Muchos creyentes se sienten frustrados y perturbados acerca de su andar,
dudando algunas veces de su salvación debido a tanto fracaso en sus vidas. Las
cuatro verdades siguientes acerca de la salvación deberían ser útiles para
cualquiera que abrigue tales pensamientos.
1 a VERDAD: perdón
Cuando nosotros venimos al Señor Jesús como pecadores y le aceptamos
como nuestro Salvador, Dios perdona nuestros pecados y nos justifica debido a
la sangre derramada de Cristo. (Romanos 3:23-26).
Cuando Jesús estuvo en la cruz, nuestros pecados fueron cargados sobre
Él y Él asumió el castigo por ellos. Ya no hay más juicio por el pecado para
todos los que aceptan a Cristo como su Salvador. Todo pecado que entra en
nuestras vidas ya ha sido juzgado y castigado cuando Cristo murió por nosotros
en la cruz. (Isaías 53; 5-6; Hebreos 9:28; Hebreos 10:12-14).
Quizás alguien podría decir, «Si eso es cierto no hay mucha diferencia
si continuamos pecando o no». Pero sí hay una diferencia tremenda, porque hay otras
tres verdades a considerar acerca de la salvación.
2a VERDAD: UNA NUEVA NATURALEZA
Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, Dios no sólo nos
perdona y nos justifica, sino que Él nos da también una naturaleza nueva
(divina). Nacemos de nuevo — nos convertimos en hijos de Dios (1a
Pedro 1:23; Santiago 1:18; 2a Pedro 1:4). Esta nueva naturaleza ama
a Dios y aborrece el pecado; nos hace desear vivir sin pecar y nos hace sentir
miserables cuando pecamos. Ningún cristiano nacido de nuevo puede ser verdaderamente
feliz en el pecado.
Pero alguien pregunta, « ¿Por qué hago yo cosas pecaminosas si tengo una
nueva naturaleza? Realmente no quiero hacerlas, pero aun con todas mis buenas
intenciones al final cedo y las hago nuevamente».
No sólo tenemos una nueva naturaleza que aborrece el pecado, sino que
también tenemos aún la vieja (pecadora) naturaleza que ama el pecado. Hay un
conflicto que ocurre dentro de nosotros. La vieja naturaleza quiere pecar pero
la nueva naturaleza quiere agradar a Dios.
Además de esto, nosotros tenemos conciencias que nos dicen que lo que
quiere la nueva naturaleza es correcto, y que lo que quiere la vieja naturaleza
es siempre malo. Pero hallamos, demasiado a menudo, que la vieja naturaleza,
con sus deseos y anhelos por cosas pecaminosas, es la más poderosa en el tiempo
de la tentación. Nos lleva cautivos y hacemos esas cosas que nuestra nueva
naturaleza aborrece y que nuestra conciencia denuncia.
Después que todo ha terminado lo lamentamos y resolvemos que jamás lo
haremos de nuevo. Sin embargo, sólo parece que no tenemos fuerza alguna para
resistir la tentación. ¿Qué es lo que hay que hacer? Aquí es donde entra la
tercera verdad de la salvación.
3a VERDAD: EL ESPÍRITU SANTO
Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador y nacimos de nuevo, Dios
nos dio Su Espíritu Santo para que viva en nuestros corazones (Efesios 1:13;
Calatas 4:6). Este Espíritu Santo derrama el amor de Dios en nuestros corazones
y hace que sintamos la paz de Cristo en nuestras almas. Como resultado, ¡somos
felices! (Romanos 5:1-15). Pero cuando cedemos al pecado el Espíritu Santo es
contristado (entristecido). Él no puede darnos gozo, porque eso nos animaría en
aquellas cosas pecaminosas que Él aborrece. Él es uno con Dios el Padre y Dios
el Hijo en Su aborrecimiento del pecado y el amor a la justicia y la santidad
(Efesios 4:30).
