es irritable, sino de buen genio.
El
amor no es vengativo, sino generoso. “No toma en cuenta lo malo”. Esto
significa que, mientras el amor lleva un diario de todo el bien que recibe, no
lleva cuenta de las injusticias que le hacen. Estas cosas no las atesora en su
memoria con la intención de que se las paguen algún día. Es trágico hallar a
David en su lecho de muerte recordando los males que le había hecho Joab y las
maldiciones que le profirió Semei cuando huía de Jerusalén. Tenía todo esto
escrito en su libro de cuentas. Pero el amor no lleva tales registros. Se dice
de Abraham Lincoln que “nunca olvidó un beneficio, pero que no tenía lugar en
su mente para la memoria de un perjuicio”. Hay una moralidad de la memoria y el
amor tiene una lista de sus acreedores, pero no de sus deudores. El amor “no
toma en cuenta lo malo”.
El
amor no es malévolo, sino magnánimo, “no se goza en la injusticia, más se goza
con la verdad”. El Dr. Moffat lo traduce, “El amor nunca se alegra cuando otros
se extravían”. El amor se alegra de la bondad. El amor nunca hace capital de
las faltas de otros y no se complace en divulgar las debilidades de otros. Sin
embargo, el amor es contrario al pecado y se apesadumbra y lamenta por ello.
Es un aliado de la verdad, y al amparar al pecador, nunca dejará de condenar
su pecado.
Lo
que causa el regocijo de alguien es un buen indicio de su carácter. Estar
contento cuando prevalece el mal o regocijarse de las desgracias de otros, es
indicativo de gran degeneración moral. ¡Ay de mí! hay tal cosa como gozo
maligno. Esto se refleja en una observación de La Rochefoucauld, “que hay algo
no del todo desagradable para nosotros en las desgracias de nuestros mejores
amigos”. Esa es una observación aguda, que bien podemos meditar. Pero el amor
no sabe nada de esto. Aquí se encuentra con su hermana la verdad y comparten
juntos su gozo. “El amor no se goza de la injusticia, más se goza con la
verdad”.
El
amor no es rebelde, sino valiente. “Todo lo soporta”. Se ha creído que
“soporta” aquí tenga la fuerza de “cubre”, es decir, vela, en cuanto sea
posible, el lado sombrío de la vida. Pero esa idea es comprendida en la
anterior cualidad — “el amor nunca se alegra cuando otros se extravían”, y, por
lo tanto, no habla de ello. “Soporta” es, pues, la mejor traducción, y esta
cualidad tiene un significado tanto activo como pasivo. De una manera pasiva,
el amor soporta” sufriendo el mal que se le hace, sin desquitarse. Recordamos
que está escrito de Cristo que “cuando le maldecían, no retornaba maldición;
cuando padecía no amenazaba”. De una manera activa, el amor “soporta” cuando
levanta la carga de la vida y la lleva con valor.
Probablemente
el aspecto pasivo predomina en nuestro pasaje. El amor es fuerte en sus
silencios; sufre en silencio lo que tiene que padecer. Ninguna clase de ingratitud
lo hace vacilar, y es a prueba de todos los oprobios y las injusticias. La
palabra empleada aquí es muy gráfica. Se emplea para denotar seguridad, como
una embarcación a prueba de agua. Se dice de un techo que no se llueve; de
tropas defendiendo una fortaleza: del hielo que sostiene un peso sin ceder.
Esto
no quiere decir que el amor consiente en todo lo que soporta, pero sí, quiere
decir que el amor afronta la vida con valor y prefiere sufrir antes que
rebelarse.
El
amor no es suspicaz, sino confiado. “Todo lo cree”. Esto no quiere decir que el
amor es ciego y crédulo, que es fácilmente engañado; pero sí, quiere decir que
el amor no es suspicaz, que es enteramente ajeno al espíritu del cínico, del
pesimista, del calumniador anónimo, del detractor secreto. El amor tiene el
concepto mejor y más benévolo de todos y en todas las circunstancias, mientras
sea posible tenerlo. El amor trata de tomar en cuenta la fuerza de las
diferentes circunstancias, estudia los motivos y es tolerante en todo lo
posible. Esto es lo que Phinees y los israelitas no hicieron en el asunto del
altar que las dos y media tribus edificaron en los términos de la tierra de
Canaán. Esto es lo que hizo Tomás Carlyle cuando abogó con tanta elocuencia por
un juicio benigno respecto a Roberto Burns. Dice: “Concedido que el bajel
entra a puerto con obenques y jarcias estropeados. El piloto es culpable; no ha
sido todopoderoso ni infinitamente sabio. Pero para juzgar cuán culpable,
decidnos primero si su viaje ha sido alrededor del mundo o tan sólo hasta
Ramsgate y la Isla de Perros[1]”.
Es
esta cualidad en el amor que ayuda a los hombres y mujeres para que lleguen a
ser lo que deberían ser. Hay una tendencia en toda vida de ajustarse al juicio
que se pronuncia sobre ella. Hay algunas personas que parecen incapaces de
creer en la bondad desinteresada, que miran a toda acción, por buena que sea,
con recelo. Por lo contrario, fue porque Cristo vio en los parias un
esplendor oculto, infinitas capacidades que yacían enterradas, que se hizo el
amigo de publícanos y pecadores; y la fe que tenía en ellos fue un factor en
su salvación. A través de las filas cansadas de los vencidos, a través de la
muchedumbre de los desalentados, a través de los campos pisoteados de la vida,
sembrados de esfuerzos malogrados y ensueños desvanecidos, pasa el amor, aun
creyendo en todas las cosas, y al resplandor de aquella fe valiente, muchos
hombres alargan la mano para tomar su espada y hallan que vale la pena de ser
empuñada, aun siendo quebrada.
