lunes, 1 de junio de 2015

Razones para Reunirnos

Al escudriñar las páginas del Nuevo Testamento, no se descubren mu­chas porciones que enseñen categórica­mente cómo y con qué fines debieran reunirse los creyentes, ni tampoco cuál debiera ser el orden a seguir en las distintas reuniones. Pero es muy no­table ver que están registradas las oportunidades en que, en los días apos­tólicos, solían reunirse los salvos para determinados propósitos. Esas narra­ciones son la guía que enseña a los creyentes de sucesivas generaciones sobre la forma en que debieran reunir­se, y cuáles debieran ser las finalida­des de sus reuniones. En los párra­fos que siguen se llama la atención a varios géneros de reuniones indicados en las Santas Escrituras.
Después de resucitado el Señor, instruía a sus discípulos a que se que­dasen en Jerusalén hasta que fuesen investidos de potencia de lo alto (Lucas 24:49). Obedientes, ellos permane­cieron en la ciudad, y "perseveraban unánimes en oración y ruego" (Hechos 1:14). Aumentaba su número hasta que se formó una compañía como de ciento veinte (Hechos 1:15). Reunidos ellos el día de Pentecostés, y es de suponer que "todos permanecieron unánimes en oración y ruego", "de repente... fue­ron todos llenos del Espíritu Santo" (Hechos 2:1-4). Así nació la iglesia mientras "estaban todos unánimes jun­tos". Estas reuniones son las prime­ras anotadas en el libro de Los Hechos, y subrayan la gran importancia de reu­niones de oración. Luego, se debe re­cordar que, tiempo más adelante: "la iglesia hacia sin cesar oración a Dios" por Pedro, y, después de ser liberado por el ángel, "llegó a casa de María la madre de Juan... Marcos, donde mu­chos estaban juntos orando" (Hechos 12:5-12). A pesar de que el asombro de los reunidos evidenciara la falta de una viva expectativa hacia una inmediata contestación a sus oraciones, se ma­nifiesta que Dios oye en los cielos los ruegos de los suyos.
Otra ilustración de reunión de ora­ción se halla en Hechos 13:1-3. Mien­tras los reunidos ministraban al Señor, "dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra para la cual los he llamado. Entonces, habien­do ayunado y orado, y puesto las manos encima de ellos, los despidieron" (o, mejor: "les dejaron ir"). Al comienzo de una gran obra misionera, los reuni­dos encomendaron por oración a Dios a los siervos que él mismo había llamado, dejando así un gran dechado para los creyentes de los siglos que habían devenir con respecto a los sier­vos a quienes Dios eligiera para llevar el evangelio a los de afuera, en cuanto a su responsabilidad de apoyarles me­diante la oración. Además, les pusie­ron las manos encima, indicando así su identidad con los enviados, como tam­bién su comunión con ellos en la obra.
Terminada la gira de evangelización, se volvieron a Antioquia los dos siervos, y "reunida la iglesia, relataron cuán grandes cosas había Dios hecho con ellos, y cómo había abierto a los Gen­tiles la puerta de la fe" (Hechos 14:27). ¡Qué reunión misionera! Otro dechado para el día de hoy.
Volviendo atrás, al capítulo 2 de Los Hechos, allí se lee de una gran reunión al aire libre. A lo menos, tomando en cuenta el detalle anotado en el capítulo, es de suponer que una tan grande can­tidad de personas no pudiera reunirse sino al aire libre. Fue una reunión de predicación del evangelio, con resulta­dos asombrosos. Durante siglos los creyentes han seguido el ejemplo, y, con grandes compañías, o con poca gente, han anunciado en el aire libre las noticias gratas de salvación, y mu­chas son las almas que han sido guia-1- das por el Señor en semejantes reunio­nes. Que sigan animándose los cre­yentes en la obra al aire libre, ya que el Señor ha puesto a ese trabajo su sello de aprobación, salvando a almas preciosas.
