EL CARACTER SACERDOTAL DEL
SERVICIO
BAJO la dispensación de la ley, la distinción entre los sacerdotes y el
pueblo estribaba en la designación de Dios. Únicamente una tribu fue separada
en Israel para el servicio del sacerdocio. A ninguno que no fuese de la tribu
de Leví se le permitía ocuparse en esa obra. Con la introducción de la
dispensación de la gracia y la formación de la iglesia, fue constituida una
nueva orden sacerdotal. Desde Pentecostés en adelante no hay tal distinción en
la mente divina, como existió en tiempos pasados. No existe en el Nuevo
Testamento la menor sugestión de que un simple hombre o alguna casta de
hombres hayan sido designados por Dios para actuar con privilegios sacerdotales
a favor de los otros miembros de la iglesia. La distinción entre clérigos y
laicos es extraña al Nuevo Testamento. Que existen ancianos, sobreveedores o
pastores divinamente señalados, es completamente otro asunto. Con referencia
al servicio del sacerdocio, el apóstol Pedro muestra claramente que en la
iglesia el oficio de sacerdote es co-extensivo con todos los cristianos que la
constituyen. Primeramente describe a todos los creyentes como "un sacerdocio
santo", y luego como "real sacerdocio". Dirigiéndose a todos los
santos, dice: "Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados una
casa espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales,
agradables a Dios por Jesucristo. Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio,
gente santa, pueblo adquirido, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os
ha llamado de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pedro 2:5 y 9).
Cualquier sacerdocio humanamente ordenado o seleccionado en la iglesia, es
contrario a la mente de Dios y deshonra el servicio Sumo-Sacerdotal de Cristo.
Y es por esta razón especialmente que el hecho de que cualquier hombre se erija
en sacerdote entre sus semejantes y Dios, es usurpar la posición y función de
Cristo. Únicamente Él es nuestro medio de acceso a Dios. "Hay... un
Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Timoteo 2:5).
Teniendo un Sumo Sacerdote sobre la Casa de Dios, podemos acercarnos a Él.
Tenemos confianza para entrar al santísimo por su sangre (Hebreos 10: 19,22).
Cualquier otro supuesto medio de acercamiento es un engaño y una trampa.
"¿Robará el hombre a Dios?" Sin embargo es lo que hacen aquellos que,
con su asunción eclesiástica, pretenden actuar entre Dios y el hombre y
presumen colocarse en el lugar solamente posible para su Hijo. Él es el Único
medianero Sumo Sacerdote. El otro único sacerdocio abarca a cada creyente y es
completamente distinto del Suyo. Con referencia a éste, el apóstol Juan, en la
doxología introductoria del Apocalipsis, dice: "A Aquel que nos ama, y
nos ha lavado de nuestros pecados en Su misma sangre, y nos ha constituido
reyes y sacerdotes para el Dios y Padre suyo, a Él sea la gloria y el dominio
por los siglos de los siglos. Amén" (vv. 5-6, V.M.). Esta doxología es la
alabanza de todos los santos.
Caracterizado como santo, nuestro sacerdocio es hacia Dios; nuestra misión
es ofrecer sacrificios espirituales a Él. Caracterizado como real, nuestro
sacerdocio es para con el hombre; estamos para anunciar (manifestar) ante el
mundo las excelencias de Cristo. En cada caso, sea hacia Dios o hacia el
hombre, nuestro servicio es rendido a Dios. Consideremos primeramente el
servicio de nuestro sacerdocio bajo su aspecto de santo. "Vosotros
también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual y un sacerdocio
santo". En consecuencia, los creyentes somos un templo y a la vez
sacerdotes en el templo. Cual sacerdotes santos hemos sido designados para
ofrecer sacrificios espirituales. Estos son variados en carácter. En el Antiguo
Testamento tales sacrificios figuran en contraste con los del altar. En los
Salmos los sacrificios espirituales son constantemente mencionados. Hay
sacrificios de justicia (4:5; 51:19); sacrificios de gozo (27:6); sacrificios
de acción de gracias (50:14; 107:22); los sacrificios de un espíritu
quebrantado y un corazón contrito (51:17). Oseas exhorta al Israel apóstata a
volverse a Dios, reconociendo su inquietud y ofrecer "como novillos, los
sacrificios de nuestros labios" (14:2, V. M.). En la Epístola a los
Hebreos se nos exhorta a ofrecer sacrificios de alabanza a Dios continuamente,
el cual es "fruto de labios que confiesen a su nombre".
