domingo, 3 de septiembre de 2017

En Búsqueda de una fe seria (Parte II)

Darwin enfrentó un pro­blema similar, el cual aún per­turba a los evolucionistas has­ta hoy. Si nosotros fuéramos simplemente el producto del movimiento casual de los áto­mos, habiendo comenzado todo con una explosión inex­plicable (de una fuente ener­gética desconocida) llamada el “big bang”, entonces todos nuestros pensamientos son sencillamente el resultado del movimiento casual de los áto­mos en nuestros cerebros, y por lo tanto no tendrían signi­ficado (lo cual incluye la teo­ría de la evolución misma). Sea lo que sea que sucede en las células de nuestro cerebro en cualquier momento, debe­ría ser rastreado hasta aquella gran explosión, a partir de la cual la materia sin vida de al­guna forma cobró vida y con el paso de muchísimo tiempo finalmente evolucionó hasta llegar a ser células cerebrales. No existe ningún punto en es­te proceso en el que el sentido de las cosas se pudiera haber introducido, ni tampoco exis­te ninguna fuente racional dentro de la materia o la ener­gía (son intercambiables) de la cual hubiera provenido un plan con propósito.
La ciencia no nos puede de­cir ni de dónde vino la energía que se precisó para el big bang ni por qué se llevó a cabo la ex­plosión. Ciertamente, si sólo tuviéramos que lidiar con la energía que explota, entonces el preguntar por qué (lo cual implica conocer el sentido) se­ría inútil. No habría ni un por qué ni un de dónde en la ener­gía y las explosiones. Solo de­beríamos cerrar todas las uni­versidades y sentarnos a la­mentar que no hay verdad, ni propósito, ni significado. Aunque ni siquiera nos lamentarí­amos por la carencia de la ver­dad y el sentido si tan solo fué­ramos el mero producto de una explosión de energía, ya que tales conceptos nunca se­rían el resultado de movimien­tos al azar de los átomos en nuestros cerebros.
Es innegable que no habría ni verdad, ni sentido ni propó­sito, si no hubiera un Creador inteligente, el cual por sus pro­pias razones, hizo el universo y a cada uno de nosotros según Su imagen. Pese a eso, el mun­do académico rechaza abierta­mente este hecho, del cual no podemos escapar. Los profe­sores y los estudiantes procla­man estar en la búsqueda de la verdad, cuando a la vez niegan que exista, o que alguien pu­diera identificarla en el caso que existiera. Esa es la nihilista atmósfera en las principales universidades del mundo. Se­ría algo muy dogmático si al­guien declarara que la verdad puede ser encontrada. Enton­ces, ¿cuál es el objetivo de la investigación y el estudio, si todo lo que podemos lograr es una lista de opiniones diferen­tes, ninguna de las cuales po­dría declararse como correcta o incorrecta?
Esta actitud ha logrado pe­netrar incluso a los seminarios teológicos y se ha desparrama­do a partir de allí a la forma de pensar de la mayoría de la gen­te religiosa. Hoy día se conside­ra como algo triunfalista u or­gulloso sugerir que hay solo una fe verdadera y que todas las demás son incorrectas. Tal proclamación es inexcusable­mente ofensiva hacia todas las demás creencias. Como resul­tado, cuando procuramos ha­cerle ver a la persona común y corriente la necesidad de tener la certeza de seguir la senda es­piritual correcta hacia la eter­nidad, uno escucha que la gen­te una y otra vez encoge sus hombros y dice: “¿Acaso no es­tamos tomando todos diferen­tes caminos que llevan al mis­mo lugar?”.
Pese a que eso suena como la declaración de una mente abierta que intenta evitar ofen­der a alguien, en realidad es la última moda en lo que se pue­de catalogar como ser cerrado. Por un lado se les permite a to­dos que tomen diferentes sen­das, y por otro se insiste en que todas terminarán en el mismo lugar. Según esta afirmación, solo existe un destino más allá de la muerte. Una vez más, vio­laríamos el sentido de justicia y rectitud que todos poseemos en forma innata, ya que a un Hitler no le iría peor que a una Madre Teresa. Y aquellos que sugerimos lo contrario, rápida­mente encontramos que esta tolerancia abierta de mente es intolerante frente a cualquier opinión que esté en desacuer­do con ella.
En una forma más antigua de este mismo engaño, las es­crituras persas declaran, “Sea cual sea la senda que tome, se une al gran camino que lleva a Ti... Ancha es la alfombra que Dios ha tendido...” Jesús tam­bién habló de un camino an­cho que se asemeja mucho a este concepto de “cualquier senda” y de una “alfombra an­cha.” Sin embargo, en vez de recomendarlo, dijo que lleva a la destrucción: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el ca­mino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puer­ta, y angosto el camino que lle­va a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14). Je­sús no fue dogmático ni cerra­do como para decir que solo existe un destino para todos; él dijo que hay dos destinos, el cielo y el infierno. Nadie está forzado a ir a ninguno de ellos. Si tomamos un camino u otro es un asunto de elección indi­vidual. Por supuesto, si escoge­mos tomar el camino angosto que lleva a Dios, se debe tomar según Sus términos.
