LA CUARTA CANCIÓN: EL SACRIFICIO Y LA EXALTACIÓN DEL
SIERVO.
Isaías 52: 13 - 53:12.
Estrofa 1 (52:13-15): La exaltación del
Siervo por medio del sufrimiento.
Como
indicamos arriba, esta estrofa constituye una especie de prólogo a la canción,
resumiendo los temas principales que giran alrededor de las dos experiencias
claves que se postulan del Mesías en el Nuevo Testamento: la gloria y los sufrimientos, siendo éstos el medio por el que llega a
aquélla. Al igual que en la primera canción, subrayando el carácter
trascendente del pasaje, es Jehová mismo quien habla; de esta manera lo que el
Dios soberano introduce y describe en líneas generales en 42:1-4, lo confirma y
lo rubrica aquí, cerrando así el pequeño ciclo de profecías con inusitada
solemnidad.
Vemos,
pues, en esta estrofa introductoria la plena aprobación que Jehová da a su
Siervo por haber cumplido a la perfección toda su voluntad. Por eso comienza
con las alturas de su exaltación, la cumbre y recompensa de su Obra. Le anuncia
«prosperidad», que indica su pleno éxito en la tarea difícil que le fue asignada,
frase que en la Versión Moderna es traducida como «se portará sabiamente»,
igual que se dice del Mesías venidero. Algunos han querido ver en las tres
frases siguientes unos matices ligeramente diferenciados que podrían referirse
a la Resurrección - «será
engrandecido» (el mismo verbo que 6:1), la Ascensión - «será exaltado»- y la Sesión a la diestra de Dios - «será puesto muy
en alto»- pero siguiendo el criterio cualificado del hebraista Buksbazen
preferimos ver en ellas un caso de paralelismo hebreo que refuerza una primera
afirmación añadiendo unos conceptos parecidos. Notemos que los verbos reflejan
el modo pasivo, ya que no toca al Siervo tomar la iniciativa de este enaltecimiento;
compete sólo al Padre, igual que en Filipenses 2:10-11 y Efesios 1:20-23, etc.
El
versículo siguiente enfoca la luz sobre los sufrimientos del Siervo
introduciendo en unas frases, breves pero densos, la nota que más se destacará
en el resto de la canción: los padecimientos del Siervo, y éstos como si
aconteciesen en un escenario contemplado por toda la humanidad. La intensidad
de la experiencia es tan grande que hasta su fisonomía es cambiada,
recordándonos las palabras escalofriantes que pronunció el salmista en 22:3
«...pero yo soy gusano y no hombre». La gente, al verlo, «se espantan» o «se
horrorizan» (la idea de un simple asombro es demasiado débil para reflejar la
palabra hebrea), aunque seguramente esta reacción fuerte no tiene que ver sólo
con la apariencia externa del Siervo, sino con la comprensión por su parte de
quién es y para qué sufrió tanto. Otros han padecido y han sido desfigurados
mucho más que Él en cuanto a daños físicos, pero nadie como Él en el plano
espiritual y moral, al ser «hecho pecado» por los hombres. De ahí la veracidad
del versículo 14.
En
el versículo 15 la traducción correcta es «rociará», no «asombrará»; es la
misma palabra que se emplea en Levítico 4:6; 8:11 y 14:7 para diversos
rociamientos de limpieza ceremonial. La quinta estrofa aclarará el sentido
espiritual, que se trata de la expiación del pecado, que alcanza así a los
«muchos». El resto del versículo trata del impacto causado por su Persona y
Obra y la fuerza convincente de su mensaje. Los grandes líderes de la tierra
serán silenciados delante de Él, exaltado como Rey de reyes y Señor de señores,
Juez supremo ante quién están todos llamados a comparecer (compárese con
49:7). En aquel momento solemne de juicio los valores humanos, que descansan
tanto en la fama, la fuerza y las riquezas, serán trastocados, manifestándose
las cosas tal cual son, según el valor que les asigna Dios y no el hombre
(compárese con 1 Corintios 1:25 y siguientes; Jeremías 9:23-25).
