Pregunta:
¿Podría hacerme algunas
aclaraciones sobre Hechos 2: 1-13, cuando, en el día de Pentecostés, el
Espíritu vino sobre los discípulos en "lenguas repartidas, como de
fuego"?
Respuesta:
Para comprender y apreciar toda la gracia divina resaltada por estos
versículos, hemos de hacernos cargo del por qué eran necesarias las lenguas
repartidas (o divididas). En Génesis 11, tenemos el relato inspirado del primer
gran esfuerzo de los hombres para establecerse sobre la tierra, para formar en
ella una asociación grande, y hacerse un nombre o adquirir fama. Y todo esto, sin
Dios, notémoslo. En lo que dicen, ni siquiera mencionan el nombre de Dios:
Él no entraba para nada en este orgulloso y popular proyecto, estaba excluido
completamente. No era un santuario de Dios lo que debía alzarse en la tierra de
Sinar, era una ciudad para los hombres, una alta torre, o un centro en torno al
cual querían reunirse.
Tal fue el objeto de los hijos de los hombres, reunidos en gran número
en la inmensa llanura de Sinar. Leamos sus propias palabras: "Vamos,
edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos
un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra."
(Génesis 11:4). Este objeto era parecido a aquellas alianzas y asociaciones de
multitudes que, desde entonces y hasta nuestros días, se han formado sobre la
tierra. La asociación de Sinar, sea en su principio, o sea en su objeto, podría
desafiar a todas las asociaciones modernas.
Pero esta asociación terminó en Babel. Jehová escribió sobre ella la
palabra: confusión. Confundió, o dividió sus lenguas, y los esparció desde allí
sobre la faz de toda la tierra, de buen o de mal grado. En una palabra, vemos que,
en aquel caso, lenguas divididas fueron enviadas como expresión del juicio de
Dios sobre aquella primera y gran asociación humana. Es un hecho solemne y
grave. Una asociación sin Dios, cualquiera que sea su objeto, no es en realidad
sino una comunidad en la carne, basada sobre el orgullo, y terminando en una
lamentable confusión: "Reuníos, pueblos, y seréis quebrantados"
(Isaías 8:9). ¡Ojalá aprendamos los creyentes a separarnos de todas las
asociaciones humanas! ¡Ojalá nos adhiriéramos de corazón a la única asociación
divina, es decir, a la Iglesia del Dios viviente, cuya cabeza es Cristo
resucitado en gloria, cuyo guía es el Espíritu Santo, y cuya carta viva es la
Palabra de Dios!
Fue para unir y reunir esta Iglesia bendita que las lenguas divididas (o
repartidas) fueron enviadas, en gracia, el día de Pentecostés. Cuando se hubo
sentado a la diestra de Dios, en medio de los esplendores de la majestad
celestial, el Señor envió al Espíritu Santo, para que Sus discípulos pudieran
proclamar con eficacia la buena nueva de la salvación a los que le
crucificaron. Y ya que este mensaje de perdón y de paz era destinado a hombres
de diversas lenguas, el mensajero celeste descendió, dispuesto a dirigirse a
cada uno 'en su propia lengua, en la lengua en que habían nacido'. (Hechos
2:8). El Dios de toda gracia ha manifestado, con toda evidencia y sin equívoco
posible, que deseaba hallar entrada en todos los corazones, con la feliz nueva
de Su gracia. El hombre, en la llanura de Sinar, no necesitaba de Dios; pero,
en el día de Pentecostés, Dios manifestó que no abandonaba al hombre. ¡Bendito
sea Su santo nombre! Dios había enviado a Su Hijo, que los hombres acababan de
crucificar; y ahora envía al Espíritu Santo para decir a los hombres que, por
esta misma sangre que habían derramado, había perdón por el crimen cometido al
derramarla. La gracia de Dios ha vencido toda la enemistad del hombre; ha
triunfado contra toda la oposición del corazón humano y contra toda la rabia
del infierno.
