Cuando Dios necesita que un siervo suyo
cumpla alguna misión en su servicio, siempre le prepara y le capacita para
aquella obra en la escuela de la experiencia, y esta educación preparatoria
puede ocupar un período de tiempo más o menos largo, según disponga el Señor y
Maestro. La Biblia está llena de ejemplos de esta índole, tanto entre los
patriarcas y profetas como entre los apóstoles y mártires, y además se ve bien
patente esta verdad en las biografías de tantos de los siervos de Dios en
nuestros días. De esto deducimos cuán necesario es que el predicador tenga una
buena preparación espiritual y que sea dotado de las facultades que le han de
capacitar para su misión, como mensajero del Evangelio.
Claro está que es indispensable que
sepamos distinguir y diferenciar entre los dones que llamamos naturales, que
muy bien se pueden consagrar al servicio de Dios en la propagación del
Evangelio, y los dones espirituales que nos son dados por el Espíritu Santo
únicamente para ser empleados en su servicio. Por ejemplo, ha habido grandes
genios cristianos que han consagrado sus facultades extraordinarias, de poeta
en beneficio del pueblo redimido, y cuántas bendiciones hemos recibido por sus
hermosos himnos y bellas poesías y composiciones musicales, pero también ha
habido otros hombres, dotados de talentos igualmente extraordinarios, y sin
embargo los han empleado más bien para descaminar a las almas y sembrar en
ellas los gérmenes de la duda y la incredulidad. Por esto el apóstol Santiago
nos advierte que hay dos clases de sabiduría: una, la celestial que es pura,
pacífica, modesta, benigna y llena de misericordia y de buenos frutos, y otra,
la terrena, animal y diabólica
Entre los dones repartidos entre los
siervos del Señor por el Espíritu Santo, dos de ellos se hallan estrechamente
asociados con el ministerio del predicador: primero, el de evangelista, cuya
misión es proclamar a Cristo crucificado por nuestros pecados y resucitado
para nuestra justificación, con el fin de llevar pecadores al Salvador, luego,
el de doctor, quien también predica a Cristo, ensalzado y glorificado, en quien
habita toda la plenitud de la divinidad, para instruir y perfeccionar al
creyente en el conocimiento del Hijo de Dios, (Véase 1. Co. 1:23-24; y
Colosenses 1:28).
Conviene notar que en 1 Co. 12:1 y 14: 1
la palabra “dones” está impresa con letra bastardilla, indicando que no se
halla en el griego originalmente en donde se lee sólo “pneumatikos”,
espiritualidades, pero en los vers. 4, 9, 28, 30, 31, se emplea la palabra
“carisma”, que significa dádiva o don de gracia. De estas dos palabras se
deduce que la característica sobresaliente de estos dones había de ser la
espiritualidad, y que son conferidos a los creyentes, como factores
inmerecidos, por el Espíritu de Dios.
“Hay repartimiento de dones; mas el mismo
Espíritu es”. Así afirma Pablo que la distribución de esta diversidad de
dones es exclusivamente obra del Espíritu Santo; El conoce perfectamente el
modo de ser y las aptitudes de todos los creyentes, y por lo tanto, con su
gracia y sabiduría infinitas, reparte los dones según le plazca, y a cada uno
le es dada manifestación del Espíritu para provecho, pues da a cada uno
particularmente como quiere.
“Hay repartimiento de ministerios; más el
mismo Señor es”. Ahora se nos enseña la manera propia de utilizar el don
concedido. Existe también una gran diversidad en los ministerios, y el siervo
únicamente puede trabajar con acierto y éxito bajo la dirección de su Señor.
Como Cabeza suprema de toda la Iglesia, Cristo ordena y dispone y no
corresponde al siervo elegir la parte que quisiera hacer, sino cumplir, mansamente
y con fidelidad las órdenes de su Dueño Divino.
“Y hay repartimientos de operaciones, más
el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos”. Finalmente vemos que
Dios, valiéndose de los ministerios tan variados que se emplean en el ejercicio
de dones tan diversos, puede obrar de múltiples maneras para llevar a fruición
su obra de gracia en la conciencia, y en el corazón, del pecador o del
creyente, pues Él tiene a su disposición una multitud de recursos ilimitados
que bajo su dominio cooperan armoniosamente para cumplir sus propósitos de
gracia en este mundo.
Amados colaboradores en el Evangelio y el
ministerio de la Palabra de Dios, ponderemos bien esta constante intervención y
dirección del Trino Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, controlando
todas nuestras actividades, y consideremos cuán completamente dependemos de Él
para todo, en cuanto a los dones que poseemos, en cuanto a los ministerios
que ejercemos, y en cuanto a las operaciones efectuadas en nuestros oyentes,
puesto que Dios mismo es el que obra todas las cosas en todos.
(Valladolid-España)
Sendas de Luz,
Febrero – Marzo 1979
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