VIII.
PECADOS.
En la Escritura, en sus páginas, encontramos que
se muestra el pecado en sus diversas formas y fácilmente podríamos llenar
cientos de páginas para detallar y
explicar cada uno de ellos. En nuestro estudio veremos algunos, y es labor del
estudiante de la Escritura poder encontrar los otros, de modo que los tenga en
cuenta para no practicarlos, porque es posible que los cometamos sin darnos
cuenta, puesto que creemos que es lo más natural tal o cual situación. Tengamos
en cuenta que las páginas de nuestra Biblia fueron escritas para nuestra
enseñanza (Romanos 15:4; 1 Corintios 10:6).
Mentiras
La
Mentira es un pecado porque niega a la verdad, por lo cual hace mentiroso a lo
que es verdadero.
Una
de las habilidades que el hombre ha
heredado de “su padre” (Juan 8:44) es la capacidad de mentir o decir verdades a
media (cf. Génesis 3:1, 4,5). Usamos la mentira en forma tan habitual que ya es
parte de nuestra rutina diaria. El hombre está tan acostumbrado al hecho de
mentir que ha ideado niveles para catalogarlas, partiendo de las “blancas”
hasta las más atroces (o negras) que el hombre pueda idear. Aunque sea por una causa noble, la mentira
“blanca” sigue siendo mentira, por lo cual es pecado.
Falso Testimonio.
Si bien es cierto que el falso
testimonio es una mentira, lo tratamos aparte. Este pecado estaba expresamente
prohibido en un mandamiento: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16;
Deuteronomio 5:20). Este pecado constituye una puñalada, una flecha que
traspasa a nuestro prójimo, es un mazazo que se le da con el fin de
perjudicarlo (Proverbios 25:18). En el juicio al Señor Jesucristo, los
acusadores no encontrando pruebas, buscaron con “falsos testimonios” encontrar
una base jurídica para condenarlo a muerte, pero los testigos no concordaban
entre sí (Marcos 14:56,57).
Culpar a Dios
Tengamos
presente, además, que el hombre siempre, en última instancia, culpará a Dios.
Ya lo observamos con Adán. “La mujer que me diste” (Génesis 3:12) fue la
acusación del primer hombre. Le reprochó a Dios el hecho que él,
voluntariamente, haya comido del fruto del árbol prohibido. En el hombre actual
vemos que esta tendencia se encuentra más que presente. Nos golpeamos un dedo, y el nombre de Dios sale a
flote; sucede una fatalidad, a Dios culpamos por lo ocurrido. Es verdad que está determinado por Dios que
debemos morir, porque la paga del pecado es muerte, pero la forma de esa
muerte, en muchos casos, es nuestra responsabilidad. Nadie mandó al pervertido
sexual a tener relaciones ilícitas con una mujer con SIDA; o al ladrón robar un
banco y morir en la balacera.
Podemos
resumir lo anterior en palabras de un Proverbio de Salomón: “La insensatez del hombre tuerce su camino, y luego contra Jehová se
irrita su corazón” (Proverbios 19:3).
Palabras Ociosas
En
otras situaciones se maldice a Dios a diestra y siniestra, sin mediar la mínima
razón. Es tal la costumbre de hablar el hombre en groserías, que es tan natural
al hombre insultar al Creador por nada. Se cayó un alimento a piso y se
ensució, salió a flote el nombre de Dios. ¡Oh, Dios, cuánta misericordia tienes
para con el hombre pecador! Si Dios soporta con paciencia al hombre, no quiere
decir que deje pasar sin más los arrebatos del humano pecador. Leemos en Mateo
12:36 lo dicho por el mismo Señor Jesucristo: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de
ella darán cuenta en el día del juicio”.
Fornicar.
En la actual sociedad se ve con buenos ojos este pecado. Vemos que la juventud va tras las relaciones sexuales
sin estar casados. Es una actitud de desenfreno que en muchos casos, este
pecado, tiene consecuencias desastrosas para la vida de quien han seguido esta
práctica.
Un ejemplo a destacar y que quedó para toda la historia es el que nos
cuenta Pablo en su primera carta a los Corintios: “De cierto se oye que hay
entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los
gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre” (1 Corintios 5:1).
Pablo aconseja a los cristianos de Corinto y,
por ende, a nosotros: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el
hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio
cuerpo peca” (1 Corintios 6:18).
Una nota adicional, si bien se dice de la fornicación como contacto físico entre personas, la palabra
usada en griego es “Porneia” y es
donde proviene nuestro término pornografía. Al ser consumidores estamos
practicando un tipo de fornicación que
afecta la vida cristiana.
También se utiliza metafóricamente en
relación a la asociación de la idolatría pagana con doctrinas de la fe
cristiana, y con la profesada adhesión a ellas (Apocalipsis 14:8; 17:2; 17:4;
18:3; 19:2); algunos sugieren que este es el sentido en Apocalipsis 2:21[1]. En el antiguo Testamento encontramos la misma
figura en relación con Israel y su deslealtad con su Señor. Israel cometía “idolatría (siendo que al pueblo judío se le consideraba esposa
de Jehová)”[2]
(Jeremías 3:9; 13:27; Ezequiel 16:29; 23:5, 8,27; Oseas 1:2; 5:4).
