domingo, 3 de diciembre de 2017

"LENGUAS REPARTIDAS, COMO DE FUEGO"

Pregunta:
¿Podría hacerme algunas aclaraciones sobre Hechos 2: 1-13, cuando, en el día de Pentecostés, el Espíritu vino sobre los dis­cípulos en "lenguas repartidas, como de fuego"?
Respuesta:
Para comprender y apreciar toda la gracia divina resaltada por estos versículos, hemos de hacernos cargo del por qué eran necesarias las lenguas repartidas (o divididas). En Génesis 11, tenemos el relato inspirado del primer gran esfuerzo de los hombres para establecerse sobre la tierra, para formar en ella una asociación grande, y hacerse un nombre o adquirir fama. Y todo esto, sin Dios, notémoslo. En lo que dicen, ni siquiera mencionan el nombre de Dios: Él no entraba para nada en este orgulloso y popular proyecto, estaba excluido completamente. No era un santuario de Dios lo que debía alzarse en la tierra de Sinar, era una ciudad para los hombres, una alta torre, o un centro en torno al cual querían reunirse.
Tal fue el objeto de los hijos de los hombres, reunidos en gran número en la inmensa llanura de Sinar. Leamos sus propias palabras: "Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra." (Génesis 11:4). Este objeto era parecido a aquellas alianzas y asociaciones de multitudes que, desde entonces y hasta nuestros días, se han formado sobre la tierra. La asociación de Sinar, sea en su principio, o sea en su objeto, podría desafiar a todas las asocia­ciones modernas.
Pero esta asociación terminó en Babel. Jehová escribió sobre ella la palabra: confusión. Confundió, o dividió sus lenguas, y los esparció desde allí sobre la faz de toda la tierra, de buen o de mal grado. En una palabra, vemos que, en aquel caso, lenguas divididas fueron enviadas como expresión del juicio de Dios sobre aquella primera y gran asociación humana. Es un hecho solemne y grave. Una asociación sin Dios, cualquiera que sea su objeto, no es en realidad sino una comunidad en la carne, basada sobre el orgullo, y terminando en una lamentable confusión: "Reuníos, pueblos, y seréis quebrantados" (Isaías 8:9). ¡Ojalá aprendamos los creyentes a separarnos de todas las asociaciones humanas! ¡Ojalá nos adhiriéramos de corazón a la única asociación divina, es decir, a la Iglesia del Dios viviente, cuya cabeza es Cristo resucitado en gloria, cuyo guía es el Espíritu Santo, y cuya carta viva es la Palabra de Dios!
Fue para unir y reunir esta Iglesia bendita que las lenguas divididas (o repartidas) fueron enviadas, en gracia, el día de Pentecostés. Cuando se hubo sentado a la diestra de Dios, en medio de los esplendores de la majestad celestial, el Señor envió al Espíritu Santo, para que Sus discípulos pudieran proclamar con eficacia la buena nueva de la salvación a los que le crucificaron. Y ya que este mensaje de perdón y de paz era destinado a hombres de diversas lenguas, el mensajero celeste descendió, dispuesto a dirigirse a cada uno 'en su propia lengua, en la lengua en que habían nacido'. (Hechos 2:8). El Dios de toda gracia ha manifestado, con toda evidencia y sin equívoco posible, que deseaba hallar entrada en todos los corazones, con la feliz nueva de Su gracia. El hombre, en la llanura de Sinar, no necesitaba de Dios; pero, en el día de Pentecostés, Dios manifestó que no abandonaba al hombre. ¡Bendito sea Su santo nombre! Dios había enviado a Su Hijo, que los hombres acababan de crucificar; y ahora envía al Espíritu Santo para decir a los hombres que, por esta misma sangre que habían derramado, había perdón por el crimen cometido al derramarla. La gracia de Dios ha vencido toda la enemistad del hombre; ha triunfado contra toda la oposición del corazón humano y contra toda la rabia del infierno.
