domingo, 3 de septiembre de 2017

Doctrina: Cristología (Parte XXI)

Su vida terrenal.
3. Su última semana


En toda obra dramática existe un o varios capítulos que corresponden al clímax de la misma, y esta última semana de la vida del Señor Jesucristo es precisamente eso, llegando al punto máximo con la crucifixión y muerte del Maestro. Es punto en que todo el tiempo se detiene o todo gira más lento, en el cual todas las miradas se concentran en un punto y todos están expectantes de lo que sucederá. El mismo Señor Jesucristo estaba consciente de lo importante que estaba por venir que había preparado a los suyos para que la enfrentaran de la mejor forma posible lo que sucedería. Sabemos que uno de ellos no pasó la prueba.
Sigamos.
Después del agasajo que Marta y su familia le dieron, seis días antes de la Pascua, en el primer día de la semana, el Maestro partió a Jerusalén. Grandes multitudes de gente iban en el mismo camino para celebrar la Pascua en la ciudad santa.
Cerca de Jerusalén, a los pies del monte de los Olivos, entre Betania y Betfagé, el Señor había indicado a dos de los discípulos suyos que fueran al pueblo de “enfrente” y allí habían de encontrar a una asna con su pollino que debían desatar y llevárselo a Él. Si le decían algo porque lo tomaba, ellos debían indicar que el “Señor lo necesita” y que lo devolvería (Mateo 21:3; Marcos 11:3; También Lucas 19:31; Juan 12:4).
Cuando llegaron con el animal donde estaba el Señor, pusieron sus mantos sobre el pollino.  Sus propios discípulos comenzaron a poner sus mantos en el camino y alabar a Dios. Se encontraron con las personas que bajaban desde Jerusalén, que habían escuchado que Él vendría.  Ellos espontáneamente  habían cortado ramas de palmera  para recibirle. Los fariseos se daban cuenta que el pueblo estaba de lado de Jesús el profeta de Nazaret de Galilea, porque decían entre ellos: “Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él”. Los que sintieron el peso de estas palabras, le reclamaron a Jesús por lo que los discípulos hacían y decían. La respuesta del Maestro fue: “Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían”.
Al leer los cuatro relatos (Mateo 21:1-11; Marcos 11:1-11; Lucas 19:28-40; Juan 12:12-19) vemos que la alegría era inmensa en la gente que le seguía. Unos u otros daban gloria a Dios.
Al llegar a Jerusalén, el Señor volcó su más profundo anhelo y lloró sobre ella.
Cuando entró él  a  Jerusalén, toda la ciudad se conmovió diciendo: ¿Quién es este? Y le respondía, tal vez, alguno de los que habían subido con él: Este es Jesús el profeta de Nazaret de Galilea.
Marcos nos cuenta que el Señor caminó por el templo, y viendo que era tarde volvió a Betania.
 Al día siguiente (lunes),  de camino a Jerusalén  desde Betania, tuvo hambre y  vio una higuera y fue a ver si tenía frutos, y no halló nada y le dijo: “Nunca jamás coma nadie fruto de ti”. Y la higuera al día siguiente estaba seca (Mateo 21:18-22;  Marcos  11:12-14; 20-26).
Al llegar a Jerusalén y al entrar al templo vio que  se estaban transando  los animales para el sacrificio. Por segunda vez echaba a aquellos que habían convertido la casa  de oración en cueva de ladrones.
Los  escribas y principales sacerdotes  vieron estos hechos y escuchaban lo que los niños decían de Jesús: ¡Hosanna al Hijo de David!  Y encararon al Señor con respecto a esto último les responde: “¿nunca leísteis: de la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?” (Mateo 21:12-17; Marcos 11:15-19; Lucas 19:45-48).