Adulterar.
“No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14). Este mandamiento es
expresamente dado por Jehová a Moisés. En el diccionario encontramos dos significados que aclaran el uso de esta palabra. (1) “Alterar o eliminar la calidad y pureza de una cosa
añadiéndole algo que le es ajeno o impropio”. (2) “Alterar o falsear el sentido auténtico de
una cosa o la verdad de un asunto”.
En el Matrimonio
Cuando vemos deslealtad en los matrimonios y
existe encuentros extramaritales, también es visto con buenos ojos por alguna
parte de la sociedad. Entre los amigos (o amigas) se cuentan como proezas estas acciones; y lo único que
están haciendo es falsear el verdadero sentido de pureza que Dios le dio al matrimonio (Génesis 2:24).
Tan importante es el tema del matrimonio, que
debe ser tenido y visto con mucho respeto, que el compañero o compañera que se
va a tener para compartir la vida en el Señor, debe ser escogido con mucha
oración. Puede ser que si damos a nuestros gustos la capacidad de escoger,
quizás sea una elección errada que amargará nuestra vida.
Las siguientes expresiones pueden ser aplicadas
tanto a hombre como mujer y para que veamos lo complejo de escoger y de escoger
mal (sin el auspicio de Dios): “La mujer virtuosa
es corona de su marido; Mas la mala, como carcoma en sus huesos”
(Proverbios 12:4). “Mujer virtuosa,
¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras
preciosas” (Proverbios 31:10).
El
divorcio está expresamente derogado por el Señor, salvo que haya habido
fornicación previa al matrimonio: “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su
mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que
se casa con la repudiada, adultera” (Mateo 19:9).
Es
posible que la mujer samaritana estuviera viviendo con un hombre que no era su
esposo, este puede ser caso de
adulterio, es decir, estaba divorciada de su anterior esposo. Tan importante
fue el dialogo que tuvo con el Señor, ya que él descubrió de la forma más
sutil el pecado que ella estaba
viviendo, y este hecho le permitió creer en Él como el Mesías.
En la Vida Cristiana
Pero esta palabra, adulterar, implica también alterar.
Por lo cual cuando alteramos la calidad de un producto con respecto a lo
prometido, estamos adulterado. Recordemos las palabras del Señor Jesucristo,
de demos siempre “medida buena,
apretada, remecida y rebozando” (Lucas 6:38; también vea, Levítico 19:35;
Deuteronomio 25:15 Proverbios 20:10).
Las falta de pureza en la vida del creyente en
una forma de adulterar. Es decir, cualquier pecado nos lleva a perder la
calidad de vida que debemos tener. No por nada
se menciona la pureza entre las cualidades que el creyente debe poseer y
exponer en su vida (cf. 2 Corintios 6:6; 1 Timoteo 4:12).
Lascivia
Se define como la “propensión a los deleites carnales. Se trata del deseo
sexual o la lujuria sin control”. Implica un descontrol del lívido, lo que puede derivar en una
obsesión. Estas personas miran al prójimo de manera morbosa o con intenciones
sexuales
El término también se encuentra relacionado con
la desvergüenza y la lujuria. La palabra griega “asélgeia” es la que se
traduce por “lascivia” y el diccionario Vine dice que “denota exceso, licencia, ausencia de freno, indecencia, disolución”.
Este pecado es de un origen muy
profundo, del corazón del hombre (Marcos 7:21-23), desde el cual salen también
otros tipos de pecados. Vemos que
tempranamente afectó a los creyentes (2 Corintios 12:21); y es característico
de las obras de la carne (Gálatas 5:19). El creyente no debe andar como lo hace
el mundo que no le importa entregarse a
este tipo de placeres (Efesios 4:17-19).
Como las Escrituras fueron dejadas
para nuestro ejemplo, encontramos uno que nos llama la atención, porque afecta
a un gran hombre de Dios: David. En 2
Samuel 11 se cuenta que David no había
ido a la guerra junto a sus guerreros y
se quedó en el palacio. Un día ve a una mujer que se está bañando. La codició y
tomó para sí, sabiendo que era la mujer de uno de sus mejores hombre (2 Samuel
23:39). Las consecuencias de su acto fueron la concepción de un hijo ilegítimo
y la muerte del guerrero con principios (v. 11). Y en nada agradó a Dios este pecado: “Mas
esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová” (v. 27).
Por tanto, nuestra conducta
incontrolada puede llevarnos a cometer pecados más atroces de lo que es en sí
la lascivia. Pongámonos en las manos de Dios y en la obra que Él nos ha
asignado y no nos quedemos en la “molicie” como David hizo al no ir a guerra
con su “compañeros”.
Las palabras de Pablo a los Efesios
resumen magistralmente este tema: "Esto, pues, digo y requiero en el
Señor: Que no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su
mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por
la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales después
que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con
avidez toda clase de impureza" (Efesios 4:17-19).
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