Lot, el hombre carnal
Lot alzó sus ojos.... Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del
Jordán (Génesis 16). Poned la mira en las cosas de arriba, no en las cosas de
la tierra (Colosenses 3.1).
Primera entrega:
Lot, hijo de Harán, acompañando a su tío Abram, salió de Ur de los Caldeos
para ir a tierra de Canaán, y a tierra de Canaán llegó. En compañía de Abram
descendió también a Egipto, y finalmente junto con Abram subió de nuevo al
lugar donde había asentado antes, entre Bet-el y Hai, y allí vivieron en paz
algún tiempo.
Lot se nos presenta entonces hasta aquí ocupando la misma posición y
gozando de los mismos privilegios que Abram. Pero desde aquí en adelante, en el
desarrollo de la historia, ¡cuán grande diferencia notamos entre estos dos
hombres! Abram, el hombre poderoso en fe, y de conocimiento espiritual; Lot,
pobre en fe y guiado por su corta vista, cosechando en su vida, y en la de los
suyos, la triste siembra de su carnalidad.
“Hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del
ganado de Lot”. Entristecido Abram por estos altercados, y previendo lo que
podría suceder si el común enemigo, “el cananeo”, llegara a imponerse de ello,
hace una proposición a Lot en la cual se manifiesta el desinterés y la nobleza
de su alma. Abram le dijo: “No haya ahora altercado entre mí y ti, entre mis
pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de
ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a
la derecha: y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda”.
Lot,
en vez de dejar que Abram eligiera el primero, da su primer traspié “alzando
sus ojos”, y escogiendo para sí toda la llanura del Jordán, pasando por alto la
depravación del pueblo que allí vivía, Génesis 13.1, 3. Abram permaneció en
Canaán y moró en Hebrón, donde edificó de nuevo altar a su Dios; en cambio Lot
continuó descendiendo hasta que llegó a morar en la propia Sodoma.
Son dignos de notar para provecho nuestro, los siguientes pasos en la caída
de Lot:
(i) “Alzó Lot sus ojos,
y vio”.
(ii) “Lot escogió para
sí toda la llanura del Jordán”.
(iii) “Partióse Lot de
oriente”.
(iv) “Lot asentó en las
ciudades de la llanura, y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma”.
Una sola mirada trasladó al pobre Lot de su posición de paz y gozo en
Canaán a la turbulenta vida en Sodoma, donde “afligía cada día su alma justa
con los hechos de aquellos injustos”, 2 Pedro 2.8. Allí progresó mucho en
bienes materiales, pero fue también allí donde, habiendo desatendido la primera
amonestación, Génesis 14.12, definitivamente lo perdió todo, hasta su
testimonio y carácter moral. ¡Fijémonos bien! ¡Un pequeño principio cuán grandes
males acarrea! Por eso dice la Escritura: “Tus ojos miren lo recto, y tus párpados
en derechura delante de ti”. “No apartes a diestra, ni a siniestra: aparta tu
pie del mal”, Proverbios 4.25, 21.
“El camino del prevaricador es duro”, dice Salomón, y en la vida de Lot
tenemos ejemplificada esta solemne verdad. Durante su larga permanencia en
Sodoma no logró ni si quiera la sola reformación de uno de sus habitantes. Su
débil influencia no se hizo sentir en su propio hogar, mucho menos en el pueblo
que le rodeaba. Y cuando quiso anunciarles la proximidad del juicio, se
burlaron de él y le despreciaron.
El lugar de bendición es uno solo: comunión con Dios, en la senda de obediencia,
porque Él ha dicho: “Sin mí nada podéis hacer”. Y fuera de este lugar nuestra
vida será por demás infructuosa. El Señor nos dice: “Vosotros sois la luz
mundo: una ciudad asentada sobre monte no se puede esconder. Ni se enciende una
lámpara y se pone debajo del almud, más sobre el candelero, y alumbra a todos
los que están en casa. Así alumbra vuestra luz delante de los hombres, para que
vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos”, Mateo 5.14 al 16.
Si nuestras palabras no van acompañadas del hecho visible de una vida
transformada, no hallarán ningún eco en el corazón del pecador. Lot escondió su
luz bajo el almud de sus muchos negocios, con el resultado de que los
habitantes de Sodoma no podían ver en él otra cosa que un comerciante como los
otros, más o menos honrado, pero nada más.
Y después de una vida azarosa, y con no pocos remordimientos, Lot tiene que
abandonar para siempre a Sodoma, dejando allí el producto de sus largos años de
trabajo y fatiga, el precio de su vida espiritual. Todas sus riquezas, ganados
y posesiones fueron destruidos por el incendio; su mujer víctima de la codicia
pereció en el camino; y sus dos hijas sobrevivieron a la catástrofe tan sólo
para hacer sus nombres execrables de generación a generación. “Sabe pues y ve
cuán malo y amargo es dejar a Jehová tu Dios, y faltar mi temor en ti, dice el
Señor Jehová de los ejércitos”, Jeremías 2.19.
Lot desaparece de la historia bíblica en medio de una escena de embriaguez
y abominable impureza, quedando como una solemne amonestación para aquellos
creyentes que, dominados por el deseo del lucro, o halagados por una posición
social o política, se identifican de nuevo con el mundo y sus costumbres
anticristianas. “Las cosas que antes fueron escritas, para nuestra enseñanza fueron
escritas”, Romanos 15.4.
