Al escudriñar las
páginas del Nuevo Testamento, no se descubren muchas porciones que enseñen
categóricamente cómo y con qué fines debieran reunirse los creyentes, ni
tampoco cuál debiera ser el orden a seguir en las distintas reuniones. Pero es
muy notable ver que están registradas las oportunidades en que, en los días
apostólicos, solían reunirse los salvos para determinados propósitos. Esas
narraciones son la guía que enseña a los creyentes de sucesivas generaciones
sobre la forma en que debieran reunirse, y cuáles debieran ser las finalidades
de sus reuniones. En los párrafos que siguen se llama la atención a varios
géneros de reuniones indicados en las Santas Escrituras.
Después de resucitado el Señor, instruía a sus discípulos a que se quedasen
en Jerusalén hasta que fuesen investidos de potencia de lo alto (Lucas 24:49).
Obedientes, ellos permanecieron en la ciudad, y "perseveraban unánimes en
oración y ruego" (Hechos 1:14). Aumentaba su número hasta que se formó una
compañía como de ciento veinte (Hechos 1:15). Reunidos ellos el día de
Pentecostés, y es de suponer que "todos permanecieron unánimes en oración
y ruego", "de repente... fueron todos llenos del Espíritu
Santo" (Hechos 2:1-4). Así nació la iglesia mientras "estaban todos
unánimes juntos". Estas reuniones son las primeras anotadas en el libro
de Los Hechos, y subrayan la gran importancia de reuniones de oración. Luego,
se debe recordar que, tiempo más adelante: "la iglesia hacia sin cesar
oración a Dios" por Pedro, y, después de ser liberado por el ángel,
"llegó a casa de María la madre de Juan... Marcos, donde muchos estaban
juntos orando" (Hechos 12:5-12). A pesar de que el asombro de los reunidos
evidenciara la falta de una viva expectativa hacia una inmediata contestación a
sus oraciones, se manifiesta que Dios oye en los cielos los ruegos de los
suyos.
Otra ilustración de reunión de oración se halla en Hechos 13:1-3. Mientras
los reunidos ministraban al Señor, "dijo el Espíritu Santo: Apartadme a
Bernabé y a Saulo para la obra para la cual los he llamado. Entonces, habiendo
ayunado y orado, y puesto las manos encima de ellos, los despidieron" (o,
mejor: "les dejaron ir"). Al comienzo de una gran obra misionera, los
reunidos encomendaron por oración a Dios a los siervos que él mismo había
llamado, dejando así un gran dechado para los creyentes de los siglos que
habían devenir con respecto a los siervos a quienes Dios eligiera para llevar
el evangelio a los de afuera, en cuanto a su responsabilidad de apoyarles mediante
la oración. Además, les pusieron las manos encima, indicando así su identidad
con los enviados, como también su comunión con ellos en la obra.
Terminada la gira de evangelización, se volvieron a Antioquia los dos
siervos, y "reunida la iglesia, relataron cuán grandes cosas había Dios
hecho con ellos, y cómo había abierto a los Gentiles la puerta de la fe"
(Hechos 14:27). ¡Qué reunión misionera! Otro dechado para el día de hoy.
Volviendo atrás, al capítulo 2 de Los Hechos, allí se lee de una gran
reunión al aire libre. A lo menos, tomando en cuenta el detalle anotado en el
capítulo, es de suponer que una tan grande cantidad de personas no pudiera
reunirse sino al aire libre. Fue una reunión de predicación del evangelio, con
resultados asombrosos. Durante siglos los creyentes han seguido el ejemplo, y,
con grandes compañías, o con poca gente, han anunciado en el aire libre las
noticias gratas de salvación, y muchas son las almas que han sido guia-1-
das por el Señor en semejantes reuniones. Que sigan animándose los creyentes
en la obra al aire libre, ya que el Señor ha puesto a ese trabajo su sello de
aprobación, salvando a almas preciosas.
