domingo, 6 de julio de 2014

DONES ESPIRITUALES

Cuando Dios necesita que un sier­vo suyo cumpla alguna misión en su servicio, siempre le prepara y le capa­cita para aquella obra en la escuela de la experiencia, y esta educación prepa­ratoria puede ocupar un período de tiempo más o menos largo, según dis­ponga el Señor y Maestro. La Biblia está llena de ejemplos de esta índole, tanto entre los patriarcas y profetas como entre los apóstoles y mártires, y además se ve bien patente esta verdad en las biografías de tantos de los sier­vos de Dios en nuestros días. De esto deducimos cuán necesario es que el pre­dicador tenga una buena preparación espiritual y que sea dotado de las fa­cultades que le han de capacitar para su misión, como mensajero del Evangelio.
Claro está que es indispensable que sepamos distinguir y diferenciar entre los dones que llamamos naturales, que muy bien se pueden consagrar al ser­vicio de Dios en la propagación del Evangelio, y los dones espirituales que nos son dados por el Espíritu Santo únicamente para ser empleados en su servicio. Por ejemplo, ha habido gran­des genios cristianos que han consagra­do sus facultades extraordinarias, de poeta en beneficio del pueblo redimido, y cuántas bendiciones hemos recibido por sus hermosos himnos y bellas poe­sías y composiciones musicales, pero también ha habido otros hombres, do­tados de talentos igualmente extraor­dinarios, y sin embargo los han em­pleado más bien para descaminar a las almas y sembrar en ellas los gérmenes de la duda y la incredulidad. Por esto el apóstol Santiago nos advierte que hay dos clases de sabiduría: una, la ce­lestial que es pura, pacífica, modesta, benigna y llena de misericordia y de buenos frutos, y otra, la terrena, ani­mal y diabólica
Entre los dones repartidos entre los siervos del Señor por el Espíritu Santo, dos de ellos se hallan estrecha­mente asociados con el ministerio del predicador: primero, el de evangelista, cuya misión es proclamar a Cristo cru­cificado por nuestros pecados y resu­citado para nuestra justificación, con el fin de llevar pecadores al Salvador, luego, el de doctor, quien también predica a Cristo, ensalzado y glorificado, en quien habita toda la plenitud de la divinidad, para instruir y perfeccionar al creyente en el conocimiento del Hi­jo de Dios, (Véase 1. Co. 1:23-24; y Colosenses  1:28).
Conviene notar que en 1 Co. 12:1 y 14: 1 la palabra “dones” está impre­sa con letra bastardilla, indicando que no se halla en el griego originalmente en donde se lee sólo “pneumatikos”, espiritualidades, pero en los vers. 4, 9, 28, 30, 31, se emplea la palabra “carisma”, que significa dádiva o don de gra­cia. De estas dos palabras se deduce que la característica sobresaliente de es­tos dones había de ser la espiritualidad, y que son conferidos a los creyentes, como factores inmerecidos, por el Es­píritu de Dios.
“Hay repartimiento de dones; mas el mismo Espíritu es”. Así afirma Pa­blo que la distribución de esta diver­sidad de dones es exclusivamente obra del Espíritu Santo; El conoce perfec­tamente el modo de ser y las aptitu­des de todos los creyentes, y por lo tan­to, con su gracia y sabiduría infinitas, reparte los dones según le plazca, y a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho, pues da a ca­da uno particularmente como quiere.
“Hay repartimiento de ministerios; más el mismo Señor es”. Ahora se nos enseña la manera propia de utilizar el don concedido. Existe también una gran diversidad en los ministerios, y el siervo únicamente puede trabajar con acierto y éxito bajo la dirección de su Señor. Como Cabeza suprema de to­da la Iglesia, Cristo ordena y dispone y no corresponde al siervo elegir la par­te que quisiera hacer, sino cumplir, mansamente y con fidelidad las órde­nes de su Dueño Divino.
“Y hay repartimientos de operacio­nes, más el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos”. Finalmente vemos que Dios, valiéndose de los mi­nisterios tan variados que se emplean en el ejercicio de dones tan diversos, puede obrar de múltiples maneras pa­ra llevar a fruición su obra de gracia en la conciencia, y en el corazón, del pecador o del creyente, pues Él tiene a su disposición una multitud de recur­sos ilimitados que bajo su dominio coo­peran armoniosamente para cumplir sus propósitos de gracia en este mun­do.
Amados colaboradores en el Evan­gelio y el ministerio de la Palabra de Dios, ponderemos bien esta constante intervención y dirección del Trino Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, controlando todas nuestras actividades, y consideremos cuán com­pletamente dependemos de Él para to­do, en cuanto a los dones que posee­mos, en cuanto a los ministerios que ejercemos, y en cuanto a las operacio­nes efectuadas en nuestros oyentes, puesto que Dios mismo es el que obra todas las cosas en todos.
 (Valladolid-España)

Sendas de Luz, Febrero – Marzo 1979

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