Muerte, Resurrección
y Ascensión.
Resurrección.
La doctrina de la resurrección es fundamental para el
cristianismo desde el comienzo de este y los primeros cristianos lo tenían muy
presente. Los cuatro evangelios contienen el registro o el testimonio de este
hecho y se dan los detalles necesarios. Y cualquiera mala comprensión de ella
misma, lleva a desvirtuar la verdad en el cristianismo y provocamos el
sufrimiento en nuestros hermanos, y sembramos desesperanza. Por eso Pablo
dedica bastante espacio para aclarar este tema a los 1 Corintios 15, porque ya en
esa época ya había hombres que pensaban que tal hecho no había existido y otros
que había sucedido (v.12). La
resurrección es de tal importancia, que ésta es la base de nuestra fe, porque
si no sucedió, nuestra fe seria vana y no podríamos esperar nada, ya que al no existir
la resurrección del Mesías como un hecho de que efectivamente sucedió, entonces
creer en un Dios “Salvador” que no nos puede resucitar, nos deja en la misma
situación de condenación que teníamos. Sin este mensaje, sin esta verdad, el
evangelio no tiene ninguna base, simplemente desaparece.
Sin embargo, este hecho fue preponderante en la
predicación de los apóstoles y en sus escritos, jugaba un papel de la más
amplia importancia. Pedro lo declaró en Hechos 2:24;32; 3:15; 4:10; 5:30;
10:40; 1 Pedro 1:21, 23. Pablo lo enseñó en Hechos 13:30, 34;17:31; 1 Corintios
15; Filipenses 3:21. Willian Evans nos dice al
respecto: “La creencia en esta predicación fue la que llevó al establecimiento
de la iglesia cristiana. La creencia en la resurrección de nuestro Señor
Jesucristo fue la fe de la primitiva iglesia (hechos 4:33)”[1].
Dijimos al principio de esta sección que la resurrección se le da
completa importancia en los cuatro evangelios, y está presente en el libro de
los Hechos, con los primeros cristianos; está presente en forma explícita o
implícita en las cartas de los apóstoles. Y también es mostrada en forma
gráfica en el libro del Apocalipsis porque se muestra a Cristo Resucitado en el
cielo realizando tareas y predice su regreso para dar retribución a sus
enemigos. Por tanto, todo el nuevo Testamento da testimonio de la Resurrección
como un hecho verídico.
I)
Los
Hechos.
Después que se reconoció Su muerte por las autoridades
romanas, el cuerpo fue entregado a José de Arimatea, quien era un discípulo en
secreto. Este dispuso para la sepultura del maestro su propio sepulcro excavado
en la roca de un huerto cercano al lugar del suplicio. Nicodemo, quien también
era discípulo, trajo el perfume necesario para ungir el cuerpo.
Como era cercana la hora en que comenzaba el sábado,
el día de reposo, rápidamente hicieron los preparativos para sepultarlo. “Tomaron, pues, el
cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es
costumbre sepultar entre los judíos” (Juan 19:40). Sellaron la entrada con una
roca. “Y estaban allí María Magdalena, y la otra María, sentadas delante del
sepulcro” (Mateo 27:61).
“Al día siguiente, que es después de la preparación, se reunieron los
principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato, diciendo: Señor, nos
acordamos de que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré.
Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan
sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los
muertos. Y será el postrer error peor que el primero. Y Pilato les dijo: Ahí
tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis. Entonces ellos fueron y
aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia” (Mateo
27:62-66).
Pasado el día de reposo, la guardia estaba en su puesto cuando muy de mañana
el primer día de la semana (nuestro domingo) un ángel removió la piedra y se
sentó sobre ella a esperar. Los guardias se desmayaron de miedo ante el hecho
portentoso, ya que además de la presencia de este ser, el hecho de remover la
roca hubo un terremoto. Las mujeres que venían a terminar de preparar el cuerpo
del maestro y que se preguntaban quien les removería la roca que tapaba la
entrada, se encontraron que los guardias estaban “como muertos”, que la roca
estaba removida, el cuerpo de su Maestro no estaba. “Aconteció que estando
ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con
vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a
tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí,
sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en
Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos
de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces
ellas se acordaron de sus palabras, y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de
todas estas cosas a los once, y a todos los demás” (Lucas 24:4-9).