Vemos, pues, que en Génesis 11, las lenguas divididas fueron enviadas en juicio. En Hechos 2, las lenguas divididas (o repartidas) fueron enviadas en gracia. El Dios de toda gracia quería que todos los hombres pudieran oír en su propia lengua, en la lengua de su niñez, el mensaje de la salvación. Independientemente del hecho que esta lengua fuera suave o ruda, refinada o bárbara, el Espíritu Santo quería emplearla como un medio de dar a conocer directamente el precioso mensaje a los corazones de los pecadores. Si, en el Génesis, las lenguas divididas fueron enviadas para dispersar en juicio, aquí fueron dadas de nuevo, para reunir en gracia, no en torno a una torre terrestre, sino a un Cristo Celestial; no para la exaltación del hombre, sino para la gloria de Dios.
Notemos que cuando Dios dio la ley, sobre el monte de Sinaí, habló en una sola y misma lengua, a un solo y mismo pueblo. Pero cuando se trata del Evangelio, el Espíritu Santo mismo desciende del cielo bajo la forma de lenguas divididas, para acompañar en todos los lugares el mensaje de la paz y para darlo a conocer a toda criatura bajo el cielo, en la lengua misma de cada país. ¡Sí!, la salvación de Dios es publicada así en todas las lenguas. "¡Cuán hermosos sobre las montañas son los pies de aquel que trae buenas nuevas!" (Isaías 52:7 – VM). Dios no ha descuidado nada para demostrar Su deseo de salvar y de bendecir; por consiguiente, los que mueren en sus pecados son inexcusables.
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El Espíritu vino, pues, como un viento fuerte que llenó toda la casa, y como lenguas repartidas, de fuego. El carácter que tomó, visiblemente, el Espíritu Santo, correspondía a la Obra de Dios en redención para todos los hombres. Cuando descendió sobre Cristo, el Espíritu era semejante a una paloma, símbolo de mansedumbre, de tranquilidad apacible y lleno de gracia, que convenía a Aquel, de quien estaba escrito: "No contenderá, ni voceará, Ni nadie oirá en las calles su voz. La caña cascada no quebrará, Y el pábilo que humea no apagará, Hasta que saque a victoria el juicio." (Mateo 12: 19-20). Pero a los discípulos se les dice: "Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas." (Lucas 12:3). Las lenguas repartidas eran, como lo hemos dicho, el símbolo de las diversas lenguas; notemos también que el fuego era el poder penetrante de la Palabra de Dios que juzga los pensamien­tos y las intenciones de los corazones. El fuego es el emblema del juicio. En el Señor, no había nada que juzgar, y Su ministerio no llevaba el carácter de juicio, muy por el contrario; mien­tras que la obra del Espíritu Santo, en medio de un mundo opuesto a Dios, juzgaría todo lo que no era según Dios.
Vemos cómo Pedro, dirigiéndose a la multitud, le da a comprender que era el cumplimiento de lo que había dicho el profeta Joel, cuando anunciaba lo que debía ocurrir en los postreros días (Compárese Hechos 1: 14-15 y 2: 1,17). El Espíritu Santo será derramado de nuevo, cuando Israel sea restablecido en su tierra.
Será entonces la lluvia tardía. Notemos que el versículo de Joel 2:30 viene —en cuanto al orden— antes de los versículos precedentes. Las cosas que menciona suceden antes que llegue el día grande y manifiesto de Jehová: pero las bendiciones son después de este día. Pedro dice, de modo general: "en los postreros días" (Hechos 2:17); habla del juicio como de una cosa venidera, y en efecto, ese era el caso. Pero, el punto importante en su discurso es que presenta a las conciencias de los judíos su terrible responsabilidad y su posición actual, la necesidad del arrepentimiento antes de hablarles del perdón y de la gracia de Dios.
Traducido de la revista "Le Messager Evangélique"

Revista "Vida Cristiana", año 1966, No. 84.-

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