lunes, 7 de octubre de 2019

EXTRACTOS


El mundo
Cuando digo que el mundo es una fuente de peligro para el cris­tiano, no me refiero al viento, la tormenta, los rayos, el mar y el desierto, cosas que son hermosas y maravillosas. Estos no son los peligros de los que debemos precavernos. Sé que los rayos suponen un peligro, pero no es el peligro real en el que pensaba David en el Salmo 18.
En el Salmo 18, a David no le preocupaban los peligros del mundo natural. Pensaba como un hombre espiritual, y es posible pensara en sus enemigos físicos; pero David siempre veía la pureza espiritual de las cosas. El Espíritu Santo no puso este salmo en su Palabra para recordarnos que en la naturaleza encontramos peligros. Puedes destruir un cuerpo humano, pero no perjudicar en absoluto su espíritu. Puedes derribar el templo, pero dejar intacto el espíritu que habita en él. Puedes dejar tirados los huesos de un hombre en el desierto, pero su espíritu no puede ser dañado en la presencia de su Padre y Dios. Los peligros reales son aquellos que llegan hasta el alma y el espíritu de un hombre.
Los soldados decapitaron a Juan el Bautista, pero no pudie­ron hacerle daño. Cuando nuestro Salvador murió en la cruz, su cuerpo fue maltratado, fue partido por nosotros; pero el hom­bre Cristo Jesús, fue protegido en el seno de Dios. Lo mismo pasó con Pablo cuando le cortaron la cabeza. El apóstol dijo: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino tam­bién a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:8). Cuando lo ejecu­taron, Pablo obtuvo esa corona, no una derrota. A un hombre no se lo puede herir de verdad en su cuerpo físico, solo en su alma.
Entonces, ¿qué queremos decir con “mundo” cuando afir­mamos que los verdaderos peligros asaltan al cristiano desde el? La amenaza procede de la sociedad humana que está fuera de la voluntad de Dios. Mientras permanezca el pecado, la sociedad humana será una amenaza para el alma del cristiano. El pecado la incredulidad, las distracciones, las ambiciones de la sociedad humana, por muy astutamente que se disfracen, son una ame­naza para el alma del cristiano.
Por eso la Biblia es tan severa e insistente cuando habla del mundo. Muchos líderes cristianos se excusarán, cederán terreno y querrán estar a bien con el mundo. Pero en la Biblia no encontramos otra cosa que una insistencia firme en que deberíamos renunciar al mundo y no vernos contaminados de ninguna manera por su pecado, su incredulidad, sus distracciones, sus ambiciones o su espíritu mundano. Los peligros que acechan al cristiano vienen de este mundo.
Muchos han estado viviendo a costa del mundo, monta­dos sobre el cadáver del mundo, y cuando este se va derecho a la cloaca, se alejan de él con elegancia justo a tiempo. “¿Hasta dónde puedo llegar sin deslizarme? ¿Qué puedo hacer sin acabar perdiéndome? ¿Hasta qué límites puedo llegar?”. Cualquier día la persona que hace esto se encontrará atrapada en el mundo y no tendrá ninguna estrategia viable para huir de él.
A.W.Tozer, Los peligros de la fe superficial, pág., 88-90.

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