Por Dave Hunt
(1926-2013)
Jesús proclamó que Él
es el único camino al cielo: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y
la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6). Él incluso llegó
a decir, “Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores” (Juan
10:8) y eso incluye a Bu- da, Confucio, y así por demás. Cristo dice que todos
ellos conducen a la destrucción. Con toda seguridad, Sus afirmaciones se
merecen una cuidadosa investigación.
Sin tomarnos el tiempo
para explicar los muchos desacuerdos, es innegable que existen diferencias
básicas entre las religiones, tan profundas que parece irracional sugerir
que todas llevan al mismo lugar. Es sorprendente, sin embargo, pese a todas
estas diferencias, que existe evidencia que todos los que siguen las
religiones del mundo terminarán realmente en el mismo lugar. Resulta
interesante descubrir que a través de los diversos sistemas religiosos
mundiales, se comunican los principios a los cuales nos hemos referido antes
(doctrinas de demonios), los cuales provienen del espíritu del mundo. Todas
las religiones tienen en común una oposición universal al Dios de la Biblia y
su evangelio en lo que concierne a la salvación por fe y gracia únicamente. Este
punto en común las coloca a todas de un mismo lado, y al cristianismo del
otro.
Ciertamente, es tan
ancho el abismo entre el cristianismo y todas las demás religiones mundiales,
que parece muy claro que los cristianos definitivamente llegarán a un destino
eterno diferente al de los demás. Sí, las diversas religiones difieren en los
detalles relevantes a lo que es apaciguar a su propio dios o dioses, y los
métodos de alcanzar el nirvana, el moksha o el paraíso. Sin embargo, todos
tienen en común la creencia de que las metas de sus religiones de alguna
forma se pueden lograr por medio de sus propios esfuerzos o fiel participación
en los rituales y sacramentos. Ya sea por medio del yoga o por purgar un mal
karma (en el caso de los hindúes), o por las buenas obras para los musulmanes
(o muriendo en Jihad, la guerra santa, o en la Hajj, peregrinación a la Meca),
o apaciguando los espíritus de las religiones tribales africanas y el
shintoismo, o por las técnicas de meditación para escapar al deseo y volver
al vacío en el caso de los budistas, o por los sacramentos de una supuesta
iglesia cristiana; en todos los casos se trata de un esfuerzo propio, el cual
el Dios de la Biblia con firmeza nos dice que no aceptará.
La Biblia claramente
dice: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le
es contada por justicia” (Romanos 4:5). Jesús dijo, “No he venido a llamar a
justos, sino a pecadores” (Marcos 2:17). Pablo enfatizaba ese punto: “Cristo
Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15). Las
religiones mundiales, junto con el cristianismo falso que emplea el
sacramentalismo, intentan lograr que una persona sea lo suficientemente justa
para el cielo. A diferencia de eso, la Biblia dice que uno debe admitir que es
pecador, y creer en el evangelio para poder acceder al cielo.
La salvación bíblica es por la fe, y la fe necesariamente implica lo que no
se ve.
No es cuestión de fe creer en lo que está presente en una forma visible. La
fe alcanza al mundo invisible del espíritu y lo eterno. Y es aquí mismo donde
encontramos un problema mayúsculo con los rituales y los sacramentos: ellos
intentan rescatar el alma y el espíritu invisible e inmaterial del hombre con
ceremonias materiales y visibles. No funciona.
Este grave error del sacramentalismo persiste incluso entre una mayoría de
aquellos que se llaman a sí mismos cristianos. Ellos piensan que a través de
la participación en los sacramentos visibles, y por lo tanto temporales,
reciben los beneficios espirituales, eternos e invisibles. Lógicamente, eso es
imposible. La Biblia declara, “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera,
la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). La salvación, debido a que es
por fe, necesariamente implica lo eterno y lo invisible, y no aquello que se ve
y que por lo tanto es temporal.
Es más, los rituales y los sacramentos no tienen nada que ver ni con la
justicia ni con el castigo, y por lo tanto no pueden pagar por nuestros
pecados. Pensar en que Dios aceptaría los sacramentos como pago por la pena
infinita que él ha prescrito sería como imaginarse que algún tipo de ritual
podría complacer a una corte de justicia en lo que es el pago de una penalidad
por un crimen de alto calibre.
La Biblia le da dos sacramentos al creyente: el bautismo y la comunión
(también llamada la Cena del Señor). Ambos son recordatorios simbólicos de una
transacción eterna y espiritual que ya se ha llevado a cabo: la muerte de
Cristo por nuestros pecados y nuestra identificación con El por la fe en ese
gran evento. Ni el bautismo ni la comunión nos salvan. Imaginarse que sí lo
hicieran y apoyarse en ambos para lograr siquiera la salvación parcial es
rechazar la salvación que Dios ofrece en gracia a aquellos que creen en su
promesa.
En ninguna de las religiones mundiales existe algún concepto que la
justicia perfecta de Dios debe ser satisfecha para que el pecador pueda ser
perdonado. En vez de eso, se ofrecen obras, rituales y experiencias místicas
para aplacar a Dios y así obtener la salvación. La Biblia, sin embargo, declara
a todo el mundo culpable de pecado delante de Dios e insiste en que la culpa
humana sólo puede ser perdonada en base a la justicia. La penalidad que Dios
decretó debe ser pagada en su totalidad.
