lunes, 1 de junio de 2015

SERVICIO

UN PRINCIPIO GUIADOR PARA EL  SERVICIO
Una de las características de los escritos del apóstol Pablo que impre­siona al lector, es la manera en que pasa, de instancias particulares, a vastos principios. En el capítulo 7 de 1 Corintios, por ejemplo, donde, al referirse al matrimonio, replica a las preguntas concernientes a las hijas núbiles, interrumpe momentáneamente el tema especial para establecer un principio de aplicación general: "Mas esto digo, hermanos: El tiempo que nos queda está acortado; para que los que tienen mujeres, sean como si no las tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se regocijan, como si no se regocijasen; y los que compran, como si nada poseyesen; y los que usan del mundo, como no usán­dolo hasta lo sumo (o, abusando de él) porque la condición (o, moda, costumbres, etc.) de este mundo se va pasando" (1 Cor. 7:29-31, V.M..). Las dos correcciones que la tradu­cción revisada (Inglesa, y también la nuestra Moderna) hace en el versículo 29 son importantes. En primer lugar, el apóstol establece que el tiempo es acortado (no meramente que es corto). En segundo lugar, que ello encierra un propósito, esto es, que el tiempo es acortado a fin de que los cristianos puedan tener una noción sabia de sus circunstancias temporales.
Dios ofrece dos aspectos de la pre­sente dispensación: uno con respecto a los inconversos, el otro con relación a los santos. Para los no salvos, el período es alargado. Dios es longánimo "no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepen­timiento" (2 Ped. 3:9). Para los san­tos, el lapso es acortado, y este hecho debiera gobernar sus vidas. El após­tol ha sido acusado de tener una noción errónea tocante al regreso del Señor como "cercano, a las puertas", pues la presente era ha durado casi dos milenios y el segundo advenimiento del Señor, con el cual finaliza, aún no ha tenido lugar. Pero el error está en aquellos que hacen esos cargos. Bajo la inspiración de Dios, Pablo ha escrito no solo para los santos de sus días sino también para otros. Su men­saje iba dirigido a los de cada genera­ción a través de este "siglo" (era). El propósito de Dios era que la expec­tativa de la vuelta del Señor caracte­rizara a los cristianos de todos los tiempos. La actitud de la iglesia de Tesalónica debería haber sido la de los santos desde sus días hasta los nuestros. Ellos se convirtieron de sus ídolos a Dios para servirle y para "esperar a su Hijo de los cielos". Para ellos el tiempo era corto. Su servicio estaba caractizado por la expectación; su expectativa era compa­tible únicamente con un servicio rea­liza la de todo corazón. Expectación por el retorno del Señor era la cons­tante actitud del apóstol mismo, como se evidencia a través de sus Epístolas. En su carta a Tito, cronológicamente su última con excepción de una, todavía él enseña lo mismo. Debemos anhelar ardientemente "aquella esperanza bienaventurada, y la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nues­tro Jesucristo" (Tito 2:13).
         El mensaje a los santos en Corinto, entonces, es un mensaje para todos nosotros. La providencial extensión de la dispensación a su límite presente no debilita el argumento del apóstol, la Palabra de Dios no debe ser inter­pretada por hechos históricos. Por el contrario, los hechos de la historia deben ser observados a la luz de las Escrituras.
No debemos, pues, malentender el significado del pasaje suponiendo que cuando el apóstol dice que los que tienen esposas deben ser como los que no la tienen, sus palabras tienen como finalidad ofrecer una idea inferior de la relación marital que la enseñanza dada por él mismo en otras partes del Nuevo Testamento. Tampoco que, cuando dice: "Y los que lloran como... los que no lloran; y los que se huelgan (regocijan), como los que no se huelgan (regocijan), V. M.", trata de inculcar una noción estoica en cuanto a la tris­teza y el gozo. Sus referencias de sus propias lágrimas y alegrías son un repudio de idea tal. Lo que efectivamente enseña es que el cristiano jamás debe abandonarse a los intereses de esta vida. Nada que sea terrenal de­bería ser la aspiración do nuestras vidas. Tristeza y gozo no deben engrosar nuestras mentes en detrimento de nuestra devoción a Cristo y de nuestra expectativa de su regreso. Por profundos y reales que fuesen nuestros goces y pesares, éstos deben ser atemperados por el poder de esa esperanza. Muros intereses terrenales palidecen hasta la insignificancia a la luz de su venida y todo lo que ella significa. El creyente debe llevar a cabo cada cosa como si hubiese recibido aviso de partir. ¡Imaginémonos a un israelita que, pese al inminente éxodo de la nación, de Egipto, entrara en sociedad con un egipcio!
