Su vida terrenal.
3. Su última semana
En toda obra
dramática existe un o varios capítulos que corresponden al clímax de la misma,
y esta última semana de la vida del Señor Jesucristo es precisamente eso,
llegando al punto máximo con la crucifixión y muerte del Maestro. Es punto en
que todo el tiempo se detiene o todo gira más lento, en el cual todas las
miradas se concentran en un punto y todos están expectantes de lo que sucederá.
El mismo Señor Jesucristo estaba consciente de lo importante que estaba por
venir que había preparado a los suyos para que la enfrentaran de la mejor forma
posible lo que sucedería. Sabemos que uno de ellos no pasó la prueba.
Sigamos.
Después del agasajo
que Marta y su familia le dieron, seis días antes de la Pascua, en el primer
día de la semana, el Maestro partió a Jerusalén. Grandes multitudes de gente
iban en el mismo camino para celebrar la Pascua en la ciudad santa.
Cerca de Jerusalén,
a los pies del monte de los Olivos, entre Betania y Betfagé, el Señor había indicado a
dos de los discípulos suyos que fueran al pueblo de “enfrente” y allí habían de
encontrar a una asna con su pollino que debían desatar y llevárselo a Él. Si le
decían algo porque lo tomaba, ellos debían indicar que el “Señor lo necesita” y
que lo devolvería (Mateo 21:3; Marcos 11:3; También Lucas 19:31; Juan 12:4).
Cuando llegaron con el animal donde estaba el
Señor, pusieron sus mantos sobre el pollino.
Sus propios discípulos comenzaron a poner sus mantos en el camino y
alabar a Dios. Se encontraron con las personas que bajaban desde Jerusalén, que
habían escuchado que Él vendría. Ellos
espontáneamente habían cortado ramas de
palmera para recibirle. Los fariseos se
daban cuenta que el pueblo estaba de lado de Jesús el profeta de Nazaret de
Galilea, porque decían entre ellos: “Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el
mundo se va tras él”. Los que sintieron el peso de estas palabras, le
reclamaron a Jesús por lo que los discípulos hacían y decían. La respuesta del
Maestro fue: “Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían”.
Al leer los cuatro
relatos (Mateo 21:1-11; Marcos 11:1-11; Lucas 19:28-40; Juan 12:12-19) vemos
que la alegría era inmensa en la gente que le seguía. Unos u otros daban gloria
a Dios.
Al
llegar a Jerusalén, el Señor volcó su más profundo anhelo y lloró sobre ella.
Cuando
entró él a Jerusalén, toda la ciudad se conmovió
diciendo: ¿Quién es este? Y le respondía, tal vez, alguno de los que habían
subido con él: Este es Jesús el profeta de Nazaret de Galilea.
Marcos
nos cuenta que el Señor caminó por el templo, y viendo que era tarde volvió a
Betania.
Al día siguiente (lunes), de camino a Jerusalén desde Betania, tuvo hambre y vio una higuera y fue a ver si tenía frutos,
y no halló nada y le dijo: “Nunca jamás coma nadie fruto de ti”. Y la higuera
al día siguiente estaba seca (Mateo 21:18-22;
Marcos 11:12-14; 20-26).
Al
llegar a Jerusalén y al entrar al templo vio que se estaban transando los animales para el sacrificio. Por segunda
vez echaba a aquellos que habían convertido la casa de oración en cueva de ladrones.
Los escribas y principales sacerdotes vieron estos hechos y escuchaban lo que los
niños decían de Jesús: ¡Hosanna al Hijo de David! Y encararon al Señor con respecto a esto
último les responde: “¿nunca leísteis: de la boca de los niños y de los que
maman perfeccionaste la alabanza?” (Mateo 21:12-17; Marcos 11:15-19; Lucas
19:45-48).
El día
martes, los principales sacerdotes y los ancianos ponen
en duda la autoridad del Jesús las cosas que había hecho. A la interrogante
responde con una contra pregunta y si ellos podían responderla, él les diría
con qué autoridad hacía lo que hacía. Y no perdiendo la oportunidad, enseña en
el templo por medio de parábolas.
