miércoles, 6 de noviembre de 2019

INFIDELIDAD, INCREDULIDAD, MUNDANALIDAD

Debilidades del pueblo de Dios


Estas tres calificaciones cuajaron en abundancia en tiempos pasados a la nación a que sólo incumbía sostener el testimonio de Dios en la tierra. En el programa de Dios para la salvación de los hombres, dio una promesa a su siervo, Abraham, que fue repetida varias veces: “En ti serán benditas todas las naciones de la tierra.” (Génesis 12:3; 18:18; 22:18) Era, pues, exclusivo de los descendientes de Abraham llevar este conocimiento con promesa a todas las naciones.


También Dios, para que avaloraran la inmutabilidad de su palabra, celebró varios pactos con ellos, como: pacto de fuego (Génesis 15:17,18); pacto de la circuncisión (Génesis 17:10); pacto de la ley (Éxodo capítulos 19,20); pacto de sangre en la purificación del Tabernáculo (Hebreos 9:18-22). En fin, Dios recibió a Israel como a una esposa y entró en concierto con ellos.
Pero Israel no fue fiel, sino que menospreció el pacto y faltó al deber de hacer conocer el poder del Señor en toda la tierra. Empezaron a dudar de las promesas del Señor. Fueron descendiendo por grados en una desobediencia tan pronunciada que apareció la incredulidad, y decían: “Dios no ve. ¿Dónde está tu Dios?” La mundanalidad les hizo abrazar las costumbres y los vicios de los Gentiles, que en su intemperancia llegaron a creer en los ídolos de sus religiones. La mundanalidad les hizo perder su respeto y moral, hasta que llegaron a ser proverbio y fábula a todos los pueblos. (1 Reyes 9:7) Su incredulidad les hizo perder el reposo prometido (Hebreos 3:18, 4:6). Su infidelidad hizo que el Señor revocara el pacto y lo diera por viejo. (Hebreos 8:13)
También encajan los tres epítetos del título a la iglesia del Señor en estos últimos tiempos. Cristo es presentado como el Esposo. “Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la palabra, para presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha.” (Efesios 5:25-27)
¡Cuánta comunión y cuánto celo! “Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis tentaciones.” ¡Cuánto amor desplegado por su Señor! “Y les conocían que habían estado con Jesús.”
Unos años después, aquella iglesia es reprendida por su inconstancia: “Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”. El Señor después de recomendar la vigilancia en la oración, tuvo una visión de la incredulidad de los últimos días, y dijo: “Empero cuando el Hijo del Hombre viniere, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:8) La infidelidad trae consigo la duda, y la incredulidad dice: “Mi Señor tarda en venir”. (Mateo 24:48) “Mas el que no tiene estas cosas, es ciego, y tiene la vista muy corta, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.” (2 Pedro 1:9)
El tercer abismo es la mundanalidad. El siervo infiel empezó “a herir a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos ...” (Mateo 24:49) Es alarmante como la iglesia de Jesucristo, única llamada a sostener en alto la bandera de la verdad, el testimonio del Nuevo Pacto en la sangre de nuestro Señor Jesucristo, ha faltado a su fidelidad y se va conformando más a este siglo, imitándose a este mundo enemigo del Señor. Cualquiera que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. (Santiago 4:4) Conviene despertar, echar aceite a la lámpara, si no lo tiene, porque: “He aquí el Esposo viene.”

José Naranjo, Sana Doctrina, 1958

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