(Levítico 1 a 7)
"A Jesucristo, y a
éste crucificado" (1 Corintios 2:2).
1. EL HOLOCAUSTO (Levítico 1; 6:9-13; 7:8)
La ofrenda del rebaño
No todos los
israelitas llevaban un becerro; aquellos que eran demasiado pobres se
contentaban con una oveja o una cabra. Muchos detalles de los versículos 10 a
13 corresponden al párrafo precedente, pero algunos rasgos faltan.
El adorador no ponía
su mano sobre la cabeza de la víctima. Tenía consciencia de la perfección de la
ofrenda, pero no se identificaba con ella. Muchos hijos de Dios saben que
Cristo ha sido perfecto en todas las cosas, pero no han comprendido, por medio
de la fe, y por la gracia de Dios, que "como él es, así somos
nosotros".
El israelita tampoco
desollaba su ofrenda. No hay la misma contemplación de las perfecciones
interiores del Señor Jesús.
Pero si la visión de
Cristo es menos completa, menos clara, es, sin embargo, real, y la ofrenda quemada
sobre el altar "holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para
Jehová".
La ofrenda de aves Ésta es una
ofrenda más débil todavía. No obstante, el adorador ha querido acercarse. Trae
lo que puede según sus recursos, una ofrenda que tenía algunos defectos, de la
cual hacía falta quitar "el buche y las plumas", "con la
suciedad que contenga" (v. 16, V. M.). No era el adorador quien degollaba
y desollaba; el sacerdote lo hacía todo. El interior de la víctima no era
«apreciado»; el ave era sólo partida pero no dividida; no se entra en los
detalles de las perfecciones de Cristo.
Sin embargo, si bien
el adorador era débil, el sacerdote sabía valorar esta ofrenda y expresar lo
que era confuso en la mente y en el corazón de aquel que se había acercado.
Durante el culto, un hermano sabrá precisar en la oración lo que hasta entonces
no era sino impreciso y confuso en el corazón de algunos de sus hermanos. Así
estimulados, éstos podrán quizás otra vez traer una ofrenda del rebaño.
Pero sea cual fuere
la ofrenda, a pesar de la debilidad, incluso de la pobreza, nuestro capítulo
declara expresamente: "Holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para
Jehová" (v. 9, 13, 17). Es un pensamiento consolador, y que evita que nos
desalentemos: por débil y pequeña que sea la ofrenda, ella es agradable a
Dios, porque de alguna manera su Hijo ha sido presentado.
Se trata de hacer
progresos espirituales: si un hijito en Cristo no lleva más que un ave, un
joven (según 1 Juan 2) llevará un cordero, y un padre, un becerro. Pero
tengamos cuidado: podemos haber avanzado en las cosas de Dios, haber podido
llevar incluso un becerro, y luego, por falta de vigilancia y de comunión con
el Señor, volver a caer en un estado práctico que sólo nos permite llevar un
cordero o un par de aves. Si bien es importante progresar en la gracia y en el
conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, también es importante velar por
nuestro andar y por todo lo que entorpece nuestra comunión con Dios.
En Levítico 6:8-13
se repite más de una vez que el holocausto debe estar sobre el fuego, sobre el
altar, "toda la noche, hasta la mañana"; el fuego ardía sobre él
continuamente; no debía dejarse que se apagara. Cristo se ofreció una vez para
siempre y su sacrificio jamás deberá repetirse; pero el memorial de su ofrenda,
el perfume del holocausto sube continuamente ante Dios durante la noche de su
ausencia. Cuán precioso es para el corazón del Padre ver, en este mundo de
tinieblas, corazones que aprecian la obra de su Hijo y hacen subir
continuamente ante El, en alabanza, ese olor grato de su sacrificio. El Salmo
134, punto culminante de los Cánticos graduales, nos dice: "Mirad,
bendecid a Jehová, vosotros todos los siervos de Jehová, los que en la casa de
Jehová estáis por las noches. Alzad vuestras manos al santuario, y bendecid a
Jehová" (v. 1-2).
Y si bien durante la
noche de su ausencia, el humo del holocausto sube sin cesar como perfume de
olor grato ante Dios, su valor nunca dejará de ser grato ante él cuando todos
los rescatados hayan de cantar el nuevo cántico alrededor del trono.
2. LA OFRENDA VEGETAL (Levítico 2;
6:14-23)
En la ofrenda
vegetal, no se trata de una víctima degollada, de sangre derramada, de
propiciación ni de pecado. La ofrenda no es ofrecida para "ser aceptada".
Este capítulo, pues,
no nos habla de la muerte del Señor Jesús, sino de su vida, de su perfecta
humanidad. Se trata de la perfección personal de Cristo, objeto y alimento de
nuestro corazón, pero, ante todo, de una ofrenda de olor fragante que sube
hacia Dios quien encontró en El todo su contentamiento. Es la absoluta devoción
a Dios de todas las facultades de un hombre que vivió en la tierra, con todo su
ser ofrecido a Dios, a lo largo de una vida de entera obediencia.
La ofrenda vegetal
era ofrecida junto con el holocausto (véase por ejemplo Números 28 y 29).
