miércoles, 6 de noviembre de 2019

LA OBRA DE CRISTO (9)






III.-Los Resultados Prácticos de su Obra Presente en la Vida Cristiana

La circunstancia de estar Cristo en la gloria, solícito a nuestras necesidades, debiera inducirnos a llevar una vida santa que le glorificara. Aquel ojo amoroso nunca se aparta de nosotros. ¡Qué dominio no tendríamos sobre nosotros mismos si este pensa­miento no se apartara de nosotros! ¡Cuántas cosas dejarían de hacerse! ¡Cuántas de decirse, y cuántas otras cosas se harían si estuviéramos constantemente conscientes de ese ojo, cuya mirada está sobre cada uno de nosotros! Cristo es nuestro representante ante Dios y nosotros hemos de representarle aquí ante los hombres. El cristiano está llamado a tenerle por su representante, y si podemos disfrutar de una vida tal con su alabanza y gloria, es por su obra bendita de intercesión y por su presencia en el cielo. La vida verdaderamente cristiana depende grandemente de esa posesión de la persona y de la obra de Cristo en el corazón del creyente. Como su presencia en la altura y sus servicios en favor nues­tro se manifiestan en nuestros corazones por el poder del Espíritu Santo, deberemos conducirnos de ma­nera digna del Señor y de su bendita obra, y así sentiremos constantemente en nuestra vida aquí en la tierra los efectos de la bendita obra que El realiza por nosotros. ¡Y qué regocijo entonces, confiados sólo en El, (que nos conoce a todos), estar a su ser­vicio y depender de su gracia! ¡Con qué cuidado pues, deberíamos esquivar todo cuanto pueda agra­viarle!

El Estímulo a la Oración
La bienaventurada circunstancia de que el Señor se muestre atento a nuestras necesidades, y la de vivir nosotros en esta época depravada, rodea­dos de todo género de peligros y males, debe ser de gran estímulo para que hagamos una vida de oración. Nosotros podemos llegarnos al Señor y confiarle todas nuestras tribulaciones. Ya que se muestra solícito en todas las cosas que nos pasan, por pequeñas que sean, acerquémonos a El en oración y contémosle nuestras cuitas. Cristianos hay que predican que no debieran hacerlo, sino dejarlo todo en sus santas ma­nos, sin orar, en la convicción de que su voluntad será cumplida. Pero tal creencia disiente de la Es­critura que dice: “Sean notorias vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con hacimiento de gracias” Fil.4.6. A Él le complacen nues­tras confidencias, y nosotros, como los discípulos de Jesús, podemos llegarnos a Él y contarle nuestros pesares.
Esto pondría término a toda ansiedad y afán. En nuestras manos está el colocarnos dentro de un abandono divino. No os afanéis por nada. No ten­gáis ansiedades. Y ¿por qué habríamos de estar afa­nosos? La ansiedad no es sino la consecuencia de la incredulidad. El afán no puede perdurar si con los ojos del alma contemplamos al hombre en la gloria, y si la fe se da cuenta exacta de que todo está en las manos de aquel “que todo lo que hace lo hace bien.” El afán y la ansiedad constituyen una acusación al Señor. Marta le acusó cuando, fatigada por el excesivo trabajo, le dijo: “Señor, ¿no tienes cuidado que mi hermana me deja servir sola?” Lc. 10.40. Siempre qué nos dejemos dominar por la ansie­dad nos portamos como si creyéramos que Él no se cuida. Mas, El, sí, se cuida, y bien querría que todos descansáramos en la fe y lo confiáramos todo a su atención y cuidado. Él siempre nos escuchará. Si en su servicio nos cansamos y fatigamos, podemos de­círselo, pues también Él se cansó y se fatigó en el camino del Calvario. Si tenemos hambre o si no te­nemos albergue, Él sabe bien lo que eso significa, porque también lo experimentó. Si estamos abando­nados, si nuestras mejores obras se tienen por malas, o si todos los dardos del fuego del enemigo nos amenazan, confiémonos en El.

En conclusión, no hemos de olvidarnos de que Él nos permite participar en esta su bienaventurada obra. Cuando Cristo ora por nosotros, nosotros po­demos orar los unos por los otros y por todos los santos. El intercede; nosotros podemos interceder. Él lava nuestros pies, simbolizando el lavamiento por el Verbo. Nosotros hemos de lavarnos los pies los unos a los otros. El lleva nuestra carga, mas también la exhortación es que nos soportemos los unos a los otros. El perdona y restituye. Nosotros hemos de condescender los unos con los otros y per­donarnos mutuamente “de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” Col.3.13.

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