El Orden de la Casa de Dios
(1 Timoteo 2 y 1 Timoteo 3)
(d) La
supervisión (obispado) en la iglesia de Dios (Capítulo 3, versículos 1-13)
(V. 1). El apóstol ha hablado de la posición
relativa de hombres y mujeres, y de la conducta conveniente a los tales en la casa
de Dios. Esto prepara el camino para la enseñanza en cuanto a la supervisión
(obispado) en la casa de Dios. El apóstol dice, "Si alguno aspira ejercer supervisión,
buena obra desea"[1].
En el discurso del apóstol a los ancianos en Éfeso,
tres cosas se nos exponen caracterizando la supervisión (obispado).
Primeramente, los supervisores (obispos) deben mirar por sí mismos y "por
todo el rebaño". Ellos deben procurar que su propio andar, y el andar del
pueblo de Dios, pueda ser digno del Señor. En segundo lugar, ellos han de
"apacentar la iglesia del Señor." Ellos piensan, no solamente en el
andar práctico del pueblo de Dios, sino que procuran el bienestar de sus almas,
para que ellos puedan entrar en sus privilegios cristianos y hacer que sus
almas progresen en la verdad. En tercer lugar, ellos han de 'velar' sobre el
rebaño para que pueda ser guardado de los ataques del enemigo exterior, así
como de las corrupciones que puedan surgir dentro del círculo cristiano por
medio de hombres perversos que desvían las almas del Señor tras sí (Hechos 20:
28-31).
Tal era la obra de supervisión (obispado), y el
apóstol habla de ella como de una "buena obra". Hay el testimonio de
la gracia de Dios que ha de fluir desde la casa de Dios, y el apóstol ha
hablado ya de esto como "bueno y agradable delante de Dios". Hay
también el cuidado de aquellos que componen la casa de Dios, para que su
conducta sea la que conviene a la casa. Y su cuidado por las almas también es
una "buena obra".
Es importante recordar que el apóstol no está
hablando de "dones", sino de un oficio local para el cuidado de la
asamblea. La Cristiandad ha confundido los dones con los oficios o cargos. En
la Escritura ellos son muy distintos. Los dones son dados por la Cabeza
ascendida y son 'puestos' en la iglesia (Efesios 4: 8-11; 1 Corintios 12:28).
Siendo así, el ejercicio del don no puede estar limitado a una asamblea local.
El oficio de supervisor (obispo) es puramente local.
Además, no hay nada en esta enseñanza en cuanto a
la ordenación de individuos para estos oficios. Timoteo y Tito pueden ser
autorizados por el apóstol para ordenar (o "establecer") ancianos
(Tito 1:5), pero no hay instrucción para que ancianos designen ancianos, o para
que la asamblea elija ancianos.
El hecho de que estos siervos fueran autorizados
por el apóstol para establecer ancianos prueba claramente que, en la época del
apóstol, había asambleas en las cuales no había supervisores designados. Ellos
carecían de ancianos debidamente designados a causa de la falta de autoridad
apostólica (directa o indirecta) para designarlos. Es claro, entonces, por la
Escritura, que no puede haber ancianos designados oficialmente excepto por un
apóstol o sus delegados. El hecho de que el hombre designe ancianos u ordene
ministros sería mostrar que se actúa sin la autorización de la Escritura.
Esto no implica que la obra del supervisor no pueda
ser hecha, o que no existan aquellos que son aptos para la obra en un día de
crisis. La obra de los supervisores nunca fue más necesaria que hoy en día, y
aquellos que están calificados de manera escrituraria para la obra pueden, en
sencillez, servir al pueblo del Señor en su propia localidad; y es bueno que
nosotros reconozcamos a los tales, teniendo siempre en mente la fuerza exacta
de las palabras del apóstol, cuando dice, "Si alguno aspira ejercer
supervisión, buena obra desea."[2]. El
apóstol no habla de un hombre deseando el 'cargo' a fin de sostener una
posición o para ejercer autoridad, sino del deseo de ejercer esta "buena obra".
A la carne le agrada el cargo, y la posición, y la autoridad, pero rehuirá la
"obra". Cuando esto se ve, tendríamos que admitir que existen pocos
que tienen el deseo que el apóstol contempla.
(Vv. 2, 3). Las cualidades que deberían
caracterizar a los tales son claramente expuestas ante nosotros; y, como uno ha
dicho, 'Las instrucciones incluso en cuanto a los ancianos y diáconos no
son, por decirlo así, meramente para su propio bien; ellas nos muestran el
carácter que Dios valora y busca en Su pueblo.' (F. W. Grant).
