Capítulo 3: Crecimiento en la Vida Divina (1 Juan 2: 12-27)
El apóstol ha hablado de la vida eterna manifestada
en perfección en Cristo; él también ha traído ante nosotros las dos grandes
características que caracterizarán a aquellos que poseen la vida mientras pasan
por este mundo -obediencia y amor. En la porción de la Epístola que está a
continuación, el apóstol muestra que, aunque todos los creyentes poseen la
vida, con todo, hay crecimiento en la vida divina.
Él ve a los creyentes como formando la familia de
Dios, y usa las relaciones de la vida común —padres, jóvenes e hijitos- para
presentar diferentes etapas de crecimiento espiritual en la aprehensión de la
verdad y en la experiencia Cristiana. Él no usa estos términos para presentar
etapas en la vida natural, sino, más bien, diferencias en el
crecimiento espiritual. Una persona convertida en una edad avanzada,
espiritualmente no sería más que un niño, mientras que un creyente
comparativamente joven en años podría, por medio del progreso espiritual,
llegar a ser un padre. Además, el apóstol presenta las trampas especiales a las
que están expuestos los creyentes en las diferentes etapas del crecimiento.
(Versículo
12). "Os escribo a vosotros, hijitos míos, por cuanto vuestros pecados os
son perdonados a causa de su nombre." (Versión Moderna). Antes de hablar
de las diferentes etapas del crecimiento espiritual, el apóstol se refiere a la
bendición que es verdadera de toda la familia de Dios. Él se dirige a todos los
creyentes como a "hijitos"; este es un término cariñoso. Él declara,
entonces, que el perdón de pecados es la gran bendición que caracteriza a cada
miembro de la familia de Dios. Separados de esta bendición ellos no
pertenecerían a esta familia. El apóstol no escribe a pecadores a fin de que
ellos puedan ser perdonados, sino a creyentes debido a que son perdonados.
Además, ya que él va a hablar de experiencias y progreso espiritual, les
recuerda a los creyentes que son perdonados "por su nombre." Como
creyentes, él nos recuerda que no hemos sido perdonados por nada de lo que
somos, o a causa de cualquier experiencia no obstante lo real que ella sea -eso
sería 'por nuestro nombre'. Nosotros somos perdonados debido a lo que
Dios ha encontrado en Cristo y Su obra -"por su nombre". El Señor
mismo había instruido a los discípulos "que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones" (Lucas
24:47). Pedro, al llevar a cabo la comisión del Señor, proclamó a los Gentiles
que, "todo aquel que en él creyere, recibirá en su nombre remisión de
pecado" (Hechos 10:32 - Versión Moderna). De esta forma, el perdón de
pecados no es un asunto de un logro; es proclamado a nosotros por medio del
Señor Jesús, y recibido por medio de la fe en Cristo. (Hechos 13: 38, 39).
(Versículo
13). Habiendo indicado lo que es común a toda la familia de Dios, el apóstol
presenta tres etapas del crecimiento espiritual bajo los términos: padres,
jóvenes e hijitos. Él no escribe a "ancianos", jóvenes e hijitos.
Difícilmente sería "ancianos" una figura apropiada para presentar la
etapa más alta del crecimiento espiritual, ya que el término implica debilidad
y decaimiento. Él usa el término "padres", que sugiere madurez y
adultez de experiencia.
Las características destacadas de cada clase son
indicadas en primer lugar; los padres han conocido a Cristo que es desde el
principio; los jóvenes son caracterizados habiendo vencido al maligno; los
hijitos han conocido al Padre.
En el curso del crecimiento natural podemos perder
en gran medida las características de una etapa más temprana del crecimiento.
Esto no es así en el crecimiento espiritual. Los jóvenes no cesan de conocer al
Padre debido a que han aprendido a vencer al maligno; los padres no cesan de
vencer al maligno debido a que han aprendido a conocer a Aquel que es desde el
principio.
Al escribir a cada clase el apóstol usa las
palabras "porque conocéis" y "porque habéis", mostrando que
había un punto de afinidad entre él y cada clase. Era decir prácticamente, «Yo les
escribo debido a que ustedes están gozando lo que yo estoy gozando». Estas tres
etapas cubren todo el terreno del Cristianismo práctico. Aquel que posea todas
estas características será un cristiano plenamente desarrollado.