El día martes,  los  principales sacerdotes y los ancianos ponen en duda la autoridad del Jesús las cosas que había hecho. A la interrogante responde con una contra pregunta y si ellos podían responderla, él les diría con qué autoridad hacía lo que hacía. Y no perdiendo la oportunidad, enseña en el templo por medio de parábolas.  Pronunció parábola que hablaban de ellos: las parábolas “de los dos hijos” (Mateo 21:28-32); “los labradores malvados” (Mateo 21:33-44; Marcos 12:1-12, Lucas 20:9-19). Además, les relata la parábola de “la fiesta de bodas” (Mateo 22:1-14) en la cual los invitados no quisieron asistir a la boda y el rey invita a la boda a los que estaban en los caminos, sean estos malos o buenos.
Al verse derrotados los sacerdotes, los fariseos y herodianos tratan de atraparlo usando un punto de vista político, para ello la pregunta preparada es: ¿es lícito dar tributo a Cesar, o no? Y la magnífica respuesta fue “Dad a Cesar lo que es de Cesar” y agrega algo que ellos no esperaban: “y a Dios lo que es de Dios”. Ellos se retiraron derrotados sin poder cumplir su objetivo. (Mateo 22:15-22; Marcos 12:13-17; Lucas 20:20-26).
El turno es de los saduceos con preguntas   de orden teológico respecto a la resurrección de los muertos, ya que ellos no creían  en ella. El Señor les responde que estaban equivocados, porque Dios es un Dios de vivos. Los saduceos también se retiraron humillados  (Mateo 22:23-33; Marcos 18:18-27; Lucas 20:27-40).
Los fariseos enterados de la derrota de lo Saduceos se acercan solapadamente con preguntas cuya respuesta ellos debían saber y al mismo tiempo él les preguntó acerca del Cristo y de quien era Hijo. Y nadie más intentó molestarlo más. Y ante la multitud y sus discípulos expuso a los fariseos y escribas como hipócritas (Mateo 22:34-23:36; Marcos 12:35-40; Lucas 20:41-47).
Cuando sale de Jerusalén, los discípulos le mostraron los magnífico que era el templo y el Señor profetiza que no quedará piedra sobre piedra que no sea derribada.   Y en el monte de los Olivos, les profetiza cuales serán las señales antes del fin y de la venida del Hijo del hombre y del juicio de las naciones (Mateo 24:1-25:46; Marcos 13:1-37; Lucas 21:1-36).
En el día Miércoles, el sanedrín liderados por Caifás se reúne para deliberar acerca de Jesús. Esta es, tal vez, la segunda sesión (la primera es relatada en Juan 11:45-53) que el Sanedrín tiene en relación a Jesús y la muerte decretada para él, pero manifestaban escrúpulos en cuanto al tiempo de su captura (Mateo 26:1-5; Marcos 14:1-2; Lucas 22:1-2).
Como no tenían modo de aprehenderlo, el que se presentase  Judas Iscariote con la novedad que él podía entregarlo por una suma de dinero, “fue como caído del cielo”. Desde ese momento, Judas buscaba la manera de entregarlo a mano de sus enemigos (Mateo 26:14-16; Marcos 14:10-11; Lucas 22:3-6).
El jueves, Jesús comisiona a dos discípulos, Pedro y Juan, que preparen la Pascua. Esto implicaba que debían buscar a una persona que lleva un cántaro de agua y cuando llegase a la casa, le preguntaran donde el Maestro celebraría la pascua con sus discípulos. Seguramente Pedro y Juan también llevaron el cordero al templo para que fuese sacrificado por un sacerdote.
Cuando llega la hora, se sientan a la mesa a comer del cordero sacrificado. En medio de la celebración le dice al grupo que uno de ellos le iba a entregar. Y la tristeza se apoderó del grupo, de  modo que preguntaban: ¿Soy yo, Señor? Para que ellos no sufriesen, les revela que el culpable metería la mano en el mismo plato que él comía. Judas, en forma cínica le pregunta ¿Soy yo, Maestro?   Y Él  le in-dica a Judas que vaya a hacer lo que tiene que hacer. El resto del grupo no entendió que sucedía y pensaron que lo mandaba a hacer alguna tarea necesaria para la fiesta a hacer algún donativo a los pobres. Casi al finalizar la celebración, toma pan y lo bendice, lo parte y se los da a los once discípulos para que coman. Luego toma la copa y la bendice y la da a los suyos para que la beba. Establece que el pan es su cuerpo y el vino es la sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos. Este último acto debía hacerse siempre en memoria de él (Mateo 26:17-29; Marcos 14:12-25; Lucas 22:7-23; Juan 13:21-30; 1 Corintios 11:23-26).
