lunes, 1 de mayo de 2017

Doctrina: Cristología.(Parte XVII)

Jesús el Mesías


El Mesías y su Triple Cargo.


3. Rey
Si el profeta tiene la función de dar el mensaje de Dios al hombre;  el del sacerdote de interceder por el hombre ante Dios; el de rey es el de guiar (gobernar) a los suyos, para que no anden como “ovejas sin pastor”  (2 Crónicas 18:16), sino to- +VC|do lo contrario (Salmo 23; Juan 10:3, 27).
Por tanto, al abordar el cargo de “Rey” que tiene el Señor Jesucristo en su mesianazgo, que como rey Él nos regirá cuando llegue el momento designado por el Padre (vea Salmo 2; Apocalipsis 2:27; 12:5; 19:15), tal como veremos más adelante en cuando tratemos lo referente a Escatología (las cosas por suceder).
 Ahora bien, ¿cómo podía tener derecho a dicho cargo? Cualquier hombre no podía ser rey, no todos tenían derechos a ello, sino que su “Ascendencia” debía ser directa con el rey David;  además debía  ser “Ungido” para el cargo, porque cualquier hijo del rey no podía ser rey, sino el que era elegido (ungido) para el cargo. Cumpliendo estas dos características básicas, podía tomar el cargo de regir el reino como Rey y Señor.
Vemos en la historia bíblica que solo Dios podía poner un rey y podía eliminarlo de su cargo. Tenemos ejemplo en el caso de Saúl y David (1 Samuel 9:15, 17; 10:1; 13:13,14; 15:26; 16:11-13), que cuando el pueblo pidió que los rigiese un rey, Dios accedió y Él escogió a Saúl. Como Saúl no estuvo a la altura de su investidura, lo desechó y puso a otro en su lugar que era conforme a su corazón (Hechos 13:22; cf. 1 Samuel 13:14).
En el caso de nuestro Señor Jesucristo, Él era descendiente directo de David (Mateo 1:1,6; Lucas 3:32). Tanto Mateo como Lucas nos dan una descripción de la genealogía del Señor. Encontramos que al leer ambas genealogías, estas discrepan entre sí aparentemente; pero existe más de una interpretación que explica esta discrepancia. Una de ellas dice que Mateo nos muestra que era descendiente por línea de Salomón; en cambio Lucas muestra que es por la línea de Natán. El primero de los evangelistas indica la línea directa de José; y Lucas mostraría la línea directa de María. Sin embargo, ambas genealogías entroncan con David.
No citaremos otra explicación ya que creemos que esta es la mejor explicación a la aparente “discrepancia”, ya que da una solución coherente y sin gran complejidad al tema.
El hecho que Jesús no sea hijo natural de  José no afecta al derecho a ser Rey. Dado que José lo había aceptado como hijo adoptivo (hijo en forma legal) y de acuerdo a la ley de entonces, al ser reconocido como hijo tenía todos los derechos legales.  
Una vez que el Rey es ungido, asume responsabilidades propias de su cargo. Entre ellas: dar Justicia,  proteger a los desvalidos, proteger a su pueblo de los enemigos externos e internos, dar leyes justas. En la historia de los reyes que descendían de David, no todos anduvieron como a Dios le agradaba, como David había andado (2 Crónicas 17:3; 29:2; 34:2), pero aquellos que anduvieron bajo el modelo que había establecido David, de confiar plenamente en Jehová, dieron justicia y reformaron aquello que estaba mal hecho y eliminaron aquello que era contrario a la ley de Jehová. Nos basta recordar a Ezequías y Josías de las reformas que llevaron a cargo (2 Reyes 18:1-6; 23:1-27).
Ahora, Jesús hijo de José, como era conocido cuando niño, le corresponde  el cargo de Mesías, Rey de Israel, por ser descendiente de David y directamente del último rey. Si bien reconoció ser el Mesías cuando Pedro hizo la declaración (Mateo 16:16; Marcos 8:29; Juan 6:69; 11:27), el Rey prometido, que provenía de Dios, no por eso aceptó  que todo el pueblo lo aclamase como tal, sino que prácticamente ocultó esa filiación, ni aceptó el testimonio de los demonios que lo anunciaban (Marcos 3:11, 12).  Generalmente los necesitados lo reconocían como “Hijo de David” (Mateo 9:27; 15:22; 20:30).
El Hijo de Dios vino más  como profeta (Lucas 4:18-19) que como rey de Israel. Tal vez, la única vez que se manifestó bajo esta perspectiva, como rey, fue cuando hizo su entrada triunfal a Jerusalén y el pueblo lo aclamaba como tal (Mateo 21:9,15), pero ellos mismo, inducidos por los dirigentes, lo negarían unos días después, sólo había sido una aclamación de la boca para afuera. Él mismo reconoció cuando hizo su lamento sobre Jerusalén que ellos no habían querido que él los cobijara. Escuchemos su lamento:

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí, vuestra casa os es dejada desierta; y os digo que no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor” (Lucas 13:34-35; Mateo 23:37-39).

La manifestación directa del rechazo a Jesús de Nazaret como el mesías rey es cuando ellos prefieren al Cesar como rey (Juan 19:15) sobre ellos y no el que con tanto anhelo esperaban.
“El pueblo de Israel  después de la deportación a Babilonia aprendió las consecuencias de la idolatría. Es cierto que no retornaría a Dios en plenitud de corazón y que, poco a poco, se introducirían entre ellos costumbres y tradiciones  a las que dieron valor de doctrinas, desviando la atención de Dios mismo para centrarla en el sistema religioso que habían elaborado.”[1]  Es decir, pasaron de la Idolatría a seguir las directrices de la ley de Moisés, según el sistema Teológico que idearon, cuyo resultado era que Dios solo estaba en sus bocas y no en sus corazones (Mateo 15:8, 9; Marcos 7:6, 7; cf. Isaías 29:13). Israel no solo había rechazado al Mesías prometido por Dios, sino que había rechazado a Dios mismo, porque ellos estaban obnubilados por sus enseñanzas legalistas, que habían despojado de la ley  su carácter Divino y lo habían hecho normas de humanos (cf. Mateo 15:1-13). Sin ningún  tapujo, habían puesto su propia visión del Mesías y no habían visto al Mesías que Dios había enviado[2], sino que pidieron su muerte (Marcos 15:13,14; Juan 19:6,15;  cf. Mateo 21:38).
         En su primer sermón, registrado en el capítulo 2 del libro de Hechos, Pedro establece y afirma que ellos eran los que habían crucificado a “Jesús nazareno” (v. 23) por mano de otros hombres, y que esto estaba en el conocimiento de Dios, es decir, que no fue tomado por sorpresa, que era parte de Su plan (v. 23a). Tanto era su control, que Dios mismo le resucitó (v 24). Y les demuestra, a los que le escuchaban, con las palabras del Salmo de David (Salmo 16; cf. Hechos 2:25-28) que este hecho era profetizado desde la antigüedad por el mismo David, que era profeta. Y como corolario les recalca: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (v. 36). Es decir, a Jesús, el mismo que ustedes desecharon y  mataron, Dios lo confirmó como  Señor y Cristo y que está sentado a la diestra de Dios (v.34 cf. 7:55, 56) hasta que Dios doblegue a sus enemigos (v. 35; cf. Salmo 110:1).
La promesa de Dios a David decía:

Asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa. Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino (2 Samuel 7:11-12; cf. Salmo 89:3-4; 132:11).

Y Jesús es el Mesías que Dios escogió para reinar.  Lucas nos cuenta lo que el ángel Gabriel le dice a María:

Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:32-33).

Recordemos que Dios tiene la potestad de escoger quien va a ser el rey de su pueblo como lo hizo con Saúl y David respectivamente. E Hizo pacto con David y a pesar de todo el mal comportamiento de los reyes de su linaje, Dios nunca se olvidó del pacto hecho con él (1 Reyes 11:36; 15:4).  Jeremías profetiza  contra el rey de Judá  Jeconías:

Así ha dicho Jehová: Escribid lo que sucederá a este hombre privado de descendencia, hombre a quien nada próspero sucederá en todos los días de su vida; porque ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá (Jeremías 22:30).

         Es decir, ninguno de los descendientes de él reinaría sobre Judá. Tal vez el único que estuvo cerca del poder fue  “Zorobabel”, pero no fue más que gobernador enviado por el rey persa. De los demás descendientes, ninguno estuvo cerca del poder; y estos descendieron en la escala social hasta ser un carpintero. Por tanto,  de la línea real de Salomón ya no se sentaría ningún rey sobre Israel.
         Ya hemos visto que tanto Mateo como Lucas demuestran que Su linaje se remonta hasta David. Y que a pesar del juicio contra el rey Jeconías (Conías), ha solucionado Dios el problema entroncándolo a la línea de  “Natán” y recibiendo los derechos legales al trono de José. El Señor Jesucristo se sentará en el trono de David. El mismo “Verbo de Dios (Apocalipsis 19:13; Juan 1:1) que una vez vino como hombre (Juan 1:14; Filipenses 2:7-8) y sufrió  a causa de los hombres, ahora vuelve como “Rey de Reyes y Señor de señores” (Apocalipsis 19:16). Su reinado durará Mil Años (Apocalipsis  20:1-10), el cual será administrado con “vara de hierro” (Apocalipsis 12:5; 19:15; Salmo 2:9).
         Pablo describe que sucederá cuando se complete el milenio:

Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15:24-28).

