miércoles, 6 de noviembre de 2019

EXTRACTOS

El dios de este mundo


En la Biblia, al diablo se llama de cuatro maneras: dragón, serpiente, diablo y Satanás. Se lo llama dragón en pasajes como Apocalipsis 12, cuando ostenta el gobierno mundial. Cuando el diablo, en medio del Imperio romano, estaba ocupado en des­truir la iglesia, sus miembros decían: “Es como el dragón”.
Durante los dos primeros siglos, en torno a la ciudad de Roma murieron unos trece millones de cristianos. Mientras veían cómo se llevaban a sus seres queridos, uno tras otro, para decapitarlos, los imagino diciendo: “Este es el dragón; es el dia­blo quien gobierna”. Al pensar en los seis millones de judíos que murieron a manos de Hitler, en las cámaras de gas y mediante otros tipos y métodos de ejecución, los imagino diciendo: “Sata­nás está en ese hombre Hitler, y sacude su cola sucia y destruc­tiva por todas partes, matando a personas”.
Siempre que el diablo llega al poder e inicia una persecución, la Biblia lo llama dragón. No estoy diciendo que el diablo esté presente en todos los gobiernos. No digo que los políticos sean hombres poseídos por el demonio. Lo único que digo es que hay momentos en que este dragón puede infiltrarse hasta tal punto en el Gobierno que lo controla y da rienda suelta a su naturaleza destructiva. Cuando destruye, es el dragón.
Otro nombre para él es “la serpiente”. Es la misma persona, solo que esta vez lleva otra máscara, y no te haría daño bajo nin­gún concepto. No quiere matarte, ni meterte en la cárcel, ni cor­tarte la cabeza. Es artero, sonriente y escurridizo; obra mediante la astucia y el engaño, y gana cuando la gente hace concesiones, cuando usan de tolerancia y de paciencia. Se hace con tu con­fianza y luego te vende el puente de Brooklyn. Esta serpiente, resbaladiza y astuta, es el “hombre de confianza del infierno”, con sus trucos, sus malas artes y sus mentiras.
Satanás no fue al desierto para destruir a Jesús dándole un golpe en la cabeza. Se acercó a Él y le dijo: “Ordena a estas piedras que se conviertan en pan”. Sabía que si Jesús, el Hijo de Dios, le hubiera hecho caso y hubiese hablado a una piedra, haciendo un milagro fuera de la voluntad de Dios, Satanás habría destruido al Salvador del mundo con más facilidad que atravesándole el corazón de un lanzazo. Sin embargo, Satanás no le dijo eso a Jesús. Intentó que cediera. Le dijo: “¡Pobre! Debes tener hambre, ¿no?”. Le dio una palmadita en la espalda y susurró: “Pero hom­bre, ¿por qué no consigues pan? Tienes el poder, eso ya lo sabes”.
Jesús dijo: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4).
Satanás le dijo: “Te daré todos los reinos de este mundo”.
Jesús replicó: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mt. 4:10). ¡Qué astucia! El diablo es un vendedor excelente... pero de mala calaña. Te ven­derá cualquier cosa.
No pretendo que te pases el día pensando en el diablo, aunque estoy hablando del dios de este mundo. He conocido a cristianos a quienes les pone nerviosos este tema. Lo mejor que puedes hacer es mantener los ojos en Jesús y dejar que Él se ocupe del diablo.
En el boxeo hay un pegador y un contragolpeador. El con­tragolpeador nunca toma la iniciativa, sino que deja que su contrincante haga algo y entonces se agacha y da un contragolpe. Tiene una defensa para cada golpe que le dirigen, y luego lanza un contraataque rápido. Ha habido grandes boxeadores que no eran pegadores, sino contragolpeadores. Resulta útil recordar que el diablo es un contragolpeador magnífico.
No importa lo que intente hacer el cristiano: el diablo lo blo­quea y devuelve un golpe. No muy fuerte, solo lo suficiente como para dejarlo confuso. Siempre que veas la obra de Dios en algún lugar, descubrirás en ella al diablo, aplicando contragolpes, devol­viendo el golpe. No es omnipresente, pero sí está en muchas par­tes. Existe una diferencia: Dios es omnipresente, está presente en todas partes a la vez, pero el diablo se mueve tan rápidamente que prácticamente viene a ser lo mismo. Por lo tanto, independiente­mente de dónde se desarrolle la obra de Dios, allí descubrirás al diablo bloqueando, contraatacando y obstaculizando.
En las carreras de los Juegos Olímpicos, había un tipo trai­cionero que se escondía sujetando una jabalina larga, como una lanza. Este tipo se escondía detrás de un seto, en alguna parte, y cuando el corredor pasaba le lanzaba la jabalina entre las piernas para hacerle caer a tierra. Cuando el corredor lograba desemba­razarse de la lanza, otro adversario le había sacado una ventaja kilométrica. El diablo trabaja así. A aquel tipo traicionero de los Juegos Olímpicos se le llamaba Diábolos, nombre que luego atri­buyeron al diablo, porque así es como actúa. Cuando un hijo o hija de Dios corre una carrera santa, Satanás le bloquea o le hace la zancadilla, de modo que se caiga.
Otro de los nombres del diablo es Satanás. En calidad de Sata­nás es el acusador de los hermanos, cuya reputación intenta des­truir delante de Dios y de los hombres. Siempre que se destruye la reputación de una persona, puedes estar seguro de quién lo hizo. Sin importar qué agente haya utilizado, o qué viejos chismorreos haya puesto en circulación, él es el autor. Por lo tanto, aquí tene­mos al dios de este mundo: una serpiente, el dragón y Satanás.

A.W.Tozer, Los peligros de la fe superficial, pág., 90-92

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