Pronunció parábola que hablaban de ellos: las parábolas “de los dos
hijos” (Mateo 21:28-32); “los labradores malvados” (Mateo 21:33-44; Marcos
12:1-12, Lucas 20:9-19). Además, les relata la parábola de “la fiesta de bodas”
(Mateo 22:1-14) en la cual los invitados no quisieron asistir a la boda y el
rey invita a la boda a los que estaban en los caminos, sean estos malos o
buenos.
Al verse
derrotados los sacerdotes, los fariseos y herodianos tratan de atraparlo usando
un punto de vista político, para ello la pregunta preparada es: ¿es lícito dar
tributo a Cesar, o no? Y la magnífica respuesta fue “Dad a Cesar lo que es de
Cesar” y agrega algo que ellos no esperaban: “y a Dios lo que es de Dios”.
Ellos se retiraron derrotados sin poder cumplir su objetivo. (Mateo 22:15-22;
Marcos 12:13-17; Lucas 20:20-26).
El turno
es de los saduceos con preguntas de
orden teológico respecto a la resurrección de los muertos, ya que ellos no
creían en ella. El Señor les responde
que estaban equivocados, porque Dios es un Dios de vivos. Los saduceos también
se retiraron humillados (Mateo 22:23-33;
Marcos 18:18-27; Lucas 20:27-40).
Los fariseos enterados de la derrota de lo Saduceos se acercan
solapadamente con preguntas cuya respuesta ellos debían saber y al mismo tiempo
él les preguntó acerca del Cristo y de quien era Hijo. Y nadie más intentó
molestarlo más. Y ante la multitud y sus discípulos expuso a los fariseos y
escribas como hipócritas (Mateo 22:34-23:36; Marcos 12:35-40; Lucas 20:41-47).
Cuando sale de Jerusalén, los discípulos le mostraron los magnífico que
era el templo y el Señor profetiza que no quedará piedra sobre piedra que no
sea derribada. Y en el monte de los Olivos, les profetiza
cuales serán las señales antes del fin y de la venida del Hijo del hombre y del
juicio de las naciones (Mateo 24:1-25:46; Marcos 13:1-37; Lucas 21:1-36).
En el día Miércoles, el sanedrín liderados por Caifás se reúne para
deliberar acerca de Jesús. Esta es, tal vez, la segunda sesión (la primera es
relatada en Juan 11:45-53) que el Sanedrín tiene en relación a Jesús y la
muerte decretada para él, pero manifestaban escrúpulos en cuanto al tiempo de
su captura (Mateo 26:1-5; Marcos 14:1-2; Lucas 22:1-2).
Como no tenían modo de aprehenderlo, el que se presentase Judas Iscariote con la novedad que él podía
entregarlo por una suma de dinero, “fue como caído del cielo”. Desde ese
momento, Judas buscaba la manera de entregarlo a mano de sus enemigos (Mateo
26:14-16; Marcos 14:10-11; Lucas 22:3-6).
El jueves, Jesús comisiona a dos discípulos, Pedro y Juan, que preparen
la Pascua. Esto implicaba que debían buscar a una persona que lleva un cántaro
de agua y cuando llegase a la casa, le preguntaran donde el Maestro celebraría
la pascua con sus discípulos. Seguramente Pedro y Juan también llevaron el
cordero al templo para que fuese sacrificado por un sacerdote.
Cuando llega la hora, se sientan a la mesa a comer del cordero
sacrificado. En medio de la celebración le dice al grupo que uno de ellos le iba
a entregar. Y la tristeza se apoderó del grupo, de modo que preguntaban: ¿Soy yo, Señor? Para
que ellos no sufriesen, les revela que el culpable metería la mano en el mismo
plato que él comía. Judas, en forma cínica le pregunta ¿Soy yo, Maestro? Y Él
le in-dica a Judas que vaya a hacer lo que tiene que hacer. El resto del
grupo no entendió que sucedía y pensaron que lo mandaba a hacer alguna tarea
necesaria para la fiesta a hacer algún donativo a los pobres. Casi al finalizar
la celebración, toma pan y lo bendice, lo parte y se los da a los once
discípulos para que coman. Luego toma la copa y la bendice y la da a los suyos
para que la beba. Establece que el pan es su cuerpo y el vino es la sangre del
nuevo pacto, que es derramada por muchos. Este último acto debía hacerse
siempre en memoria de él (Mateo 26:17-29; Marcos 14:12-25; Lucas 22:7-23; Juan
13:21-30; 1 Corintios 11:23-26).