En varias partes de las Escrituras se mencionan reuniones de ministerio de la Palabra y de enseñanza, no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo. El antiguo recuenta cómo convocaba Moisés a los Israelitas en el desierto, y les enseñaba lo que Dios había revelado. Pasando por en­cima muchas convocaciones para la enseñanza de la Palabra, apuntadas en los libros históricos del Antiguo Tes­tamento, se lee en Nehemías capítulo 8 como "se juntó todo el pueblo como un solo hombre" (v. 1), y todos oían la lectura de la ley de Dios, como asi­mismo su exposición. Ciertos siervos nombrados de entre los Levitas: "ha­cían entender al pueblo la ley" (v. 7). Grande es el privilegio espiritual que se deriva en reuniones en las cuales se enseña la Palabra de Dios, haciendo entender a los concurrentes el signifi­cado de las Santas Escrituras.
En el Nuevo Testamento se lee cómo, en Antioquía, Bernabé y Saulo "por el espacio de un año entero se reunieron con la iglesia, y enseñaron a mucha gente" (Hechos 11:25-26 - Versión mo­derna de Pratt). La "Versión Revisada de 1960" reza: "se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente". Muy favorecida fue la iglesia en Antioquía por tener como enseñadores suyos estos escogidos y doctos siervos del Señor. Y hoy en día es el privilegio de las asambleas tener en el Nuevo Testamento los escritos del apóstol Pablo y otros inspirados siervos de Dios, y es menester que se reúnan los creyentes para escuchar la lectura de esos escritas y la exposición de ellos. Es imprescindible que los creyentes presten la debida atención a estas enseñanzas de las Escrituras pa­ra sujetarse a ellas y para ponerlas en práctica en su vida diaria.
Hay un corto versículo que impone a Timoteo (y a sucesivos enseñadores durante los siglos) grandes responsa­bilidades. Reza así: "entre tanto que voy, ocúpate en leer, en exhortar, en enseñar" (1 Timoteo 4:13). Esta instru­cción tiene que ver con la obra en pú­blico. El enseñador tiene que leer en público tiene que enseñar, por supues­to, basándose en lo que ha leído. Para este ministerio tiene que haber reunión de creyentes.
Hay otro género de reunión, que es la de mayor importancia. Es la reunión del partimiento del pan, establecida por el mismo Señor aquella noche que fue entregado. El Espíritu Santo, por el apóstol Pablo, la confirmó para los creyentes gentiles, confesando que lo que les había enseñado a los Corintios, lo recibió del Señor mismo. Luego, recapitula las enseñanzas tocantes a la Cena del Señor, aconsejando a sus lec­tores que, probándose o examinándose a sí mismos, cada uno coma de aquel pan, y beba de aquella copa (Léase 1 Corintios 11:23-32).
No se fija en las Escrituras, por orden precisa o mandato cierto, cuándo debieran reunirse los creyentes para el partimiento del pan. Ni tampoco se establece liturgia alguna para semejan­tes reuniones. Pero hay indicios de que el primer día de la semana solían reunirse los creyentes con el fin de partir el pan. Lo esencial es que los participantes hagan memoria del Se­ñor Jesús; declara el apóstol Pablo: "Así,  pues,  todas las veces que comiereis este pan,  y bebiereis esta copa,  la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga" (1 Cor. 11:26).
En el libro de Los Hechos se lee de una reunión de partimiento del pan el primer día de la semana, y en esa reunión el apóstol Pablo enseñaba a los presentes, alargando su discurso hasta la media noche, siguiendo luego hasta el alba (Hechos 20:6-11). Aprovecho la oportunidad, teniendo reunidos los creyentes, para ministrarles la Pala­bra.
Se Podría seguir citando otros casos apuntados de reuniones en días apostó­licos, pero bastan ya los referidos para indicar a los creyentes del siglo XX al­gunas de las razones porque ellos se debieran reunir: a) para su propio pro­vecho espiritual; b) para el anuncio del evangelio a los inconversos; c) para oración y enseñanza de la Palabra de Dios; d) para hacer memoria del Se­ñor Jesucristo, y para "anunciar de su muerte", teniendo delante la bendita esperanza de que él viene otra vez.
Sendas de Luz, 1968

No hay comentarios:

Publicar un comentario