Tampoco debemos olvidarnos "de hacer bien y de la
comunicación", "porque de tales sacrificios se agrada Dios"
(13:15-16). En esto la iglesia en Filipos estableció un buen ejemplo. Pablo
habla de las donaciones (dádivas) que ellos le enviaron por intermedio de
Epafrodito, como "olor de suavidad, sacrificio acepto, agradable a
Dios" (Fil. 4:18).
Pero sobre y ante todo debe operarse la presentación de nuestros cuerpos
"cual sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro razonable
servicio" (Romanos 12:1). Y esto debemos hacerlo constantemente. Si nosotros
mismos no somos consagrados a Dios, nuestros otros sacrificios son sin valor.
Cuando las iglesias de Macedonia enviaron una ofrenda de ayuda a sus pobres
hermanos en Judea, ellos primeramente se dieron a sí mismos al Señor (2
Corintios 8:5). El espíritu del dador determina el carácter de la dádiva.
Los santos constituyen también, como hemos observado, un real sacerdocio.
Poco después que el pueblo de Israel hubo salido de Egipto, el Señor declaró
por medio de Moisés que si ellos obedecían su voz y guardaban su pacto, serían
para El un peculiar tesoro, un reino de sacerdotes y una nación santa (Ex.
19:5-6). El fracaso del pueblo en cumplir las condiciones, ha resultado en su
desechamiento temporario. No obstante llegarán a ser un reino terrenal de
sacerdotes para Dios, aunque momentáneamente les ha sido quitado y entregado a
gente que lleve fruto de él. Esa gente es la iglesia, el pueblo santo del cual
habla el apóstol Pedro. Como ya hemos notado, Cristo nos ha constituido en un
reino para ser sacerdotes para con su Dios y Padre (Apocalipsis 1:6).
El poder soberano de tal reino no es ejercitado aún por la iglesia.
Pablo acusa a los santos de Corinto de pretender reinar antes de tiempo. Dice:
"Sin nosotros habéis llegado a reinar: y yo quisiera que en efecto
reinaseis, para que nosotros también reinásemos con vosotros" (1 Corintios
4:8, V.M.). En el siglo venidero reinado y sacerdocio estarán perfectamente
combinados. Ya se encuentran coligados en el sacerdocio de Cristo. Su
sacerdocio es según el orden de Melquisedec, el cual reunía en sí ambos
oficios: rey de Salem y sacerdote del Altísimo. Así", cuando Dios
establezca su Rey sobre su santo monte de Sion, y el mundo que todavía le
rechaza se incline ante su señorío, El "será sacerdote
en su solio; y consejo de paz será entre ambos a dos" (Zacarías 6:13,
RV 1909). Vale decir, que reinado y sacerdocio se juntarán en armonía perfecta
(cf. Apocalipsis 20:6).
Los reyes de la tierra han tratado vez tras vez combinar en ellos mismos
el imperio con las funciones sacerdotales y así" controlar al propio
tiempo los asuntos de los hombres y los de su conciencia. Si ello fuera
factible, la combinación sería fortísima, pero en todos los casos el resultado
ha sido el fracaso. Los hombres han buscado constantemente de establecer una
Iglesia Estadual y así unir los poderes político y religioso, pero en lugar de
residir entre ellos el consejo de paz, la historia de las naciones, en este
respecto, ha sido una de constante fricción y guerra declarada. Solamente el
Hijo de Dios armonizará los dos. Su trono será el de un Rey-Sacerdote en el
perfecto ejercicio de esta doble función. Sus siervos, asociados con El, ya sea
Israel sobre la tierra o la iglesia en los cielos, serán un reino de
sacerdotes. En el presente siglo somos un real sacerdocio, no para el ejercicio
de un poder gubernamental sino para difundir las excelencias de Cristo. Como
sacerdocio santo, somos llamados a rendir un servicio no manchado por
contaminación alguna. Como sacerdocio real debemos representar dignamente al
Señor en nuestro servicio ante el mundo. De esta manera estaremos preparados
para el día cuando, en el pleno despliegue de los poderes de su reinado,
reinaremos con El cual reyes y le serviremos cual sacerdotes.
Traducido del inglés por F.A. Franco
Sendas de Luz, 1968
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