UN PRINCIPIO GUIADOR PARA EL SERVICIO
Una de las características de los escritos del apóstol Pablo que impresiona
al lector, es la manera en que pasa, de instancias particulares, a vastos
principios. En el capítulo 7 de 1 Corintios, por ejemplo, donde, al referirse
al matrimonio, replica a las preguntas concernientes a las hijas núbiles,
interrumpe momentáneamente el tema especial para establecer un principio de
aplicación general: "Mas esto digo, hermanos: El tiempo que nos queda está
acortado; para que los que tienen mujeres, sean como si no las tuviesen; y los
que lloran, como si no llorasen; y los que se regocijan, como si no se
regocijasen; y los que compran, como si nada poseyesen; y los que usan del
mundo, como no usándolo hasta lo sumo (o, abusando de él) porque la condición
(o, moda, costumbres, etc.) de este mundo se va pasando" (1 Cor. 7:29-31,
V.M..). Las dos correcciones que la traducción revisada (Inglesa, y también la
nuestra Moderna) hace en el versículo 29 son importantes. En primer lugar, el
apóstol establece que el tiempo es acortado (no meramente que es corto). En
segundo lugar, que ello encierra un propósito, esto es, que el tiempo es
acortado a fin de que los cristianos puedan tener una noción sabia de sus
circunstancias temporales.
Dios ofrece dos aspectos de la presente dispensación: uno con respecto
a los inconversos, el otro con relación a los santos. Para los no salvos, el
período es alargado. Dios es longánimo "no queriendo que ninguno perezca,
sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 Ped. 3:9). Para los santos,
el lapso es acortado, y este hecho debiera gobernar sus vidas. El apóstol ha
sido acusado de tener una noción errónea tocante al regreso del Señor como
"cercano, a las puertas", pues la presente era ha durado casi dos
milenios y el segundo advenimiento del Señor, con el cual finaliza, aún no ha
tenido lugar. Pero el error está en aquellos que hacen esos cargos. Bajo la
inspiración de Dios, Pablo ha escrito no solo para los santos de sus días sino
también para otros. Su mensaje iba dirigido a los de cada generación a través
de este "siglo" (era). El propósito de Dios era que la expectativa
de la vuelta del Señor caracterizara a los cristianos de todos los tiempos. La
actitud de la iglesia de Tesalónica debería haber sido la de los santos desde
sus días hasta los nuestros. Ellos se convirtieron de sus ídolos a Dios para servirle
y para "esperar a su Hijo de los cielos". Para ellos el tiempo era
corto. Su servicio estaba caractizado por la expectación; su expectativa era
compatible únicamente con un servicio realiza la de todo corazón. Expectación
por el retorno del Señor era la constante actitud del apóstol mismo, como se
evidencia a través de sus Epístolas. En su carta a Tito, cronológicamente su
última con excepción de una, todavía él enseña lo mismo. Debemos anhelar
ardientemente "aquella esperanza bienaventurada, y la manifestación
gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tito 2:13).
El mensaje a los santos en Corinto,
entonces, es un mensaje para todos nosotros. La providencial extensión de la
dispensación a su límite presente no debilita el argumento del apóstol, la
Palabra de Dios no debe ser interpretada por hechos históricos. Por el
contrario, los hechos de la historia deben ser observados a la luz de las
Escrituras.
No debemos, pues, malentender el significado del pasaje suponiendo que
cuando el apóstol dice que los que tienen esposas deben ser como los que no la
tienen, sus palabras tienen como finalidad ofrecer una idea inferior de la
relación marital que la enseñanza dada por él mismo en otras partes del Nuevo
Testamento. Tampoco que, cuando dice: "Y los que lloran como... los que no
lloran; y los que se huelgan (regocijan), como los que no se huelgan
(regocijan), V. M.", trata de inculcar una noción estoica en cuanto a la
tristeza y el gozo. Sus referencias de sus propias lágrimas y alegrías son un
repudio de idea tal. Lo que efectivamente enseña es que el cristiano jamás debe
abandonarse a los intereses de esta vida. Nada que sea terrenal debería ser la
aspiración do nuestras vidas. Tristeza y gozo no deben engrosar nuestras mentes
en detrimento de nuestra devoción a Cristo y de nuestra expectativa de su
regreso. Por profundos y reales que fuesen nuestros goces y pesares, éstos
deben ser atemperados por el poder de esa esperanza. Muros intereses terrenales
palidecen hasta la insignificancia a la luz de su venida y todo lo que ella
significa. El creyente debe llevar a cabo cada cosa como si hubiese recibido
aviso de partir. ¡Imaginémonos a un israelita que, pese al inminente éxodo de
la nación, de Egipto, entrara en sociedad con un egipcio!
