EN EL PASADO, EN EL PRESENTE Y EN EL
PORVENIR
II. —La Encarnación
del Hijo de Dios
La encarnación es el
gran fundamento de todo el evangelio. Sin la encarnación no habría evangelio,
ni esperanza, ni Dios. Quien niegue esta verdad no tiene derecho a llevar el
nombre de cristiano. En ninguna otra época se ha acentuado y propagado tanto la
negación de esta gran verdad fundamental como ahora en la nuestra. Individuos
que se tienen por eruditos, y creen que su saber supera al de las generaciones
pasadas, niegan hoy la revelación y niegan el milagro y también la encarnación.
Negación que hacen no sólo ateístas osados, sino también algunos que pretenden
ser predicadores del cristianismo, figuran entre los más fervientes adirentes
a esta creencia. Aludimos a Reginald Campbell y a los que le siguen en lo que
han dado en llamar la “Teología Moderna.” Los centenares de ministros evangelistas,
que cuando recientemente estuvo este señor en América lo recibieron en palmas y
le ofrecieron su simpatía y cooperación, entusiasmados con sus astutas
infidelidades, se han hecho, a los ojos de 2 San Juan 10, cómplices de su
pecado. Además, existe ese otro sistema anticristiano al que han denominado
“Ciencia Cristiana.” En sus llamadas producciones filosóficas, que en realidad
no son sino satánicas, combate la revelación de Dios y niega que Jesucristo
estuviera encarnado. En ese pernicioso libro “Ciencia y Salud,” al que
pudiéramos conceder inspiración, no inspiración celestial sino mundial, fe
afirma que “la virgen María se formó la idea de Dios y que a su ideal le dio el
nombre de Jesús;” y también que “Jesús fue el hijo que María tuvo de la
comunión que ella por sí misma efectuó con Dios.”
En esta época de
apostasía sirva de consuelo a los creyentes el recordar que la Biblia predice
que la doctrina de Cristo, su persona y su obra, serán refutadas inmediatamente
antes de la venida del Señor. La era se aproxima. Estas negaciones, lejos de decrecer,
se harán cada vez más numerosas.
¿Y cuál es el
propósito de la encarnación? Por la encarnación Dios, el Dios invisible, se
manifestó tangente al hombre. Cristo nuestro Señor es la imagen de Dios, del
Dios invisible. Nadie ha visto jamás a Dios; Dios se manifestó a nosotros por
medio del Unigénito que está en el seno de Dios Padre; y Jesucristo, que es el
único que radica en el Padre, pudiera decirnos: “El que me ha visto, ha visto
al Padre” Jn. 14.9.
Los atributos de
Dios los manifestó Cristo en la encarnación. Contemplamos la santidad de Dios
en esa vida santa que El pasó en la tierra para la glorificación del Padre.
Cristo demostró su omnisciencia. Penetraba lo íntimo en el hombre, cuyas ideas
y pensamientos conocía; probó la virtud de Dios dominando los elementos,
ordenando al viento y a las olas, transformando el agua en vino: tenía virtud
sobre las enfermedades, sobre el demonio y sobre la muerte. Él nos reveló el
amor y la caridad divina.
De igual manera por
la encarnación Cristo nos trajo la Palabra de Dios. “Dios, habiendo hablado
muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas,
en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” He. 1.1. Cristo confirmó
la ley de los profetas, y por consiguiente el criticar el Antiguo Testamento
es atacar la autoridad y la infalibilidad del Hijo de Dios. También nos reveló
Cristo la voluntad de Dios, nos hizo conocer al Padre y que había una vida
eterna, y el castigo perenne y consciente que espera a los malos. Predijo los
acontecimientos futuros concernientes a El mismo y a su reino, el fin de la era
y su vuelta visible al mundo.
La encarnación fué
necesaria en anticipación a su obra como sacerdote de su pueblo, porque después
de su muerte en la cruz y después de su resurrección había de ser el Sumo
Sacerdote de la misericordia y de la fe. Tal lo es ahora. Leemos en el segundo
capítulo de los Hebreos, que Cristo se hizo carne y sangre para poder ser el
misericordioso y fiel Pontífice. Cristo sintió la tentación de todas las cosas
tal como la sentimos nosotros mismos; todas, menos la tentación del pecado. Y
quiso sufrirla para así poder mejor simpatizar con nuestras debilidades y
socorrer a los que cayeran en tentación. Todo esto iba El a serlo, y lo es en
efecto; la segunda persona, el último Adam, la cabeza de la Iglesia, la cabeza
de la nueva creación; todas estas cosas y muchas otras hacían necesaria su encarnación.
Lo que no Pudo
Cumplir la Encarnación
No obstante, el gran propósito de la encarnación
del Hijo de Dios era realizar la obra de redención, y para realizarlo fue que
vino Cristo al mundo. El vino para poder cumplir la gran obra de expiación, después
de una vida en que glorificó al Padre, confirmó su santa ley y vindicó los
derechos de Dios como legislador. En breve frase nos dice San Juan lo que el
Hijo de Dios vino a cumplir: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo.” El pecado, esa abominación, había de echársele del camino. Había
que hacerse la propiciación del pecado. Se imponía la necesidad de un
sacrificio que glorificara la santidad de Dios y exaltara su reino de justicia.
Había de hacerse la paz. Habían de pagarse los pecados de muchos y había de
sufrirse el peso de sus penas.
La encarnación en sí, la maravillosa y por
siempre bendita humillación sufrida por el Hijo de Dios al tomar forma humana,
la santidad de su vida, sus amorosas palabras llenas de vida y de paz, todo esto
y todos los actos de amor y misericordia que guiaron a Cristo, no podía por sí
solo realizar la expulsión del pecado. La encarnación trajo un Dios al hombre,
mas no podía nunca devolver el hombre a Dios Santo. La encarnación no bastaba a
redimir el pecado ni era suficiente para que un Dios lleno de santa rectitud
diera en justicia su misericordia al caído y al extraviado. Esta gran obra de
redención podía cumplirse sólo por la muerte de Cristo en la cruz, y para esto
fue que El vino al mundo; para redimir al pecador por su propio sacrificio. El
Autor y Príncipe de la vida vino al mundo a ofrecer la suya para rescatar la de
muchos. El buen Pastor apareció para inmolarse por su rebaño, Únicamente por su
muerte pudiera haberse realizado la gran obra de la redención.
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