Luego de la cena, cantado el himno se retiraron.
El Maestro les declara que esa misma noche se escandalizarían de él, ya
que el Pastor sería herido, pero una vez que resucite iría delante de ellos a
Galilea. Y Pedro, con su típico
arrebato, le indica que él no lo haría. La profecía del Maestro sería: “No
cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces” (Mateo 26:31-25; Marcos
14:27-31; Lucas 22:31-34, Juan 13:36-38).
En el camino, los instruye y consuela, para que puedan soportar lo que
vendría (Juan 14:1-16:33).
Al llegar a Getsemaní, deja al grupo sentado y se aleja con Pedro, Jacobo
y Juan a orar. Encomienda la oración a ellos tres y él avanza como un tiro de
piedra para orar. Los discípulos cansados se duermen. La oración del Maestro
manifestaba la agonía y peso de lo que estaba por venir (Mateo 26:36-46; Marcos
14:32-42; Lucas 22:39-46).
La llegada de la tropa que iba a arrestar a Jesús tiene que haber hecho
mucho ruido y alarmado a los discípulos que estaban a unos pasos de ellos. El Señor los escuchó
llegar y preguntar por el Maestro, por eso él les dice: “he aquí, se acerca el
que me entrega”. Cuando Jesús se acerca al grupo, Judas le besa para señalar
que él era al que debían arrestar. Mas no pudieron prenderle, sino que él se
entregó voluntariamente y no sin pedir por lo suyos. Pedro impulsivamente arremete con una espada
y corta la oreja derecha al siervo del sumo sacerdote; y el Señor mismo sanó la
oreja de Malco (Mateo26:47-56; Marcos 14:43-50; Lucas 22:47-53; Juan 18:2-11).
Jesús es llevado atado en primer lugar a la residencia de Anás, el
anterior sumo sacerdote y suegro de
Caifás, y este interroga a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. A
lo cual la respuesta fue que siempre había hablado en forma pública y no en
lugares ocultos. Y unos de los alguaciles lo golpeó fuertemente (Juan
18:19-24).
Tal como el Maestro le había dicho, Pedro le negó tres veces. Y después
de la última negación, el gallo cantó. (Mateo 26:69-75; Marcos 14:66-72; Lucas
22:55-62; Juan 18:15-18; 25-27).
El viernes en la madrugada es interrogado en forma irregular por el
sanedrín presidido por Caifás. Al no
poder condenarlo por hechos verdaderos, usaron falsos testigos, pero estos se
contradecían entre sí. Caifás al ver que nada lograba con los testimonios
falsos, lo conjura: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú
el Cristo, el Hijo de Dios. La respuesta fue: “Tú lo has dicho”, y agregó: “y
además os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra
del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”. Esto fue considerado
como blasfemia y lo declararon reo de muerte, y se ensañaron con su persona,
golpeándolo rudamente (Mateo 26:57-68; Marcos 14:53-65; Lucas 22:63-71; Juan
18:19-24).
Judas al ver que había entregado a un inocente y lleno de remordimiento, y
como no consiguió que fuese liberado,
tiró el dinero y se suicidó ahorcándose (Mateo 27:3-10).
Temprano en la mañana lo llevaron a Pilato. Este al interrogarlo se
percata de su inocencia; y al enterarse que era Galileo, lo envía a Herodes
para que lo juzgue (Mateo 27:1-2, 11-14; Marcos 15:1-5; Lucas 23:1-5;
Juan18:28-38). Herodes después de no lograr ver señales hechas por Jesús, junto con sus soldados, lo menospreciaron y
escarnecieron, vistiéndolo de una ropa
esplendida y lo volvió a enviar a Pilato (Lucas 23:6-12).