La perspectiva de nuestra rápida salida de esta escena debería mantener
latente en nosotros el debido sentido de desembarazo con respecto a los asuntos
de esta vida. Lo cual no significa carencia de diligencia en la conducción de
nuestros negocios. Algunos de los santos de Tesalónica no tuvieron esto en
cuenta; de aquí la exhortación del apóstol en el sentido de que ellos debían
atender sus negocios y trabajar con sus manos para poder conducirse
honestamente para con los de afuera. La esperanza del regreso del Señor no
debería servir solamente como un aliciente para sus sufrimientos, sino también
para contrarrestar la indolencia. Existe una usanza de este mundo que es
totalmente consistente con nuestras relaciones para con el otro. El peligro
reside en el abuso o, quizás, como reza el margen, en usar de él en su
plenitud. Hay un abuso que consiste en un super-uso. El valor real de todas
nuestras acciones se determina por nuestra actitud hacia Cristo. Si es que no
llegamos a ser "perezosos en los negocios", es porque deberemos
estar "sirviendo al Señor". El apóstol recomienda a los santos en
Corinto que, como con esencial propósito, puedan "asistir al servicio
del Señor sin distracciones" (7: 35, V.M.). Permitamos que nuestras
ocupaciones se centralicen en Cristo y viviremos como si para nosotros el
próximo suceso fuese su aparición. Sirviendo al Dios vivo esperaremos a su Hijo
de los cielos. El que estima en su verdadero valor las cosas que no se ven, las
cosas eternas, se guardará a sí mismo de envolverse en las cosas que se ven,
las cuales son temporales. El que realiza que, "el tiempo es
acortado" y que "la apariencia de este mundo se pasa", usará de
este mundo solo de manera que por ello sirva al Señor y espere su regreso. Un
desprendimiento de las cosas de esta vida nos capacitará para asirnos
firmemente de la vida eterna. Al mismo tiempo "echar mano de la vida
eterna" nos hace "ricos en buenas obras, dadivosos; que con facilidad
comuniquemos", "listos para toda buena obra" y para hacer bien
"a todos los hombres". Al ligarnos a Cristo, lo cual hace que nos
desliguemos de este mundo, somos aptos para vivir en él como Él vivió, "el
cual anduvo haciendo bienes".
La enseñanza inculcada por el apóstol se levanta en marcado contraste
con las nociones generales de aquel tiempo. Para el hombre del mundo no había
nada más allá de esta vida. Su gran recurso consistía en entregarse a cuanto
placer o negocio el mundo le ofreciese. Si era posible obtener goces
terrenales, ellos serían ansiosamente perseguidos. Si viniesen penas, su dolor
era inaguantable y conducía indefectiblemente a una desesperación irreparable.
Tal era la meta hacia la cual el materialismo dirigía a la sociedad de
entonces. ¿No persigue el mismo fin el materialismo con los hombres de hoy en
día? El Nuevo Testamento fue escrito durante uno de los más oscuros períodos de
la historia antigua. Tanto política como moralmente las cosas habían llegado al
nivel más bajo. Desastre tras desastre, todo aparecía rodeado de tinieblas. Se
creía que tanta miseria no tendría fin. Existía una aprensión general de que
una crisis se aproximaba. Entonces, el mensaje que el pueblo del Señor
necesitaba, fue justamente el que dio el apóstol: "La apariencia (modas,
costumbres, etc.) del mundo -dice él- se está pasando". La frase usada es
la que indica un cambio de escena en un drama, en el cual, mientras una escena
es representada, se prepara la siguiente. Era en vista de otra escena que la
vida de los santos debía ser vivida. El regreso del Señor era tan importante,
tan inminente, que les impediría estar absorbidos en los transitorios eventos
del tiempo.
Esa es justamente la situación en que estamos en el
día de hoy. Existe en verdad un notable paralelo entre las circunstancias
imperantes en aquellos tiempos, descriptos ya brevemente, y el estado de cosas
que prevalece hoy en el mundo. Las naciones han pasado a través de terribles
juicios últimamente, pero éstas aparentemente han dejado a las masas,
comparativamente hablando, inconmovibles. Persiste, sin embargo, una
expectación general de que algo amenaza degenerar en una crisis. ¡Cuán
aplicables son, por lo tanto, a nosotros las palabras del apóstol! ¡Cuán
necesario que prestemos oído a sus exhortaciones y contemplemos las cosas de
esta vida a la luz del pronto regreso del Señor! Decir que, cual los santos
del pasado estaban equivocados en cuanto a la cercanía de su venida, nosotros
debemos estar en el mismo error ahora, equivale a decir: "Mi Señor se
tarda en venir". ¡Realicemos más bien que "el tiempo de nuestra
redención está cerca" y levantemos nuestras cabezas en gozosa
anticipación de tal acontecimiento! Que la vuelta de nuestro Señor sea tan real
que regule nuestras visiones, dirija nuestras energías y amolde nuestras
vidas. Entonces, bajo la influencia de tanta brevedad de tiempo para nuestro
servicio y del eterno galardón por la fidelidad, hagamos el mejor uso posible
de nuestros talentos y oportunidades y "despendamos y seamos despendidos"
(o, gastados) para la gloria de nuestro Redentor.
Traducido
del inglés por F.A. Franco
Sendas
de Luz, 1969
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