Durante su segundo viaje misionero, el
apóstol Pablo llegó a Europa y se detuvo en Filipos (Hechos 16). La brillante
antorcha del Evangelio que llevaba, encendió en esta ciudad muchos luminares. Y
estos creyentes, ligados por el Espíritu Santo al cuerpo de Cristo en la
tierra, formaron un testimonio local, una lámpara que difundió abundantemente
su luz en medio de un mundo pagano.
Dentro de lo posible, el apóstol visitaba
al menos dos veces a las jóvenes iglesias, para fortalecerlas en la fe y para
corregir a tiempo los posibles desvíos de la verdad que pudiesen tomar. Por eso
volvió a Filipos durante su tercer viaje misionero (Hechos 20:1-6).
Desde entonces, los años habían pasado y
el apóstol se hallaba prisionero en Roma (Filipenses 1:17; 4:22. ¿Qué era de
los filipenses? Jesús, su Señor y su gran Pastor, los habían cuidado en todos
estos años y los había guardado. Pablo, su fiel siervo, tampoco los había
dejado librados a sí mismos. Siempre, en todas sus oraciones, había intercedido
por ellos ante el trono de la gracia (1:4). ¿Quedaría esto sin fruto? Ciertamente
que no. Esto se manifestó por su comunión en el Evangelio.
Desde el "principio de la predicación
del evangelio", mientras aún eran «jóvenes» en la fe, los filipenses le
habían mandado al apóstol dos veces un don cuando partió de Macedonia, lo que
ninguna otra iglesia había hecho (Filipenses 4:15). Más tarde, cuando el
apóstol hizo otra visita a Filipos, los filipenses pasaban por una gran
tribulación, pero igualmente habían hecho una colecta para los creyentes de
Judea, quienes se hallaban en una indigencia total a causa de las persecuciones.
Pablo escribe respecto de esto: "en grande prueba de tribulación" (se
trata de las iglesias de Macedonia a las que pertenecía Filipos) "la
abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad.
Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún
más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el
privilegio de participar en este servicio para los santos" (2 Corintios
8:2-4). Y una vez más —ahora con el apóstol cautivo y padeciendo necesidad—,
los filipenses le mandaron a Epafrodito para entregarle su don, a pesar de que
ellos mismos sufrían necesidad (Filipenses 4:18-19).
¿No era éste un testimonio conmovedor del
amor que los filipenses tenían para con su Señor, el apóstol y todos los
creyentes? Allí donde podía verse semejante amor, no podía esperarse un estado
del corazón sino bueno. Era una prueba de que no había lugar para el mundo en
estos corazones, sino sólo para el Señor, para su obra y para sus intereses.
El apóstol llama esto "vuestra
comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora". Y estaba
persuadido de que Dios, que comenzó en ellos la buena obra, la perfeccionaría
hasta el día de Jesucristo (1:5-6). ¡Qué hermosa y bendita es la vida de un
creyente cuando, por la gracia de Dios, sigue este camino desde su conversión
hasta el fin! El Señor recompensará ricamente a aquel que le honra de esta
manera.
La comunión en el Evangelio naturalmente
incluye aspectos múltiples y, en el caso de los filipenses, no se limitaba a
los dones materiales para los siervos del Señor y para los creyentes
necesitados. Así es como leemos más adelante.
2) Tenían
al apóstol "en el corazón" (Filipenses 1:7; versión francesa de
J.N.D.)
Para explicar el sentido de esta
expresión, tomemos el ejemplo de un joven cristiano a quien el Señor ha dotado
y ha llamado a su servicio a un lugar lejano. Para los padres cristianos, es un
gran sacrificio dejar que su hijo se vaya tan lejos. Sin embargo, lo tienen en
su corazón. Lo acompañan en el pensamiento durante su viaje y esperan sus noticias
con impaciencia. Se interesan profundamente en todo lo que encuentra, en sus
esfuerzos, en el fruto de su trabajo, en los peligros que lo acechan, en su
bienestar personal. Cada día se acercan al trono de la gracia para interceder
por él según las noticias que reciben. ¡Qué alentador ha de ser para el joven
poder pensar: mis padres participan plenamente en lo que vivo y en mi servicio
aquí; realmente oran por mí puesto que estoy en su corazón!
Exactamente de esta manera estaba el
apóstol Pablo en el corazón de los filipenses. Esto también era para él un gran
aliento y un profundo consuelo.
Lo mismo se había producido ya desde los
primeros días en que pasó por Filipos: tan pronto como el
Señor abrió el corazón de Lidia, Sus enviados, Pablo y sus compañeros en
la obra, hallaron lugar en él. Ella les abrió su casa y los obligó a aceptar su
hospitalidad, lo que significaba mucho trabajo para ella y posiblemente hasta
persecución (Hechos 16:12-15). Lo mismo sucedió con el carcelero. Si su
trabajo rudo podía haberle hecho insensible, la fe en cambio derramó el amor en
su corazón. Sus primeros impulsos fueron en favor de estos siervos de Dios.
"Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas"
(v. 33). Esto también era "comunión en el evangelio".
Al escribir el apóstol esta carta, sabía
que podía contar con el gran interés de los filipenses en toda la obra del
Señor y en sus circunstancias personales, porque él estaba "en su
corazón". Ellos sabían que el Señor le había escogido para "llevar su
nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de
Israel" (Hechos 9:15) y que había recibido una responsabilidad particular
para "la defensa y confirmación del evangelio" (Filipenses 1:7, 17).