Consciente de haber sido aceptado (en relación con el holocausto), el adorador
puede llevar la ofrenda vegetal, es decir, presentar a Dios la perfecta vida
de Cristo, hombre en la tierra, y alimentarse de Él. Considerar la vida de
Cristo en sus diversas perfecciones y compararla con la nuestra, sería
desmoralizador. La diferencia es infinita... Pero, con la seguridad de haber
sido "aceptados en él", «tenemos derecho a olvidarnos de nosotros
mismos, a olvidar nuestros pecados y a olvidarnos de todo lo que no sea Jesús»
(J.N.D.). Considerarlo así, en la perfección de los detalles de su vida, se
convierte entonces en un profundo gozo para el alma y, para con Dios, en un
tema de adoración siempre renovado.
En Israel, cada
mañana y cada atardecer se ofrecían el holocausto y la ofrenda vegetal (Números
28:4). ¿No podemos nosotros, al principio y al final de nuestras jornadas, dar
gracias a Dios por la persona del Señor Jesús y no sólo por todas las
bendiciones que con él nos ha dado? Pero recordemos siempre que la ofrenda
vegetal era "cosa santísima de las ofrendas que se queman para
Jehová" (Levítico 2:3) y debía "comerse en lugar santo" (6:16).
Todo lo que concierne a la persona de Cristo, ya sea respecto de su divinidad
o de su humanidad, siempre debe ser considerado con gran reverencia, sin
mezclar ninguna otra consideración que provenga de nuestro propio corazón.
1 Pedro 2:21-24 nos
muestra esta unión de la perfecta vida de Cristo, modelo para nosotros, y de
su muerte expiatoria. Una no puede ir separada de la otra, como muchos
quisieran hacerlo, queriendo ver en Jesús un modelo a imitar, pero apartando
cualquier idea de expiación en su sacrificio.
Tales pensamientos
son totalmente ajenos a la Palabra de Dios.
La flor de harina
La flor de harina
representa la humanidad de Cristo, perfecta en todos sus detalles, tal como él
fue en la tierra para perfecta satisfacción de Dios, en su vida, muerte y
resurrección. En la flor de harina, todo es fino, puro, blanco, igual. En el
Cristo-hombre todo era armonía y ninguna de sus cualidades predominaba sobre
otras, como a menudo ocurre con nosotros. Podía a la vez usar de gracia y
reprender el mal; sabía consolar y corregir; sabía cómo comportarse en la casa
del fariseo y en el hogar de Betania.
Nos hace falta
aprender a mirar a la persona de Jesús, como Juan Bautista quien "mirando
a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios" (Juan
1:36).
Los relatos de los
evangelios hacen resaltar algunas de estas perfecciones de la vida de Cristo
en la tierra. Jamás podremos contemplar suficientemente la vida de "Jesús
de Nazaret", y "cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos
los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (Hechos 10:38).
En los Salmos aprendemos
a conocer las perfecciones íntimas de su ser, sobre todo en el primer libro, el
cual nos lo presenta como hombre en la tierra; afligido y pobre, pero siempre
poniendo a Dios delante de él; encontrando su complacencia para los santos,
para los íntegros que están en la tierra (Salmo 16:3); perseverando en su
servicio; "no ocultó su misericordia y su verdad en grande asamblea";
"ha publicado su fidelidad y su salvación" (Salmo 40:10). Vemos al hombre
obediente, dependiente, lleno de confianza en Dios, enteramente consagrado para
su gloria.
El aceite
La ofrenda era
amasada con aceite y untada con aceite, así como el Señor Jesús fue engendrado
del Espíritu Santo, y luego ungido del Espíritu Santo cuando Juan lo bautizó, y
lleno del Espíritu Santo al empezar su ministerio (Mateo 1:20; Lucas 3:22; 4:1,
14). Sobre los discípulos, en el día de Pentecostés, el Espíritu bajó como
lenguas de fuego. Si el Espíritu debía constituir en ellos el poder para el
servicio y El que les guiaría a toda la verdad (Juan 16:13), también debía ser
El que juzgaría y purificaría muchas cosas en ellos.
¡Cuántos
pensamientos, concepciones erróneas, costumbres deben ser consumados en
nosotros por el fuego del Espíritu! Nada de esto tuvo lugar en Cristo. Por eso
el Espíritu bajó sobre él como paloma, símbolo de la inocencia, como convenía
al Hombre perfecto.
El incienso
El incienso que se
vertía sobre la ofrenda vegetal era completamente quemado sobre el altar. Este
representa toda la satisfacción que Dios encontró en la vida de su Hijo en la
tierra. "Tu nombre es como ungüento derramado" (Cantar de los
cantares 1:3; Juan 12:3). Todo lo que él hacía, era para Dios y no para los hombres.
«Cuanto más fiel era Cristo, cuanto más despreciado y contradicho; cuanto más
manso, tanto menos se lo estimaba. Pero el recibimiento que encontraba, no
producía en él ninguna alteración, porque todas las cosas las hacía únicamente
para Dios. Ante la multitud, o con sus discípulos, o en presencia de sus
inicuos jueces, nada alteraba la perfección de sus designios, porque en todas
sus circunstancias, todo lo hacía para Dios. El incienso de su servicio, de su
corazón y de sus afectos, era para Dios y subía continuamente ante él»
(J.N.D.).
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