En la Biblia, al diablo se llama de cuatro
maneras: dragón, serpiente, diablo y Satanás. Se lo llama dragón en pasajes
como Apocalipsis 12, cuando ostenta el gobierno mundial. Cuando el diablo, en medio
del Imperio romano, estaba ocupado en destruir la iglesia, sus miembros decían:
“Es como el dragón”.
Durante los dos primeros siglos, en torno a
la ciudad de Roma murieron unos trece millones de cristianos. Mientras veían
cómo se llevaban a sus seres queridos, uno tras otro, para decapitarlos, los
imagino diciendo: “Este es el dragón; es el diablo quien gobierna”. Al pensar
en los seis millones de judíos que murieron a manos de Hitler, en las cámaras
de gas y mediante otros tipos y métodos de ejecución, los imagino diciendo:
“Satanás está en ese hombre Hitler, y sacude su cola sucia y destructiva por
todas partes, matando a personas”.
Siempre que el diablo llega al poder e
inicia una persecución, la Biblia lo llama dragón. No estoy diciendo que el
diablo esté presente en todos los gobiernos. No digo que los políticos sean
hombres poseídos por el demonio. Lo único que digo es que hay momentos en que
este dragón puede infiltrarse hasta tal punto en el Gobierno que lo controla y
da rienda suelta a su naturaleza destructiva. Cuando destruye, es el dragón.
Otro nombre para él es “la serpiente”. Es la
misma persona, solo que esta vez lleva otra máscara, y no te haría daño bajo
ningún concepto. No quiere matarte, ni meterte en la cárcel, ni cortarte la
cabeza. Es artero, sonriente y escurridizo; obra mediante la astucia y el
engaño, y gana cuando la gente hace concesiones, cuando usan de tolerancia y de
paciencia. Se hace con tu confianza y luego te vende el puente de Brooklyn.
Esta serpiente, resbaladiza y astuta, es el “hombre de confianza del infierno”,
con sus trucos, sus malas artes y sus mentiras.
Satanás no fue al desierto para destruir a
Jesús dándole un golpe en la cabeza. Se acercó a Él y le dijo: “Ordena a estas
piedras que se conviertan en pan”. Sabía que si Jesús, el Hijo de Dios, le
hubiera hecho caso y hubiese hablado a una piedra, haciendo un milagro fuera de
la voluntad de Dios, Satanás habría destruido al Salvador del mundo con más
facilidad que atravesándole el corazón de un lanzazo. Sin embargo, Satanás no
le dijo eso a Jesús. Intentó que cediera. Le dijo: “¡Pobre! Debes tener hambre,
¿no?”. Le dio una palmadita en la espalda y susurró: “Pero hombre, ¿por qué no
consigues pan? Tienes el poder, eso ya lo sabes”.
Jesús dijo: “Escrito está: No sólo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4).
Satanás le dijo: “Te daré todos los reinos
de este mundo”.
Jesús replicó: “Vete, Satanás, porque
escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mt. 4:10). ¡Qué
astucia! El diablo es un vendedor excelente... pero de mala calaña. Te venderá
cualquier cosa.
No pretendo que te pases el día pensando en
el diablo, aunque estoy hablando del dios de este mundo. He conocido a
cristianos a quienes les pone nerviosos este tema. Lo mejor que puedes hacer es
mantener los ojos en Jesús y dejar que Él se ocupe del diablo.
En el boxeo hay un pegador y un
contragolpeador. El contragolpeador nunca toma la iniciativa, sino que deja
que su contrincante haga algo y entonces se agacha y da un contragolpe. Tiene
una defensa para cada golpe que le dirigen, y luego lanza un contraataque
rápido. Ha habido grandes boxeadores que no eran pegadores, sino
contragolpeadores. Resulta útil recordar que el diablo es un contragolpeador
magnífico.
No importa lo que intente hacer el
cristiano: el diablo lo bloquea y devuelve un golpe. No muy fuerte, solo lo
suficiente como para dejarlo confuso. Siempre que veas la obra de Dios en algún
lugar, descubrirás en ella al diablo, aplicando contragolpes, devolviendo el
golpe. No es omnipresente, pero sí está en muchas partes. Existe una
diferencia: Dios es omnipresente, está presente en todas partes a la vez, pero
el diablo se mueve tan rápidamente que prácticamente viene a ser lo mismo. Por
lo tanto, independientemente de dónde se desarrolle la obra de Dios, allí
descubrirás al diablo bloqueando, contraatacando y obstaculizando.
En las carreras de los Juegos Olímpicos,
había un tipo traicionero que se escondía sujetando una jabalina larga, como
una lanza. Este tipo se escondía detrás de un seto, en alguna parte, y cuando el
corredor pasaba le lanzaba la jabalina entre las piernas para hacerle caer a
tierra. Cuando el corredor lograba desembarazarse de la lanza, otro adversario
le había sacado una ventaja kilométrica. El diablo trabaja así. A aquel tipo
traicionero de los Juegos Olímpicos se le llamaba Diábolos, nombre que luego
atribuyeron al diablo, porque así es como actúa. Cuando un hijo o hija de Dios
corre una carrera santa, Satanás le bloquea o le hace la zancadilla, de modo
que se caiga.
Otro de los nombres del diablo es Satanás.
En calidad de Satanás es el acusador de los hermanos, cuya reputación intenta
destruir delante de Dios y de los hombres. Siempre que se destruye la
reputación de una persona, puedes estar seguro de quién lo hizo. Sin importar
qué agente haya utilizado, o qué viejos chismorreos haya puesto en circulación,
él es el autor. Por lo tanto, aquí tenemos al dios de este mundo: una
serpiente, el dragón y Satanás.
A.W.Tozer, Los
peligros de la fe superficial, pág., 90-92
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