Luego de la cena, cantado el himno se retiraron.
El Maestro les declara que esa misma noche se escandalizarían de él, ya que el Pastor sería herido, pero una vez que resucite iría delante de ellos a Galilea.  Y Pedro, con su típico arrebato, le indica que él no lo haría. La profecía del Maestro sería: “No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces” (Mateo 26:31-25; Marcos 14:27-31; Lucas 22:31-34, Juan 13:36-38).
En el camino, los instruye y consuela, para que puedan soportar lo que vendría (Juan 14:1-16:33).
Al llegar a Getsemaní, deja al grupo sentado y se aleja con Pedro, Jacobo y Juan a orar. Encomienda la oración a ellos tres y él avanza como un tiro de piedra para orar. Los discípulos cansados se duermen. La oración del Maestro manifestaba la agonía y peso de lo que estaba por venir (Mateo 26:36-46; Marcos 14:32-42; Lucas 22:39-46).
La llegada de la tropa que iba a arrestar a Jesús tiene que haber hecho mucho ruido y alarmado a los discípulos que estaban  a unos pasos de ellos. El Señor los escuchó llegar y preguntar por el Maestro, por eso él les dice: “he aquí, se acerca el que me entrega”. Cuando Jesús se acerca al grupo, Judas le besa para señalar que él era al que debían arrestar. Mas no pudieron prenderle, sino que él se entregó voluntariamente y no sin pedir por lo suyos.  Pedro impulsivamente arremete con una espada y corta la oreja derecha al siervo del sumo sacerdote; y el Señor mismo sanó la oreja de Malco (Mateo26:47-56; Marcos 14:43-50; Lucas 22:47-53; Juan 18:2-11).
Jesús es llevado atado en primer lugar a la residencia de Anás, el anterior sumo sacerdote  y suegro de Caifás, y este interroga a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. A lo cual la respuesta fue que siempre había hablado en forma pública y no en lugares ocultos. Y unos de los alguaciles lo golpeó fuertemente (Juan 18:19-24).
Tal como el Maestro le había dicho, Pedro le negó tres veces. Y después de la última negación, el gallo cantó. (Mateo 26:69-75; Marcos 14:66-72; Lucas 22:55-62; Juan 18:15-18; 25-27).
El viernes en la madrugada es interrogado en forma irregular por el sanedrín  presidido por Caifás. Al no poder condenarlo por hechos verdaderos, usaron falsos testigos, pero estos se contradecían entre sí. Caifás al ver que nada lograba con los testimonios falsos, lo conjura: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. La respuesta fue: “Tú lo has dicho”, y agregó: “y además os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”. Esto fue considerado como blasfemia y lo declararon reo de muerte, y se ensañaron con su persona, golpeándolo rudamente (Mateo 26:57-68; Marcos 14:53-65; Lucas 22:63-71; Juan 18:19-24).
Judas al ver que había entregado a un inocente y lleno de remordimiento, y como no consiguió  que fuese liberado, tiró el dinero y se suicidó ahorcándose (Mateo 27:3-10).
Temprano en la mañana lo llevaron a Pilato. Este al interrogarlo se percata de su inocencia; y al enterarse que era Galileo, lo envía a Herodes para que lo juzgue (Mateo 27:1-2, 11-14; Marcos 15:1-5; Lucas 23:1-5; Juan18:28-38). Herodes después de no lograr ver señales hechas por Jesús,  junto con sus soldados, lo menospreciaron y escarnecieron, vistiéndolo  de una ropa esplendida y lo volvió a enviar a Pilato (Lucas 23:6-12).