Este intento de ofrecer obras o rituales como pago por la salvación se lo
puede ver incluso en algunos grupos que proclaman ser cristianos, pero que sin
embargo inventan sus propias reglas de salvación en oposición al evangelio
bíblico, el de la salvación por la fe y la gracia, sin las obras. La Biblia
claramente dice: “...para que todo aquel que en El (Cristo) cree, no se pierda,
más tenga vida eterna" (Juan 3:16); “Porque por gracia sois salvos, por
medio de la fe... no por obras, para que nadie se gloríe" (Efesios 2:8,9);
y “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por
su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en
el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo
nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser
herederos conforme a la esperanza de la vida eterna" (Tito 3:5-7). El don
de Dios por Su gracia es rechazado al intentar nosotros lograr siquiera un
pago parcial.
Que las buenas obras no pueden pagar por los pecados no solo es bíblico,
sino que además es lógico. Ni siquiera una multa de tránsito podría ser pagada
así. No tendría validez pedirle al juez que quite la multa por exceso de
velocidad debido a que la parte culpable ha manejado más a menudo dentro de los
límites de velocidad que fuera de los mismos. Tampoco ningún juez revocaría
el pago por un determinado crimen en respuesta a la promesa del transgresor de
que nunca más desobedecería a la ley. El juez sencillamente diría: “Si usted no
vuelve a desobedecer la ley solo estará haciendo lo que la misma demanda. No
se acumulan beneficios extra de esa manera, de modo que no tenga que pagar por
haber quebrantado la ley anteriormente. La penalidad es un asunto separado y
debe ser pagado como está ordenado”.
Es más, la Biblia afirma que la justicia de Dios es infinita, y que el
hombre, que es finito, no puede pagar la penalidad infinita que esta demanda.
Estaríamos separados de Dios para siempre si procuráramos obrar para quitarnos
la deuda que tenemos ante Su justicia. Dios, siendo infinito, sí podría pagar
esa penalidad infinita, pero no sería justo ya que Él no es uno de nosotros.
Por lo tanto, Dios se hizo hombre a través del nacimiento virginal, para poder
tomar sobre sí mismo, en nuestro lugar, el juicio que merecíamos. Y es únicamente
basado en que la penalidad ha sido pagada en su totalidad que Dios nos puede
ofrecer el perdón.
Es asombroso que
religiones que se apoyan en las buenas obras y en los rituales sean
catalogadas de “fe.” La fe sólo se puede vincular con lo invisible y lo
eterno, y por lo tanto no se entreverá en las obras ni los rituales. Si
procuramos una fe seria, sería una tontería buscarla en las cosas visibles. Incluso
el mirar a una cruz o crucifijo visible no tiene ningún mérito. Lo que ocurrió
en la cruz para nuestra salvación fue invisible y debe ser aceptado por la fe.
La tortura visible que
Cristo soportó, los azotes, la burla y el hecho que lo clavaran en la cruz, no
es la base de nuestra salvación. El hacer la “señal de la cruz” o mostrar un
crucifijo para apartar a Satanás o al mal no tiene ningún valor. Lo que hace
posible que Dios ofrezca la salvación fue el juicio que Cristo soportó a manos
de Dios como pago de la penalidad por nuestros pecados. Ese sufrimiento,
soportado por Cristo, fue totalmente invisible para el hombre, y siempre lo
será. Es solamente por fe que creemos que Cristo pagó la pena y que recibimos
la salvación eterna que Él ofrece.
La Biblia habla de “la fe que ha sido una vez dada a los santos” y declara
que debemos contender “ardientemente” por esta verdad inmutable, debido a que
existen falsos maestros, incluso dentro de la iglesia, los cuales en forma
encubierta se le oponen (Judas 3,4). Judas no se refiere a creer que una oración
será respondida o que ocurrirá un evento. La fe es el cuerpo de la verdad que
debe ser creída para que uno se transforme en un cristiano.
La Biblia no nos permite negociar, discutir ni dialogar con las religiones
del mundo (recuerde, el cristianismo no es una religión, sino que es distinto
de todas ellas) para encontrar un común denominador. No existe un común denominador
en lo que se refiere a Dios, Jesucristo y la salvación. La propia sugerencia
que el diálogo puede ser apropiado, niega que “la fe” tiene un contenido
doctrinal único como un cuerpo definido de verdad, por la cual debemos
contender fervientemente, y a la vez abre la puerta para que se negocie,
teniendo interés sobre todo en las relaciones públicas.
Jesús no dijo, “Id por todo el mundo y dialoguen sobre su fe.” Él dijo, “Id
por todo el mundo y predicad el evangelio...” (Marcos 16:15). Pablo no dialogó
con los rabinos, filósofos y sacerdotes paganos. Él “discutía en la sinagoga
con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día...” (Hechos 17:17). ¿Lo hacía
porque estaba enojado y le gustaba discutir? No, sino debido a que el destino
eterno de sus oyentes dependía de si creían o rechazaban el evangelio.
Una fe seria debe tomar bien en serio lo que Jesús dijo. No lo que alguien
dijo acerca de lo que Jesús dijo, sino Sus mismas palabras, tal y como se
registran en la Biblia. Y debemos enfrentar esta verdad por nosotros mismos,
no buscar a alguien más para que las interprete por nosotros, independientemente
de las credenciales que la persona, iglesia o institución puedan presentar
para permitirnos que piensen por nosotros. Debemos llegar a esta fe seria por
nosotros mismos, ya que la fe seria es algo entre el individuo y Dios.
Llamada de Medianoche
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