Segunda entrega:
En la vida de este sobrino de Abraham vemos dos escenas bien tristes, la
una resultante de la otra; es decir, primeramente su escogimiento y después su
ruina.
Al salir Abraham de Ur de los Caldeos en obediencia al llamamiento divino,
le acompañó Lot en su peregrinación sin haber tenido éste ningún llamamiento
personal, y con el tiempo mostró que no tenía, como Abraham, sus ojos en la
“Ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios”, Hebreos 11.10.
Al presentarse la primera
dificultad, se separó de su tío, y alzando los ojos vio toda la llanura del
Jordán, que toda ella era de riego, y resolvió ir en dirección de Sodoma.
La Santa Escritura nos dice que los hombres de Sodoma eran malos y pecadores
para con Jehová en gran manera. Sin embargo, no pareció mal a Lot acercarse a
ellos. Pensaba, quizás, en hacerles algún bien, pero la verdad era que
codiciaba las cosas temporales que allí se le brindaban, y de día en día iba
poniendo su tienda más cerca de aquella ciudad de tan corruptas costumbres, que
la palabra “sodomita” hasta el día de hoy significa lo más relajado en vicios.
Pronto había abandonado por completo su vida de peregrino sobre los llanos,
y se encontró residente dentro de aquella malvada ciudad, y llegó a no mirar
las inmoralidades de ellos con tanto horror. Negociaba con ellos de día, y en
sus horas de ocio se sentaba junto a ellos, quizás riéndose algunas veces al
oír sus cuentos impíos. Uno no hubiera creído que tuviera algo de Dios, si no
fuera que Pedro en su segunda epístola dice: “Libró al justo Lot, acosado por
la nefanda conducta de los malvados”.
Llegaban los momentos en que las maldades de los sodomitas estorbaban la
conciencia de Lot, pero había visto las ventajas temporales de Sodoma, y no
pudo levantarse para abandonar el sitio. Quién sabe si su mujer inconversa y
sus hijas, ya algo enamoradas de la vida de la ciudad, no le rogaron quedarse,
y ¿no hacían falta las personas de carácter moral para enseñar mejor vida a tales
gentes? ¿Por qué no quedarse, buscar un puesto de influencia entre ellos, y
usar su influencia para hacer cesar tan abominables prácticas?
Así llegó a sentase en la puerta de la ciudad, lugar de los jueces en el
Oriente. En vez de quedarse separado como Abraham, con un testimonio al Dios
vivo y a la realidad de las cosas invisibles, él se iba confundiendo más y más
entre los sodomitas.
¡Cuántos de los que han oído el Evangelio de Cristo, y por un tiempo han
conservado un testimonio por él en el mundo, lo han perdido así tan
miserablemente! Al convertirse a Dios, se han despedido de los placeres y
vanidades del mundo; han puesto sus ojos en “las cosas de arriba”, pero con el
tiempo han sido atraídos por lo que sus ojos naturales pudieron ver —los
negocios, el placer, la política del mundo— y han dejado el camino de
separación que empezaron.
Han escapado la burla de los que se escandalizaban por su vida de
abnegación, pero han perdido el gozo que tenían cuando andaban en comunión con
su Dios. Andan gimiendo como Lot, de quien Pedro dice. “Este justo, con ver y
oír, morando entre ellos, afligía cada día su alma justa con los hechos de aquellos injustos”.
El mundo de hoy día se divide en justos e injustos, como en el día de los
patriarcas. Hay los que se han arrepentido de sus pecados y han creído en
Cristo y su obra de redención. Dios les ha justificado porque han creído en su
Hijo que murió por sus pecados. El Espíritu Santo mora en los tales y les
enseña las cosas espirituales, saciando sus almas cada día de las riquezas y
glorias de Cristo, y amor a la Ciudad celeste.
Estos están en el mundo para testificar de lo que hay en Cristo para el alma
del hombre. No es preciso que se encierren dentro de conventos y monasterios
para que sean separados. Teniendo que comer y con que vestir, deben estar
contentos y satisfechos sin mezclarse con los mundanos. Seguirán con sus
ocupaciones lícitas para sus necesidades temporales, sin poner su corazón en
las riquezas ni los placeres mundanos, listos para ir a su “hogar celestial” en
el momento en que su Señor les llame.
¡Cuánto no pierde el hijo de Dios — el verdadero cristiano — cuando alza
sus ojos a ver las atracciones de este mundo, y abandona su testimonio de
separado al Señor!
La otra clase son los injustos. Estos nunca se han arrepentido de sus
pecados, no han acudido a Cristo para la salvación de sus almas, y están
expuestos a la ira de Dios. Sus pecados están sobre ellos todavía, y van
derecho a la condenación. Si está en el número de estos irregenerados,
arrepiéntete y busca la misericordia de Dios en Cristo, antes de perder tu alma
para siempre en el infierno. Hay dos lugares en la eternidad, el cielo y el
infierno. Si no vas por el camino del cielo todavía, está aún en el camino que
lleva a la perdición, por no haberte convertido a Dios.