domingo, 3 de septiembre de 2017

HAGEO (Parte III)

Segunda revelación Capítulo 2:1-9


El libro de Hageo contiene cuatro revelaciones. Esta es la continuación del despertar producido por la primera. Dios anima a sus testigos en un tiempo de ruina con la comunicación de los recursos que les faltaban y con la esperanza gloriosa con la cual Él quiere llenar sus corazones. Estos versículos ofrecen un parecido asombroso con la segunda epístola a Timoteo. Como el remanente de Israel, Timoteo haba estado a punto de perder el ánimo y de dejarse intimidar por el mal que crezca alrededor suyo. El apóstol le exhorta a "avivar el don de la gracia de Dios" que estaba en él. Era necesario 'que sus manos no estuvieran paralizadas para la edificación de la casa de Dios, cualquiera que fuera el aspecto de esta última. "Dios - añade el apóstol - no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio" (2 Tim. 1: 7). Y ms adelante: "Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús" (2 Tim. 2: 1). Aquí ocurre lo mismo: "Pues ahora, Zorobabel, esfuérzate, dice Jehová; esfuérzate también, Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote; y cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad... no temáis" (2: 4-5).
Para animar a su pueblo Dios no atenúa en nada el hecho de la ruina, ni aquí ni en la segunda epístola a Timoteo. Él la hace constar, por el contrario, en toda su amplitud: "¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos"? (2: 3). En efecto, ¿qué podían pensar del estado actual de esta casa comparada con su primer estado? ¿Qué le quedaba a este pobre remanente? ¿Dónde estaba el arca con las tablas de la ley, y el propiciatorio, y el trono de Dios entre los querubines? ¿Dónde estaban los Urim y los Tumin para consultar a Jehová? ¿Qué había ocurrido con el reinado que unía al pueblo con Dios? Zorobabel, hijo de David, no podía ni siquiera llevar el título de rey. ¿Qué había sucedido con el sacerdocio? Josué tena las vestiduras viles, en lugar de sus vestiduras de gloria y gala (Zac. 3: 3). ¿Dónde buscar la presencia de Dios entre su pueblo? ¿Dónde encontrar la gloria? El nombre de Icabod (privado de gloria; 1 Samuel 4: 21) había sido pronunciado de nuevo. ¡Qué contraste tan humillante entre el estado actual de esta casa y su primera gloria!; pero también, ¡qué contraste entre el estado actual de la Iglesia y su aspecto en el momento de su institución! ¿Debemos entonces perder el ánimo? Al contrario, "trabajad en esta obra", nos dice el Señor. A los que han considerado sus caminos bajo su disciplina, que han sido despertados por su llamada, El repetir estas consoladoras palabras: "Porque yo estoy con vosotros" (2: 4). ¿No vino el Señor a tomar parte, en el bautismo de Juan, con el remanente despertado por la palabra del profeta? ¿No lo hizo en el tiempo de Hageo? ¿No lo hará en nuestros días? Él se asocia con los dos o tres a quienes su Palabra ha despertado. Si nos falta la fuerza, Él la ha guardado íntegramente. ¿No tiene Él los siete espíritus de Dios y las siete estrellas (Apoc. 1: 4, 16,20)? "Ve con esta tu fuerza" dice a Gedeón en un tiempo de ruina (Jueces 6: 14), de la misma manera que en un tiempo de prosperidad decía a Josué: "Esfuérzate" (Josué 1: 6-7 y 9).
Sí, tenemos esta fuerza en El para el trabajo de su casa, para introducir en la misma a los que deben formar parte de ella según Dios. ¡Cuántos cristianos ignoran esto completamente! ¿Sienten la nece­sidad de edificar la Asamblea sobre Cristo, único fundamento divino (1 Cor. 3: 11), o de adquirir prosélitos para sus diversas sectas? Y cuando se les hace esta observación, escapan de su responsabilidad pretendiendo que la única misión de los cristianos es la evangelización. ¡No quieren oír hablar de otra cosa! Ciertamente, la evangelización es una gran tarea, pero no es la única del siervo de Dios. Preguntad al apóstol Pablo, este gran ministro del evangelio, si estimaba este ministerio superior al de la Asamblea, o antes bien, si ambos no tenían un mismo valor para él. (Col. 1: 23-25). De cierto que no, la evangelización no lo es todo, ni para el Señor, ni para sus testigos. Él ha amado a la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella (Efesios 5: 25). ¿Cómo podrá serle indiferente? Dios es honrado por el trabajo, por débil que éste sea, que edifica su casa, su Iglesia aquí abajo y el que no tiene en cuenta esto, desprecia lo que glorifica a Dios y se priva de las bendiciones que acabamos de mencionar.
La aprobación de parte de Dios aporta al remanente obediente nuevas bendiciones. Son las mismas bendiciones que hallamos también mencionadas en 2 Timoteo. "Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi Espíritu estar en medio de vosotros, no teméis" (v. 5). El conocimiento de la Palabra, la realización de la presencia del Espíritu Santo, no pueden hallarse allí en donde su casa es despreciada, o bien donde se ha cesado de trabajar en ella.
Dios no se contenta con dar sus bendiciones al pobre remanente despertado por su Palabra. Él le presenta una esperanza gloriosa y próxima, igual que hoy en día. La esperanza actual de la venida del Señor ha tomado vida entre los que reconocen la Asamblea de Cristo. "Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenará de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y dar paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos" (v. 6-9). La esperanza terrestre judía es reemplazada para nosotros, cristianos, por la esperanza celeste. Cuando El venga, llenará de gloria esta casa, a la construcción de la cual Él nos había convidado; casa, que, por nuestra culpa, hoy es despreciada, aunque Él está con los suyos - y esto debe bastarles. Pero cuando, en gloria, El habitar en la Iglesia, el precio con el que ha unido por la eternidad a su casa, resplandecerá a todos los ojos. "He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres" (Apoc. 21: 3). ¡La última gloria de esta casa ser ciertamente mayor que la primera! Entonces habremos dicho adiós para siempre al trabajo y a la lucha, pues en este lugar el Señor dará la paz.

¡Qué seguridad dan todas estas promesas a nuestra fe! ¡Qué recompensa a la fidelidad coloca Dios ante nosotros! Meditemos, pues, sobre nuestros cami­nos, preguntémonos de donde viene la paralización de nuestro trabajo. Cesemos de preferir nuestros intereses a los de la casa de Dios; despertemos de este sueño que nos paraliza. Encontraremos con nosotros a Dios mismo, su Espíritu y su Palabra, y seremos animados por la venida del Señor que nos promete una gloria sin nubes con Él.

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