En un interesante artículo que apareció en la revista Time (15 de Junio, 1998, edición en inglés), su autor relata una ex­periencia que ilustra la tonte­ría de la indisposición moder­na de tomar una posición defi­nida en lo que se refiere a la creencia religiosa:
Cuando me estaba re­gistrando en un hospital lo­cal para ser examinado, la señora de Admisiones me preguntó: “¿Cuál es su preferencia religiosa?”. Me sentí tentado a repetir lo que Jonás dijo: “Soy he­breo” señora, “y temo a Jehová, Dios de los cielos...” Pero eso me hubiera con­seguido un pase inmediato a psiquiatría en vez de a rayos X.
En tiempos antiguos, se preguntaba “¿Cuál es tu Dios?”. Hace una gene­ración se preguntaba so­bre la religión. Hoy día, el credo de uno es una prefe­rencia religiosa. Según Chesterton, la tolerancia es la virtud de las perso­nas que no creen en nada.
Cuando se sostiene que en la religión de uno se encuentra la suerte del alma inmortal, a esa pos­tura fácilmente le puede seguir la Inquisición; cuan­do se cree que la religión es una preferencia del consumidor, florece la tole­rancia religiosa. Después de todo, uno no persigue a las personas por su gusto con respecto a los autos. ¿Por qué perseguirlos por su gusto sobre dioses?
Es bien extraño no obstante... que aún sobre­vive una forma de intole­rancia religiosa... el des­precio hacia aquellos para los cuales la religión no es una preferencia, sino una convicción...
La convicción que existe un camino definido hacia el cielo no es tolerado en estos días de supuesta tolerancia, debido a que esta postura asume que los demás caminos no llevan al mismo lugar, que la verdad sí existe, y que existe una diferen­cia entre lo correcto y lo inco­rrecto. En vez de estas convic­ciones pasadas de moda, la nueva moda para el nuevo mi­lenio es el ecumenismo de mente abierta. Se supone que debemos dejar de lado la ne­cesidad racional de estar segu­ros sobre nuestro destino eter­no, y adoptar una tolerancia sin sentido que tan solo pro­mete evitar discusiones reli­giosas en esta vida, pero que no ofrece ninguna seguridad para la próxima.
La tolerancia parecería ser una virtud, y en momentos sí que lo es. Pero por otro lado, una actitud que permita que un padre sea tolerante con un comportamiento que está da­ñando a su hijo, o que un poli­cía sea tolerante con crimina­les que acechan a otras perso­nas, deja de ser una virtud, transformándose en un vicio que permite y favorece el mal. Así también, el ser tolerantes con una falsa esperanza que ha engañado a multitudes y que les llevará a la destruc­ción, difícilmente puede ser la posición de aquellos que realmente aman a su prójimo. Es por eso que Pablo dijo, “Cono­ciendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres...” (2 Corintios 5:11).
Este tema referente a dón­de pasará uno la eternidad no es un asunto de preferencias, como lo es si a uno le gustan los tallarines con o sin queso. Nuestras opiniones e inclina­ciones no pueden modificar lo que Dios ha decretado. ¿Por qué es que el Creador debería tolerar y admitir en Su cielo a los rebeldes que han que­brantado sus leyes, menos­preciado su Palabra, y recha­zado la salvación que Él ofre­ce? El imaginarse eso sería atribuir a Dios el tipo de in­dulgencia que uno condena­ría en cualquier juez terrenal.
En su remarcable libro, The Closing of the American Mind [El Cierre de la Mente Nortea­mericana], el profesor de filoso­fía de Chicago, Alan Bloom se­ñala que una virtud en Estados Unidos en estos días parecería ser la apertura a cualquier cosa, como si todos fueran compor­tamientos o puntos de vista igualmente válidos. Y toda opi­nión es bienvenida con la mis­ma tolerancia, no convicción, sino tolerancia. Sería conside­rado como un dogmatismo in­aceptable en la mayoría de los círculos decir hoy día que la verdad existe. Eso significaría que aquellos que no acepten la verdad estarían equivocados, y nadie debe estar equivocado.
El Dr. Bloom señala que nos hemos vuelto tan abiertos a todo, que nuestras mentes se han cerrado a la idea de que algo en realidad pueda ser co­rrecto y por lo tanto otra cosa sea falsa. Quiere decir que, ¡la mentalidad norteamericana se está cerrando por medio de es­ta apertura! Eso es exactamen­te lo que está sucediendo en la era post-racional, la cual se ha apoderado de nuestras univer­sidades y seminarios, y del pensamiento de muchos líde­res eclesiásticos.
Nuevamente, la simple ló­gica rechazaría esta idea que todos los caminos llevan al mismo lugar. Debemos reco­nocer que existen serias con­tradicciones entre las varias re­ligiones a nivel mundial. Ni si­quiera se está de acuerdo en la cantidad de dioses (para los hindúes son millones, para los musulmanes es uno, para los budistas no hay ninguno), y mucho menos en su identidad o naturaleza. Tampoco están de acuerdo las religiones mun­diales sobre cómo aplacar a su dios o dioses o cómo llegar a su versión del cielo después de la muerte.
Llamada de Medianoche

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