El
amor no es desalentado, sino de ánimo inalterable. “Todo lo espera”. Hemos
visto el amor soportando porque cree, pero cuando es desengañado en el objeto
de su confianza, todavía espera mejores cosas en el porvenir, aun cuando otros
hayan perdido la esperanza. Amplias vistas y grandes esperanzas van unidas. El
amor espera aun cuando no halla terreno firme para su fe. Esperar cuando la fe
ha sido desengañada, es algo más grande que el haber creído. Tras la esperanza
del amor, y justificándola, está por una parte el hecho que Dios está buscando
al hombre, y por otra parte que el hombre fue creado para Dios. Así que el
amor nunca desespera de nadie.
El
amor no lo espera todo, torciendo la evidencia de sus sentidos. No trata de
persuadirse que el ladrón es honrado, o el libertino casto, o el mundano
espiritual. Pero se aferra al hecho que todo hombre fue creado para ser
honrado, puro y espiritual. Donde no haya lugar para su fe en medio de las
realidades estrechas y tristes de la hora, el amor pone su mano en la mano de
la esperanza y lleva su fe adelante al aire más amplio de la buena y santa
posibilidad. Justamente porque estas dos virtudes cristianas están vitalmente
relacionadas, el amor es imposible sin la fe y la esperanza, y así: todo lo
cree y todo lo espera”.
Finalmente,
el amor no es vencible, sino indómito. “Todo lo sufre”. El amor “soportándolo
todo”, se refiere a su actitud cuando no recibe lo que le es debido. Pero el
amor “sufriéndolo todo”, se refiere a su actitud cuando recibe lo que no le
corresponde, es decir, mal tratamiento.
Esta
cualidad es la corona de todo lo que antecede. Mirad estas cuatro últimas
cosas; el amor soporta silenciosamente, padece intensamente, pero ama, y lo
hace porque cree, dando la mejor interpretación posible a la conducta de otros
y esperando mucho de todos. Cuando esta fe es traicionada, el amor aún espera,
viendo la necesidad del hombre y la gracia de Dios, y cuando tal esperanza es
tristemente desengañada, el amor persevera aún. Esto es el verdadero clímax del
valor y optimismo del amor. El amor permanece firme aun cuando es vencido. A
la medianoche mantiene su faz hacia el alba; cuando otros desmayan y ceden, el
amor persevera. Los mejores de todos los demás esfuerzos se cansan en sus
trabajos para conseguir que se haga la voluntad de Dios sobre la tierra como en
el cielo, pero el amor persiste a pesar de todas las demoras. Este es su
triunfo final.
He
dicho que este retrato del amor no es la obra de un pintor sino de un
fotógrafo. Es un retrato de Cristo.
En
una palabra final, veamos cómo estos versículos nos dan el retrato del Maestro.
Él es el gran ejemplo de longanimidad infinitamente paciente, porque es eterna.
Su vida entera se resume en el testimonio de que “anduvo por todas partes
haciendo bienes”. Nunca deseó ningún bien para sí solo ni jamás envidió a nadie
el bien que poseía. La grandeza de Cristo consistió tanto en lo que suprimió
como en lo que demostró; tanto en velar su gloria como en su limitación en
obrar milagros; no había ninguna ostentación. No demostró ni vanidad ni presunción,
ni orgullo, ni desprecio de otros.
Había
una perfecta propiedad en todo lo que hacía, una perfecta oportunidad siempre.
Aunque era el más accesible de los hombres nunca le faltó dignidad ni calma.
Hizo lo propio siempre de la mejor manera y en el momento oportuno. Era la
negación misma del egoísmo. Vivía para los demás; nunca se exasperó por el mal
que le hicieron — y fue mucho. Nunca fue vengativo. Nunca se desquitó. Tenía la
facultad divina del olvido, olvido de injusticias que le hicieron a Él; tenía
compasión de los extraviados y pecadores y los protegía de los que hubieran
hecho capital de su pecado. Soportó con paciencia las injusticias que le
hicieron los suyos y su amor perduró, y al mismo tiempo tendió una mano a
otros para ayudarles a llevar la carga que les tocaba.
Nunca
juzgó mal a nadie, porque no juzgaba según las apariencias exteriores.
Reconoció la fe dondequiera que existiese y creyó siempre que fuese posible
creer. Jamás abandonó a ninguna alma; tuvo esperanzas para el pródigo, la
ramera y el ladrón, y los ganó. Soportó con calma toda oposición y persecución
y oró sobre la cruz por sus enemigos.
Ahora,
el negocio de nuestras vidas es de ajustar estas cosas a nuestro carácter. Esa
es la obra suprema a la cual debemos dedicarnos en este mundo — aprender el
amor.
¿Cómo
podemos aprender una lección tan grande? Solamente por la práctica. Mirando
cuadros no hace de un hombre un pintor. Escuchando la música no lo hace un
músico. Los colores deben ser mezclados y el instrumento debe ser tocado. De
la misma manera no podemos amar de otro modo que amando. Salgamos de esta
carpa esta mañana para amar como nunca lo hemos hecho antes.
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