miércoles, 6 de noviembre de 2019

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (38)


Rut y Orfa



En los días de los jueces de Israel, se marchó un hombre de la tribu de Judá a peregrinar en el territorio de un pueblo enemigo de Dios, llamado Moab. Se decía que era por causa del hambre que había en su país. Pronto murió el hombre y sus dos hijos se casaron con mujeres moabitas. Los hijos también murieron, dejando solas la suegra y las dos nueras, Orfa y Rut.
La vida se les hacía muy amarga a las tres, pero en eso les vino la buena noticia que había pan en Judá, de donde la pareja había salido años antes. Enseguida Noemi, la suegra, resolvió regresar a su país.
Parece que lo poco que Noemí había podido mostrar por vida y palabras a sus nueras de la bondad del Dios vivo tocaba al menos el corazón de Rut, y cuando la suegra se levantó y se puso en viaje, ésta la siguió. Dejando su pueblo, amigos, costumbres y la religión de sus padres, salió para conocer y servir al Dios vivo y verdadero.
Cuán firme su resolución cuando dijo a su suegra: “Donde quiera que tú fueres, iré yo; y donde quiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y así me dé, que sólo la muerte hará separación entre mí y ti”.
La conversión de Rut fue cosa bien marcada en su vida, y lo es también la conversión a Cristo de cualquiera persona hoy en día. Todo aquel que va a la patria celestial tiene marcado en su experiencia el día en que emprendió el viaje, la hora cuando aceptó a Cristo como Salvador y Señor y salió bajo su dirección y mando. Caro lector, ¿Has empezado el camino al cielo?
Rut no era israelita sino pagana. Sin embargo, siendo convertida vino a ser esposa de un varón grande y rico entre el pueblo de Dios. En esto vemos la gracia del Señor. Plugo a Dios incorporarla en su pueblo terrenal, y más aún, en el linaje del Señor Jesucristo, como se da en el primer capítulo de San Mateo.
En Rut vemos prefigurada la gracia que Dios debía mostrar en los últimos días a los pobres gentiles, a nosotros que estamos fuera de las bendiciones y promesas de Israel. La Iglesia, la esposa de Cristo, compuesta de todo los que son lavados en su preciosa sangre, esté formada mayormente de los gentiles, salvados de todas las naciones del mundo. ¿Formas parte de esta Iglesia? ¿Eres salvo por la sangre de Cristo?
Una vez que Rut se había unido en matrimonio a Booz, hombre rico y grande de Israel, ella podía disfrutar de la riqueza de su herencia. Los que hoy día son unidos a Cristo por la fe entrarán a gozar con él de su infinita riqueza y gloria. ¿En dónde estarás tú? ¿Con Cristo por virtud de su muerte y resurrección, o echado fuera por haber confiado en tu propia virtud?
Orfa tuvo la misma oportunidad que Rut, pero la desechó. De todas las escenas bíblicas, no hay otra más conmovedora que la separación de las dos jóvenes moabitas. Mientras que Rut rehusó firmemente dejar a Noemí, su suegra, para volver a su pueblo y costumbres paganas, Orfa escogió devolverse del camino ya empezado. Le parecía mejor lo visto que lo que aún no se veía; lo presente que lo futuro. La religión de sus padres era bastante buena para ella, aunque no efectuaba ninguna santidad de vida. Andando con Noemí a Belén y al pueblo del Dios verdadero, no veía otra recompensa que las promesas de Dios al extranjero que le buscara. Como no ponía fe en sus promesas, no veía razón porqué seguir la caminata al pueblo de Judá.
De los mis lectores que han leído el libro de Rut, en la Santa Biblia, habrán notado su firme resolución, en vivo contraste con la de su cuñada Orfa, cuando dijo: “Tu, pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”. Rut tuvo por válidas las promesas hechas por Dios a los que le sirvieren. Esto se llama la fe.
Sabía Orfa que, al regresar a Moab, podría gozar la amistad de sus muchos conocidos allí. En Belén sería del todo extranjera. Dejaría atrás los goces y placeres, los bailes y parrandas de su pueblo, y no veía recompensa alguna, si no fuera en las promesas de Dios, que para ella no tenían valor. Para ella era como si Dios mintiese. ¿Qué importaban esas promesas? ¿No valía más lo que estaba a la vista que las cosas invisibles? ¿No dice el proverbio que pájaro en mano vale dos volando?
La pobre Orfa fue engañada por el brillo de este mundo. Se devolvió del camino que le podría haber puesto entre el pueblo de Dios, y se perdió entre los paganos. Vendió el futuro por el presente, y su corta historia queda en la página sagrada para escarmiento a los que hoy día pensaran hacer lo mismo.
Y usted, amigo, ¿cuál camino ha escogido? ¿Hacia el mundo, o hacia Dios? Ninguno puede servir a dos maestros, y hoy usted se encuentra donde tiene que escoger. Por un lado, se le ofrecen los placeres del mundo, las vanidades de una vida pasajera, las comodidades temporales del pecado, y tal vez una religión mundana. Por otra parte, con Cristo y los redimidos por su sangre, hay que llevar una cruz, no de madera o plata, sino de vituperio y persecución de parte de los del mundo. Mas al fin se espera una eternidad con Cristo, en los goces del cielo. ¿Cuál va a elegir? ¿Las comodidades temporales del pecado ahora y las cosas visibles, con las penas eternas al fin?
        El bendito Hijo de Dios le ama de tal manera que ha ido voluntariamente a la cruz, sufriendo una muerte vergonzosa, para expiar los pecados de quienes le reciban. Ha sido resucitado en prueba de que su sacrificio satisface a perfección las justas demandas de Dios. “A todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre”, Juan 1.12.    

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