En varias partes de las Escrituras se mencionan reuniones de ministerio
de la Palabra y de enseñanza, no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en
el Antiguo. El antiguo recuenta cómo convocaba Moisés a los Israelitas en el
desierto, y les enseñaba lo que Dios había revelado. Pasando por encima muchas
convocaciones para la enseñanza de la Palabra, apuntadas en los libros
históricos del Antiguo Testamento, se lee en Nehemías capítulo 8 como "se
juntó todo el pueblo como un solo hombre" (v. 1), y todos oían la lectura
de la ley de Dios, como asimismo su exposición. Ciertos siervos nombrados de
entre los Levitas: "hacían entender al pueblo la ley" (v. 7). Grande
es el privilegio espiritual que se deriva en reuniones en las cuales se enseña
la Palabra de Dios, haciendo entender a los concurrentes el significado de las
Santas Escrituras.
En el Nuevo Testamento se lee cómo, en Antioquía, Bernabé y Saulo
"por el espacio de un año entero se reunieron con la iglesia, y enseñaron
a mucha gente" (Hechos 11:25-26 - Versión moderna de Pratt). La
"Versión Revisada de 1960" reza: "se congregaron allí todo un
año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente". Muy favorecida fue la
iglesia en Antioquía por tener como enseñadores suyos estos escogidos y doctos
siervos del Señor. Y hoy en día es el privilegio de las asambleas tener en el
Nuevo Testamento los escritos del apóstol Pablo y otros inspirados siervos de
Dios, y es menester que se reúnan los creyentes para escuchar la lectura de
esos escritas y la exposición de ellos. Es imprescindible que los creyentes
presten la debida atención a estas enseñanzas de las Escrituras para sujetarse
a ellas y para ponerlas en práctica en su vida diaria.
Hay un corto versículo que impone a Timoteo (y a sucesivos enseñadores
durante los siglos) grandes responsabilidades. Reza así: "entre tanto que
voy, ocúpate en leer, en exhortar, en enseñar" (1 Timoteo 4:13). Esta
instrucción tiene que ver con la obra en público. El enseñador tiene que leer
en público tiene que enseñar, por supuesto, basándose en lo que ha leído. Para
este ministerio tiene que haber reunión de creyentes.
Hay otro género de reunión, que es la de mayor importancia. Es la
reunión del partimiento del pan, establecida por el mismo Señor aquella noche
que fue entregado. El Espíritu Santo, por el apóstol Pablo, la confirmó para
los creyentes gentiles, confesando que lo que les había enseñado a los
Corintios, lo recibió del Señor mismo. Luego, recapitula las enseñanzas
tocantes a la Cena del Señor, aconsejando a sus lectores que, probándose o
examinándose a sí mismos, cada uno coma de aquel pan, y beba de aquella copa
(Léase 1 Corintios 11:23-32).
No se fija en las Escrituras, por orden precisa o
mandato cierto, cuándo debieran reunirse los creyentes para el partimiento del
pan. Ni tampoco se establece liturgia alguna para semejantes reuniones. Pero
hay indicios de que el primer día de la semana solían reunirse los creyentes
con el fin de partir el pan. Lo esencial es que los participantes hagan memoria
del Señor Jesús; declara el apóstol Pablo: "Así, pues,
todas las veces que comiereis este pan,
y bebiereis esta copa, la muerte
del Señor anunciáis hasta que él venga" (1 Cor. 11:26).
En el libro de Los Hechos se lee de una reunión de partimiento del pan
el primer día de la semana, y en esa reunión el apóstol Pablo enseñaba a los
presentes, alargando su discurso hasta la media noche, siguiendo luego hasta el
alba (Hechos 20:6-11). Aprovecho la oportunidad, teniendo reunidos los
creyentes, para ministrarles la Palabra.
Se Podría seguir citando otros casos apuntados de reuniones en días
apostólicos, pero bastan ya los referidos para indicar a los creyentes del
siglo XX algunas de las razones porque ellos se debieran reunir: a) para su
propio provecho espiritual; b) para el anuncio del evangelio a los
inconversos; c) para oración y enseñanza de la Palabra de Dios; d) para hacer
memoria del Señor Jesucristo, y para "anunciar de su muerte",
teniendo delante la bendita esperanza de que él viene otra vez.
Sendas de Luz, 1968
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