JOSÉ Y SU HERMOSURA
“Y era José de hermoso
semblante y bella presencia” (Génesis 39:6). Del Señor está escrito: “Eres el
más hermoso de los hijos de los hombres” (Salmo 45:2); hermosura esta que los
hombres desfiguraron durante el proceso de crucifixión (Isaías 52:14). Para
nosotros, hoy, Él tiene la hermosura con que la esposa ve a su amado en el
Cantar: “Señalado entre diez mil” (5:10) y, llegará el día cuando mis “ojos
verán al Rey en su hermosura” (Isaías 33:17).
19. JOSÉ Y LA
ANGUSTIA DE SU ALMA
El relato primero, cuando sus hermanos toman a José, le meten en la
cisterna y, luego lo venden a los ismaelitas, no nos da indicio de la actitud
de José ante el hecho, pero, más adelante, cuando sus hermanos van a Egipto y
se encuentran en una situación comprometedora, la conciencia les acusa y
viene a la memoria su maldad. Ellos dicen: “Vimos la angustia de su alma cuando
nos rogaba, y no le escuchamos” (Génesis 42:21). Esta expresión, “la angustia
de su alma”, nos mueve a pensar en aquel Varón de angustias quién, cuando, en
la antesala del Calvario, llega a Getsemaní “... tomó consigo a Pedro, a
Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma
está muy triste, hasta la muerte” (Marcos 14:33‑34). José vio recompensada su
aflicción pasada por los resultados posteriores; del Señor se escribió: “Verá
el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11).
¡Cuán grande precio pagó el Salvador por nosotros! Su sangre preciosa y ¡la
angustia de su alma!
20. JOSÉ Y SUS LÁGRIMAS
En siete ocasiones, el relato del Génesis sobre la vida de José nos cuenta
de su llanto, de sus lágrimas. Fueron lágrimas que Dios puso en su redoma
(Salmo 56:8), porque su llanto respondía a afectos de clara sinceridad.
Hablamos muy mal de las lágrimas de los cocodrilos, poniendo a los tales como
sinónimo de hipocresía. En verdad, las lágrimas de estos saurios responden a la
necesidad orgánica de excretar el exceso de salinidad en el cuerpo. Igualmente,
a veces, somos injustos cuando tildamos de sentimentaloide a algún creyente,
cuya conmoción interior le ha llevado a verter sus lágrimas. Creo que quien no sabe llorar, tampoco sabe amar.
Las lágrimas de José, pues, revelan su carácter, la nobleza de su alma.
Y, aun en esto, José
nos prefigura al Salvador, quien “en los días de su carne ofreció ruegos y
súplicas con gran clamor y lágrimas”; quien en Betania no pudo contenerse, y
vertió sus lágrimas de simpatía; quien, al contemplar desde sus afueras la
ciudad incrédula de Jerusalén, lloró sobre ella (Hebreos 5:7; Juan 11:35; Lucas
19: 41). Sus lágrimas respondían a su noble sensibilidad, a sus profundos afectos.
Los evangelistas, algunas veces, se asoman a sus afectos y nos es presentado
como entristecido por la dureza de los corazones, asombrado por la incredulidad
de ellos, estremecido en espíritu, profundamente conmovido, gimiendo, etc.
¡Ojalá tengamos la suficiente sensibilidad para llorar nuestras faltas y para
conmovernos con sinceridad por los que van rumbo a la perdición!
21. JOSÉ Y LA PLENITUD DE SU PERSONA
Para Jacob, José era la
persona que llenaba su cabal satisfacción. Por ello, cuando, después de larga
ausencia, logra ver a su hijo, dice: “Muera yo ahora, ya que he visto tu
rostro” (Génesis 46:30). De la misma manera, Simeón, cuando vio al Señor dijo:
“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han
visto mis ojos tu salvación” (Lucas 2:29). Para Simeón, el momento más
culminante de su vida era ver el Ungido del Señor, después de lograrlo ya no
importaba el vivir. Esto nos recuerda la gran verdad de que al ver al Señor,
por primera vez como nuestro Salvador, empezamos realmente a vivir; pero a su
vez ¡ya estamos listos para partir! Conocer su bendita persona llena a
plenitud todos los requisitos para la ciudadanía celestial.
22. JOSÉ AUTOR DE VIDA
Es solemne la expresión que los egipcios dicen a José: “La vida nos has
dado” (Génesis 47:25). Ellos reconocían que la magnífica labor administrativa
de José les había permitido sobrevivir durante aquellos años de hambre
terrible. La expresión en consideración nos permite salirnos de la vida de José
para pensar en lo que está escrito del supremo Autor de la vida: “Y él os dio
vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados”
(Efesios 2:1). Esta vida empezó el día cuando el Señor nos salvó, cuando al
igual que a Lázaro nos sacó de la tumba espiritual y fueron sueltas las vendas
de! pecado; es una vida para gozarla a plenitud, pues el Señor dijo: “Yo he
venido para que tengan vida; y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10)
y, tercero, es una vida que jamás puede ser arrebatada ya que, está escrito:
“Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3). Cual los
egipcios agradecidos a José, nosotros podemos postrarnos ante el Señor, y con
voz de canto y de adoración decirle: “La vida nos has dado”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario