lunes, 4 de abril de 2016

Doctrina: Cristología. (Parte IV)

III. La Encarnación


a)   Introducción.
Al estudiar este tema, surge una pregunta que es necesaria responder: ¿por qué  era necesaria la encarnación? ¿Por qué Dios tuvo que encarnarse y nacer como un hombre en esta tierra? ¿Cuáles fueron los motivos para que el Dios Eterno, la segunda persona de la Trinidad, se encarnase  y tuviese forma  semejante a los hombres, pero sin pecado?
Pienso que no hay una respuesta terminante, una respuesta definitiva que satisfaga a la pregunta.
Entendemos que Dios es Libre y por lo cual no tenía ninguna obligación de venir y salvar al hombre; pero al mismo tiempo podemos decir que el hombre no tenía ninguna forma de retornar al seno Paterno. Todo lo que pidiese hacer para lograr el favor divino era contrario a lo que Dios había mandado, y esto se ve claramente reflejado en el sacrificio de Abel y Caín (Gen 4:2-5).  El primero ofreció un sacrificio cruento, a modo de ejemplo que les había dado a sus padres en el Edén cuando les vistió con pieles y Caín trajo de su trabajo, no tomando en cuenta que los frutos ofrecidos venían de una tierra maldecida. Y el resultado de esto es que Caín se ensañó contra su hermano dándole muerte, en actitud de manifiesto desafío a Dios.  Siguiendo esta misma actitud humana de querer hacer lo contrario a lo que Dios estableció para acercarse a Él estamos todos los seres humanos, viviendo nuestra propia vida, acercándonos a Dios de un modo poco reverente, o, peor aún, cambiando a Dios por otros dioses de diversas formas (Romanos 1:22-25). Queremos poner nuestras propias obras para acercarnos a Dios, para que por medio de ellas podamos redimirnos, sin tener en cuenta que todo lo que podamos hacer son acciones inmundas, tal como lo expresa Isaías: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Isaías 64:6). Pablo lo explica del siguiente modo “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios.  Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre;  Quebranto y desventura hay en sus caminos;  Y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:10-18). Con todo puede haber buenas personas, dispuestas a sacrificarse por otras (Romanos 5:7), pero ese sacrificio solo queda ahí, en bien de la otra. Por consiguiente, no existe sacrificio de hombre alguno que pueda servir para que la humanidad tuviese un camino de salida. Es posible que existan personas justas, pero su justicia sino no está puesta en Dios no sirve de nada (cf. Ezequiel 14:14).
Dado que el hombre no puede por naturaleza salvarse, era necesario que existiese un hombre que su sacrificio fuese aceptado por Dios y por los hombres. Por Dios, para que su justicia fuese satisfecha y por los hombres, para que se apropien de esta oferta de salvación. Por consiguiente, este hombre debía ser perfecto, sin pecado y en la tierra no había ninguno y tampoco nacería ninguno  que descendiese de hombre y mujer.
 De modo que al no haber nadie que pudiese satisfacer a la justicia de Dios, Dios proveyó un medio, que venía anunciando desde la caída del hombre en pecado. Entendemos que la misericordia de Dios impulsó a que el Hijo, la segunda persona de la Deidad, viniese a la tierra y tomase naturaleza humana (Juan 3:16; Filipenses 2:5-8a), sin dejar de ser Dios. Esta unión se le conoce como hipostasis, de la cual hablaremos más adelante.