No sólo se nos da el Espíritu Santo para derramar el amor de Dios en
nuestros corazones. Él nos da también poder para decir ¡No! a los deseos de la
vieja naturaleza, y para rendirnos a la voluntad de Dios, haciendo cosas que Le
agradan. "Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la
carne" (Gálatas 5:16).
Es tal como Pedro caminando sobre el agua. Mientras contó con el Señor
para sostenerle, todo fue bien; pero en el momento mismo en que se dio cuenta
que el viento y las olas eran violentas, se atemorizó y comenzó a hundirse. En
nuestra experiencia Cristiana debemos contar con que el Señor nos sostenga en
cada paso del camino por el poder de Su Espíritu morando en nosotros (Mateo
14:24-31; Juan 13:4-5).
4 a VERDAD: COMUNIÓN
La salvación nos
lleva a la comunión con Dios. Hay un feliz sentimiento entre Dios como nuestro
Padre y nosotros como sus hijos. Podemos disfrutar oyendo lo que Él tiene que
decirnos por Su Espíritu por medio de Su Palabra. Nos sentimos libres para
hablar con Él acerca de todos nuestros problemas, tal como un niño es libre con
su padre terrenal que sabe que le ama. Él nos hace felices mediante su sonrisa.
No obstante, cuando un niño desobedece, él sabe que su padre se
disgustará. En lugar de una sonrisa él tiene que experimentar la disciplina. La
relación entre padre e hijo no ha cambiado, pero la comunión y el feliz
sentimiento entre ellos se han roto.
Lo mismo sucede con nuestro Padre celestial. Cuando pecamos somos aún
sus hijos. También es cierto que Cristo ya asumió el juicio por aquel pecado;
dicho pecado ha sido quitado por Su sacrificio en la cruz. Pero la comunión con
nuestro Padre y con nuestro Salvador se ha roto y el Espíritu Santo está contristado.
El Padre tiene que reprendernos por nuestra desobediencia y, quizás, incluso
castigarnos, especialmente si continuamos en ella.
Si acudimos a Él con confesión, humillados debido a nuestro pecado y
desobediencia, entonces podemos experimentar Su perdón como un padre perdona a
su hijo. La comunión es restaurada y nos sentimos nuevamente libres y felices
en Su presencia (1 Juan 1:9).
Así pues, entonces, cuando un hijo de Dios peca no se pierde, porque
Dios le ha aceptado sobre la base del sacrificio de Cristo por nuestros
pecados. Tampoco se ha roto su relación con Dios. Él es aún un hijo de Dios y
Dios es aún su Padre. Pero su comunión con el Padre se ha roto, el Espíritu
Santo está contristado y él es sometido al castigo del Padre. Cuando es humillado
acerca de su pecado y lo confiesa a su Padre, entonces la comunión es
restaurada.
Hay una cosa que perdemos por pecar que jamás puede ser restaurada.
Cristo dijo que un vaso de agua dado en Su nombre jamás sería olvidado (Marcos
9:41). Él va a dar una recompensa por todo lo que hacemos para agradarle. Por
tanto, si en lugar de ceder al pecado nosotros hubiésemos sido obedientes y
hubiésemos hecho algo que Le agradase, habríamos recibido una recompensa en el
cielo.
Pero esa recompensa se perdió ahora porque hemos perdido la oportunidad
de obtenerla. Esa es una pérdida eterna, puesto que toda recompensa que Cristo
da en el cielo es una recompensa eterna.
Esto debería hacernos cuidadosos de no perder las oportunidades que
tenemos cada día para ser fieles al Señor. Si las dejamos escapar, tanto las
oportunidades como las recompensas se pierden para siempre.
Tendremos toda la eternidad
para regocijarnos en las recompensas por nuestras victorias, pero sólo tenemos
el momento presente para obtenerlas. No se obtienen victorias en el cielo –
todas se deben obtener ahora o nunca.
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