Pregunta: Los santos,
¿serán juzgados, o solamente manifestados, en el Tribunal de Cristo? y añade:
Me turba, a veces, el pensar que, en el tribunal de Cristo, todos los secretos
y deseos de mi corazón serán descubiertos ante todos.
Respuestas:
A) En primer lugar, léase cuidadosamente los siguientes versículos que nos
ayudarán a situar el problema: 1 Corintios 4:5; 2 Corintios 5:10; Romanos
14:12; Colosenses 3: 24-25. El versículo en Juan 5:24, es decisivo en este
aspecto, y nos permite afirmar que los creyentes no seremos condenados: "De
cierto, de cierto os digo: El que oye mi Palabra y cree al que me ha enviado,
tiene vida eterna; Y NO VENDRÁ A CONDENACIÓN, más pasó de muerte a vida." (Juan
5:24 - RVR1909).
Por el contrario, en vez de ser juzgados, juzgaremos
al mundo y a los ángeles (1 Corintios 6: 2-3). Tal como es el Señor, tales
somos también nosotros los creyentes: somos como el juez, y a todos sus santos
Él nos concede el honor de ejecutar el juicio sobre los reyes, los nobles, las
gentes (o naciones) y los pueblos (Salmo 149: 7-9).
De modo que, para el creyente, ya no se trata de
juicio alguno, pues Cristo lo llevó en la cruz en toda su intensidad y, gracias
al valor infinito de su precioso sacrificio, realizado "una vez para siempre"
(Hebreos 10), somos eternamente unidos a Aquel que llevó nuestros pecados y la
condenación que éstos merecían. Resulta, pues, que los creyentes no
seremos nunca juzgados por nuestros pecados. (¡Con cuánta gratitud
deberíamos acercarnos siempre al Señor!) No obstante, NUESTRO SERVICIO será
apreciado por el Maestro.
Las obras de todos los hombres - santos o pecadores -
serán probadas, examinadas, según el criterio de Dios. El día manifestará todas
las cosas, el fuego revelará la obra de cada cual; actos, pensamientos,
intenciones, motivos y acusaciones, nada permanecerá oculto. Sólo subsistirá
lo que la gracia divina haya producido en nuestros corazones. Apreciaremos las
cosas como Cristo las ve, y las enjuiciaremos conforme a Su criterio.
Cabe pensar que este tribunal de Cristo existirá
durante mil años por lo menos. Prueba de ello la tenemos en el hecho de que el
juicio de las naciones (Mateo, 25) se verificará a principios del milenio, y el
de los muertos después de este período. Aquella manifestación
de las personas se refiere, por cierto, todos los seres humanos, pero no todos
comparecerán forzosamente en el mismo momento; lo que podríamos llamar 'la
sesión del tribunal' se prolongará. Pero, como hemos dicho, para el creyente
salvado ya, no se juzgará su persona, sino sus obras; recibiremos,
o perderemos según el caso de cada cual, nuestra recompensa o galardón (1
Corintios 3: 14-15).
B) A nuestro amado lector le turba, o preocupa, el
pensar que todos los secretos de su corazón serán revelados ante todos en el
tribunal de Cristo.
Es cierto que el Espíritu Santo declara que el Señor
sacará a luz las obras encubiertas de las tinieblas, y "manifestará
las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de
Dios." (1 Corintios 4: 5). Pero, notemos que la Palabra de
Dios no dice a quién seremos manifestados. ¿Acaso nos
impresionaría e importaría más la apreciación de otro hombre que no la del
Señor? Con tal que yo sea aprobado por Cristo, no debe importunarme lo que
dirán, o pudieran decir, los hombres.
Si el pensar que los más recónditos motivos de mi
corazón serán revelados ante los hombres me preocupa más que el ser
manifestados a Cristo, esto prueba que estoy todavía muy ocupado con mi pobre
persona y que carezco de rectitud: es un estado que conviene examinar y juzgar
cuanto antes.
Y, pensándolo bien, si tal pensamiento nos puede
ayudar a guardarnos de otras caídas y tentaciones, demos gracias al Señor por
ello. Por lo demás, ¿nos restará algo de nuestra salvación el que nuestras
faltas y pecados sean manifiestos ante todos? David y el apóstol Pedro, ¿son
acaso menos bienaventurados porque millones de almas leyeron el relato de sus
caídas y graves pecados? ¡Por cierto que no! Ellos saben que la lista de sus
pecados no hace más que magnificar la gracia de Dios y el precio de la sangre
de Cristo.
No nos ocupemos de nosotros mismos - a no ser para
examinarnos -; ocupémonos más de Cristo, hermanos, y no tendremos semejantes
preocupaciones. Por lo demás, ¡que la idea del tribunal de Cristo nos
santifique, que nos infunda mayor humildad, que nos haga ser más vigilantes,
que nos ayude a enjuiciar diariamente nuestra conducta y a manifestar mayor
diligencia e integridad en nuestro servicio!
Traducido de "Le Messager Evangélique"
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1955, No. 17.-
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