lunes, 1 de mayo de 2017

LA OBEDIENCIA EL REQUISITO SUPREMO

Una cosa se destaca preeminente­mente sobre todas las demás en nues­tra relación con Dios, y esta es la obediencia. El estima de mucha importancia que sea hecha Su voluntad ya sea en el Cielo o en la Tierra (Mt. 6:10). Demanda completa obediencia de parte de Sus criaturas, y jamás permitirá que Su suprema obediencia sea resistida con impunidad (Rom. 9:12). Faraón aprendió esto en su completa destrucción. ¿Por qué han sido tan severamente castigados los judíos, el anti­guo pueblo escogido? Sencillamente porque ellos insistieron en no obedecer la voz del Señor. De esta nación tenemos este lamento patético: “¡Ojalá miraras tú a mis mandamientos, fuera entonces tu paz como un río!” Lo que Dios requiere de nosotros es que sepamos y hagamos Su voluntad. Por lo tanto debemos leer Su Palabra diariamente, meditadamente, consecutivamente, con oración y según las cuatro palabras claves en Deuteronomio —escuchar, recordar, guardar y hacer.
Es de tanta importancia aprender cómo obedecer, que Dios comienza con un niño, dándole el único mandamiento con promesa, “para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”. Y al padre le es dicho que críe sus hijos “en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:1-4). Si el hijo no aprende a obedecer a sus parientes cuando es joven, ¿cómo podrá obedecer a Dios en su vida futura? A los jóvenes en la fe se les exhorta someterse a los ancia­nos, obedeciéndoles a aquellos que son guías de la Asamblea (1 P. 5:5; Heb. 13:17); sí, a todos nosotros se nos amo­nesta que seamos sujetos los unos a los otros; y esta sujeción debe ser rendida a aquellos quienes tienen autoridad, a los reyes y todos los gobernadores (1 P. 2:13-17).
El “espíritu de desobediencia” está esparciéndose— en el hogar, en la iglesia, en el mundo -- preparando el camino para el “inicuo, al cual el Señor matará con el Espíritu de su boca, y des­truirá con el resplandor de Su venida” (2 Tes. 2:8). Nosotros, al contrario, busquemos gracia para que realmente pueda decirse de nosotros ambos, el lector y el que escribe, “Vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos” (Rom. 16:19).
Sendas de Luz, 1976

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