Rut y Orfa
En los días de
los jueces de Israel, se marchó un hombre de la tribu de Judá a peregrinar en
el territorio de un pueblo enemigo de Dios, llamado Moab. Se decía que era por
causa del hambre que había en su país. Pronto murió el hombre y sus dos hijos
se casaron con mujeres moabitas. Los hijos también murieron, dejando solas la
suegra y las dos nueras, Orfa y Rut.
La vida se les
hacía muy amarga a las tres, pero en eso les vino la buena noticia que había
pan en Judá, de donde la pareja había salido años antes. Enseguida Noemi, la
suegra, resolvió regresar a su país.
Parece que lo
poco que Noemí había podido mostrar por vida y palabras a sus nueras de la
bondad del Dios vivo tocaba al menos el corazón de Rut, y cuando la suegra se
levantó y se puso en viaje, ésta la siguió. Dejando su pueblo, amigos,
costumbres y la religión de sus padres, salió para conocer y servir al Dios
vivo y verdadero.
Cuán firme su resolución cuando dijo a su suegra: “Donde quiera que tú
fueres, iré yo; y donde quiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo,
y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me
haga Jehová, y así me dé, que sólo la muerte hará separación entre mí y ti”.
La conversión de Rut fue cosa bien marcada en su vida, y lo es también la
conversión a Cristo de cualquiera persona hoy en día. Todo aquel que va a la
patria celestial tiene marcado en su experiencia el día en que emprendió el
viaje, la hora cuando aceptó a Cristo como Salvador y Señor y salió bajo su
dirección y mando. Caro lector, ¿Has empezado el camino al cielo?
Rut no era israelita sino pagana. Sin embargo, siendo convertida vino a ser
esposa de un varón grande y rico entre el pueblo de Dios. En esto vemos la
gracia del Señor. Plugo a Dios incorporarla en su pueblo terrenal, y más aún,
en el linaje del Señor Jesucristo, como se da en el primer capítulo de San
Mateo.
En Rut vemos prefigurada la gracia que Dios debía mostrar en los últimos
días a los pobres gentiles, a nosotros que estamos fuera de las bendiciones y
promesas de Israel. La Iglesia ,
la esposa de Cristo, compuesta de todo los que son lavados en su preciosa
sangre, esté formada mayormente de los gentiles, salvados de todas las naciones
del mundo. ¿Formas parte de esta Iglesia? ¿Eres salvo por la sangre de Cristo?
Una vez que Rut se había unido en matrimonio a Booz, hombre rico y grande
de Israel, ella podía disfrutar de la riqueza de su herencia. Los que hoy día
son unidos a Cristo por la fe entrarán a gozar con él de su infinita riqueza y
gloria. ¿En dónde estarás tú? ¿Con Cristo por virtud de su muerte y
resurrección, o echado fuera por haber confiado en tu propia virtud?
Orfa tuvo la misma oportunidad que Rut, pero la desechó. De todas las
escenas bíblicas, no hay otra más conmovedora que la separación de las dos
jóvenes moabitas. Mientras que Rut rehusó firmemente dejar a Noemí, su suegra,
para volver a su pueblo y costumbres paganas, Orfa escogió devolverse del
camino ya empezado. Le parecía mejor lo visto que lo que aún no se veía; lo
presente que lo futuro. La religión de sus padres era bastante buena para ella,
aunque no efectuaba ninguna santidad de vida. Andando con Noemí a Belén y al
pueblo del Dios verdadero, no veía otra recompensa que las promesas de Dios al
extranjero que le buscara. Como no ponía fe en sus promesas, no veía razón
porqué seguir la caminata al pueblo de Judá.
De los mis lectores que han leído el libro de Rut, en la Santa Biblia,
habrán notado su firme resolución, en vivo contraste con la de su cuñada Orfa,
cuando dijo: “Tu, pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”. Rut tuvo por
válidas las promesas hechas por Dios a los que le sirvieren. Esto se llama la
fe.
Sabía Orfa que, al regresar a Moab, podría gozar la amistad de sus muchos
conocidos allí. En Belén sería del todo extranjera. Dejaría atrás los goces y
placeres, los bailes y parrandas de su pueblo, y no veía recompensa alguna, si
no fuera en las promesas de Dios, que para ella no tenían valor. Para ella era
como si Dios mintiese. ¿Qué importaban esas promesas? ¿No valía más lo que
estaba a la vista que las cosas invisibles? ¿No dice el proverbio que pájaro en
mano vale dos volando?
La pobre Orfa fue engañada por el brillo de este mundo. Se devolvió del
camino que le podría haber puesto entre el pueblo de Dios, y se perdió entre
los paganos. Vendió el futuro por el presente, y su corta historia queda en la
página sagrada para escarmiento a los que hoy día pensaran hacer lo mismo.
Y usted, amigo, ¿cuál camino ha escogido? ¿Hacia el mundo, o hacia Dios?
Ninguno puede servir a dos maestros, y hoy usted se encuentra donde tiene que
escoger. Por un lado, se le ofrecen los placeres del mundo, las vanidades de
una vida pasajera, las comodidades temporales del pecado, y tal vez una
religión mundana. Por otra parte, con Cristo y los redimidos por su sangre, hay
que llevar una cruz, no de madera o plata, sino de vituperio y persecución de
parte de los del mundo. Mas al fin se espera una eternidad con Cristo, en los
goces del cielo. ¿Cuál va a elegir? ¿Las comodidades temporales del pecado
ahora y las cosas visibles, con las penas eternas al fin?
El
bendito Hijo de Dios le ama de tal manera que ha ido voluntariamente a la cruz,
sufriendo una muerte vergonzosa, para expiar los pecados de quienes le reciban.
Ha sido resucitado en prueba de que su sacrificio satisface a perfección las
justas demandas de Dios. “A todos los que le recibieron, les dio potestad de
ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre”, Juan 1.12.
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