domingo, 1 de octubre de 2017

HAGEO (Parte IV)

Tercera revelación Capítulo 2:10-19


La revelación del capítulo 1 destinada a alcanzar la conciencia del remanente no es la única. Este pasaje contiene otra. (Como ya hemos dicho, el libro de Hageo contiene cuatro revelaciones. La primera y la tercera son reprensiones, la segunda y la cuarta, alientos proféticos). ¡Que nosotros, como el remanente, hayamos escuchado la primera! Haba de venir un tiempo en que este remanente degenerado crucificara al Deseado de todas las naciones, su propio Mesías, remanente que había sido llevado expresamente a Jerusalén para recibirlo. También fue quitada de su lugar la lámpara de Israel y el pueblo mismo transportado al otro lado de Babilonia. Así sucede con todo testimonio cuando se vuelve infiel. Dios no tiene necesidad de nosotros para su testimonio. Si lo despreciamos, Él lo pone en otras manos. ¿Acaso no ha dicho sobre Israel: "Dar su viña a otros"?
La primera revelación habla del egoísmo, la tercera de la santidad.
Nosotros poseemos una santidad inalterable delante de Dios en Cristo, al igual que tenemos una justicia intangible, siendo hechos justicia de Dios en El. Somos llamados a poner en práctica esta justicia y esta santidad de posición, aquí abajo. Separación real de todo mal y comunión viva con el bien, con Dios, el Padre y el Hijo, tal es la santidad práctica. Esta es la santidad que le había faltado al remanente; algunos años después, esta les faltó de una manera más lamentable todavía. Se contaminaron tomando por mujeres a las hijas de los Cananeos (Esdras 9), violando el sábado y profanando el sacerdocio (Nehemías 13). Sobre esto, el profeta interroga a los sacerdotes diciéndoles: "¿Si alguno llevare carne santificada en la falda de su ropa, y con el vuelo de ella tocare pan, o vianda, o vino, o aceite, o cualquier otra comida será santificada? Y respondieron los sacerdotes y dijeron: No" (2: 12). El caso que les propone es el de un hombre a quien la carne santificada que lleva en la falda de su ropa da un carácter de santidad exterior. ¿Acaso el fruto de su trabajo (pan, aceite, vino, productos de la actividad del hombre) ser santificado? De ninguna manera. Es necesario que el trabajo sea el fruto mismo de la santidad para ser agradable. Dios sólo reconoce como hecho para El, todo lo que emana de esta fuente. Ninguna posición de santidad exterior, ninguna profesión hace nuestro trabajo agradable a Dios. Cosa seria y digna de ser meditada en nuestros días, en que los cristianos profesantes viven en la ilusión de que Dios reconoce sus "obras caritativas", como siendo hechas para El.
El profeta añade: "¿Si un inmundo a causa de cuerpo muerto tocare alguna cosa de estas, será inmunda? Y respondieron los sacerdotes y dijeron: Inmunda ser" (v. 13).
Un cuerpo muerto era, en Israel, la figura más completa de la terrible consecuencia del pecado. Si la separación del mal, del pecado, no es una realidad para nosotros, ¿cómo podrá ser pura y agradable a Dios la obra de nuestras manos? Lo que se trataba de grabar sobre la conciencia del remanente era que su obra era impura, lo que también es necesario imprimir sobre la nuestra. Puede haber mucha actividad para moler el grano, para exprimir el zumo de la uva y el aceite de las olivas, para hacerlos servir en nuestro provecho. Pero, ¿qué significa esto para Dios? El fruto del pecado. Lo que permanece, es lo que es ofrecido de puro corazón, lo que es hecho sólo para Él; es el perfume de María (Juan 12: 1-8). Llenar sus despensas no debe ser la obra de un creyente, sino la de llenar los graneros y las despensas de Dios. "Y respondió Hageo y dijo: Así es este pueblo y esta gente delante de m, dice Jehová; y asimismo toda obra de sus manos; y todo lo que aquí ofrecen es inmundo" (v. 14).
Esto es lo que, en nuestros días, afecta nuestra obra de una incapacidad relativa, como se dice "antes que sucediesen estas cosas, venían al montón de veinte efas, y había diez; venían al lagar para sacar cincuenta cántaros, y había veinte" (v. 16). Decimos "relativa", porque, si Dios está obligado a castigarnos, Él lo hace con medida. Él es paciente, misericordioso, lleno de una bondad infinita. ¿Qué aporta hoy día el trabajo de nuestras manos? Por la profecía, hemos aprendido lo que debería aportar: Materiales para la casa de Dios, almas no solamente salvas, sino añadidas a la Asamblea. ¿Ocurre así? ¡Desgraciadamente no! Los hijos de Dios se reúnen con fatiga. La luz es tan débil que no tiene el poder de atraer a los que habitan en tinieblas, y si la aborrecieran, serían, como mariposas de noche, obligados a venir quemarse las alas y recibir estas su propia condenación. Pero esta luz apenas logra penetrar, ¡como un vago resplandor, a través de los cerrados párpados del alma, para despertarla!
Pero el castigo fue más lejos. "Os herí con viento solano, con tizoncillo y con granizo en toda obra de vuestras manos" (v. 17). Dios haba condenado los mismos recursos de su trabajo. La puerta de la bendición estaba cerrada.
¿Se había arrepentido el remanente? "¡Mas no os convertisteis a mí, dice Jehová!"
Pero ahora "meditad, pues..." lo que va a venir, meditadlo pues, os ruego, nos dice con insistencia la palabra de Dios: "Desde este día en adelante, desde el día veinticuatro del noveno mes, desde el día que se echa el cimiento del templo de Jehová; meditad, pues, en vuestro corazón... Desde este día os bendeciré" (v. 18-19). Si en este día, al considerar y juzgar vuestros caminos, os ponis a la obra para construir esta casa que vuestro egoísmo y vuestra mundanalidad os han hecho abandonar después de haber puesto los fundamentos; ¡a partir de este día os bendeciré!
Hermanos, hagamos lo mismo; escuchemos esta llamada. Podemos volver a encontrar la bendición. Un poco de energía de fe, de abandono de nuestras comodidades y de nuestros intereses, de separación del mundo, de corazones apegados a Cristo, llenos de celo por la edificación de la casa de Dios, y enseguida encontraremos la bendición perdida.

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