domingo, 3 de septiembre de 2017

EL MAYORDOMO Y LAS RIQUEZAS INJUSTAS

Pregunta: Desearía ser ayudado a comprender, respecto a la parábola del mayordomo infiel y las riquezas injustas." (Lucas 16: 1-13.)

Respuesta: Para comprender inteligentemente el capítulo 16, tenemos nece­sidad de haber comprendido en nuestro corazón qué cosa es la plena gracia de Dios, porque aquí no se trata del evangelio como algo que nos es presentado, antes bien se trata de los principios que deben regir la conducta de los hombres salvados por gracia.
Desde el versículo 25 del capítulo 15 de Lucas hasta el final del versículo 13 del capítulo 16 del mismo libro, el Señor sitúa ante nosotros dos tristes caracteres; pri­meramente el hijo mayor, representando el hombre que se apoya en su propia justicia y que no se regocija con el padre, y no sólo esto, sino que aun ni quiere que su hermano goce de la bendición paterna; en segundo lugar, el mayordomo infiel, en relación con el cual desea­mos presentar unas breves reflexiones. Vemos por el primer versículo del capítulo 16, que el Señor dirige a Sus discípulos la parábola del ma­yordomo infiel, mientras que en el capítulo 15, hablaba a los pecadores y publícanos. El capítulo es una enseñanza para los creyentes; el capí­tulo 15, es una evangelización para el mundo. Es natural que entre cre­yentes, nos ocupemos de muchas cosas que no podemos hacer con las personas del mundo, aunque a éstas podemos anunciarles el camino de la salvación; aquí el Señor hablando con Sus discípulos les enseña verdades mucho más difíciles de comprender que las contenidas en la parábola del hijo pródigo.
Remarquemos que el mayordomo infiel es acusado de disipar los bienes de su señor. El hijo pródigo (Lucas 15:13) ha disipado los bie­nes que el padre le había dado; el mayordomo infiel ha disipado la propiedad de su señor (Lucas 16:1). Sin duda alguna esto corresponde a Israel, quien poseyendo toda Palestina, y también toda bendición te­rrestre, en este aspecto era el mayordomo de Dios, mayordomo que ha disipado los bienes confiados a su administración. Los judíos me­nospreciaban a los gentiles, pobres e ignorantes, representados por el hijo pródigo, a pesar de que ellos eran peor que estos últimos: el hijo pródigo es un insensato, el mayordomo infiel, es un hombre carente de rectitud y probidad.
En los dos hijos del capítulo 15 de Lucas, vemos la diferencia de posición y de responsabilidad existente entre un gentil y un judío; y nadie duda de que el Señor, en la parábola del mayordomo infiel y que se refiere particularmente a Israel, ha querido responder a la propia justicia del hijo mayor, mostrando así a los judíos lo que eran en realidad. ¿Pero es que no podemos hallar también una aplicación para todo hombre al cual le haya sido confiado algún privilegio, algo que ad­ministrar?
¿Es que acaso no hallamos en esta parábola una aplicación actual a la cristiandad y a cada uno de nosotros? En efecto, en los ver­sículos 1 y 2 del capítulo 16 vemos al hombre responsable e injusto despedido de su empleo, y en los versículos 3 al 10, vemos de qué forma el cristiano puede reemplazar al hombre que faltó a su responsabilidad.
Advirtamos que no es el Señor Jesús quien alaba al mayordomo infiel, sino su propio señor, su patrón; asimismo tampoco es su pi­cardía la que es admirada, sino su previsión en vista del porvenir. De todas formas era un hombre desleal y falto de rectitud; cuando ve que ha perdido su empleo, en lugar de poner en orden sus libros, no piensa sino en asegurarse una posición para el porvenir.
Lo que vemos en él es precisamente la disposición de cuidarse antes del porvenir que del tiempo presente. Hubiese podido quedarse con las cincuenta medidas de aceite (versículo 6), pero prefiere regalarlas al que está en deuda, a fin de ser recibido en su casa, cuando quede definitivamente sin empleo.
         Sacrificando el presente por el porvenir, el mayordomo hizo un magnífico negocio. ¡Cuán distintamente obran la mayor parte de los hombres! En lugar de pensar en el futuro, en la eternidad espantosa que les espera, solamente piensan en el presente y están prestos a sacrificar toda esperanza relativa a un gozo eterno por un poco de bienestar en este siglo malo.
Antes de terminar, añadiré aún una idea. Los "hijos de luz" - es decir, los cristianos - son menos sagaces que "los hijos de este siglo". Si, como vemos en el capítulo 15 de Lucas, somos salvos por la gracia perfecta, y si en este mundo gozamos de la posición de hijos, amados del Padre, nuestro privilegio, por todo el tiempo que permanezcamos en la tierra, es de vivir enteramente para Cristo, consagrarnos a su servicio con todas las fuerzas. Mientras que el mayordomo infiel (Is­rael) está fuera de la casa, los cristianos somos los testigos de Dios en este mundo, y en consecuencia responsables de aprovechar toda ocasión que el Señor nos conceda para servirle, usando también para esto "las riquezas injustas." Las riquezas que podamos tener son llamadas "injustas", porque durante la ausencia de Cristo, en lugar de ser la recompensa de la justicia como los judíos creían, son - demasiado a menudo - la paga y el instrumento de la injusticia. Lo que tenemos entre manos, nunca es considerado como nuestro de una forma definitiva, sino como administrado por nosotros en este mundo.
El gran principio que contiene este pasaje, y del cual desearía que tuviésemos de él memoria, es éste: que somos salvos por gracia y que teniendo este privilegio y el de vivir enteramente para Cristo, nuestras mentes estén dirigidas hacia el mundo de felicidad donde pronto entraremos. "No podemos servir a Dios y al dinero". Que este principio, queridos hermanos, quede impreso en nuestro corazón, y oremos al Señor para que nos conceda en vivir únicamente para Él, gozosos de perderlo todo en este mundo y obtener la gloria eterna con nuestro adorable Señor Jesús.
* * *
         La dificultad aparente de esta parábola desaparece pues, si rete­nemos su verdadero alcance que resumimos para terminar: El Se­ñor nos enseña que, detentando de la parte de Dios unos bienes (las facultades, la salud, el dinero, el trabajo, etc.), no podemos conside­rarlo sino como "riquezas injustas", las cuales debemos emplear en vista del porvenir celestial, es decir, utilizarlas para el Señor y no para nuestra satisfacción presente.
Como hombres, estamos despedidos de nuestra 'mayordomía', pero queda retenida por los que escuchan al Señor. Los recursos de ser 'fieles en las riquezas injustas provienen del hecho de em­plearlas como no perteneciéndonos. La 'prudencia' del mayordomo infiel, es la convicción de que no tenemos derecho alguno de establecer­nos en este mundo, pero que en él, Dios nos deja la posibilidad de trabajar para el porvenir. Empleadas con esta prudencia, las riquezas injustas pueden ser para nosotros los medios de asegurarnos que la entrada en el reino eterno nos sea otorgada amplia y generosamente. (2 Pedro 1:11). Un mismo trabajo cambia de sentido o de utilidad, sea que lo hagamos para nosotros o para el Señor. El dinero que po­damos disponer cambia de sentido si en vez de usarlo para el bien ajeno lo empleamos egoístamente. Y es obrando en sentido positivo que el creyente puede ya gozar de 'sus verdaderas riquezas', con las que es 'bendecido en lugares celestiales en Cristo'. (Efesios 1:3)
 Traducido de "Le Messager Evangélique"

Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1961, No. 50.-

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