domingo, 3 de diciembre de 2017

Escenas del Antiguo Testamento (Parte XV)

Los hijos de Abraham



Dios le había hecho la promesa a Abraham de darle un hijo para heredarle, pero pasaba el tiempo sin haberse cumplido. La fe verdadera siempre está basada en la Palabra de Dios; no es fe, sino presunción, creer lo que no tiene base firme. Pero la fe tiene que soportar pruebas, y en el caso de Abraham y Sarai su esposa (llamada luego Sara), la prueba fue el tiempo que tuvieron que esperar.
Al fin vaciló la fe de Sara, y propuso a Abraham su marido que tomara por mujer a su sirvienta Agar, ¡para así ayudar a Dios a cumplir su promesa! La impaciencia se paga con amarguras, y el día llegó en que le pesó a Abraham haber escuchado a Sarai su esposa.
Teniendo ya cien años, Isaac le nació de Sara, cual hijo de la promesa. Pero ya antes le había nacido otro, Ismael, de Agar la sierva egipcia, y pronto empezó éste a perseguir a Isaac. Así mostró su enemistad con Dios, y llegó a ser hombre fiero, contrario a todo el mundo, y todo el mundo contra él.
         Nos dice Pablo en su epístola a los gálatas que estas cosas son una alegoría. La sier-va representa a Sinaí, don-de Dios dio la santa e inexorable ley. Corresponde a la Jerusalén terrenal, centro de la religión judaica que esclaviza. La libre, Sara, representa la Jerusalén celeste, de la cual son hijos todos los que tienen un nacimiento espiritual por fe en el hijo de la promesa, Jesucristo.
Las religiones de los humanos siempre han sido de dos clases. Hay la que esclaviza y jamás proporciona al alma la seguridad de la salvación eterna. Y, hay la que hace saltar el alma, por la alegría de saber que Dios ha aceptado y no vendremos a la condenación. La primera pone al hombre a trabajar por su salvación, sin jamás ofrecerle seguridad de haberla alcanzado. La otra le revela que Dios en gracia ha dado a su Hijo para consumar la obra de nuestra salvación por su muerte en la cruz.

No pudiendo nosotros cumplir la santa ley de Dios, ha caído sobre nosotros su maldición. Pero Cristo, por amor de nosotros, ha llevado esa maldición en el Calvario. Al creerlo, somos justificados por la fe, nuestras almas libres de la temida condenación, por la gracia del Salvador. Siendo regenerados por un nacimiento espiritual, nos dedicamos a servirle por amor, no ya para alcanzar la salvación, sino porque Él le ha comprado por nosotros con su sangre.
Como en el caso de Isaac el hijo de la promesa, e Ismael que nació según la carne, así en las dos religiones que representan. Los que están esclavizados en una religión de obras, odian a los que profesan ser justificados por la fe. Su enemistad se manifiesta a menudo en amarga persecución, pero siempre queda la verdad escrita por Pablo: “Concluimos ser el hombre justificado por la fe sin las obras de la ley”, Romanos 3.28.

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