         No quiero terminar esta sección sin algunas palabras con respecto a Su reinado sobre los creyentes. Él era la persona escogida por el Padre (Marcos 1:11; 9:7) para que lo oyéramos y siguiéramos (Mateo 9:9; Lucas 18:22; Juan 1:43). El hecho que haya triunfado en la cruz lo ha confirmado en su cargo de “Señor y Cristo”. Por tanto, Él es cabeza de la iglesia (1 Corintios 11:3; Efesios 5:23; Colosenses 1:18).
         Él era rey no de este mundo (Juan 18:36; cf. Lucas 22:29), aunque en el futuro lo será, como ya vimos, y el hecho que seamos hijos de Dios por adopción (Gálatas 4:5), nos constituye ciudadanos de ese reino (Romanos 9:8; Gálatas 3:26), por lo cual debemos rendirle todo el honor, respeto y obediencia[3].
El mismo Señor dice que su yugo no es pesado (Mateo 11:29,30), es decir, no tiene el peso que daba la Ley Mosaica sobre los hombros del hombre. Esta ley fue íntegramente cumplida por Él. Sus mandamientos no son gravosos (1 Juan 5:3), pero no quiere decir que sean fáciles de cumplir. Se nos ordenó ir por todo el mundo (Mateo 28:19,20), y muchos de nosotros no hemos actuado como se espera de este mandamiento. Se nos demanda que perdonemos a quien nos hizo algún pecado (Mateo 18:21,22) y no lo hacemos. Se dice que amemos a nuestro hermano (Juan 13:34), pero por cualquier motivo le estamos mostrando “los dientes” en señal de disgusto (cf. Filipenses 4:2). O estamos en pleitos los unos con los otros por cualquier razón (Mateo 5:23, 24; cf. 1 Corintios 6:7).
Tenemos una magnifico Rey que no solo nos provee de  salvación, sino que nos prepara lugar para vivir con él y nos da intercesión cuando pecamos.  Es decir, vela contantemente por los suyos, equipándonos para el porvenir con las pruebas y encomiendas que nos da ahora (Lucas 19:17; cf. Lucas 16:10)
Por lo cual, es de vital importancia que aprendamos a obedecerle, porque Él es nuestro Rey, porque nada Él hace que pueda hacernos mal, sino que todo lo contrario (Romanos 8:28, Juan 16:23). Debemos tener plena confianza que Él hará lo mejor para nosotros, es decir, “Tan vasto es el poder ilimitado de Jesús y tan magnífico es Él, en la aplicación del mismo, que puede cuidar de todos Sus fieles en la tierra mientras está formándose Su reino”[4]. Entonces: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias (Filipenses 4:6).



[1] Samuel Pérez Millos, Comentario al Evangelio de Mateo, página 91, Editorial Clie.
[2] El rechazo no comenzó cuando Jesús empezó a predicar la Buenas Nuevas, sino que lo vemos incluso en su nacimiento. Con la llegada de los magos, se conmocionó desde al rey Herodes hasta el último del pueblo (Mateo 2:2,3). Ante las interrogantes del rey, rápidamente los Sacerdote y Escribas la respondieron casi en forma “mecánica”, porque lo sabían perfectamente y no había duda acerca del lugar que nacería el mesías: Belén. El rechazo se produce por parte del rey que no quiere a nadie que lo destrone y busca sus muerte; y por parte del Sacerdotes, escribas y fariseos, porque no fueron a ver que si lo que decían los magos era cierto, sino que siguieron esperando al mesías según su esquema. Sin embargo, siempre ha habido un pequeño grupo que le era fiel al Señor,  y podemos constatar a  los pastores;  a Simeón y Ana;  y a Zacarías y Elisabeth; y a nadie más.
[3] Cuan poco obediente somos. A su mandato poco obedecemos, ya que anteponemos nuestros intereses egoísta. En la antigüedad, cuando un rey enviaba a misión a uno de sus caballeros, no había dilación en cumplir, no colocaba su interés personal sino el de su Señor. Cuando el rey preguntaba cuando podía partir, la respuesta era cuando “Mi Señor lo quiera”.
[4] Harry Rimmer, La Magnificencia de Jesús, página 254

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