Es
interesante ver que el apóstol Pablo cita la segunda parte del versículo 15 en
Romanos15:21, aplicándola fuera de contexto a la predicación universal del
Evangelio. Por supuesto, la aplicación -y máxime siendo un apóstol quien lo
hace- es legítima, ya que Pablo discierne el impacto total del mensaje
contenido en la Persona y Obra del Siervo, no solamente su efecto en el día del
juicio.
Estrofa 2 (53:1-3): La humillación y el
rechazamiento del Siervo por los suyos.
Otro
expositor titula esta estrofa «la confesión de un pueblo penitente», el cual
nos sirve como un buen subtítulo, puesto que es el profeta que aquí habla en
nombre del «resto fiel», quienes reconocen su falta de discernimiento y
rebeldía frente a su Mesías.
Nótese
cómo en el versículo 1 hallamos un hermoso caso del paralelismo sinónimo: el
anuncio profético acerca del Mesías equivale a la revelación poderosa de Jehová
que ha de recibirse por la fe. Porque no se trata de unas palabras meramente,
sino de los hechos salvíficos de Dios manifestados
en la historia en la Persona y Obra del Salvador (compárese con Juan
12:38 y Romanos 10:16). En el versículo 2 se vuelve atrás por un momento a la
situación de la segunda canción, para recordar toda la trayectoria terrenal del
Mesías; de ahí la referencia a su juventud y crecimiento bajo la figura del
«pámpano» o «renuevo tierno», que nos recuerda Isaías 4:2; 6:13; 11:1 y 10;
Jeremías 23:5, etc. Su lozanía y vida hermosa a los ojos de Dios contrastan
netamente con la «tierra seca», la nación de Israel, ya desprovista de su
monarquía legítima, desaparecida hace siglos a causa del juicio divino, casi
sorda a la voz profética, con un establecimiento sacerdotal más materialista y humanista que
espiritual.
Algunos
creen ver en las palabras «tierra seca» una referencia al Monte Sión, que en
hebreo significa «cerro seco», sugiriendo que aparte del rey legítimo que tiene
su asiento en él (Salmo 2), aquel monte tan glorioso para los salmistas y
cronistas de Israel no era más que un lugar sin vida ni fruto para Dios.
También
vemos el contraste entre lo que Dios ve en su Siervo y el rechazo de que es
objeto por parte de los hombres, que no vieron en Él nada de los atractivos
humanos que tanto destacan en los grandes del mundo. Poderío militar, pompa,
riquezas y la fama que los suele acompañar, tan preciados por el mundo, estaban
ausentes por completo en el humilde carpintero de Nazaret, por lo que no le
hicieron caso. Era despreciado asimismo por los «grandes» (traducción más
exacta de «hombres» en el versículo 3), y más cuando le vieron padecer tanto,
un hecho que repugnaba -y sigue repugnando- al judío, que no puede aceptar la
idea de un Mesías que sufre. Es el escándalo de la Cruz del que habló Pablo en
1 Corintios 1:23.
La
descripción «varón de dolores y que sabe de padecimientos» (o «quebrantos») del
versículo 3 habla de lo que sufrió por el contacto de su alma perfecta con el
pecado de los hombres, en el curso del roce diario con ellos y luego como su
Sustituto en la Cruz. Por siglos los judíos no quisieron mencionar siquiera el
nombre de Jesús, tal era la repugnancia que sus pretensiones y sufrimientos
despertaba en ellos; lo cambiaron de «Yeshua» a «Yeshu», cuyos iniciales
significan «Que su nombre y memoria serán borrados para siempre». Aquí los
integrantes del Resto fiel se acusan a sí mismos por este desprecio y
rechazamiento para luego pasar a reconocer el porqué de tales aflicciones en la
estrofa siguiente.
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