El cananeo
“El cananeo estaba entonces en la
tierra”, Génesis 12.6
El territorio
denominado generalmente Palestina está situado en la parte occidental del Asia,
y limitado al norte y este por Siria, vasta porción de la Turquía Asiática, y
al sur por la península Arábiga, y al oeste por el mar Mediterráneo. Este
territorio ha llevado diversos nombres en el transcurso de los siglos. En el
tiempo a que nos referimos aquí, llevaba el nombre de Canaán, por estar
habitado por los descendientes de Canaán, hijo de Cam. Muy pronto se
multiplicaron éstos y se extendieron sobre la tierra, y luego, divididos entre
sí, formaron tribus y reinos separados. Una de estas tribus tomó el nombre de
“el cananeo”.
El cananeo, lo mismo que las demás tribus, llegó a ser un pueblo
corrompido, degradado por la idolatría, y enervado por los placeres y riquezas.
El capítulo 18 del Deuteronomio nos da una idea de las costumbres abominables
de aquellas gentes: “Cuando hubieres entrado en la tierra que Jehová tu Dios te
da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas gentes. No sea
hallado en ti quien haga pasar su hijo o su hija por el fuego, ni practicante de
adivinaciones, ni sortilegio, ni hechicero, ni fraguador de encantamientos, ni
quien pregunte a pitón, ni mágico, ni quien pregunte a los muertos. Porque es
abominación a Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones
Jehová tu Dios las echó de delante de ti”, Deuteronomio 18.9 al 15.
¡He aquí la prohibición
divina que revela la triste condición moral de aquel pueblo! No obstante esto,
en este tiempo tiene gran acogida en el mundo religioso muchas de estas
antiguas costumbres, condenadas por la Palabra de Dios. El “preguntar a los
pitones” (médium), y “consultar a los muertos” está muy de moda; y son muchos
los que, halagados por la esperanza de conocer los misterios de ultratumba,
caen en las fuertes redes del engañador. El cananeo viene a ser, entonces, un
fiel retrato del mundo demascarado; el mundo con su religión sin moral, y en su
hostilidad manifiesta hacia el pueblo de Dios.
Abram al dar sus primeros pasos en la tierra de su peregrinación se
encontró frente a frente con el cananeo. “Y pasó Abram por aquella tierra hasta
el lugar de Sichem... y el cananeo estaba en la tierra”. Esta fue una dura
prueba para Abram. Allí estaba él con los suyos, pocos en número, para hacer
frente a un enemigo astuto y poderoso que se interponía en su camino. En este
tiempo de angustia, Dios se apareció a su obediente siervo para esforzarlo,
confirmándole sus promesas: “Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu
simiente daré esta tierra”. Animado por estas palabras, edifica un altar en
presencia de sus enemigos, y sigue adelante con nuevas fuerzas y mayor
esperanza.
En el capítulo 13 hallamos una segunda referencia al cananeo: “Hubo
contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de
Lot: y el cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la tierra”, Génesis 13.6.
Aquí se menciona el cananeo como una solemne amonestación para el hijo de Dios
en su andar sobre la tierra. Es como si el Espíritu de Dios dijera: “Mirad cómo
andéis avisadamente; el cananeo está en la tierra”.
Abram, durante su peregrinación, vivió en medio del cananeo, pero sin
mezclarse con él en sus prácticas depravadas. Su vida fue de separación. ¡Un
peregrino y extraño sobre la tierra! Todo esto nos recuerda la posición y
responsabilidades del verdadero cristiano.
El creyente, al abrir
sus ojos a las realidades eternas, muy pronto llega a saber que se encuentra en
un mundo que le es adverso y que hace esfuerzo para desviar su pie de la senda
de obediencia. Pero, como en el caso de Abram, para esta nueva experiencia la
Palabra de Dios tiene su oportuna provisión: “No temáis, manada pequeña; porque
al Padre ha placido daros el reino”, Lucas 1.32. “Esta es la victoria que vence
al mundo, vuestra fe”, 1 Juan 5.4. Alentado con estas y muchas otras promesas,
el creyente puede seguir adelante, confesando el nombre de su Salvador ante el
mundo incrédulo y burlador, y creciendo en la gracia y en el conocimiento.
Sin embargo, el creyente está aún en el mundo. El mundo le rodea, y le
espía; y si no puede hacerle volver “como la puerca lavada a revolcarse en el
cieno'', se ocupa en buscar y fomentar todo aquello que pueda traer escándalo y
vergüenza al nombre de Cristo. ¡Cuán cuidadosa debe ser, entonces, la vida y
conducta del creyente, en el mundo, pero guardado del mal! “El cananeo está en
la tierra”. Andemos, pues, como hijos de luz, honesta y avisadamente, no como
necios, mas como sabios; teniendo buena conciencia delante de Dios y de los
hombres “para que el adversario se avergüence, no teniendo mal alguno que decir
de nosotros”.
El cananeo no sólo
habitó en la tierra, sino que tuvo dominio sobre ella hasta que fue expulsado
de allí por Josué, el Conquistador. Las condiciones del mundo son las mismas.
Satanás es el príncipe y dios de este mundo. Su influencia y poder se echan de
ver por donde quiera. Y este estado de cosas durará hasta la manifestación
gloriosa de nuestro Salvador, el cual “enviará a sus ángeles y congregarán de
su reino todos los escándalos y los que hacen iniquidad, y los echarán en el
horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos
resplandecerán como el sol en el reino de su Padre, “y no habrá más cananeo
alguno en la casa de Jehová de los ejércitos en aquel tiempo”, Zacarías 14.21.
Mientras ese día llegue, “el cananeo” estará en la tierra. “¡Mirad pues, cómo
andéis avisadamente!”
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