¿Cómo podían ayudarle a este respecto?: Siendo todos "participantes con él
de la gracia" (v. 7) en este servicio. Pablo no podía cumplir esta difícil
obra sin valerse de la gracia de Dios en todo; y ellos no podían ayudarle sino
sosteniéndole y reclamando en favor de él esta gracia por medio de fervientes
oraciones.
El corazón incrédulo puede preguntarse si
la intercesión ayuda realmente o si esto no depende ante todo de la capacidad,
de la pericia y de las armas del combatiente. Una experiencia sobrecogedora del
pueblo de Israel podrá ayudarnos a comprender la verdad respecto de esto:
Josué y el pueblo combatían contra Amalec. Sin embargo, Moisés, Aarón y Hur
estaban sobre la cumbre del collado. "Y sucedía que cuando alzaba Moisés
su mano, Israel prevalecía; más cuando él bajaba su mano, prevalecía
Amalee" (Éxodo 17:9-11). Con la misma capacidad, la misma fuerza natural y
las mismas armas, el pueblo prevalecía o retrocedía, sin que se pudiera explicar.
El secreto solamente consistía en el hecho de que el que oraba en la montaña
alzara o bajara su mano. El apóstol también conocía este secreto. Sin la
intercesión, la victoria de la Palabra se ponía en duda. Porque ella abre
"puerta para la palabra" (Colosenses 4:3) y da denuedo y fuerza para
anunciarla (Efesios 6:19-20). Por eso, en sus cartas Pablo animaba siempre de
nuevo a los hermanos y hermanas, diciendo: "Orad por nosotros" (1 Tesalonicenses
5:25). Tenían que orar "en todo tiempo con toda oración y súplica en el
Espíritu", y justamente "velar en ello con toda perseverancia y
súplica por todos los santos; y por mí" (Efesios 6:18-19). Pero, tal como
sucede con el que combate en el frente, el que ora tiene que saber dónde
atacar, lo que se trata de defender, dónde hay peligro y cuáles son las
intenciones del enemigo. Por esta razón, el apóstol da aquí a sus amados
filipenses, que le tenían en su corazón, informes exactos sobre el lugar de su
combate actual en Roma (Filipenses 1:12-18). Estaba seguro de que, en vista de
las circunstancias que les describía, combatirían por él en oración (v. 19).
Además, los filipenses sabían que la "defensa del evangelio" del cual
el apóstol se encargaba muy particularmente, concernía al Evangelio completo, o
sea, a la totalidad de las verdades relativas a la salvación en Cristo, a
Cristo mismo, y a los consejos de Dios en cuanto a su Persona y a los que
estaban ligados a él. Este Evangelio completo, anunciado por Pablo, era
acometido por las potestades de las tinieblas. Por eso, era preciso defenderlo.
Al orar por el apóstol, los filipenses tenían empeño en esta defensa.
Vemos, pues, cuán importante era que los
filipenses tuviesen al apóstol "en su corazón". De ello manaba una
rica bendición para él, para la obra, para los creyentes en todo lugar y para
la propagación del Evangelio.
Pablo ya no está con nosotros. Hoy día, el
Señor ha llamado a otros hermanos en el amplio campo de la mies de la tierra,
particularmente para la "defensa y confirmación del evangelio". ¿Los
tenemos en nuestro corazón? ¿Leemos sus informes? ¿Nos interesan los detalles
de su servicio? ¿Estamos preocupados por su bienestar personal? ¿Estamos
continuamente "sobre la cumbre del collado" para interceder por
nuestros hermanos en el frente y en el combate? No olvidemos que buena parte
del éxito de su actividad depende de nuestra fidelidad respecto de estas cosas.
Para los filipenses, la "comunión en
el evangelio" naturalmente no estaba limitada a ayudar al apóstol y a sus
compañeros de trabajo, a pesar de que este aspecto del servicio estuviera en el
primer plano en la epístola a los filipenses. En su propia ciudad y en su
propia región, ellos mismos estaban en la brecha para anunciar el Evangelio y
defenderlo. El hecho de que se enfrentaban con "los que se oponen",
que tenían el privilegio de "padecer por Cristo" y de combatir en el
mismo conflicto que el apóstol (Filipenses 1:27-30), era la prueba de que se
acercaban a la gente con el Evangelio en la mano para llevarles al Salvador.
También era la prueba de que la luz de su andar producía contradicción y que
tenían que luchar para mantener la sana doctrina. El apóstol sólo les recordaba
que tenían que comportarse como es digno del Evangelio (v. 27). Esto demuestra,
entre otras cosas, que había un pleno acuerdo entre ellos y que todos
"combatían unánimes por la fe del evangelio".
Con lo que precede, valiéndonos de varios
ejemplos de la Palabra, hemos recordado lo que nos ha de caracterizar desde
nuestra conversión. Tengamos continuamente presentes estas cosas y andemos en
ellas, "desde el primer día hasta ahora", sí, ¡hasta nuestra última
hora en este bajo mundo! Ya pronto el Señor va a venir "y entonces cada
uno recibirá su alabanza de Dios" (1 Corintios 4:5).
Creced
2009, N°2
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