El Mesías resucitado se manifestó a
María Magdalena, a las otras mujeres que se habían juntado en el sepulcro. A
los discípulos que desesperanzados se dirigían a Emaús, a Pedro y a los once
apóstoles. Pablo nos indica que también se manifestó ante quinientos
discípulos, a Jacobo y, años después a Pablo. Todos ellos daban testimonio que
lo habían visto resucitado; todos ellos eran testigos del HECHO DE LA
RESURRECCIÓN.
(Pasajes a leer: Mateo 27:57-66; 28:1-20; Marcos 15:42-47; 16:1-8;
Lucas 23:50-56; 24:1-53; Juan 19:38-42; 20:1-21:25; 1 Corintios 15:3-8).
Sabemos que en el antiguo testamento encontramos referencia o atisbos de lo
que iba a suceder. Tanto Pedro como Pablo atestiguaban que lo descrito en
el Salmo 16:10 no podía tener cumplimiento en David, porque sus restos aún
estaban en el sepulcro; sino que habla del Mesías y que se cumplió en la
resurrección de Jesús.
Cabe destacar que la fiesta de las primicias (Levítico 23:10-11) es una
clara referencia a la resurrección del Mesías. Sucedía “el día siguiente del
día de reposo”, es decir, el primer día de la semana (nuestro domingo), después
que se sacrificaba y comía el cordero pascual.
El mismo Señor Jesucristo en diferentes momentos
profetizó referente a su resurrección de entre los muertos: Mateo 16:21; 17:23;
20:17-19; 26:12, 28, 31; Marcos 9:30-32; 14:8,24, 27; Lucas 9:22, 44, 45;
18:21-34; 22:20; Juan 2:19-21; 10:17-18; 12:7.
III)
Evidencias
de Resurrección
Que la resurrección sucediese, para el creyente no presenta ninguna
duda, lo cree y nada más, no le sucede como Tomás que desea pruebas de lo que los
apóstoles daban testimonio, que habían visto al Señor vivo. “Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere
mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan
20:25). Si embargo, nuestras pretensiones
no llegan tan lejos, aunque nuestro deseo es verlo.
Se han planteado las
siguientes pruebas que se desprenden del análisis del testimonio de los
distintos textos de la Escritura que están relacionados:
La Tumba abierta
y vacía. Las mujeres
cuando iban a completar el embalsamiento del Maestro se planteaban con
inquietud quien les removería la roca que sellaba la entrada, ya que por sí
sola no se podía remover, ya que pesaba varias toneladas y requería la fuerza
de varios hombres. Al llegar se
encontraron que esta estaba abierta.
Ahora, la tumba vacía por sí sola no es
una prueba concluyente de la resurrección de Jesús, ya que el cuerpo pudo haber
sido sacado por alguien. Cuando Pedro y Juan vieron en el interior, creyeron lo
que las mujeres le habían dicho, que el cuerpo ya no estaba. María Magdalena es
un ejemplo fiel de la idea que se habían llevado el cuerpo a otro lugar (Juan
20:15).
Sin embargo, se pueden plantear las siguientes preguntas:
a) ¿Quién movió la roca?
b) ¿Cómo es posible que un grupo de hombre
haya movido la roca que obturaba la entrada y nadie se haya dado cuenta?
c) ¿Es posible que la guardia puesta con
el fin de que no raptaran el cuerpo haya hecho la vista gorda sabiendo las
consecuencias de sus actos?
La Guardia Romana. Otro ejemplo que apoya la
veracidad de la resurrección es la guardia romana que fue puesta para
resguardar el sepulcro del Maestro con el fin de que nadie raptase el cuerpo y
anunciase que había resucitado (Mateo 27:62-66). Si bien se divulgó que el cuerpo había sido robado por los apóstoles
(Mateo 28:11-15), esto de por sí no era creíble ya que los apóstoles estaban en
estado de depresión abrumadora (cf. Lucas 24:17); además la guardia romana que
impedía el acceso a la tumba, que cada 6 horas se revelaban para custodiarla,
lo cual implicaba que era prácticamente imposible raptar el cuerpo, sin que
hubiese alguna escaramuza. La guardia es una garantía que el sepulcro no sería
violado, ya que un fallo de ella implicaba la muerte del soldado por
incumplimiento de una misión[2].
