Una cosa se destaca
preeminentemente sobre todas las demás en nuestra relación con Dios, y esta
es la obediencia. El estima de mucha importancia que sea hecha Su voluntad ya
sea en el Cielo o en la Tierra (Mt. 6:10). Demanda completa obediencia de parte
de Sus criaturas, y jamás permitirá que Su suprema obediencia sea resistida con
impunidad (Rom. 9:12). Faraón aprendió esto en su completa destrucción. ¿Por
qué han sido tan severamente castigados los judíos, el antiguo pueblo
escogido? Sencillamente porque ellos insistieron en no obedecer la voz del
Señor. De esta nación tenemos este lamento patético: “¡Ojalá miraras tú a mis
mandamientos, fuera entonces tu paz como un río!” Lo que Dios requiere de
nosotros es que sepamos y hagamos Su voluntad. Por lo tanto debemos leer Su
Palabra diariamente, meditadamente, consecutivamente, con oración y según las
cuatro palabras claves en Deuteronomio —escuchar, recordar, guardar y hacer.
Es de tanta importancia
aprender cómo obedecer, que Dios comienza con un niño, dándole el único
mandamiento con promesa, “para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la
tierra”. Y al padre le es dicho que críe sus hijos “en disciplina y
amonestación del Señor” (Ef. 6:1-4). Si el hijo no aprende a obedecer a sus
parientes cuando es joven, ¿cómo podrá obedecer a Dios en su vida futura? A los
jóvenes en la fe se les exhorta someterse a los ancianos, obedeciéndoles a
aquellos que son guías de la Asamblea (1 P. 5:5; Heb. 13:17); sí, a todos
nosotros se nos amonesta que seamos sujetos los unos a los otros; y esta
sujeción debe ser rendida a aquellos quienes tienen autoridad, a los reyes y
todos los gobernadores (1 P. 2:13-17).
El “espíritu de
desobediencia” está esparciéndose— en el hogar, en la iglesia, en el mundo --
preparando el camino para el “inicuo, al cual el Señor matará con el Espíritu
de su boca, y destruirá con el resplandor de Su venida” (2 Tes. 2:8).
Nosotros, al contrario, busquemos gracia para que realmente pueda decirse de
nosotros ambos, el lector y el que escribe, “Vuestra obediencia ha venido a ser
notoria a todos” (Rom. 16:19).
Sendas
de Luz, 1976
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