Vemos, pues, que en Génesis 11, las lenguas divididas fueron enviadas en
juicio. En Hechos 2, las lenguas divididas (o repartidas) fueron enviadas en
gracia. El Dios de toda gracia quería que todos los hombres pudieran oír en
su propia lengua, en la lengua de su niñez, el mensaje de la salvación.
Independientemente del hecho que esta lengua fuera suave o ruda, refinada o
bárbara, el Espíritu Santo quería emplearla como un medio de dar a conocer
directamente el precioso mensaje a los corazones de los pecadores. Si, en el
Génesis, las lenguas divididas fueron enviadas para dispersar en juicio, aquí
fueron dadas de nuevo, para reunir en gracia, no en torno a una torre
terrestre, sino a un Cristo Celestial; no para la exaltación del hombre, sino
para la gloria de Dios.
Notemos que cuando Dios dio la ley, sobre el monte de Sinaí, habló en
una sola y misma lengua, a un solo y mismo pueblo. Pero cuando se trata del
Evangelio, el Espíritu Santo mismo desciende del cielo bajo la forma de lenguas
divididas, para acompañar en todos los lugares el mensaje de la paz y para
darlo a conocer a toda criatura bajo el cielo, en la lengua misma de cada país.
¡Sí!, la salvación de Dios es publicada así en todas las lenguas. "¡Cuán
hermosos sobre las montañas son los pies de aquel que trae buenas nuevas!"
(Isaías 52:7 – VM). Dios no ha descuidado nada para demostrar Su deseo de
salvar y de bendecir; por consiguiente, los que mueren en sus pecados son inexcusables.
***
El Espíritu vino, pues, como un viento fuerte que llenó toda la casa, y
como lenguas repartidas, de fuego. El carácter que tomó, visiblemente, el
Espíritu Santo, correspondía a la Obra de Dios en redención para todos los
hombres. Cuando descendió sobre Cristo, el Espíritu era semejante a una paloma,
símbolo de mansedumbre, de tranquilidad apacible y lleno de gracia, que
convenía a Aquel, de quien estaba escrito: "No contenderá, ni voceará, Ni nadie oirá en las
calles su voz. La caña cascada no quebrará, Y el pábilo que humea no apagará,
Hasta que saque a victoria el juicio." (Mateo 12: 19-20). Pero a los discípulos se
les dice: "Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se
oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las
azoteas." (Lucas 12:3). Las lenguas repartidas eran, como lo hemos dicho,
el símbolo de las diversas lenguas; notemos también que el fuego era el poder
penetrante de la Palabra de Dios que juzga los pensamientos y las intenciones
de los corazones. El fuego es el emblema del juicio. En el Señor, no había nada
que juzgar, y Su ministerio no llevaba el carácter de juicio, muy por el
contrario; mientras que la obra del Espíritu Santo, en medio de un mundo
opuesto a Dios, juzgaría todo lo que no era según Dios.
Vemos cómo Pedro, dirigiéndose a la multitud, le da a comprender que era
el cumplimiento de lo que había dicho el profeta Joel, cuando anunciaba lo que
debía ocurrir en los postreros días (Compárese Hechos 1: 14-15 y 2: 1,17). El
Espíritu Santo será derramado de nuevo, cuando Israel sea restablecido en su
tierra.
Será entonces la lluvia tardía. Notemos que el versículo de Joel 2:30
viene —en cuanto al orden— antes de los versículos precedentes. Las cosas que
menciona suceden antes que llegue el día grande y manifiesto de Jehová:
pero las bendiciones son después de este día. Pedro dice, de modo
general: "en los postreros días" (Hechos 2:17); habla del juicio como
de una cosa venidera, y en efecto, ese era el caso. Pero, el punto importante
en su discurso es que presenta a las conciencias de los judíos su terrible
responsabilidad y su posición actual, la necesidad del arrepentimiento antes de
hablarles del perdón y de la gracia de Dios.
Traducido de la revista
"Le Messager Evangélique"
Revista "Vida
Cristiana", año 1966, No. 84.-
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