b)   Nacimiento Virginal[1]
El nacimiento virginal fue el medio por el cual tuvo lugar la encarnación y garantizó la naturaleza no pecaminosa del Hijo de Dios[2].
Desde la eternidad Dios había planeado cada detalle de este acontecimiento, no era algo fortuito o reactivo ante el pecado, sino que había sido pre establecido antes que esto aconteciese (cf. Hechos 2:23; Juan 15:15c; 17:8,14).
El nacimiento del Señor es relatado en Dos evangelios (Mateo 1:18-25 y Lucas 1:26-38) y ambos se complementan para darnos un relato detallado de los hechos. Ambos presentan al Mesías en su forma humana, ya que destacan la genealogía de él. Sin embargo surge un problema con esto, al hacer un estudio detallado nos percatamos que ambas no son similares, son diferentes en extensión  y personas que componen el árbol genealógico. La respuesta que se ha dado y que aporta sentido a esta discrepancia, es la lista de ascendiente que presenta Mateo (1:1-17) corresponde a la línea de José y la que entrega Lucas (3:23-38) a la de María.
Ahora bien, la anunciación por parte del ángel Gabriel a María  de que ella había sido favorecida con llevar en su vientre al mesías prometido, era el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14 cf. Mateo 1:23). Ella estaba desposada (de novia, comprometida) con José hijo de Jacob (Mateo 1:18), no casada aun, por lo cual no había conocido varón, por eso fue la pregunta al ángel “¿Cómo será esto? pues no conozco varón” (Lucas 1:34). De manera que la respuesta fue simple, esto no era obra de humanos, sino  que “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).  
Dios no forzó a María, sino que ella estaba dispuesta a obedecerle voluntariamente, a pesar de llevar un hijo no estando casada. Simplemente dijo: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia” (Lucas 1:38). Esta aceptación tuvo sus costos para ella (cf. Mateo 1:19), pero Dios estaba con ella (Mateo 1:20). Con la respuesta de María, también se cumplió la profecía hecha por Dios a Eva en Génesis 3:15, la simiente de la mujer nacería y se llamaría Jesús.
Según la profecía de Miqueas 5:2, el Mesías debía nacer necesariamente en Belén, cuna de la casa de David, y  José y María estaban unos 115 Kilómetros al norte, en Nazaret, Galilea.  Dado el estado de gravidez de María, era un motivo más que suficiente para quedarse en una zona que para ellos era conocida. Pero Dios tenía su plan forjado desde la eternidad. José y María  no tenían motivo para viajar, pero Dios lo había creado. Roma, el imperio que gobernaba Israel, había ordenado un censo (Lucas 2:1) y había ordenado que cada uno fue censado en su ciudad natal (Lucas 2:3) y José y su esposa tuvieron que ir a Belén ya que él había nacido ahí y era de casa de David (Lucas 2:4). De este modo la profecía de Miqueas se cumplió en forma integral.
Al llegar a Belén no encontraron  un lugar para que ella diera a luz a su Hijo, el Salvador del Mundo, y sólo había para Él un pesebre (Lucas 2:7), un lugar que era destinado para guardar a los animales. Dios, el Eterno y lleno de Gloria, se había encarnado y nacido en un humilde lugar, ya que para Él no había ningún otro lugar, ni siquiera el mesón. Había venido a este mundo en una extrema humildad. Pablo expresó este momento del siguiente modo: “tomando forma de siervo” (Filipenses 2:7). El siervo (literalmente, esclavo) era la condición social más baja que existía en aquella sociedad, que prácticamente no tenía ningún derecho y solo debía servir a sus amos, su vida no le pertenecía y otros decidían por él, incluso si debía morir. Dios que tomó esta forma de Siervo, nació en un pesebre, rodeado de animales.
Este portentoso hecho pasó desapercibido para la gran mayoría de los hombres, pero un ángel dio aviso a los pastores y una multitud daba Gloria a Dios (Lucas 2:8-20). Este portento, motivó a que los pastores[3], y no los asustó, sino que fueron a ver al lugar indicado por el ángel y allí lo encontraron; cuando salieron de ahí, lo hicieron dando gloria a Dios.
Casi dos años después unos extranjeros le rindieron honor y los de su propio pueblo querían darle muerte (Mateo 2:1-12).
¿Quién era este niño que nació en una condición tal humilde y que provocó que los ángeles apareciesen  y señalasen el humilde lugar en el que nació?
La Biblia aclara que este niño era Dios mismo. Juan dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1,14). Y Pablo describe este proceso de la encarnación del Hijo de Dios en una forma teológica que lo describe del siguiente modo: “…el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres…” (Filipenses 2:6-7).
(Continuará)




[1] Este término es usado para expresar que desde la concepción hasta el nacimiento del Señor Jesús, María tenía la condición de virginidad, ya que en la concepción del Mesías no hubo participación de hombre alguno. De ningún modo abalamos la doctrina de la Iglesia Católica que indica que tuvo una virginidad perpetua, ya que creemos que tuvo más hijo, porque se identifica a Jesús como su primogénito (Mateo 1:25). Si leemos con cuidado vemos que este versículo citado destruye tal teoría, ya que además se utiliza el verbo “conoció”, que se usa para dar a entender que en forma posterior tuvo una relación normal entre hombre y mujer que se encuentran casados, de cuya relación nacieron más hijos (cf. Mateo 12:46, 47; 13:55; Marcos 3:31,32; Lucas 8:19, 20; Juan 7:3,5)
[2] Paul Enns, Compendio Portavoz de teología, Página222
[3] Se piensa que estos pastores era sacerdotes destinado a cuidar las ovejas que se usaban en los sacrificios del templo.

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