domingo, 3 de septiembre de 2017

Escenas del Antiguo Testamento (Parte XII)

El cananeo

“El cananeo estaba entonces en la tierra”, Génesis 12.6
El territorio denominado generalmente Palestina está situado en la parte occidental del Asia, y limi­tado al norte y este por Siria, vasta porción de la Turquía Asiática, y al sur por la península Arábiga, y al oeste por el mar Mediterráneo. Este territorio ha llevado diversos nombres en el transcur­so de los siglos. En el tiempo a que nos referimos aquí, llevaba el nombre de Canaán, por estar habitado por los descendientes de Canaán, hijo de Cam. Muy pronto se multiplicaron éstos y se extendieron sobre la tierra, y luego, divididos entre sí, formaron tribus y reinos separados. Una de estas tribus tomó el nombre de “el cananeo”.
El cananeo, lo mismo que las demás tribus, llegó a ser un pueblo corrompido, degradado por la idolatría, y enervado por los placeres y riquezas. El capítulo 18 del Deuteronomio nos da una idea de las costumbres abominables de aquellas gentes: “Cuando hubieres entrado en la tierra que Jehová tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas gentes. No sea hallado en ti quien haga pasar su hijo o su hija por el fuego, ni practicante de adivinaciones, ni sortilegio, ni hechicero, ni fraguador de encantamientos, ni quien pregunte a pitón, ni mágico, ni quien pregunte a los muertos. Porque es abominación a Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios las echó de delante de ti”, Deuteronomio 18.9 al 15.
¡He aquí la prohibición divina que revela la triste condición moral de aquel pueblo! No obstante esto, en este tiempo tiene gran acogida en el mundo religioso muchas de estas antiguas costumbres, condenadas por la Palabra de Dios. El “preguntar a los pitones” (médium), y “consultar a los muertos” está muy de moda; y son muchos los que, halagados por la esperanza de conocer los misterios de ultratumba, caen en las fuertes redes del engañador. El cananeo viene a ser, entonces, un fiel retrato del mundo demascarado; el mundo con su religión sin moral, y en su hostilidad manifiesta hacia el pueblo de Dios.
Abram al dar sus primeros pasos en la tierra de su peregrinación se encontró frente a frente con el cananeo. “Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Sichem... y el cananeo estaba en la tierra”. Esta fue una dura prueba para Abram. Allí estaba él con los suyos, pocos en número, para hacer frente a un enemigo astuto y poderoso que se interponía en su camino. En este tiempo de angustia, Dios se apareció a su obediente siervo para esforzarlo, confirmándole sus promesas: “Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu simiente daré esta tierra”. Animado por estas palabras, edifica un altar en presencia de sus enemigos, y sigue adelante con nuevas fuerzas y mayor esperanza.
En el capítulo 13 hallamos una segunda referencia al cananeo: “Hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot: y el cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la tierra”, Génesis 13.6. Aquí se menciona el cananeo como una solemne amonestación para el hijo de Dios en su andar sobre la tierra. Es como si el Espíritu de Dios dijera: “Mirad cómo andéis avisadamente; el cananeo está en la tierra”.
Abram, durante su peregrinación, vivió en medio del cananeo, pero sin mezclarse con él en sus prácticas depravadas. Su vida fue de separación. ¡Un peregrino y extraño sobre la tierra! Todo esto nos recuerda la posición y responsabilidades del verdadero cristiano.
El creyente, al abrir sus ojos a las realidades eternas, muy pronto llega a saber que se encuentra en un mundo que le es adverso y que hace esfuerzo para desviar su pie de la senda de obediencia. Pero, como en el caso de Abram, para esta nueva experiencia la Palabra de Dios tiene su oportuna provisión: “No temáis, manada pequeña; porque al Padre ha placido daros el reino”, Lucas 1.32. “Esta es la victoria que vence al mundo, vuestra fe”, 1 Juan 5.4. Alentado con estas y muchas otras promesas, el creyente puede seguir adelante, confesando el nombre de su Salvador ante el mundo incrédulo y burlador, y creciendo en la gracia y en el conocimiento.
Sin embargo, el creyente está aún en el mundo. El mundo le rodea, y le espía; y si no puede hacerle volver “como la puerca lavada a revolcarse en el cieno'', se ocupa en buscar y fomentar todo aquello que pueda traer escándalo y vergüenza al nombre de Cristo. ¡Cuán cuidadosa debe ser, entonces, la vida y conducta del creyente, en el mundo, pero guardado del mal! “El cananeo está en la tierra”. Andemos, pues, como hijos de luz, honesta y avisadamente, no como necios, mas como sabios; teniendo buena conciencia delante de Dios y de los hombres “para que el adversario se avergüence, no teniendo mal alguno que decir de nosotros”.

El cananeo no sólo habitó en la tierra, sino que tuvo dominio sobre ella hasta que fue expulsado de allí por Josué, el Conquistador. Las condiciones del mundo son las mismas. Satanás es el príncipe y dios de este mundo. Su influencia y poder se echan de ver por donde quiera. Y este estado de cosas durará hasta la manifestación gloriosa de nuestro Salvador, el cual “enviará a sus ángeles y congregarán de su reino todos los escándalos y los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre, “y no habrá más cananeo alguno en la casa de Jehová de los ejércitos en aquel tiempo”, Zacarías 14.21. Mientras ese día llegue, “el cananeo” estará en la tierra. “¡Mirad pues, cómo andéis avisadamente!”

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