domingo, 6 de julio de 2014

LAS GRANDES REUNIONES EN EL DIA DE CRISTO

LAS CONFESIONES EN MASA DE FE EN Cristo con poca profundidad y reali­dad, son muy comunes en nuestros días; iguales movimientos existieron en los días en que Cristo estaba aquí en la tierra y sería provechoso para no­sotros observar la actitud del Señor al respecto. Nos proponemos, pues, dar un vistazo a cuatro ejemplos, tomán­dolos en su orden cronológico.
Leemos que durante la primera pas­cua en el ministerio público de nuestro Señor, "Muchos creyeron en Su nom­bre, viendo las señales que hacía" (Juan 2:23 a 3:3). Uno de éstos, Nicodemo, expresó la manera en que razo­naban: "Sabemos que has venido de Dios como Maestro; porque nadie pue­de hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él." Pero Jesús mis­mo no se fiaba de ellos; no los aceptó como discípulos, ni reconoció su fe como de origen divino. El conocía que la condición del hombre es tal que so­lamente la obra divina del nuevo naci­miento puede dar entendimiento en las cosas espirituales, las cosas que per­tenecen al reino de Dios. Una fe basa­da en razonamiento humano no tiene valor.
Vivimos en días cuando todo recur­so de sabiduría humana, ciencia y persuasión se emplea para inducir a los hombres a que hagan una confesión de fe en Cristo. Se establece una línea de producción para fabricar con­versiones y a menudo la confesión es simplemente confesar a Cristo como el Maestro divino. Al final de la línea aparecen los convertidos, que son del mismo tipo de aquellos que se descri­ben en Juan 2:23. El Señor Jesús no confió de ellos; nosotros tampoco; aunque a veces aparezca entre ellos un Nicodemo.
Si algún reportero religioso hubiera estado informando sobre los eventos de la última parte de Mateo 4, ¡qué noti­cias e historias podría haber publica­do! "Comenzó Jesús a predicar... el evangelio del reino, y sanando... y se difundió su fama por toda Siria... le siguió mucha gente de..." (vs. 17, 23-25). El gran avivamiento ha co­menzado, las multitudes llenas de entusiasmo, están saludando al Rey y tiene interés en el reino. Y ¿qué piensa Jesús de todo esto? La contes­tación la tenemos en el Sermón del monte (caps. 5-7): "Palabras sin obras, entusiasmo religioso sin arre­pentimiento, la gran mayoría ha en­trado la puerta ancha de la profesión vacía y andan en el camino espacioso que lleva a la destrucción, y sólo los pocos entran por la puerta estrecha, y caminan en el camino angosto que lle­va a la vida." (Después de predicar el evangelio del reino, Juan Bautista habla a un grupo similar y les dijo: "¡Oh generación de víboras!", Lucas 3:7). Ciertamente un estudio del fa­moso sermón en su contexto abrirá los ojos de muchos para ver que el Señor, en contraste a muchos modernos así- llamados evangelistas, no sólo no tenía interés en promover tales movimien­tos, sino que también procuró por to­dos los medios para desanimarlos. Desenmascaró a sus "discípulos" " les advirtió de su peligro.
Como resultado de la alimentación de los cinco mil, se sobrevino un mo­vimiento para hacerle Rey, y muchos hablaban de El como el profeta (Juan 6:14, 15). Pero El constriñó a Sus discípulos a partir a otra parte (Mar­cos 6:45), sin duda para apartarles del peligro de ser llevados por la popula­ridad. El mismo subió a una montaña para orar. Sin embargo, cuando la gente le alcanzaron otra vez, Él les dio un mensaje que fue descrito como "Dura es esta palabra, ¿quién la pue­de oír?" y "muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con El" (Juan 6:25-66). Habían venido por ganancia material, aunque Él no había prometido tal cosa. Mucha de la predicación moderna ofrece a los hombres sanidad, felicidad, ayuda con sus problemas y en su negocio, y aún en sus deportes, etc. Muchos están dispuestos a tener la compañía de este amigo-super, y sin pensar mucho se "deciden por Cristo". Pero Cristo tie­ne interés en las necesidades espiritua­les de los hombres; vino como el pan verdadero del cielo, pero no todos tie­nen apetito para este pan. Vendrán los que le fueron dados por el Padre, y los que fueron traídos por el Padre, y los que fueron enseñados del Padre, y los que a Él vienen no los echará fuera (Juan 6:37, 44, 45). Las falsas promesas nunca traerán pecadores a la fe salvadora en Cristo. Sólo el poder del Espíritu los puede traer a gozar de bendiciones espirituales. Cristo nunca usó vanas promesas para atraer seguidores, como notaremos en el próximo caso.
"Grandes multitudes iban con El." (Lucas 14:25). Algunos pueden tener una experiencia superficial con poco conocimiento de lo que representa; algunos dicen que es mejor animarlos con la esperanza que más tarde ade­lantarán. Pero Cristo no pensó así. Él les enseñaba desde el principio el costo del discipulado. No un camino de flores, ni de popularidad, ni ningún aplauso de este mundo que odia a Cris­to; sino que es llevar una cruz de ver­güenza, es destronar y negarse a sí mismo, y retener las cosas materia­les solamente como mayordomos; dar segundo lugar a las relaciones familia­res y que Cristo sea supremo en toda la vida. Así trató Cristo a la multitud de los que profesaban seguirle. El Se­ñor no ofreció a los hombres un cami­no fácil, lleno de claridad celestial. Más bien puso énfasis en la realidad de las cosas pues sabía que los discí­pulos de un hombre crucificado no po­drían escapar el reproche ni el escán­dalo de la cruz. En nuestra predica­ción procuremos anunciar a los hom­bres la verdad para no engañarlos con falsas esperanzas, a fin de que los que reciban la palabra con gozo no se ofen­dan por la persecución y vuelvan atrás (Mateo 13:20,21).
Las parábolas de Mateo 13 se ha­blaron alas grandes multitudes que Le rodeaban, y el Señor en Su enseñanza sigue la línea que hemos tocado aquí en este artículo. Un estudio de estas porciones da bastante luz sobre los grandes movimientos de hoy día. Ten­gamos la mente de Cristo en nuestra actitud al Evangelismo que nos rodea hoy.

Sendas de Luz, 1969

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