lunes, 7 de octubre de 2019

EL CRISTIANO VERDADERO (21)

Uno de los problemas más serios que se presentan en la vida del cristiano joven es el de la elección de la esposa, o si se trata de una joven, del esposo. No hay ningún paso para el cual se requiera más la dirección de Dios que para éste. Es una tragedia que un joven cristiano esté unido en matrimonio a una persona con la cual no puede andar de acuerdo en las cosas de Dios. He conocido muchos casos de esta clase que han sido realmente desoladores.
Es doblemente trágico el caso, cuando alguno que ha es­cuchado el llamado de Dios para que le sirva en la obra cristiana, se casa con una compañera que no está dispuesta a acompañarle en dicho servicio. Existen casos en que una vi­da ha tenido que alejarse completamente del camino y de los propósitos que Dios le tenía señalados, debido a un esposo o una esposa que no ha estado de acuerdo. En la Biblia leemos acerca de Sansón, un joven siervo de Dios, que perdió las más ricas bendiciones divinas y pasó los últimos años de su vida en la miseria y la desesperación, debido a su pasión in­controlada por una mujer con la cual no debió haberse unido.
En primer lugar, el joven o la niña debe esperar que el Señor le indique quien ha de ser la compañera o el compa­ñero de su vida. Recuerda esos conocidos versículos del Salmo 37: “Espera en Jehová, y haz el bien... pon asimismo tu delicia en Jehová, y él te dará las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, y espera en él; y él hará”. Esta promesa, por supuesto, alcanza a muchos de los problemas de la vida cristiana, pero es especialmente aplicable al asunto de elegir el compañero o la compañera de la vida. Si pones tu confianza en Dios en cuanto al esposo o la es- posa, él te dará la persona que te conviene. Si tu único deseo es el de hacer la voluntad de Dios, él te ha de recompensar dándote un compañero o una compañera que responda a todo lo que quiere tu corazón, y que te amará entrañable- mente, y a quien tú, a tu vez, has de amar con un amor puro. Si te encomiendas al Señor y dejas que él te guíe, puedes estar seguro que “él lo hará”.
No permitas que tu afecto o tu pasión te lleven a hacer caso omiso de estas cosas y a casarte con cualquier persona que se te ponga por delante o con aquella que te agrada. Ora al Señor, y espera que él te guíe. Recuerda que el ma­trimonio es un asunto para toda la vida, que no puede ser disuelto hasta que Dios lo disuelva por medio de la muerte. El divorcio no es la voluntad de Dios. Es un mal que ni si­quiera debe ser mencionado entre cristianos. Si te casas bien, ni siquiera habrá razón para pensar en la posibilidad de un divorcio. Resulta obvio que cuando la gente se divorcia, está reconociendo que se equivocó al casarse. Pero el divorcio no es una salida, ni siquiera para las equivocaciones de esta clase. Todo lo que hace el divorcio es crear otra serie de pro­blemas, en vez de resolver los ya existentes.
Uno de mis profesores en el seminario, al hablar del asunto de noviazgos y casamientos decía: “Hermanos, es allí donde os formaréis u os quebrantaréis.” Nunca he olvidado estas palabras. Cuando me acuerdo de mis compañeros de estudio, me doy cuenta de que algunos de ellos resultaron fortalecidos, formados, por su matrimonio, mientras que otros fueron quebrantados, resultaron fracasados, por él.
¿Con qué clase de persona debes casarte? Tal vez algunos de los lectores se encuentran ahora mismo frente a este problema. Como cristiano, sólo puedes pensar en casarte con una persona que llene ciertos requisitos. En primer lugar, la persona con la cual te piensas casar debe ser cristiana. No puede ser la voluntad de Dios que te unas en matrimonio con una persona que no es creyente, por mucho que desees hacerlo. La Biblia dice: “No os juntéis en yugo con los infieles” (II Corintios 6: 14). Si desacatas esta orden bien clara de Dios, has de lamentarlo en los años del porvenir. Bajo ninguna  circunstancia debes proponer matrimonio, o aceptar una propuesta de matrimonio de una persona no convertida.
Debes ser firme en este asunto. Si una persona aparenta estar enamorada de ti, dile con toda claridad que no podrás ni siquiera considerar la posibilidad del matrimonio, mientras ella no sea de Cristo. Pero es necesario que tengas cuidado, y que estés seguro de que la persona mencionada no vaya a simular una profesión de fe con el único fin de casarse contigo. Sin duda podrás comprobar si él o ella ha llegado realmente a conocer a Cristo. Hay pruebas inevitables en la vida de todo cristiano verdadero. No te cases con una persona que no pueda unirse en oración contigo antes del casamiento, en un pequeño culto en que los dos oren. Si sigues esta regla, nunca has de lamentarlo.
En segundo lugar, la persona con la cual te casas debe querer seguir el mismo camino que sigues tú. Es una verda­dera tragedia cuando un cristiano se casa con una persona que, aun cuando sea creyente, se niega a andar por el camino elegido. Si un joven que ha sentido el llamado al ministerio cristiano se casa con una niña que se niega a ser la esposa de un predicador, ha de encontrarse en una situación muy triste. Si una niña que ha sentido el llamado de Dios para ser misionera en el extranjero se casa con un joven que desea ser un hombre de negocios próspero, ha de llevar una vida desconsolada. Si Dios te ha llamado a cierta clase de servicio, recuerda que él no ha de llevarte a que te cases con una persona que haya sido llamada a otra clase de trabajo en otro lugar. Dios nunca ha sido autor de confusiones.
En tercer lugar, deben existir opiniones parecidas sobre las cosas comunes de la vida. No debes casarte con una per­sona cuyos gustos y antipatías son completamente opuestos a los tuyos. Sólo debes considerar el matrimonio con una persona con la cual tengas muchas cosas en común. Esto debe ser así muy especialmente en las cuestiones espirituales. De­béis poneros de acuerdo de antemano acerca de la iglesia a la cual asistiréis los dos, una vez casados. No hay nada de malo en que una persona se case con un miembro de una denominación que no sea la suya, pero debe establecerse antes del casamiento, cuál ha de ser la iglesia a que han de concurrir. Tiene que existir una coincidencia de opinión, pues si así no fuere, se dividirá la familia, y sufrirán los hijos.
En la generalidad de los casos, cuando contraen enlaces cristianos de distintas denominaciones, la esposa debe sacri­ficar la suya, y entrar como miembro de la iglesia a la cual pertenece el marido. Pero si el joven pertenece a una con­gregación que es poco espiritual o modernista, debe ponerse de acuerdo con su novia, de antemano, que ambos se afiliarán a la iglesia de ella, o si lo prefieren, a otra iglesia diferente. Debes estar seguro de que tus principales gustos, aversiones y preferencias sean en algo parecidas a los de su futuro com­pañero o compañera, antes de que unáis vuestras vidas te­rrenales.
El matrimonio correcto, es el resultado de un correcto no­viazgo. Si el noviazgo se realiza en forma correcta y hono­rable, con oración, no ha de terminar en un casamiento que sea un fracaso. Si ambas partes manifiestan santidad y piedad en sus relaciones entre sí durante el noviazgo, no hay gran peligro de que naufrague el matrimonio. Cuando el joven y la señorita se reúnen en forma honorable, y oran y buscan que Dios les guíe en cuanto a sus vidas futuras, el Señor les hará saber si deben o no unirse en matrimonio.

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