El carácter moral del anciano debe ser
irreprensible. Debe ser marido de una sola mujer, un requisito que tendría
especial aplicación a aquellos surgiendo del paganismo con su poligamia. Un
hombre convertido, aunque no debía ser rechazado porque tenía más de una mujer,
sería inepto para la supervisión (obispado). Además, un tal (el supervisor)
tenía que ser sobrio en el juicio, prudente en sus palabras, decoroso en
conducta, hospedador. Él debía ser apto para enseñar, sin implicar necesariamente
que tuviera el don de maestro, sino que tuviese aptitud para ayudar a otros en
sus ejercicios espirituales. No debía ser una persona dada a exceso en el vino
o en la violencia al actuar; por el contrario, él debía ser amable, no
contencioso y libre de avaricia.
(Vv. 4, 5). Además, tenía que ser uno que gobernara
bien su casa, teniendo a sus hijos en sujeción - exhortaciones que indican
claramente que el supervisor (obispo) tenía que ser un anciano, no solamente
casado y poseyendo un hogar, sino que teniendo hijos.
(V. 6). No debía ser un neófito (N. del T.:
palabra vernácula empleada en la literatura desde Aristófanes en adelante, en
la LXX y en papiros, en el sentido original de 'recién plantado' (en griego: neos,
phuö), de Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento de A.T.
Robertson, Editorial Clie - otra traducción: "recién convertido" -
LBLA). Un cristiano joven puede ser usado por el Señor para predicar a los
demás tan pronto como se convierte, pero que un tal tome el lugar de un supervisor
(obispo) obviamente sería incorrecto, y conduciría probablemente a su caída
"en la condenación en que cayó el diablo" (LBLA). Uno dijo
verdaderamente que la condenación en que cayó el diablo fue que 'se exaltó a
sí mismo pensando en su propia importancia' (J. N. Darby).
(V. 7). Finalmente, el supervisor debe tener un buen testimonio de los
de afuera, de lo contrario él caerá en descrédito y en lazo del diablo. El lazo
del enemigo es entrampar al creyente en alguna conducta delante del mundo, de
modo que ya no pueda más lidiar con una conducta cuestionable entre los santos.
(V. 8). El apóstol nos da además los requisitos
necesarios para los diáconos. El diácono es un ministro, o uno que sirve. Del
capítulo 6 de los Hechos de los Apóstoles aprendemos que su obra especial es
descrita como "servir las mesas" y, tal como muestra la relación,
esto se refiere a la satisfacción de las necesidades corporales y temporales de
la asamblea, en contraste a la obra del supervisor (obispo) el cual está más
especialmente preocupado en satisfacer las necesidades espirituales. No
obstante, no es menos necesario que el diácono tenga requisitos espirituales.
Los escogidos para la obra de diácono, en la iglesia primitiva en Jerusalén,
debían ser hombres "de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de
sabiduría" (Hechos 6:3 - Versión Moderna). Aquí aprendemos que, al igual
que los supervisores, ellos tenían que ser "honestos"
("serios" - VM), "sin doblez" ("de una sola palabra"
- LBLA; "no de dos lenguas" - VM), no dados a mucho vino o a codicia.
V. 9). Además, ellos debían caracterizarse por
guardar "el misterio de la fe con limpia conciencia". Guardar la
doctrina correcta no es suficiente. La ortodoxia sin una conciencia pura
indicaría cuán poco la verdad tiene poder sobre aquel que la posee; por eso
cuán impotente es una persona tal para afectar a los demás.
(v. 10). Asimismo, los diáconos deben ser aquellos
que han sido probados y han demostrado, mediante la experiencia, ser
irreprensibles en su propia conducta y, de este modo, ser capaces de lidiar con
asuntos que necesariamente tendrían que encarar en su servicio.
(Vv. 11,
12). Sus mujeres también debían ser "honestas" ("serias" -
VM), no calumniadoras, y fieles en todo. El carácter de ellas es mencionado
especialmente, en vista de que el servicio de los diáconos, al tener que ver
con las necesidades temporales, podía dar ocasión para que las esposas hicieran
alguna maldad a menos que fuesen "fieles en todo". Al igual que los
supervisores (obispos), los diáconos han de ser maridos de una sola mujer,
gobernando bien sus hijos y sus casas. Se reitera, estas exhortaciones implican
que el diácono no es un hombre joven, sino uno que está casado y tiene hijos, y
de este modo es un hombre con experiencia.
(V. 13). En caso de que se pudiera pensar que el
oficio de un diácono era inferior al de un supervisor (obispo), el apóstol
declara especialmente que los que ejercen bien el oficio de diácono ganan para
sí un grado honroso, y mucho denuedo en la fe que es en Cristo Jesús - una
verdad, tal como se ha señalado a menudo, ilustrada notablemente en la historia
de Esteban (Hechos 6: 1-5, 8-15).
[1] N. del T.: traducción de la Versión Inglesa del
Nuevo Testamento de J. N. Darby; la versión RVR60 traduce: "Si alguno
anhela obispado, buena obra desea."
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