La perspectiva de nuestra rápida salida de esta escena debería mantener latente en nosotros el debido sentido de desembarazo con respecto a los asuntos de esta vida. Lo cual no sig­nifica carencia de diligencia en la con­ducción de nuestros negocios. Algunos de los santos de Tesalónica no tuvieron esto en cuenta; de aquí la exhortación del apóstol en el sentido de que ellos debían atender sus negocios y trabajar con sus manos para poder conducirse honestamente para con los de afuera. La esperanza del regreso del Señor no debería servir solamente como un ali­ciente para sus sufrimientos, sino también para contrarrestar la indolen­cia. Existe una usanza de este mundo que es totalmente consistente con nuestras relaciones para con el otro. El peligro reside en el abuso o, qui­zás, como reza el margen, en usar de él en su plenitud. Hay un abuso que consiste en un super-uso. El valor real de todas nuestras acciones se determina por nuestra actitud hacia Cristo. Si es que no llegamos a ser "perezosos en los negocios", es por­que deberemos estar "sirviendo al Señor". El apóstol recomienda a los santos en Corinto que, como con esen­cial propósito, puedan "asistir al ser­vicio del Señor sin distracciones" (7: 35, V.M.). Permitamos que nuestras ocupaciones se centralicen en Cristo y viviremos como si para nosotros el próximo suceso fuese su aparición. Sirviendo al Dios vivo esperaremos a su Hijo de los cielos. El que estima en su verdadero valor las cosas que no se ven, las cosas eternas, se guarda­rá a sí mismo de envolverse en las cosas que se ven, las cuales son tem­porales. El que realiza que, "el tiempo es acortado" y que "la apa­riencia de este mundo se pasa", usará de este mundo solo de manera que por ello sirva al Señor y espere su regre­so. Un desprendimiento de las cosas de esta vida nos capacitará para asir­nos firmemente de la vida eterna. Al mismo tiempo "echar mano de la vida eterna" nos hace "ricos en buenas obras, dadivosos; que con facilidad comuniquemos", "listos para toda buena obra" y para hacer bien "a to­dos los hombres". Al ligarnos a Cris­to, lo cual hace que nos desliguemos de este mundo, somos aptos para vivir en él como Él vivió, "el cual anduvo haciendo bienes".
La enseñanza inculcada por el após­tol se levanta en marcado contraste con las nociones generales de aquel tiempo. Para el hombre del mundo no había nada más allá de esta vida. Su gran recurso consistía en entre­garse a cuanto placer o negocio el mundo le ofreciese. Si era posible obtener goces terrenales, ellos serían ansiosamente perseguidos. Si viniesen penas, su dolor era inaguantable y conducía indefectiblemente a una de­sesperación irreparable. Tal era la meta hacia la cual el materialismo dirigía a la sociedad de entonces. ¿No persigue el mismo fin el materialismo con los hombres de hoy en día? El Nuevo Testamento fue escrito durante uno de los más oscuros períodos de la historia antigua. Tanto política como moralmente las cosas habían llegado al nivel más bajo. Desastre tras desas­tre, todo aparecía rodeado de tinieblas. Se creía que tanta miseria no tendría fin. Existía una aprensión general de que una crisis se aproximaba. Enton­ces, el mensaje que el pueblo del Se­ñor necesitaba, fue justamente el que dio el apóstol: "La apariencia (modas, costumbres, etc.) del mundo -dice él- se está pasando". La frase usada es la que indica un cambio de escena en un drama, en el cual, mientras una escena es representada, se prepara la siguiente. Era en vista de otra escena que la vida de los santos debía ser vivida. El regreso del Señor era tan importante, tan inminente, que les im­pediría estar absorbidos en los transi­torios eventos del tiempo.
Esa es justamente la situación en que estamos en el día de hoy. Existe en verdad un notable paralelo entre las circunstancias imperantes en aquellos tiempos, descriptos ya brevemente, y el estado de cosas que prevalece hoy en el mundo. Las naciones han pasado a través de terribles juicios última­mente, pero éstas aparentemente han dejado a las masas, comparativamente hablando, inconmovibles. Persiste, sin embargo, una expectación general de que algo amenaza degenerar en una crisis. ¡Cuán aplicables son, por lo tanto, a nosotros las palabras del apóstol! ¡Cuán necesario que preste­mos oído a sus exhortaciones y con­templemos las cosas de esta vida a la luz del pronto regreso del Señor! De­cir que, cual los santos del pasado estaban equivocados en cuanto a la cer­canía de su venida, nosotros debemos estar en el mismo error ahora, equi­vale a decir: "Mi Señor se tarda en venir". ¡Realicemos más bien que "el tiempo de nuestra redención está cerca" y levantemos nuestras cabezas en go­zosa anticipación de tal acontecimiento! Que la vuelta de nuestro Señor sea tan real que regule nuestras visiones, di­rija nuestras energías y amolde nues­tras vidas. Entonces, bajo la influen­cia de tanta brevedad de tiempo para nuestro servicio y del eterno galardón por la fidelidad, hagamos el mejor uso posible de nuestros talentos y oportu­nidades y "despendamos y seamos despendidos" (o, gastados) para la gloria de nuestro Redentor.
Traducido del inglés por F.A. Franco

Sendas de Luz, 1969

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