(Versículo
14). Padres. Habiéndonos dado las características destacadas de cada etapa del
crecimiento Cristiano, el apóstol otra vez se refiere a cada clase, presentando
en el caso de los jóvenes y los hijitos, sus peligros especiales. Él
no tiene nada nuevo que agregar en cuanto a los padres; él repite, "habéis
conocido al que es desde el principio". Puede surgir la pregunta, ¿Acaso
los jóvenes y los hijitos no conocen a Cristo? Ciertamente que ellos conocen a
Cristo como su Salvador, pero conocer a Cristo como Aquel Único que es desde el
principio implica que no solamente conocemos a Cristo como salvándonos de
nuestros pecados y del juicio, sino que hemos avanzado de tal forma en la vida
espiritual que hemos discernido en Cristo a Aquel Único que es el principio de
un completo mundo nuevo de bendición, según los consejos del corazón del Padre.
La expresión "desde el principio", tiene la fuerza de 'desde el
comienzo'. Conocer que Él es desde el principio es entender que, con la
venida de Cristo, está el comienzo de una creación enteramente nueva en la que
las cosas antiguas habrán pasado para siempre. Quienes conocen a
Cristo de esta manera, no tendrán ninguna esperanza adicional de reformar al
hombre o de mejorar el mundo. Ellos mirarán más allá de este mundo y tendrán
sus mentes puestas en las cosas de arriba. Todas sus esperanzas estarán
centradas en Cristo. Ellos han alcanzado una etapa de crecimiento en la cual
Cristo es todo y está en todo.
(Versículo
14). Jóvenes. Los hijitos se caracterizan por su confianza en el amor del
Padre. Los jóvenes no pierden esta confianza, pero, además, se caracterizan por
la fuerza espiritual para vencer en el conflicto. En la vida natural, los
jóvenes tienen que enfrentar el mundo y luchar la batalla de la vida. De igual
forma, en la vida espiritual, los "jóvenes" son aquellos creyentes
que se caracterizan por ese vigor espiritual que les capacita para vencer al
maligno.
La fuente de su fuerza para vencer es la palabra de
Dios. Ellos vencen al enemigo, no por razón o habilidad humanas, no por la
sabiduría de las escuelas, sino por medio de la palabra de Dios, y además, por
la palabra de Dios permaneciendo en ellos. No es simplemente que ellos
comprenden la palabra de Dios, o que la han guardado en su memoria, sino que
ella forma sus pensamientos, ocupa sus afectos y gobierna sus acciones. Para
los tales, la palabra no es algo que se puede tomar livianamente, o entregar
livianamente, bajo la influencia de un maestro. Ella habita en el corazón como
siendo la palabra de Dios, y por lo tanto, sostenida en la fe en Dios. Alguien
ha dicho, «El verdadero
secreto de poder usar la palabra de Dios contra el diablo es que la palabra de
Dios esté guardando vuestra propia alma».
Si la palabra de Dios permanece en nosotros,
llegará a ser nuestra guía en cada circunstancia y nuestra defensa en cada
conflicto. Algunos han puesto sus ojos en la conciencia como una guía, y así
con la mayor sinceridad han sido conducidos a acciones de lo más reñidas con el
Cristianismo, incluso a perseguir a los santos de Dios, como en el caso de
Saulo de Tarso. Estrictamente, la conciencia no es una guía, sino un testigo.
Ella atestigua según la luz que nosotros tenemos. La verdadera luz y guía es la
Palabra de Dios, y, si tenemos esa luz, la conciencia atestiguará en cuanto a
si nuestro andar es según la luz. Así la Palabra de Dios llega a ser la prueba
para todo. A veces podemos probar cosas por su utilidad o éxito aparentes.
Solamente descubriremos el verdadero carácter de cualquier cosa si la sometemos
a la prueba de la Palabra de Dios. Someter a la prueba de la Palabra es estar
verdaderamente sometidos a Dios, y el diablo no tiene poder contra una persona
sometida. Así nosotros vencemos al maligno.
Tenemos el ejemplo más perfecto
de esta victoria en nuestro Señor. El diablo buscó sacarle del lugar de
dependencia de Dios, de consagración a Dios, y de confianza en Dios. El Señor
venció en cada caso, no por medio del uso del poder de Su Deidad, sino, como el
Hombre perfecto, dependiente, usando la Palabra de Dios. En cada tentación el
Señor venció diciendo, "Escrito está". Además, la palabra que Él usó
fue la palabra que Él guardó. Es inútil intentar enfrentar las tentaciones del
diablo con una palabra que nosotros mismos no estamos obedeciendo. Si nuestros
pensamientos y palabras y caminos son gobernados por la Palabra, nosotros la
podemos usar eficazmente contra el diablo y vencer.
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