lunes, 1 de mayo de 2017

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte XVII)

17. La sulamita, la amada
Según el libro de los Reyes, el gran rey Salomón compuso 1005 canciones, o cantares. El más importante es el Cantar de los Cantares. Es una selección de incidentes escogidos de la historia del amor del Rey Salomón por una joven, la esposa, quien es viñadora, pastora y extranjera en Jerusalén. El rey se presenta en los versos o cantos en su hermosura, cual amado fiel, pero ella es fluctuante y de carácter débil en contraste con él. La relación entre ellos pasa por múltiples vicisitudes pero el relato termina con la joven en ferviente devoción al rey, anhelando la llegada suya: “Apresúrate, amado mío”.
El relato representa para nosotras un cuadro del Señor Jesucristo como el fiel amante ante el amor de una (la Iglesia, o una creyente en particular) cuyos sentimientos fluctúan grandemente. En todo el libro él es fiel a ella, pero ella está a veces deseosa de estar con él y otras veces es incumplida.
Para la mente mundana, es un cuento de relaciones sensuales en extremo y hasta de conducta ilícita de parte de un hombre poderoso hacia una muchacha inocente e indefensa. Pero en este libro de la Biblia, tanto o más que en cualquier otro, se habla de la sabiduría entre los que han alcanzado madurez. No es la sabiduría de este siglo, sino la que no se ve, la de Dios. Definitivamente, el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios. Se ha de discernirlas espiritualmente en el Cantar, porque allí está la mente de Cristo.
Conforme el Cantar comienza con la novia alejada de su amado, pero termina con los dos en feliz comunión, así habla Jehová de su pueblo terrenal: “Tu marido es tu Hacedor, Jehová de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor, el Santo de Israel... Como a mujer abandonada y triste de espíritu te llamó Jehová, y como a la esposa de la juventud que es repudiada, dijo el Dios tuyo. Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti”, Isaías 54.
El Cantar habla de una esposa perdonada, aceptada y amada por su esposo con un amor que las muchas aguas no pueden apagar, y ella está en espera suya. Él está ausente y ella se encuentra en la penumbra de esta noche mala, rodeada de muchos adversarios y peligros. Vive en el valle y se ocupa en la viña, el huerto o el campo, lejos de las calles y los palacios de la ciudad de los hombres. Ni la gloria ni el reposo de la ciudad de la grandeza humana son suyas; ella quiere estar “fuera del real” donde puede ocuparse de su amado.

Pero hay ocasiones cuando vaga desobedientemente en la ciudad y busca diversión en el palacio. Lejos de encontrar a su amado, la pierde. Cuando le encuentra —o mejor dicho, cuando él le encuentra a ella— es en el valle entre lirios o entre el rebaño de su pueblo. La esposa no es infiel en el sentido de buscar compañeros ilícitos, pero su fe es débil. Ella busca soledad en los agujeros de la peña y lo escondido de escarpados parajes, donde no recibe para sí ni testifica a otros ni goza de comunión con su amado. El la llama porque quiere que esté con él. Dulce le es la voz de su esposa, y hermoso su aspecto, pero ella le niega a veces este disfrute del amor. Todo esto es figura del creyente en Cristo hoy día. Él es el fiel Amado; los suyos están en el mundo y en la carne todavía, pero viene el eterno día cuando, como expresa el himno, “el placer común tendremos en la gloria allí; yo al estar en su presencia, y El al verme a mí”.

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