La tumba era nueva y cavada en la roca
y no tenía entradas laterales por las cuales pudieran sacar el cuerpo. Por lo
cual, los sacerdotes tuvieron que recurrir al soborno y al falso testimonio
para propagar el robo del cuerpo del Mesías.
Un
hermano plantea las siguientes interrogantes para tener en cuenta:
a) “¿No
es acaso llamativo que los sacerdotes judíos no procesaran a los soldados, si
el cuerpo verdaderamente había sido robado?
b) Si los discípulos hubieran robado el
cuerpo, ¿acaso los sacerdotes no les hubieran presionado hasta que ellos
admitieran tal hecho?
c)
¿Por qué ellos
ni siquiera hicieron algo? Simplemente porque ellos no creían la
historia de que lo habían robado.”
El sudario y los lienzos ordenados. Cuando Pedro entró en el sepulcro “vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la
cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte”
(Juan 20:6-7). De inmediato surge la siguiente interrogante: ¿Por qué estaban
allí, si el cuerpo había sido hurtado? ¿Por qué dejar los lienzos, y dejarlos
ordenados? ¿No indica más bien que había
habido un cuerpo y que había salido dejando las prendas sin tocar? Esta misma
persona había salido del sepulcro ante que esta fuera abierta.
Las apariciones de Cristo. En 1
Corintios 15:1-11 Pablo nos da ejemplos de testigos que vieron al Señor resucitado. Por
los evangelios, sabemos que las primeras en verlo fueron mujeres. Y es de
seguro que haya visto su madre, María (cf. Hechos 1:15, donde está el grupo de
oración).
Con esta
gran cantidad de testigos, era más que suficiente para ser creíble que el testimonio
que se daba que Jesús el Mesías había resucitado. Téngase presente que la ley
solicitaba dos o tres testigos para confirmar un testimonio y aquí tenemos
muchos más que el mínimo que se solicitaba.
Cambio de estado de ánimo de los apóstoles. La resurrección
trajo un cambio de estado de ánimo sobre los discípulos, ya que habían visto
morir a su Maestro, y que de no mediar esta, se hubiesen disgregado, como
tantas veces había sucedió anteriormente con otros líderes (por ejemplo, vea
Hechos 5:37).
Ellos estaban tristes (cf. Lucas 24:21),
llenos de miedo y a puertas cerradas (Juan 20:19), por lo cual fue difícil que
se convencieran de que el Mesías ya no estaba muerto, que había resucitado
conforme a los que les había dicho, de modo que su incredulidad y desesperanza
pudo más y no creyeron las palabras que las mujeres les habían comunicado
(Lucas 24:22-24). Un fiel reflejo de esto era el estado de ánimo de Tomás al
plantear sus condiciones para creer, a pesar de que los otros diez le daban
testimonio de que lo habían visto.
Es importante destacar que los
apóstoles no corrieron a anunciar de
inmediato las noticias de la resurrección, como cabría de esperar si esto
hubiese sido un fraude. Ellos comenzaron a predicar este hecho cincuenta días
después de ocurrido, para que no cupiese ninguna duda, primero en los
discípulos y segundo para desvirtuar el rumor que los sacerdotes y los guardias
habían divulgado.
Y otro hecho que también queda recalcado en las Escrituras que habla a
favor de la resurrección como un hecho verídico, es la sorprendente conversión
de Saulo. Este fariseo fanático, convencido sinceramente que servía a Dios (cf.
Juan 16:2), se dio cuenta de lo equivocado que estaba cuando el mismo Señor
resucitado y glorificado se le apareció y le indicó que estaba en un camino errado,
ya que lo estaba persiguiendo a él.
IV)
Teorías
falsas acerca de la resurrección
El mundo anticristiano ha ideado una multitud de ideas falsas sobre la
resurrección del Señor Jesucristo, que deben ser refutadas y rechazadas.
Podemos
encontrar que hay personas que enseñan que
el cuerpo no fue sepultado, sino que fue botado a la basura. Pero esto
no podría ser ya Deuteronomio
21:22, 23 enseña otra cosa, y el judío religioso de la época hubiera seguido lo
que Dios manda en su ley.
Otra teoría postula que la
tumba no está vacía, sino que sus restos aún están ahí. Sim embargo,
este razonamiento no tiene lógica, ya que se hubieran encontrado sus restos. Un
hermano escribe al respecto lo siguiente: “si Cristo no hubiese resucitado, el diablo habría
descubierto y dado a conocer su cuerpo durante tantos años”.
También hay quienes creen que
el cuerpo trasladado por José de Arimatea a otro lugar secreto. Inmediatamente
surge las siguientes preguntas: “Si movió el cuerpo, ¿por qué no movió también
sus vestiduras? ¿Por qué no hizo rodar la roca de nuevo sobre la entrada para
que nadie se diese cuenta que la tumba estaba abierta?”
Otra plantea la idea que las
mujeres se equivocaron, que fue solo una mala interpretación de lo que
los ángeles habían dicho. También está la idea que Cristo no murió en la cruz, lo descolgaron agonizante y desmayado
de ella, y en sepulcro se recuperó de sus heridas (¿y la herida de lanza en su
costado?) Entonces, la pregunta que surge inmediatamente: ¿A dónde fue?
También está la teoría de que se equivocaron de sepulcro,
que el que encontraron abierto no era en el cual habían depositado los restos
del Maestro.
Está la teoría que propone que los Apóstoles
mintieron y engañaron a aquellos que le escucharon, diciendo que Jesús
había resucitado. Entonces surge la siguiente cuestión: todos los Apóstoles,
excepto Juan, murieron martirizados. ¿Por qué? La respuesta es clara: A causa de su devoción
a Cristo y Su resurrección. ¿Habría cada uno de ellos sacrificado sus vidas por
una mentira tan grande? La respuesta también es única: ¡Por ningún motivo!
La teoría del autoengaño,
procura convencernos que vivieron los apóstoles fue una ilusión; es decir, ellos se
convencieron así mismo que había resucitado, pero la realidad era que el mesías
seguía muerto. Además, los Apóstoles no podrían haberse engañado a sí mismos
por mucho tiempo, teniendo sobre todo más de quinientos que daban testimonio
que lo habían visto VIVO.
Muy parecida al anterior enunciado, hay quienes postulan que los
apóstoles tuvieron solo una Alucinación,
es decir, ellos pensaron que
habían visto al Salvador resucitado. Esta alucinación era producto del estado
anímico ocasionado por la muerte del Maestro. Estos delirios ¿podrían haber durado
tanto tiempo y contagiado a todos los testigos de las obras que hizo el Mesías
después de resucitado?
Otra teoría similar a las dos anteriores
presupone que los
apóstoles vieron algo que asociaron al Señor resucitado; y que esta
visión era un engaño del diablo. ¿No era precisamente lo contrario lo que
Diablo quería que creyésemos? ¿Por qué alimentar la idea que el Mesías había
resucitado, sabiendo que ello iba a provocar una “explosión” y que el evangelio
se predicaría en todo lugar? Si leemos con cuidado los pasajes de la
resurrección, vemos que este argumento queda desvirtuado, leemos que Él mismo
afirma: “un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.”
Algunos ofrecen
la sugerencia que Cristo tenía un hermano gemelo, y que este apareció
al tercer día, para indicar que el Mesías había resucitado. Ante eso la
pregunta que hacemos, “¿dónde estuvo escondido este gemelo durante 33 años?”
Otra propuesta
que encontramos dice relación que los apóstoles comenzaron a pensar que Él
estaba vivo, de modo que se convencieron así mismo de eso y empezaron a enseñar
que había resucitado.
Otra habla de mal entendido
que hubo en la enseñanza de la resurrección. Se enseñó que había resucitado en
“espíritu” y las personas entendieron que había sido físicamente. Por la
Escritura entendemos que la palabra “resurrección” nunca se relaciona con un espíritu, sino más bien
con el cuerpo, porque el espíritu nunca muere.
Continuará
D.M.
[2] La disciplina sobre los soldados romanos era
muy severa, y en muchos casos ellos
embargaban su vida, ya que ante un fallo, el castigo era la muerte.
Por ejemplo, el carcelero de Filipos ante la idea que los presos que
custodiaba, iba a suicidarse, ya que ellos era sus responsabilidad, y ahora,
como se imaginaba, habían escapado (Hechos 16:25-40).
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