J. B.
Watson (1884-1955),
The
Witness, febrero a julio,
1944.
IV
- De sabio hasta tropezado, Jueces 8
Efraín era la más poderosa de las dos tribus
que compartieron la herencia de José. Gedeón (de la otra tribu, la de Manasés)
no pidió la participación de Efraín cuando sonó su trompeta para la guerra
contra Madián, y tal vez la razón fue que no estaba seguro de qué respuesta
recibiría. Los celos y desconfianza rara vez encuentran más expresión, y
consecuencias más trágicas, que cuando separan a hermanos que deben estar
parados hombro a hombro para resistir a un enemigo común.
Cuando por fin se invocó la ayuda de la
tribu de Efraín para interceptar a los madianitas en su huida desbandada, estos
hombres se dieron cuenta de que la victoria ya había sido ganada. Los hombres
de Efraín se sentían defraudados por no haber tenido la oportunidad de
participar en la lucha.
No hay nada más garantizado a causar ofensa
que la sospecha que se ha hecho caso omiso de uno mismo. El no ser tomado en
cuenta hiere al orgullo propio. Los hermanos de la otra tribu se quejaron
amargamente de esta omisión de parte de Gedeón, y parecía que se estaba tomando
cuerpo una situación conflictiva.
1. Una blanda respuesta
“El hermano ofendido es más tenaz que una
ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar”,
Proverbios 18.19.
En este momento fue más importante para
Gedeón pacificar a sus hermanos ofendidos de Efraín que completar la derrota de
los madianitas. Gedeón se comportó sabiamente. La verdadera humildad se expresa
a veces en la más amplia diplomacia. No hay mejor ilustración de la blanda respuesta
que quita la ira — al decir de Proverbios 15.1— que la respuesta de nuestro
protagonista a los ofendidos de Efraín.
“¿Qué he hecho yo ahora comparado con
vosotros? ¿No es el rebusco de Efraín mejor que la vendimia de Abiezer?” [O
sea: Es mayor cosa la cosecha de uvas en el territorio de ustedes que el mosto
ya hecho en la comarca mía]. “Dios ha entregado en vuestras manos ... los
príncipes de Madián; ¿y qué he podido yo hacer comparado con vosotros?”
En realidad, la parte para ellos era la de
cosechar; el verdadero rebusco de la victoria había sido otorgado a Gedeón y
sus trescientos. No obstante, él minimiza la parte suya y les da a aquéllos el
crédito por la parte mayor. La sola humildad puede suministrar el poder de la
respuesta blanda que quita la ira. Ella guarda el secreto que vence la
provocación.
Compara con esto la burla ofensiva de Nabal,
años más tarde, en 1 Samuel 25.10: “¿Quién es David, y quién es el hijo de
Isaí? Muchos siervos hay hoy que huyen de sus señores”. Aun la esposa de Nabal,
buscando una excusa para él, fue obligada a reconocer que su marido era
insensato. Nuestro Gedeón, en cambio, habló palabras de sabiduría y gracia.
Aprenda la lección de la lengua controlada.
La gracia de la respuesta mansa puede ganar el hermano ofendido. La lengua
frenada, enseña Santiago, evidencia un dominio que revela una verdadera madurez
espiritual. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se
enseñorea de su espíritu, que el que tome una ciudad”, Proverbios 16.32.
2. Cansado,
más persiguiendo
La sección central del capítulo (8.4 al 28)
registra algunos incidentes ásperos en la recta final del triunfo. Hay una
gloria peculiar en la finalización de una tarea asignada, y uno de los méritos
sobresalientes de Gedeón está en el hecho que realizó la derrota de los
madianitas de una manera tan completa que jamás se levantaron para molestar a
Israel.
El Espíritu de Dios confirma esto siglos
después, mostrando que fue una profecía de la conquista de parte de aquel cuyo
nombre es Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Y,
dice el profeta: “Se alegrarán delante de ti como se alegran en la siega ...
porque tú quebraste su pesado yugo, y la vara de su hombro, y el cetro del
opresor, como en el día de Madián”, Isaías 9.
La calidad de la victoria está comentada en
el versículo 28 de nuestro capítulo, donde leemos: “Así fue subyugado Madián
delante de los hijos de Israel, y nunca más volvió a levantar cabeza”.
El guerrero cristiano también puede conocer
la victoria comprensiva sobre sus adversarios espirituales. Es posible por la
diligencia de la fe y la obediencia ganar la lucha contra todo hábito,
tendencia o debilidad, llegando a donde necesitará sólo una vigilancia santa
contra las tácticas de guerrilla que estos enemigos emplean. “El pecado no se
enseñoreará de vosotros”, Romanos 6.14, y la afirmación puede ser aceptada bien
sea como mandamiento o como promesa. A nosotros también corresponde resistir
“hasta la sangre” las asechanzas del pecado, persiguiendo sin reconocer la
fatiga como nuestro peor adversario hasta que él sea vencido para no levantarse
más del polvo.
El rey Joás fue reprendido severamente por
Eliseo en 2 Reyes 13. El profeta le mandó a golpear la tierra con “la saeta de
salvación de Jehová”. Lo hizo, pero sólo tres veces, “y se detuvo”. Eliseo
pronunció estas palabras: “Al dar cinco o seis golpes, hubieras derrotado a
Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora sólo tres veces derrotarás a Siria”.
La medida de nuestra salvación práctica es
la de nuestra persistencia y diligencia en el seguimiento del adversario ya
vencido. Él no admite derrota fácilmente, sino que cuenta con enorme potencial
para la recuperación, de manera que tenemos que azotarle una y otra vez.
Me gusta la oración de Francis Drake
cuando entró en Cádiz en 1587 en la guerra contra los españoles: “Oh Señor
Dios, cuando concedes a tus siervos intentar alguna gran empresa, concédenos
también comprender que no es el comienzo sino la continuación, hasta que la
empresa sea realizada del todo, que otorga la gloria verdadera. Sea así por
aquel que consumó enteramente la obra tuya al poner su vida, a saber, nuestro
Redentor, el Señor Jesucristo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario