lunes, 7 de octubre de 2019

DESAPARECEN MILLONES

La Biblia describe la desaparición masiva e ins­tantánea de millones de seres que ahora están en la tierra. Narra esta desaparición de la manera siguiente:

 “Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1Ts 4:15-17)

El Señor Jesús ha de dejar su posición a la diestra del Padre para descender a un lugar no determinado en el espacio donde llamará a los suyos con su poderoso grito de aclamación. Todos los que hemos creído en Él para la salvación seremos arrebatados al encuentro con Él. Primero los muertos en Cristo. Muchos de ellos con las marcas en sus cuerpos del martirio con que dejaron esta vida por causa de la Palabra de Dios y del testi­monio de Jesús. Otros, aunque no tan violentamente, pero que también cruzaron el "valle de sombra de muer­te". Todos resucitarán en un abrir y cerrar de ojos.
La Biblia enseña que el alma, o parte no material del individuo creyente, parte en el momento de la muer­te para estar con Cristo. La muerte física es la sepa­ración del cuerpo y del alma. El cuerpo duerme en la tumba y como dice el pasaje arriba aludido, volverá el alma traída por Jesús para reunirse con el cuerpo re­sucitado. Nótese que se refiere únicamente a "los muertos EN CRISTO". No se trata de una resurrección general, sino parcial. Bienaventurado y santo el que tiene parte en esta primera resurrección, porque habrá otra. La segunda resurrección es para juicio y conde­nación. De esta segunda resurrección no se ocupa el pasaje a que hemos hecho referencia.
Luego nosotros, los que vivimos, los que habremos quedado viviendo hasta el regreso de Jesucristo, sin adelantarnos a los muertos en Cristo, seremos trans­formados — ¡qué glorioso! Este cuerpo corrupto será vestido de inmortalidad. Pasaremos de la mortalidad a la inmortalidad sin experimentar el rigor de la muerte física. En ese cuerpo, "recauchado" al estilo inmor­tal, viajaremos por el espacio a encontrarnos con Jesús. Nótelo bien, amigo mío, ¡con nuevo cuerpo! ¡Especialmente adaptado para el viaje espacial!
Pero qué triste... no se enfoca en esta descrip­ción, ni por un segundo, a aquellos que no han recibi­do a Cristo como Rey y Salvador. El destino de éstos no será ni luminoso ni jubiloso. Por el contrario, será un destino sombrío, grimoso y triste. La Biblia afirma que estos beligerantes serán separados de la presencia del Señor por eterna perdición. Serán pri­vados del goce de Cristo y del disfrute de las biena­venturanzas del cristiano por toda la eternidad.
Amigo mío, ¿es Ud. cristiano? ¿Genuinamente cris­tiano? ¿Cristiano nacido de nuevo por el poder del ESPIRITU SANTO DE DIOS?
Mi pregunta no es si fue bautizado cuando era infante, ni si es miembro de esta o aquella iglesia. No le pregunto si profesa esta o aquella religión, ni si es bueno, si da limosnas o trata de portarse lo mejor que pueda. Mi pregunta es: ¿ES UD. CRISTIANO? ¿Se ha arrepentido honradamente de sus pecados en la presencia de Dios? ¿Ha invitado a JESUCRISTO a entrar en su corazón? ¿Ha sido Ud. lavado por la sangre pre­ciosísima que El derramó en la cruz del Calvario?
Si su honesta contestación a mi pregunta es NO, quisiera con todo gusto indicarle que bien puede Ud. llegar a ser cristiano en este mismo momento. Ponga a un lado esta revista, incline su cabeza y cierre sus ojos en señal de reverencia ante Dios. Confiésele a Él sus pecados, sí, sus muchos pecados; dígale de corazón que siente mucho, que le pesa, haberle ofendido tanto. Pida a Cristo Jesús que entre en su corazón limpián­dolo con su preciosa sangre. Exprésele en sus palabras que Ud. acepta su sacrificio sobre la cruz como la única cosa que le vale para la eternidad. Balbucee arrepentido en la presencia de Dios, con sus propias palabras lo que siente en su corazón. Hágalo ahora mismo. Obtendrá el perdón de sus pecados y la seguri­dad de que Ud. también será alzado, recogido a las nubes, en el momento cuando ocurra la desaparición de los redimidos. Amén.

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