Pilato convencido de la inocencia, insta su inocencia, tal como Herodes
lo había declarado al enviarlo devuelta sin castigo. Pilato no encontraba nada
digno de muerte había hecho Jesús, y aun así lo iba a castigar y a liberar.
Pero los principales sacerdotes instigaron a la multitud de pedir la muerte de
Jesús y pidieron a Barrabás. Pilato ordenó que le azotaran y los soldados le
coronaron con una corona de espinas y le vistieron con manto púrpura; y se burlaban de él y le
golpeaban. Y le llevaron ante Pilato y
este se los mostró: ¡He aquí el hombre! Y los principales sacerdotes y los
alguaciles instaron a la multitud a decir: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Y se
lo entrega a ellos sabiendo que no podían darle muerte, porque
él lo encontraba inocente. Aunque procuraba soltarle, lo judíos lograron inducirle el miedo, ya que la amenaza
explícita: “Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey,
a César se opone”. Entonces Pilato les pregunta: “¡He aquí vuestro Rey!”. La
respuesta fue “¡Fuera, fuera, crucifícale!” “No tenemos más rey que César”.
Entonces se lavó las manos y se los entregó
a ellos para que fuese crucificado. Y Jesús fue llevado al pretorio
donde se burlaban y le golpeaban (Mateo 27:15-26; Marcos 15:6-15; Lucas
23:13-25; Juan 18:38-19:16).
Los soldados romanos lo tomaron y pusieron el madero sobre él y se
dirigieron al lugar llamado la Calavera, que en hebreo es Gólgota. Debido al severo
castigo, tomaron a un hombre que por ahí pasaba que se llamaba Simón y era
originario de Cirene, padre de Alejandro y Rufo. Sobre él cargaron la cruz. Las
mujeres lamentaban lo que estaba pasando. En esos momentos de dolor, las
consuela y les profetiza que vendrían días malos sobre Jerusalén.
Junto a él llevaban a los dos malhechores para ser ajusticiados de la
misma manera que el Maestro: crucificado.
Llegado al lugar, le crucificaron allí, y él pedía al padre que los
perdonasen porque no sabían lo que hacían. Pusieron en su cruz un título que
decía: “Este es el rey de los judíos”, en idioma griego, latino y hebreo.
Los soldados, sortearon entre sí los vestidos del Maestro.
Había multitud que se burlaba de él, pero el nada respondía. Se preocupa
por su madre y se la encomienda a Juan, quien la recibe en su casa. Los
malhechores lo injuriaban, pero uno de ellos se da cuenta de la inocencia del
Jesús y que ellos justamente padecían por sus hechos. Y a este el Señor le
confirma que estaría con él hoy en el paraíso. A la hora sexta hubo tinieblas
hasta la hora novena (desde el mediodía hasta las tres de la tarde). Al
finalizar él a gran voz dice: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?”
También sintió sed. Cuando ya hubo concluido, él gritó “Consumado Es” y encomendó su espíritu
al Padre.
El velo del templo se rasgó desde arriba abajo. La tierra tembló, las
rocas se partieron, los sepulcros fueron abiertos. El Centurión que estaba de
guardia exclamó: “Este era Hijo de Dios”. Al verlo muerto, traspasó su costado
para comprobar que había muerto (Mateo 27:32-50; Marcos 15:21-37; Lucas
23:26-49; Juan 19:17-37).
José de Arimatea fue donde Pilato y solicitó el
cuerpo del Jesús. Este sorprendido que hubiese muerto tan luego, mando a
verificar el hecho. Una vez tenida la confirmación de la muerte del Maestro, le
entregó el cuerpo a José de Arimatea. Bajaron el cuerpo de la cruz y lo
envolvieron en sábanas. Este Junto a Nicodemo, le embalsamaron y le pusieron
apresuradamente en el sepulcro que José de Arimatea poseía en un huerto cercano, porque estaba por comenzar el
Sabbat y la celebración de la pascua. Y las mujeres que acompañaron al Maestro
se percataron donde habían puesto su cuerpo.
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