Pilato convencido de la inocencia, insta su inocencia, tal como Herodes lo había declarado al enviarlo devuelta sin castigo. Pilato no encontraba nada digno de muerte había hecho Jesús, y aun así lo iba a castigar y a liberar. Pero los principales sacerdotes instigaron a la multitud de pedir la muerte de Jesús y pidieron a Barrabás. Pilato ordenó que le azotaran y los soldados le coronaron con una corona de espinas y le vistieron con  manto púrpura; y se burlaban de él y le golpeaban. Y le llevaron  ante Pilato y este se los mostró: ¡He aquí el hombre! Y los principales sacerdotes y los alguaciles instaron a la multitud a decir: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Y se lo  entrega a ellos  sabiendo que no podían darle muerte, porque él lo encontraba inocente. Aunque procuraba soltarle, lo judíos lograron  inducirle el miedo, ya que la amenaza explícita: “Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone”. Entonces Pilato les pregunta: “¡He aquí vuestro Rey!”. La respuesta fue “¡Fuera, fuera, crucifícale!” “No tenemos más rey que César”. Entonces se lavó las manos y se los entregó  a ellos para que fuese crucificado. Y Jesús fue llevado al pretorio donde se burlaban y le golpeaban (Mateo 27:15-26; Marcos 15:6-15; Lucas 23:13-25; Juan 18:38-19:16).
Los soldados romanos lo tomaron y pusieron el madero sobre él y se dirigieron al lugar llamado la Calavera, que en hebreo es Gólgota. Debido al severo castigo, tomaron a un hombre que por ahí pasaba que se llamaba Simón y era originario de Cirene, padre de Alejandro y Rufo. Sobre él cargaron la cruz. Las mujeres lamentaban lo que estaba pasando. En esos momentos de dolor, las consuela y les profetiza que vendrían días malos sobre Jerusalén.
Junto a él llevaban a los dos malhechores para ser ajusticiados de la misma manera que el Maestro: crucificado.
Llegado al lugar, le crucificaron allí, y él pedía al padre que los perdonasen porque no sabían lo que hacían. Pusieron en su cruz un título que decía: “Este es el rey de los judíos”, en idioma griego, latino y hebreo.
Los soldados, sortearon entre sí los vestidos del Maestro.
Había multitud que se burlaba de él, pero el nada respondía. Se preocupa por su madre y se la encomienda a Juan, quien la recibe en su casa. Los malhechores lo injuriaban, pero uno de ellos se da cuenta de la inocencia del Jesús y que ellos justamente padecían por sus hechos. Y a este el Señor le confirma que estaría con él hoy en el paraíso. A la hora sexta hubo tinieblas hasta la hora novena (desde el mediodía hasta las tres de la tarde). Al finalizar él a gran voz dice: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?” También sintió sed. Cuando ya hubo concluido, él  gritó “Consumado Es” y encomendó su espíritu al Padre.
El velo del templo se rasgó desde arriba abajo. La tierra tembló, las rocas se partieron, los sepulcros fueron abiertos. El Centurión que estaba de guardia exclamó: “Este era Hijo de Dios”. Al verlo muerto, traspasó su costado para comprobar que había muerto (Mateo 27:32-50; Marcos 15:21-37; Lucas 23:26-49; Juan 19:17-37).

José  de Arimatea fue donde Pilato y solicitó el cuerpo del Jesús. Este sorprendido que hubiese muerto tan luego, mando a verificar el hecho. Una vez tenida la confirmación de la muerte del Maestro, le entregó el cuerpo a José de Arimatea. Bajaron el cuerpo de la cruz y lo envolvieron en sábanas. Este Junto a Nicodemo, le embalsamaron  y le pusieron  apresuradamente en el sepulcro que José de Arimatea poseía en un  huerto cercano, porque estaba por comenzar el Sabbat y la celebración de la pascua. Y las mujeres que acompañaron al Maestro se percataron donde habían puesto su cuerpo.

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